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Jóvenes, coca y amapola: Un estudio sobre las transformaciones
socio–culturales en zonas de cultivos ilícitos
Juan Guillermo Ferro, Graciela Uribe, Flor Edilma Osorio, Olga Lucía Castillo
IER - Facultad de Estudios Ambientales y Rurales - Universidad Javeriana
2.2. El Huila y una economía campesina en busca de alternativas
El Departamento del Huila ofrece condiciones favorables para el desarrollo agrícola, por varias razones: su ubicación geográfica ya que limita con los Departamentos del Caquetá, el Tolima, el Cauca y el Meta y su topografía, con alturas superiores a los 2000 metros en las cordilleras central y oriental, por la excelente capa vegetal y por las condiciones climáticas. (Mapa 2.4 - Huila. Departamento de Estudio).
La conformación de la población del departamento del Huila, se inicia en los albores del Siglo XX con movimientos colonizadores motivados por actividades productoras de caucho y quina. Luego se fomenta la explotación del cedro durante el período de la violencia bipartidista, con todas sus implicaciones migratorias y de desalojo de familias enteras.
Actualmente, la economía agraria del departamento se caracteriza por el desarrollo de una agricultura empresarial con cultivos de café, arroz, sorgo, algodón y maíz, en predios mayores de 100 hectáreas, que representan el 52.16% de la superficie. Y por una economía campesina, basada en la producción de café, maíz, fríjol, caña panelera, que representa el 44% de los propietarios con propiedades con un promedio 1.46 hectáreas. Esta economía es básicamente para el consumo, y genera muy bajos excedentes para reinvertir. El 78.47% de los predios correspondientes a extensiones inferiores a 20 hectáreas ocupan sólo el 16.05% de la superficie del departamento[1].
La crisis de la economía campesina que viene de tiempo atrás y que se ha acentuado en los últimos años, obedece a los bajos precios de las cosechas, a la apertura económica, a la falta de financiación y de programas institucionales de desarrollo integral que les garantice a los campesinos vivir dignamente.
El Huila ha estado vinculado históricamente con el Departamento del Caquetá desde la explotación del caucho y el cedro y la consiguiente migración colonizadora, en un alto porcentaje procedente de este departamento. La única carretera que comunica el Caquetá con el resto del país, tiene su entrada por el Huila y facilita un corredor comercial. El Huila surte al Caquetá con panela, frutas y verduras. El Caquetá, le provee de ganado. Las tradiciones del Huila han sido llevadas al Caquetá y muchos de los colonos tienen familia allá. La expansión de los cultivos de coca en el Caquetá, atrae población desempleada del Huila y cuando surge la crisis de la bonanza de la coca, la movilización se da hacia el Huila para sembrar amapola. Los vínculos comerciales se trasladan hacia los cultivos ilícitos.
La ausencia de instituciones que apoyaran, coordinaran y controlaran la expansión colonizadora, y que mediaran en los conflictos entre colonos y terratenientes o entre los mismos colonos facilitó la implantación de sistemas de justicia privada y posteriormente la consolidación de grupos armados. [2]
Tal como en el Caquetá, el vacío dejado por el M-19 es asumido inmediatamente por las FARC, quienes cuentan con experiencia de manejo y vínculo con los cultivos de coca en este departamento.
Es, en este contexto, que los cultivos de amapola parecen ofrecer al campesino minifundista, una alternativa económica de sobrevivencia.
Algunas versiones señalan que los cultivos de amapola como insumo de la producción de sustancias sicoactivas de origen natural, empiezan a ser detectados en Colombia entre 1983 y 1984 como cultivos experimentales. El DAS detecta en 1984 en el sur del Tolima, 27 hectáreas y el hallazgo de grandes cantidades de bulbos de amapola en bodegas de fincas cocaleras del Meta. Otras fuentes indican que su inicio en Colombia como cultivo ilícito, se da en 1987 coincidiendo con la caída de los precios de la coca.
