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Atisbos Analíticos No 26, Santiago de Cali, Enero de 2003, ECOPAIS,
Fundación EstadoComunidadyPais; Humberto Vélez, Programa
de Estudios políticos y Resolución de Conflictos, Instituto
de Educación, Universidad del Valle.
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Nota
Ecopais, en su SubGrupo académico “Observatorio
sobre los problemas de la Guerra y la Paz en Colombia” ha decidido
reiniciar su actividad de análisis como una contribución
a la reflexión y el debate sobre este asunto crucial para el presente
y futuro de Colombia”; en “Atisbos Analíticos” publicará,
entonces, sus reflexiones trimestrales sobre la materia.
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El miedo colectivo a autodirigirse.
( Texto revisado y desarrollado de Conferencia dictada en Cali
en el Hotel Obelisco en Acto académico organizado por Fundaps,
Fundación para la Asesoría a los Programas de Salud, el 18
de diciembre del 2002)
“El morbo estaba en su misma mano,
tendida francamente a aquel pueblo
vencido”.
“Sabía que la libertad no es un hecho
humano, que los hombres no pueden,
o quizá no saben, ser libres, que la li-
bertad, en Italia, en Europa, apesta
tanto como la esclavitud”
( Curzio Malaparte, “La Piel” )
Introducción
En las épocas de aguda crisis, cuando lo poco o lo mucho que
han construido como proceso emancipador amenaza hundirse y disolverse
bajo sus pies, es precisamente cuando los colectivos humanos ponen a prueba
la consistencia de sus luchas, su madurez y capacidad de autodirección;
entonces, o se alienan en alguna fuerza extrasocietal, llámese,
como podría decir Estanislao Zuleta (2), Dios, Razón
de Estado u Hombre excepcional, o ellos mismos proveen, manejan y controlan
las salidas.
Entre el Ensayo y la Sociología, estas notas
tienen por objeto un análisis de coyuntura de la hiperuribizada
Colombia del 2002 en sus momentos preelectoral, electoral y postelectoral;
conviene advertir de entrada que un tipo de análisis como éste,
tiende a ser más complejo e incierto de lo que sugiere el imaginario
de “superficial ligero”, asociado a la idea de coyuntura. Por lo general,
ésta no sólo está definida por las inéditas
y aleatorias circunstancias del momento, sino que, con frecuencia, se presenta,
además, como manifestación y condensación puntuales
de fenómenos y problemas estructurales de la vida social; por lo
tanto, en la coyuntura también hacen presencia la complejidad, así
como los niveles de incertidumbre propios de la sociedad objeto de análisis
coyuntural.
1. No sólo la economía determina al ser humano; las significaciones
imaginarias también generan realidad.
Al parafrasear a algunos pensadores sociales contemporáneos,
a Morin y Castoriadis, por ejemplo (3), diría que lo
más cercano a la esencia y condición del ser humano es una
combinación balanceada entre el “el homo sapiens” y
el “homo demens”; al fin y al cabo el ser humano normal, la media humana
digamos, es el que habita las fronteras, siempre móviles, entre
lo racional y lo irracional. En la actualidad, a los cultores de
las Ciencias sociales cada vez se les torna más claro que una adecuada,
integral digamos, explicación-comprensión de los fenómenos
sociales sólo es posible si se recolectan los resultados de
una doble mirada. De un lado, los de la más tradicional, orientada
a fijar las correlaciones posibles entre fenómenos sociales;
y del otro, los de la más nueva, ya adelantada por Durkheim y Weber,
y en cierta forma por Marx en la “Ideología Alemana”, orientada
a escarbar en el fascinante universo de las representaciones imaginarias.
En este Ensayo, por propósito explícito, el acento resulta
puesto en la segunda mirada, razón por la cual no sobra advertir
y destacar la validez relativa de esta reflexión, relatividad
determinada por tres circunstancias interconectadas. En primer lugar, por
tratarse de análisis que, sobre fenómenos humanos, hace un
ser humano; en segundo lugar, porque la exploración de lo subjetivo
simbólico continúa requiriendo siempre de la compañía
complementaria del análisis de lo objetivo real; y en tercer lugar,
porque con estas notas sólo se está explorando un camino,
así como unos escenarios dados. Siempre se deberán esperar
los resultados de otras exploraciones presididas por otras lógicas
teórico metodológicas, y, por lo tanto, temáticas.
