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Jóvenes, coca y amapola: Un estudio sobre las transformaciones
socio–culturales en zonas de cultivos ilícitos
Juan Guillermo Ferro, Graciela Uribe, Flor Edilma Osorio, Olga Lucía Castillo
IER - Facultad de Estudios Ambientales y Rurales - Universidad Javeriana
Conclusiones generales
En este aparte final, recogeremos las principales conclusiones sobre las transformaciones sociales y culturales encontradas en el estudio, matizando las particularidades de los distintos contextos tanto por zonas de cultivo como por tipo de población (colonos, indígenas y campesinos).
En Colombia el problema del narcotráfico y de los cultivos de coca y amapola ha traspasado las fronteras, situándonos al final del milenio como uno de los países de mayor producción y comercialización de sustancias sicotrópicas. El movimiento económico que de allí se genera y la cantidad de personas que directa o indirectamente dependen de ellos superan la capacidad de intervención del Estado. La existencia de los cultivos ilícitos está estrechamente relacionada con la empresa multinacional del narcotráfico que incluye dimensiones económicas, políticas y judiciales que escapan a la órbita del Estado colombiano
El problema, visto desde su dimensión política y social no podrá resolverse si en el ámbito internacional desde los países consumidores no se establecen políticas definidas, ya sea para la legalización de las drogas o para un mayor control sobre el consumo. El costo económico de la sustitución no puede ser asumido por Colombia, pues esto implicaría contar con una enorme oferta de subsidios para todos los cultivadores campesinos durante varios años, y así poder consolidar una producción alternativa. En este sentido es que propuestas como la del presidente Chirac de Francia de subsidiar la producción lícita, deben ser retomadas y pulidas en aras de comprometer a la comunidad internacional en el costo de la sustitución de cultivos. Las soluciones de carácter social vía reforma agraria y programas efectivos de desarrollo rural no han contado con la voluntad política necesaria por parte del Estado ni de los detentores del poder económico a nivel agrario. Adicionalmente, no hay articulación y coordinación interinstitucional entre las diferentes entidades orientadas a programas específicos, tanto de sustitución como de erradicación.
Para completar el cuadro del desbordamiento es evidente que el Estado colombiano tiene serios problemas para imponer su autoridad en zonas de colonización y de cultivos ilícitos. El Caquetá es tal vez la mejor muestra del avance sostenido del poder político y militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC. Las marchas cocaleras, el secuestro de los 60 soldados (con el respectivo despeje para su liberación) y el boicot en el Caquetá a las recientes elecciones de octubre de 1997, son evidencias de la creciente desventaja política y militar del Estado colombiano en esta zona. Las respuestas represivas en las zonas cocaleras hasta ahora no han funcionado para reducir el área sembrada, pero si han provocado un inconformismo reflejado en el paro de agosto y septiembre de 1996.
En el caso de la amapola la acción del Estado ha sido más efectiva pero sólo a nivel de las fumigaciones, las cuales, de acuerdo a la información oficial, han reducido el número de hectáreas cultivadas aunque sin detener el proceso de los cultivos dadas las nuevas estrategias de los amapoleros.
En nuestro concepto, el problema de los cultivos ilícitos es de tal complejidad que para su resolución es necesaria además de la concertación internacional ya mencionada, la concreción de las negociaciones de paz y por ende la participación de los grupos armados ya no como parte del problema, sino de la solución.
Uno de los estudios más completos sobre las zonas de colonización cocaleras menciona al carácter efímero de la economía de la coca en el año de 1935[1]. El estudio que estamos presentando se hace doce años después y la coca, a pesar de sus altibajos, producidos más por la represión que por las reglas del mercado, se mantiene con relativa estabilidad. La coca va a cumplir veinte años desde su aparición en el Caquetá. Existe una generación de jóvenes que nace y se cria dentro de la economía de la coca, que no conoce mayores alternativas económicas y que lenta y frágilmente va construyendo una cultura en torno de ella. Esta permanencia del cultivo nos lleva, por lo menos, a replantear el carácter de economía de ciclo corto atribuido a este cultivo. En el caso de la amapola, sí se registra un ciclo más propio de las economías de bonanza, puesto que el apogeo de este cultivo se da de 1991 a 1993[2]. Sin embargo, aunque el cultivo de la amapola ha perdido el dinamismo que de esos años, en la zona de estudio se mantiene ligado a la economía campesina, así sea en pequeñas proporciones. Los amapoleros han vuelto a sus cultivos tradicionales, pero mantienen una pequeña ventana abierta para este cultivo, como una estrategia de sobrevivencia económica y de diversificación de su producción. De la experiencia de la bonanza, han sacado varias lecciones y es claro que su cultura económica ya no es la misma de antes de los años noventa.