Al parecer la semilla de amapola fue traída a Colombia inicialmente al Valle del Cauca por los mismos compradores de coca, creando capital de trabajo y mercado. Al Huila llega a través de narcotraficantes y personas conocedoras del nuevo cultivo, la mayoría de ellos, procedentes del Caquetá. También llegan comerciantes del Putumayo, Nariño, Cauca, Cundinamarca, incluso de las zonas calientes del Huila. Lo cierto es que actualmente en la mitad de los municipios del Huila 18 de 36, se han detectado cultivos de amapola. (Mapa 2.5 - Cultivos de Amapola. Departamento del Huila).
En las zonas de páramo tropical (entre los 1800 y 3200 msnm) Colombia ofrece un enorme potencial para el cultivo de esta planta. Es así como se han detectado cultivos en Antioquia, Boyacá, Caldas, Caquetá, Cauca, Cundinamarca, Meta, Nariño, Norte de Santander, Putumayo, Quindío, Risaralda, Santander, Tolima, Valle y Huila.
El cultivo de la amapola o adormidera es difícil. Exige gran cantidad de trabajo, así como mucho más cuidado que un cultivo tradicional de cebolla, papa o maíz, y debe hacerse a cierta altura en regiones muy montañosas y de bosque virgen. Después de quemar algunas hectáreas de bosque primario en zonas en donde por lo general no existen cultivos tradicionales, y que por ser escarpadas están aisladas de la vista de los moradores, los campesinos arrancan las raíces o cortan los troncos en el nivel de suelo; muchas veces siembran primero un cultivo tradicional (maíz, por ejemplo) al que luego intercalan amapola. Cuando el terreno es muy empinado simplemente lanzan la semilla ( al voleo) y cuando la planta a alcanza aproximadamente 30 centímetros de altura son esparcidas (“raleadas”) para evitar que se levanten muy amontonadas.
La planta logra una altura de 60 u 80 centímetros y produce una flor de variados colores que van desde el blanco hasta el morado, pasando por el rosado y siendo los más comunes el rojo y el anaranjado.[3 ]
Una vez que se empiezan a desprender los pétalos de la flor, es hora de empezar la recolección del látex, cortando el bulbo, para extraer el líquido lechoso que sale de él, operación que se llama “rayar”, “ordeñar” o “raspar”.
En la mayoría de los municipios la amapola se cultiva en tierras pobres con muchos problemas de fertilidad y por lo tanto de productividad.
Con el cultivo de la amapola han llegado a estas zonas muchos colonos que cultivan la flor una o dos veces y luego venden o abandonan el abierto según el precio de látex: si está alto no se toman el trabajo de vender la mejora sino que tumban una nueva en un lugar apartado. Queman el bosque y sobre la ceniza riegan la semilla para recolectar el látex tres o seis meses después, dependiendo de la altura o la calidad de la semilla. Ya han aparecido variedades tempraneras que sólo necesitan tres meses para producir los bulbos, en cambio otras demoran hasta seis meses. Mientras más abajo se siembre, más demora la cosecha pero el látex resulta de mejor calidad porque tiene menor cantidad de agua.
Al comienzo cuando no se conocían las bondades económicas ni las consecuencias penales, la amapola era objeto de compañías donde el socio capitalista, de origen urbano, suministraba la semilla y la asistencia técnica, y el indígena o el campesino la tierra y el trabajo. Los jornales iban por mitad, es decir, cada parte aportaba un 50% de su costo. El socio capitalista hacía la comercialización y el industrial la vigilancia. El negocio para los forasteros era lucrativo, pero también permitió que los indígenas y campesinos percibieran altísimas ganancias por su trabajo. Poco a poco, sin embargo, la figura del socio capitalista se ha ido reduciendo solo a la comercialización. Mientras tanto el campesinado o el indígena aparecen cada vez más como cultivadores.
Existió y existe aún otra modalidad: el arriendo de tierras. Muchos cultivadores de coca de los departamentos del Caquetá y el Guaviare que habían nacido en las zonas altas de Huila, Tolima, Cundinamarca, y Boyacá, regresaron a sus lugares de origen atraídos por los precios que ofrecía la amapola en contraste con la caída de los precios de la coca. Algunos abrieron rastrojos viejos para instalar el cultivo otros llegaron como arrendatarios.[4]
Los caqueteños sembraban 3 o 4 hectáreas, pero esa gente no compraba, sino arrendaba las tierras, por $ 250 a $ 300 mil la hectárea por seis meses, es decir, por la cosecha. Eso era buena plata para la gente porque en esa época pagaban la carga de lulo a $ 30.000 [5].