Esto no obstante, son muchas las veces en las que el examen de los
imaginarios colectivos sobre un fenómeno dado, resulta más
clarificador que su tradicional análisis sociológico. Para
ejemplificar, adelantemos, por ejemplo, un fenómeno central de la
actual coyuntura del 2002. Ocurre que en la historia contemporánea
del país, nunca los colombianos se habían mostrado tan natural
y espontáneamente predispuestos, como ahora, a brindarle y proporcionarle
al gobierno los recursos financieros y sicosociales necesarios para el
cumplimiento de sus metas estratégicas. Pero, importa resaltar,
de entrada, que tan notoria y notable predisposición tributarista
espontánea contrasta con el carácter de la Cultura tributaria
del país, históricamente pobre, entre sus elites altas, sobre
todo; en una época de aguda crisis económico social, conspira
ella, también, al frenar la demanda agregada, contra las posibilidades
de reactivación de la economía en el mediano plazo, por lo
menos. Pero, como se podrá observar más adelante, por la
vía de la evolución reciente de la emotividad colectiva nacional
se pueden escarbar razones, por lo menos plausibles, que permiten comprender
el marcado desequilibrio circunstancialmente creado entre la voluntad colectiva
de darle mucho al Estado sin exigirle cosas en forma, por lo menos,
proporcional a no ser en materia del más rápido final
del conflicto armado.
Oportuno parece, por otra parte, destacar ahora cómo las significaciones
imaginarias arrastran unos niveles de eficacia práctica, que trascienden
los límites de lo que, sobre ellas, normalmente nos imaginamos;
sobre esta materia, escribí en Atisbos Analíticos No 20:
“Al aplicarle análisis de significación al estudio simbólico
mismo, es decir, al darle de comer de su propio cocido, el imaginario social
que aquel arrastra es el de la más refinada y hasta fascinante inutilidad.
Todo el mundo se imagina, entonces, que el examen de los imaginarios no
es más que un simple recurso académico o literario, sofisticado
en unos casos, fascinante en otros, pero inútil y estéril
casi siempre. Esto no obstante, el paradigma de producción de sentido
tiene una importancia práctica, en cierto momento, mayor que
el de los tradicionales estudios estructurales. Ocurre que en la cotidianidad,
el común de los mortales no se mueve y actúa determinado
por los resultados de la investigación científica si no,
más bien, sobredeterminado por las formas primarias como,
desde la subjetividad, cada quien percibe y se apropia el mundo real.
Es decir, que esas formas primarias de conocimiento, llamadas significaciones
y que se expresan en representaciones e imaginarios, son constructoras
de realidad; determinan actitudes, conductas y opiniones”. (4)
2. Al Uribe Presidente, por cierto que lo crearon los Medios
y las Guerrillas, pero no sólo ellos, también sus
notorias
condiciones personales.
Conjugados muchos esfuerzos, los de la imaginación comunicativa
de unos con los de la torpeza y la debilidad políticas de
otros, los de las condiciones personales con los del oportunismo, el
Uribe Presidente fue una acelerada construcción dialéctica
de los Medios y sus dueños, de la torpeza política
de las guerrillas, de la desazón colectiva, pero también
de notorias y notables condiciones personales del candidato. La acción
conjugada de todas estas fuerzas y factores dio lugar, en el corto plazo,
a un cuadro de comportamiento ideológico-político-electoral
ciudadano que, caldeado alrededor de importantes imaginarios colectivos
contrabelicistas, con habilidad manejados y manipulados por los Medios
de Comunicación, en cortos seis meses alcanzó la más
amplia cobertura social.
En la historia electoral del país quizá nunca un solo
fenómeno, como el del conflicto armado interno ahora, se había
revelado con un peso tan fuerte como para determinar casi unidimensionalmente
el voto efectivo de la ciudadanía.(5) De todas maneras, en la coyuntura
del 2002 los Medios de Comunicación no actuaron “en el vacío”,
con la sola intención de hacer primar sus valores agregados sobre
las realidades efectivas; se movieron sobre la base de una conjunción
inteligente entre especiales y específicas condiciones personales
de Uribe y unos estados dados de ánimo colectivo. Este, caracterizado
como se verá, por la más honda depresión anímica
de la ciudadanía, en su espontaneidad los arrastraba a reclamar
con naturalidad, y casi desespero, el final de esa larga, bárbara,
impactante, y ahora exacerbada, degradada y decadente guerra; a ésta,
así lo sentían los ciudadanos y protociudadanos, los
niños (a) inclúidos (a), era necesario ponerle final lo más
pronto posible y por los medios que fuese. Si no se podía
por una vía negociada, y ojalá con las menores “concesiones”posibles,
que fuese por la vía que fuese, no importaba una más confrontacional,
reguerreada y definitiva. En el sentimiento colectivo más profundo
de los colombianos, la guerra y sus niveles de exacerbación se habían
convertido en el casi único problema público del país.