Acorde con la dinámica de los cultivos de coca y amapola, se presentan movimientos poblacionales diferenciados para el Caquetá y el Huila. La coca ha atraído una gran cantidad de personas jóvenes interesadas en vincularse laboralmente dentro de la gran gama de posibilidades que ésta ofrece. Si bien es cierto que una parte de estos inmigrantes dejan el Caquetá, también es cierto que la mayoría se establece en este departamento. En el período intercensal de 1985 a 1993 se constituyen 8 municipios en el Caquetá, que han seguido creciendo al igual que la población total rural del departamento. Esto se debe en gran medida a la relativa estabilidad económica que proporciona el carácter permanente del cultivo.
En el caso de la amapola y específicamente en la zona de estudio, aunque no contamos con cifras estadísticas, el trabajo de campo y la revisión de fuentes secundarias parecen indicar que el fenómeno migratorio responde al ciclo de bonanza de este cultivo. Es decir, con el auge de la amapola se presenta un gran movimiento poblacional hacia las zonas de producción, pero una vez terminado el apogeo, es decir 3 o 4 años después, la población flotante deja la zona y ésta queda prácticamente con los niveles de su población inicial. Sin embargo, el carácter de cultivo transitorio facilita la movilidad poblacional sin mayores traumatismos económicos y permite la reanudación casi inmediata del cultivo en otros sitios.
La llegada de tantos forasteros en principio genera una diferenciación entre los que están y los que llegan. Los primeros consideran que sus proyectos de consolidación local y regional se ven afectados por la migración masiva de los foráneos, y por ello construyen una valoración negativa frente a los que vienen de afuera. Estos últimos, por su parte, y de acuerdo con la concreción de sus expectativas, van calibrando sus decisiones de asentamiento o de retorno. La dinámica social y el paso del tiempo van contruyendo una nueva red de relaciones sociales entre unos y otros, y se va haciendo difícil la separación inicial.
Con la migración se configuran dos características muy importantes en la dinámica sociodemográfica y cultural. Por una parte la ruralización poblacional es decir, la afluencia de personas de origen rural y urbano hacia contextos tipificados como rurales dada su baja densidad demográfica, el tipo de relaciones sociales de carácter primario y el trabajo centrado en labores agropecuarias. A su vez, y aunque parezca paradójico, se genera una fuerte urbanización sociológica en la medida en que se masifica el consumo y se modifican los patrones de éste con alta influencia de los centros urbanos, se monetarizan las relaciones económicas, se dinamiza el mercado y se amplía la diferenciación social. Entre estos dos aparentes polos, se genera una simbiosis con predominio de la urbanización sociológica, fruto de la fuerza avasalladora del desarrollo de corte capitalista, del imaginario de progreso que se tiene con respecto a lo que procede de los centros urbanos, y de la mayor cantidad de gente que viene de afuera en relación con los residentes. Sin embargo, la ruralización poblacional tiene efectos socioculturales como la dinamización del poblado como punto de mercado y de encuentro social.
La producción de coca y la amapola, como cultivos articulados a una dinámica económica identificada como ilícita, se constituye en factor que acelera los cambios socioculturales en el seno de las comunidades indígenas, de colonización y campesinas estudiadas. Sin embargo, estos procesos no se deben de manera exclusiva a la economía derivada de estos productos, en la medida en que han existido situaciones previas que han propiciado cambios en este escenario. Han sido transformaciones tales como la expulsión masiva de campesinos desde los años cincuenta, la pérdida de sus tierras, la pobreza rural, los conflictos políticos, la violencia, la ausencia de Estado, la crisis agropecuaria y la expansión de las relaciones de mercado. La coca y la amapola intensifican los procesos de transformación cultural que ya venían en marcha, en sintonía con los procesos de modernización del país, pero que a estas regiones han ido arribando de manera fragmentada y tardía, a través de la asalarización, la educación, las vías y medios de comunicación y el mercado, entre otros.