Al parecer cada mata de amapola es capaz de producir aproximadamente cinco gramos de opio bruto y el rendimiento por hectárea fluctúa entre los 20 y 40 kilos. A diferencia de la coca, la amapola es un cultivo transitorio, con un ciclo productivo de seis meses. Por las condiciones climáticas, está muy expuesta a las heladas, que pueden acabar fácilmente con el cultivo. Los campesinos, aprendieron a cultivarla, rayarla, recolectar la mancha y comercializarla. El proceso de transformación en morfina y heroína, lo realizan los comerciantes y narcotraficantes. En algunos lugares, ellos la sacan en M, morfina, y la llevan a laboratorios especializados para su transformación en H, heroína. A los cultivadores, les interesa más el rendimiento de la mancha o goma. El rayado se hace en las horas de la tarde y al día siguiente recogen la mancha, pues de esta manera logran más peso. Una vez que se aprende a manejar el cultivo, a los seis meses se recoge la cosecha. Al igual que la coca, no se requieren gastos de transporte, su comercialización es permanente y deja un margen muy alto de utilidades.
El procesamiento del látex a morfina es un proceso que al parecer no es muy complicado y que no requiere de conocimientos especializados, contrario al caso de la coca. “La morfina base es lograda a partir del opio bruto mediante proceso de cocido crudo y filtrado, o por ebullición y precipitación.”[6] Estos procedimientos generalmente se llevan a cabo dentro del mismo cultivo.
Desde el punto de vista ecológico, la franja de cultivo de la amapola abarca dos tipos de bosque: el andino y el sub-andino. Estos están comprendidos entre los 2000 y 3000 msnm., ubicados en terrenos desde fuertemente ondulados hasta escarpados, con pisos térmicos de medio a frio y provincias de humedad alta. El bosque natural compuesto por una vegetación arbórea mixta con altos niveles de biodiversidad, de poca accesibilidad, presenta algún valor comercial pero, sobre todo realiza fundamentalmente funciones de protección y conservación de aguas y suelos. Al comienzo de la bonanza, las autoridades eran muy flexibles y la gente no encontró razón para esconder sus cultivos, pero en la medida en que la prohibición se ha hecho más rígida la amapola se ha ido escondiendo. Por eso cada vez más se oculta en las zonas boscosas, de difícil acceso, muchas veces baldías y en ocasiones vírgenes. Los páramos han comenzado a ser intervenidos en la medida en que el cultivo comenzó a ser perseguido y los indígenas y campesinos a esconderlo.
De esta manera la amapola se ha sumado a las amenazas que existen sobre los bosques de niebla y las fuentes de agua. Por un lado representa un peligro porque deja “claros” en el bosque que después se adecuan para potreros, conllevando a la fumigación que afecta cursos de agua y le vegetación de los bosques de las zonas aledañas a los cultivos. Pero, paradójicamente, en un comienzo tuvo más bien un efecto positivo. La gente se dedicó al cultivo de la amapola dejando de lado la extracción de especies maderables como el roble y se detuvo temporalmente el aserrío.[7]
Es evidente, entonces, la diferencia que se da entre el cultivo de coca y amapola en el momento actual. En el Caquetá, el Putumayo y el Guaviare, el cultivo y comercialización de la coca permanece estable y es un hecho de reconocimiento público. Su máxima manifestación se da con las marchas campesinas y la posterior negociación entre el gobierno y los representantes de los cultivadores de coca.
En el caso de la amapola, después de la bonanza y las fumigaciones, los cultivos y la comercialización de la goma son más reservados. Entre los campesinos hay temor frente a la represión, y los movimientos económico y demográfico parecen haberse estancado.
Los campesinos han ideado, aplicado y validado numerosas prácticas de transferencia de tecnología en el cuidado de sus cultivos, como en el caso de los colonos e indígenas con la coca. Una de éstas consiste en utilizar los insumos de los cultivos tradicionales para los cultivos de amapola; otras hacen referencia a las maneras como se han contrarrestado los efectos de las fumigaciones aéreas, a través de la miel de purga y otras sustancias.