Fue sobre ese revoltijo emocional colectivo sobre el que se montó
Uribe Vélez hasta llegar, rompiendo esquemas de sucesión
presidencial y con una celeridad desconocida en la historia electoral,
a la Presidencia de Colombia; y lo logró sobre la base de la oferta
de una Propuesta, simple, llana y descomplicada, de manejo unipersonal
de la autoridad del Estado como pilar central para de-construir inseguridades
y, por esa vía, ir creando seguridad ciudadana.
Pero, como escribió Gurcio Malaparte al referirse a las
fuerzas aliadas de la liberación que, al llegar a Nápoles,
encontraron a un vencido pueblo italiano predispuesto a la más
increíble abyección, el mal, es decir, “el morbo estaba en
su propia mano, tendida francamente a un pueblo vencido”.
3. El corazón colectivo también
tiene historia.
Entre los finales del gobierno de Samper, primer semestre de 1998 y
febrero del 2002, cuando Pastrana, al clausurar el Caguán, preadelantó,
como señaló Hernando Llano, el primer acto del gobierno de
Uribe(5), en la evolución de la emocionalidad colectiva de los colombianos
se pueden distinguir cinco momentos centrales.
El primero tiene su inicio durante la transición entre Samper
y Pastrana, con los golpes recibidos por los militares, a manos de las
Farc, en acciones como la del ataque a la Base militar de las Delicias,
propias de un cuasi ejército. Entonces, hubo sorpresa en el interior
de los farianos ( no esperaban tanto), desconcierto en los altos Mandos
militares ( nunca se habían imaginado que las Farc hubiesen alcanzado
tanto poderío militar) y desánimo colectivo en la sociedad
nacional. (6) En esta se profundizó la tradicional desconfianza
en las instituciones políticas y estatales, alimentada ahora por
el imaginario colectivo de casi derrotabilidad de las fuerzas militares
del Estado. En el primer año del nuevo gobierno, en un segundo
momento, circunstancias ligadas al Proyecto de reingenierización
de la institución militar, a la publicitada “química” entre
Pastrana y Marulanda Vélez, a la esperanza puesta en la llegada
de un “Plan Colombia” sobrecargado de dólares y, sobre todo, a la
apertura del gobierno a una posible solución política del
conflicto armado, conmovieron el ánimo colectivo que, tonificado,
le entregó a Pastrana un claro “mandato de negociación”
rubricado por diez millones de pronunciamientos. Fue entonces cuando, como
ave fénix, desde las cenicientas pistas de una sociedad nacional
que, aunque cuasifrustrada unos meses antes, se mostraba ahora ansiosa
y anhelante, tomó vuelo la representación colectiva de negociabilidad
del conflicto. Un tercer momento en la evolución de la emocionalidad
colectiva lo marca el frustrado experimento del Caguán; experiencia
colectiva traumática ésta, pero política y pedagógicamente
reveladora, sus elevados costos políticos han quedado cargados
al enredado gobierno de Pastrana. En este Ensayo, el Caguán interesa
más como rica experiencia colectiva que como frustrada negociación.
La polemizada, y odiada por tantos, zona de distensión le posibilitó
al país tres importantes y reveladores alumbramientos. En primer
lugar, por vez primera los citadinos, ya dominantes en la relación
demográfica ciudad-campo, de un momento otro se dieron cuenta que,
desde hacía cuatro décadas, en su país había
habido una genuina guerra interna; hasta entonces, en sus imaginarios ésta
no había sido si no un lejano enfrentamiento armado entre
militares y un puñado de desvirolados pero idealitas guerrilleros;
en segundo lugar, un buen segmento de la nación, más allá
de los políticos profesionales, los intelectuales y los académicos,
en forma práctica tomó conciencia de la profundidad
y complejidad de la crisis del Estado, del grado de deterioro de su poder
territorial, sobre todo. Hasta entonces, los políticos en general,
se habían limitado a coexistir cuando no a cabalgar sobre esas realidades.
Y en tercer lugar, y este fue el boquete por donde empezó
a desinflarse la reanimacion colectiva propia de la primera fase del proceso
del Caguán, los colombianos en general, sentados ante el televisor
de sus casas, en sofá, silla o banqueta según la clase social,
se dieron cuenta y aprendieron que su Estado no era Estado en muchas partes
donde siempre había proclamado que era Estado. (7) Por desgracia,
en el proceso del Cagúan nunca en forma seria, al contrario de lo
que está haciendo ahora Uribe pero desde lógicas de reguerra,
se asumieron como objeto explícito de negociación las limitaciones
paraestatales al pleno ejercicio de la soberanía interna del Estado.