Uno de los efectos más importantes del cultivo comercial de la coca y la amapola se manifiesta en la transformación de la economía de las comunidades de campesinos, colonos e indígenas. La coca posibilita una ampliación y una mayor permanencia de la oferta de trabajo, un jornal más alto que el que se recibe por los cultivos tradicionales, una mayor cantidad de dinero disponible, y una frecuencia mayor en la obtención de ingresos, con lo cual se modifican sustancialmente sus ciclos de ingresos y por lo tanto su capacidad de consumo. La búsqueda de nuevas oportunidades en torno a la producción y comercialización de los cultivos ilícitos atrae grandes corrientes migratorias, en su mayoría compuestas por jóvenes, que amplían la diversidad de patrones culturales y complejizan las relaciones sociales.
Los residentes y los migrantes vinculados directa e indirectamente con los cultivos de coca y amapola, participan de esta transformación económica en forma masiva, con efectos proporcionales sobre el tejido social, conservando matices según los procesos históricos de cada grupo social.
El mayor consumo, la monetarización, la diferenciación socioeconómica y la dinamización de los mercados, son manifestaciones evidentes de procesos fuertemente acelerados por la coca y la amapola. El incremento en el consumo se hace más notorio en la medida en que se da en comunidades marginadas, con una autoestima individual y colectiva disminuida, y con un pasado de muchas carencias. A su vez, la mayor capacidad de consumo adquiere un valor muy significativo para estos grupos, de manera similar que para la gran mayoría de la población, pues se asimila a la posibilidad de escalar en la estratificación social. Los derroches en el consumo se presentan especialmente en los momentos iniciales y de mayor auge. De manera específica, en las comunidades indígenas, no hay una idea del ahorro y de la acumulación para el futuro. Esto de alguna manera cobija también a los colonos y a los campesinos, aunque en menor medida pues ya tenían alguna práctica en el manejo del dinero.
La monetarización, por su parte, implica una tendencia en el sentido que toda transacción y toda actividad se valoren teniendo como patrón de cambio el dinero. Esto conlleva a que los mercados de bienes y de trabajo se realicen a través del dinero, provocando la disminución de formas de intercambio tradicionales de productos y de trabajo. El cultivo comercial de la coca llega entonces a reforzar y a acelerar este proceso de monetarización, presente ya entre los colonos, y en menor medida entre los indígenas. Este proceso se evidencia en la disminución de la participación de los indígenas en el trabajo de las chagras y de los colonos en las mingas, así como en los demás trabajos comunitarios y en la emancipación temprana de los hijos para buscar sus propios ingresos.
La coca y la amapola entran a jugar un papel diferenciador socioeconómico como en todo proceso de desarrollo capitalista, pero magnificado en estos casos, dadas las condiciones previas de la economía rural tradicional. En la economía de los primeros colonos, si bien no podemos hablar de una igualdad económica, puesto que cada cual tiene como finca lo que su capacidad física le permite tumbar monte, si podemos hablar de pocas oportunidades para la movilidad socioeconómica dadas las restricciones del mercado. Con la coca, por los márgenes de comercialización del producto y la dinamización de todo el mercado, se abre el espacio para la acumulación, la iniciativa empresarial y la movilidad socioeconómica. En las comunidades campesinas con cierta homologación en sus condiciones, la amapola produce un efecto similar al de los colonos. En las comunidades indígenas, se pasa de una relación de igualdad socioeconómica a cierta estratificación pues se da la alternativa de generar ingresos desiguales, según decisiones y posibilidades de cultivar y procesar la coca en su chagras y de articularse a la oferta de trabajo existente. Esto suscita una división interna de intereses que atenta contra la esencia de su organización y de su cosmovisión.
La coca y la amapola permite de manera más rápida y con mayor cobertura un mercado muy dinámico, tanto para la comercialización de estos productos, como para el mercado de bienes y servicios. Así se crean y desarrollan nuevas poblaciones y espacios de carácter comercial, muy dependientes y vulnerables de los cambios que se dan en el precio del producto.
Dentro de este mercado y a pesar de las diferencias culturales entre campesinos, indígenas y colonos pequeños productores, hay una situación que es común: ninguno controla el espacio de la comercialización, de los productos de sus cultivos, ni de los bienes que ellos consumen. Al igual que en la dinámica del mercado de los productos lícitos, es el productor de coca o de amapola quien se queda con el menor margen de utilidad.
La producción de coca y la amapola, como cultivos articulados a una dinámica económica identificada como ilícita, se constituye en factor que acelera los cambios socioculturales en el seno de las comunidades indígenas, de colonización y campesinas estudiadas.
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