Apenas estábamos haciendo la experiencia y eso habían muchas fórmulas; el uno decía que hay que aplicarle esto y el otro decía que lo otro y eso se iba uno volviendo loco. [8]
Los datos nacionales sobre hectáreas sembradas en amapola, son confusos y no dan cuenta de si este cultivo ha crecido o por el contrario ha disminuido después de las fumigaciones.[9]
La zona visitada en el Departamento del Huila durante la investigación fue la inspección de Rionegro en el municipio de Iquira. Se realizaron también algunas entrevistas en San José de Isnos y Bordones.
Iquira fue fundado en 1656 y en 1887 fue reconocido como municipio[10]. Se encuentra ubicado al noroccidente del departamento, a 69 kilómetros de Neiva. Su extensión es de 532 kilómetros cuadrados. (Ver mapa No. 4). Al igual que en el Caquetá, los primeros habitantes de esta región fueron los indígenas Paeces y los Iquiras, de los cuales hasta hace poco se encontraban vestigios.
Está situado a 1128 metros sobre el nivel del mar, con una temperatura en promedio de 22 grados, pero con presencia en sus tierras de todos los pisos térmicos, desde cálido hasta páramo. Además de la inspección de Rionegro cuenta con la de Valencia de la Paz y 18 veredas más. La historia de Rionegro como la de algunos poblados del Caquetá ha sido intensa, reflejando apartes de la historia nacional.
De acuerdo con el testimonio de las personas que actualmente habitan la región, lo que hoy es la Inspección de Rionegro, era en los años 30, una hacienda rodeada de selva virgen... La hacienda se llamaba La Estufa, porque allí se secaban ladrillo, teja y café que se cosechaba en abundancia.[11]
Durante la década de los años 40 se da una fuerte migración de colonizadores antioqueños que explotan la madera y que nombran algunas zonas aledañas con nombres propios de su tierra, como Yarumal, Zaragoza y Mazamorra entre otros. En los años cincuenta y a consecuencia de la violencia partidista, los habitantes abandonan sus tierras y la región queda desolada.
En 1966, la Novena Brigada del Ejército, propone a los habitantes de la región interesados en retornar a sus tierras, un nuevo reasentamiento, y el 9 de agosto de ese mismo año se restablecen en Rionegro de Planadas, 14 familias y personal del Ejército. En zonas aledañas se asientan simultáneamente 4 bases militares. En 1967 se reconoce formalmente como Inspección a Rionegro. El Ejercitó apoya este reasentamiento durante los siguientes tres años con vigilancia, trabajo y materiales. En 1973 llega la carretera hasta Rionegro (en pésimas condiciones que perduran hasta la actualidad). A través de organizaciones comunitarias se inician y se desarrollan proyectos de electrificación y telefonía, y en 1979 se inaugura el servicio de luz eléctrica con cobertura y calidad aceptables.
Posee un clima promedio de 18 grados y una altura de 1600 metros. Rionegro cuenta una gran riqueza hidrográfica, siendo sus principales ríos el Narváez y el Rionegro, que marca el límite entre Huila y Cauca. Una de las características de la cabecera de esta Inspección son los cerros que la rodean contándose entre ellos el Manizales, Quicuyales, Oso, Tabaco, Conchao y el del Diablo, entre otros.
Los productos tradicionales de esta zona han sido el maíz, lulo, fríjol, tomate de árbol, caña de azúcar, mora, fresa, curuba y otros frutales y madera. Pero las crisis del sector agrario, la falta de asistencia técnica, y en fin, el abandono del Estado, han hechos perder la perspectiva productiva a estos cultivos. El café sigue siendo uno de los productos importantes, y allí se cuenta con instalaciones para procesarlo técnicamente. Otra actividad productiva reciente ha sido la ganadería.
Yo soy nacido en Antioquia, pero desde pequeño estaba en el Cauca. Vine de Pitalito hace 22 años. Llegué solo, a trabajar; esto era más montañoso y el pueblo eran cuatro casitas nada más. El resto eran rastrojos y cañales. Llegué a jornalear, a cortar madera, porque yo era aserrador.
Yo estaba en Villanueva, Cauca. Era responsable y buen trabajador y alguien me dijo: mire que allá pagan bien, camine para Rionegro hombre! Yo vi esto aburridor y yo dije, yo me devuelvo tan pronto acabe el trabajo. Si hubiera habido un carro yo no estaba por aquí. Pero decidí quedarme.
Rionegro es un pueblo muy bueno y sano. Ya fue entrando la gente y formando solares. Los clientes me decían compre un solarcito que eso le sirve. Los solares los vendían a $ 300 0 $ 400. Estamos hablando de 1975.
Las casitas eran de pura madera, porque no había en que traer los materiales, no había carretera. El fuerte era la madera, pero después se acabó. Luego fue el apogeo del lulo, entre el 82 y el 83. Se sembraba sin necesidad de abono o de fumigarlo, hasta que le entró el mal; le dio gota, “pasador”, “cogollera”. Ahí se vino la peste. Lo del lulo duró como tres años.
Ahí se pusieron a sembrar café que es lo que más nos ha dado la mano. Pero con la venta de la fincas para los asentamientos de los indígenas, el café se acabó porque ellos no siembran eso ni saben manejarlo. El café estaba bueno, eso se movía. Don Jamir y otro rico sacaban mucho café. Pero no todos estamos aburridos con los indígenas, ni más faltaba! Todos tenemos derecho.
Luego llegó la amapola, por ahí en el 90. La semilla llegó con los pájaros, seguramente. Lo de la semilla a la hora de la verdad no se sabe quien la trajo. El que tenía amapola debía quedarse quietico. Acabándose la madera, el lulo, el café, la gente tuvo que meterse en eso, pero eso han venido avionetas a fumigar.[12]
Aunque es fácil suponer que durante el auge de la amapola, es decir entre 1990 y 1993, se dan modificaciones poblacionales similares a las ocurridas en el Caquetá, los datos estadísticos que se obtuvieron no reflejan dichos cambios, en razón de que el período del auge fue muy corto y no coincidió con ningún censo poblacional. Pero tanto las entrevistas realizadas como estudios locales, recogen apreciaciones sobre los movimientos poblacionales que se dieron. La procedencia de los habitantes de Rionegro es heterogénea y a través de un estudio socioeconómico de 1988[13], que determina una población total de 628 personas, se conoce que aunque el 58% vienen de otros municipios del Huila, hay casi un 10% del Cauca, un 8% del Tolima, un 7% del Valle, un 7% del Caquetá y el porcentaje restante de otras sitios incluyendo Cundinamarca y algunas zonas cafeteras. En varias de las entrevistas a sus habitantes, se logra captar el nomadismo de sus vidas:
Yo nací en 1986, en Neiva. Después de eso me pasé para Garzón y nos fuimos otra vez para Neiva. Allí estuvimos diez años y después de eso mi papá dijo que tenía ganas de irse al Tolima, pero mi mamá le dijo que no, que más bien nos fuéramos para la Plata. Mi papá aceptó irse y ahí vivimos ahí 7 meses. Luego nos pasamos para Rionegro y mi papá decidió ponerme a estudiar.[14]
Actualmente Rionegro cuenta con una población aproximada de 2000 habitantes, población que casi se duplica si se tiene en cuenta el asentamiento de los indígenas Paeces, quienes fueron reubicados allí luego de la avalancha del río Páez, en junio de 1994. La consecución y uso de los recursos, para atender a esta población, son coordinados por la organización Nasakiwe[15]. Durante el tiempo del “apogeo” (bonanza de la amapola), la llegada de personas extrañas a la región fue intensa, de acuerdo con los testimonios.
Eso era un gentío muy tremendo. Los de aquí éramos muy pocos, los otros eran todos caqueteños. El trabajo no era sino el domingo. La gente ya empezó a hacer más casitas y esto se fue poblando rápido. Yo creo que la gente no tenía nada pensado para invertir. [16]
Los caqueteños vinieron a mirar, a voltear y luego llegaron como a una colmena. Uno no se encontraba con sus amigos de tanta gente de afuera que había. Unos se iban y otros llegaban, trabajadores y también gente rica del Caquetá.[17]
En 1990 Rionegro se convierte en una de las zonas de mayor producción de amapola del suroccidente del Huila. De acuerdo con los datos municipales, presentados por Ricardo Vargas y corroborados durante el trabajo de campo, el mercado de látex alcanzó un promedio semanal de $80 millones de pesos, ascendiendo hasta los 150 millones en períodos de bonanza. Al igual que en otras zonas, la producción se inició con unos precios que oscilaban entre $1200 a $1400 el gramo de látex. En agosto de 1992 se cotizó entre $400 y $500 por gramo, para luego caer a $300 al finalizar el año, presentando en el segundo trimestre de 1993 un incremento que al finalizar el año lo sitúa en $700 gramo.[18]
El pico de los precios se presenta durante el inicio del cultivo, como el mecanismo de mayor motivación para los campesinos que se involucran en él, precios que comienzan a decrecer sensiblemente, para finalmente alcanzar un leve incremento, tal vez y como se expresa en el siguiente testimonio, se alcanza mejores rendimiento si el látex se procesa en morfina.
Antes le había puesto que a ese cultivo le haríamos unos dos millones al recoger por ahí unos 1800 gramos. Pero salieron tristes $ 440.000 que podrían haber sido menos sino es porque busqué la manera de rendir el látex. A uno le hablaban que los químicos y de sacar la M. En esa época a un kilo de látex le sacaban 60 gramos de M. Pues a mi me da la idea y a esos 220 gramos le logró yo sacar más o menos 20 gramos de M que se pagaba a $ 22.000 el gramo. Aquí llegaban los compradores hasta las fincas. Uno jamás conocía el criterio de quienes eran personas porque necesariamente al cultivador lo que le interesaba era la plata. Aprendí a voltear el látex porque logré contactar con una persona el cual vio la necesidad tan berraca que yo tenía. Ya no me pareció el cultivo y dijo, como que es más rentístico la M. Me llegaron a pagar hasta $ 70.000 por voltiar un kilo. Hubieron veces que, por decir algo, yo en la semana llegué a ganarme $ 300.000. No me gustaba hablar y eso hizo de que algunas personas me deban credibilidad y me daban el trabajito. Yo fui culto, no me gustaba la vanidad; lo que me interesaba era solucionar el problema que yo tenía económico. Mientras el gramo de látex lo pagaba a $ 1500 o $ 1000 el gramo de M se vendía a $ 15000. Y si un kilo daba 60 0 70 gramos eso entonces era mucho. [19]
Tal como en el Caquetá esta “época de apogeo” trae consigo un aumento de muertes violentas y el desarrollo de una economía ilegal simultánea, basada en la compra y venta de armas, en la prostitución, entre otros.
En este lugar se repiten los rituales de otras regiones productoras de amapola. Las armas son el elemento regulador de toda la economía ilegal y de las economías paralelas al negocio del látex. En este sentido se amplían los actores típicos de un escenario de violencia:
Los intermediarios de la economía ilegal (compradores de látex), que buscan imponer unos precios por debajo de su costo de producción.
La policía, que intenta utilizar su condición de representación represiva del Estado para obtener, presuntamente, beneficios de carácter ilegal del negocio a través de las pesquisas que desarrolla en el zona cercana al municipio de Iquira. La policía es percibida como el sector más corrupto en este escenario, hecho que se repite a lo largo y ancho de las zonas productoras de materia prima ilegal.
La guerrilla, que cobra un impuesto a los campesinos en los sitios de producción, que se adiciona al precio de venta en la Inspección de Policía. Su labor es básicamente de protección del campesinado, en un ambiente en el cual la venta de seguridad es otra fuente de ingresos.[20 ]
Los campesinos amapoleros, o campesinos tradicionales de lulo y café, quienes no encontrando otra alternativa tan viable y al parecer rentable económicamente se vieron forzados a tomar esta opción.
Sembré amapola, porque me hice una ilusión como cualquiera en la vida. En la vida todo es ilusión. A mi me pasó lo que a muchos colombianos les haya podido pasar. En el año 89 ya se hablaba de la amapola pero en nuestra área, por aquí en nuestro terruño solamente era un cuento. Nosotros nunca llegamos a pensar que nosotros fuéramos a tomar parte en el cultivo. Lo primero porque nosotros somos de una familia muy honrada, donde nuestros padres nos criaron solamente con el cultivo del café, el fríjol, el maíz, la caña la ganadería. Después vino el cultivo de la amapola y comienza a darse como una publicidad. Viene gente de otros lados. Incluso los mismos coqueros que habían estado sembrando por allá en el Llano, en el Caquetá, la cual no era ya una cuestión rentable. Y muchas personas de otras áreas donde estaba ya el cultivo de la amapola en el Huila se desplazaron y empezó a llegar por aquí con migajas de amapola. Las regalaban. Uno las tomaba más bien como por un sentido de “mamar gallo”, pero no creyendo realmente que se trajiera una situación económica a resolver. Alguien de la región se compromete a hacer la primera experiencia de la amapola. Y más luego a uno le llamaba la atención de irla a conocer para ver lo que uno veía por la televisión. Pues uno no la conocía. Con esas migajas de semillas que algunos regalaron entonces ya se pusieron a semillarse y ya comenzaron a vender las semillas. Aquí llegó la época. Yo fui uno de los que compré. Una libra de semilla me costó $ 80.000, pero hubo gente que dio hasta $ 100.000 por la libra. En ese medio se especuló. El que primero logró semillarse muchas veces ni recogió el látex, sino que dejó que la planta se secara para recoger semilla, porque pensó que era más rentable.
Yo empecé a hacer la experiencia en un lote de tierra bien hacia la cordillera. ¿Por qué lo hacía? Porque en ese instante mirábamos que la situación de producción de nosotros era muy raquítica. Nosotros tenemos un problema económico muy berraco frente a las entidades Banco Cafetero y Caja Agraria. La Caja Agraria quiso embargarnos por una, dos, tres veces. Yo siempre fui la persona que mantuve la serenidad en la familia. Cuando nos dimos cuenta fue saturados de deudas. Cuando inició el cultivo de la amapola, debíamos a la caja 13 millones . Eso me conllevó al cultivo de la amapola, porque si se cogían 13 kilos, que en esa época estaba a $ 1500 el gramo sacaba unos 18 o 20 millones. Supuestamente me ilusioné. Aquí nos tocó delinquir. Vamos a hacerlo, porque si esto viene como una bonanza, pues vamos a hacerle.
Y todo a cual más ya estaba echando su cuarto de hectárea, su media hectárea, su hectárea. Y así fue. Yo impulsé y logré convencer a mis padres y a mis hermanos y emprendimos. Nos fuimos por allá al medio de la montaña porque nosotros somos muy temerosos a la cuestión de la ley. Limpiamos por ahí dos hectáreas.
Eso como estaba en la popularidad, todo el mundo decía que ganaba con eso. Había gente del comercio que tenía los recursos y decían: Ud. tiene la tierra, yo les doy el mercado, les doy la plata, vaya trabaje que yo subsidio el cultivo. Yo nunca quise eso, porque entendí de que era un problema de narcotráfico y que ahí se dan muchas circunstancias que como dice el dicho vulgar, por andar en lo que se anda, se termina muchas veces entregando la vida. Entonces nunca quise aceptar la colaboración de otros, sino lo que nosotros mismos pudiéramos hacer en base a mi familia. Regábamos la semilla y eso no nos nació. De dos hectáreas simplemente por ahí una cuarto de hectárea fue lo que logramos poblar, porque eran unos suelos supuestamente de mucha acidez. [21]
La población flotante como en el caso del Caquetá, está compuesta por los comerciantes de ropa, de cacharros, los compradores del látex o de morfina, las personas que vienen en busca de trabajo en los almacenes, cantinas, bares, las prostitutas y los rayadores. Con relación a estos últimos, existe una notoria diferencia con las características de los raspachines de la coca.
El proceso de rayado es un proceso que se debe hacer cuidadosamente y que además debe estar constantemente vigilado o en manos de personas de confianza, pues el látex ya tiene un enorme valor comercial. El robo de esta sustancia ya implica pérdidas para el cultivador. Por esta razón, a diferencia del Caquetá, no se puede hablar de ejércitos de raspachines, sino de mano de obra familiar o muy cercana al cultivador, generalmente gente de la zona, trabajando como rayadores.
La bonanza de la amapola se interrumpe con los programas de fumigación decidida por el Consejo Nacional de Estupefacientes. Los cultivos han sido fumigados con glifosfato en varias oportunidades, afectando no sólo las matas de amapola, sino los cultivos de alverja, fríjol, tomate de árbol, lulo, los pastos artificiales, el nacimiento de las aguas y la salud de los habitantes. En Rionegro, se comenta de personas que murieron por el efecto de los tóxicos utilizados para la fumigación. Además, en clima frío después de la fumigación, la tierra demora mucho más en producir.
Sin embargo, esta presencia represiva del Estado combinada con la ausencia de incentivos para el desarrollo de una agricultura que genere rentabilidad, hacen que el campesino regrese a los cultivos de amapola, como una estrategia de supervivencia ante la pobreza generada por la falta de alimentos y productos para comercializar.[22]
Hemos estado en unas reuniones que para unas microempresas y luego no se vuelven a ver. La Umata no ha servido para nada, prestan al que tiene plata y puede pagar. Los créditos Plante los cerraron. Además les toca hacer varios viajes, para que al final les digan que no.[23]
Según informaciones recogidas, algunas de las estrategias han consistido en desplazar los cultivos a zonas más altas y de difícil acceso aéreo. Ahora, se siembran lotes pequeños que no superan 1/4 de hectárea, por dos razones: una, no tener extensiones que sean fácilmente detectables desde el aire, y otra, la facilidad del manejo ya que atender un “corralito” o “tajito”, es mejor negocio que una extensión mayor por el cuidado que requiere, además, el riesgo es menor. Si bien es cierto que el cultivo de amapola, dentro de la economía campesina en la actualidad, es un cultivo que se integra a la diversificación agrícola, también lo es, que aquellos cultivadores que no pueden desplazar sus cultivos hacia otras zonas, que son la mayoría, reinician sus labores en la producción tradicional, sin que la Policía Antinarcóticos se percatara, siendo víctimas nuevamente de fumigaciones recientes, esta vez sobre los cultivos legales.
Cuando vino un coronel a dar reuniones a la casa cural, dijeron que los dueños de finca, no arrendaran a los caqueteños; la idea era que iban a decomisar las fincas que encontraran con amapola. La fumigada también los sacó. Eso acabó con todo, dañaron el tomate y el arvejal, faltaban quince días para cogerla y quemaron toda la cosecha. Botaron veneno a los ojos de agua, quemaron los pastos. Ellos lo hacen de pura maldad, cogen un potrero de lado a lado. Y eso poner denuncias no sirve para nada. [24]
Los efectos que se perciben con el paso de una economía lícita a una economía ilícita, parecen contradictorios. La expectativa del enriquecimiento rápido, creada por los que trajeron las semillas hace que los campesinos fácilmente abandonen sus cultivos tradicionales. Superadas las dificultades iniciales de aprendizaje del cultivo se empiezan a recibir las utilidades. El crecimiento acelerado de la economía y la población y el paso de campesinos minifundistas pobres a campesinos amapoleros, impulsan un cambio no sólo en la economía, sino en una nueva cultura marcada por la oferta y consumo de gran variedad de productos, el despilfarro, aumento del número de muertes violentas generadas por grandes cantidades de dinero circulante y el auge de fenómenos paralelos como la prostitución, el consumo de licor y la deserción escolar, entre otros.
El mejoramiento de la calidad de vida, en términos generales y de desarrollo regional esperado, no se da. Tanto los campesinos del Huila como los colonos e indígenas del Caquetá, no estaban preparados para recibir y manejar recursos muy superiores a lo que tradicionalmente les había permitido subsistir con su familia y las utilidades generadas por el cultivo de la amapola y la coca, se despilfarran. En cuanto al futuro, hay esperanzas. Los cultivos de amapola han disminuido y la gente está regresando a los cultivos tradicionales.
¿El futuro? No sé. Hay mucha gente sembrando tomate. Esto se compone. Con el cafecito se arregla. Cuando los indígenas se abran y les den sus parcelas por aparte, cuando ya los suelten, ellos empiezan a trabajar. El mañana puede ser mejor. En tiempo de cosecha una mata de tomate baja hasta $ 5000, cuando no hay cosecha vale hasta $ 30.000.[25]
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