Pues bien, bajo el impacto negativo de todas estas nuevas circunstancias
y casi inconcientes de que, antes del despeje, las Farc ya había
accedido a la condición de paraestado en la región
de la Caquetania, los colombianos, al ritmo de la intensificación
de la barbarie y de la pérdida de la iniciativa gubernamental en
el proceso del Caguán, tornaron a la desazón, pero profundizada
ahora al contar con mejores elementos para una más adecuada
comprensión, entre sujetiva y objetiva, del problema. Hubo un momento
en el que la representación colectiva que se impuso
fue la del co-gobierno Pastrana-Marulanda Vélez; de continuar hacia
ese abismo, se imaginaron, sintieron y expresaron entonces muchos
colombianos o el Caguán se transformaría en un nuevo Estado
o las Farc se apropiarían del Estado “de todos”.
Fue en un contexto así en el que emergió, como lucecita
en el trasfondo del túnel, la figura de Alvaro Uribe Vélez;
persistente, tenaz y coherente en el manejo de las lógicas
desde las que cuestionaba el proceso del Caguán. Fue ése
el inicio de un cuarto momento en la evolución de los imaginarios
colectivos bélicos. El hombre no era un desconocido; había
sido la mayor fuerza individual de la ley 100 (8) y como gobernador de
Antioquia había hecho un manejo coherente, pero muy polemizado,
del orden público, por el proyecto de las CONVIVIR, sobretodo. Por
otra parte, era un político imaginativo, dotado de ideas,
convicciones y estrategias propias. Su programa, en lo básico, por
distintas vías concurrentes, se condensaba en una Propuesta
de manejo unipersonal de la autoridad del Estado como pilar para construirle
seguridad a la ciudadanía. Fue así como Uribe Vélez
se sintonizó con la situación de ánimo colectivo reinante
en el país. No fue entonces él un simple valor agregado creado
por los Medios de Comunicación, pues en el diseño de esa
propuesta, como ninguna metida en el tambaleante ánimo colectivo
del país, sus antecedentes, ideas y condiciones personales jugaron
un papel central.
Hasta antes de iniciarse este cuarto momento los Medios de Comunicación,
en alta proporción, habían venido actuando con espontaneidad,
muy “a la colombiana”. Informando sobre la guerra más como espectáculo
que como el más serio, grave y complejo problema público
del país.(9) Esto no obstante, antes de que con nitidez se evidenciara
que el quid del conflicto armado no era tanto el de negociación
o reguerra, si no, más bien, el de redistribuir o no redistribuir
democráticamente el poder institucional, así como el de realizar
o no realizar las reformas estructurales que el país requería,
los Medios, en forma progresiva, se fueron acoplando en la tarea de desarrollar,
con sistematicidad, una guerra simbólica que, entre otros, perseguía
dos objetivos centrales. En primer lugar, la satanización no de
la insurgencia en general si no de la guerrilla en particular; en un país
donde todos los actores directos del conflicto armado habían tenido
una relación, por lo menos, problemática con el DIH, se buscó
desnudar a los guerrilleros como los únicos “bárbaros” del
paseo. Por otra parte, de cara a una situación en la que, como la
del Caguán, ni siquiera había habido una prenegociación
(allí ni siquiera se pactaron los términos o bases
concretas y explícitas de una negociación), se buscó
presentar el frustrado esquema del Caguán, como la clausura definitiva
de toda alternativa de negociación. Al final éste el imaginario
colectivo que se impuso (el del fracaso o clausura definitiva de toda salida
negociada) acompañado del de las guerrillas como los
únicos bárbaros del conflicto armado.
Fue sobre la base de los resultados de esta guerra simbólica
sobre los que se montó y fructificó, en unos rapidísimos
seis meses en los que Uribe subió de veinte a sesenta puntos en
las preferencias electorales, la Estrategia de construcción del
antioqueño como Presidente de Colombia.
De todas maneras, conviene ahora precisar el carácter de la
relación de Uribe con los Medios de Comunicación; la hipótesis
que, al respecto, se sostiene en este Ensayo es la de que aquel no fue
ni continúa siendo un simple valor agregado de los Mass media. Con
su característica y tradicional lucidez y oportunidad para
capturar la esencia de las coyunturas, ha dicho al respecto el expresidente
López Michelsen:” Parece que hubiera aprendido cómo
es el tratamiento de imagen porque no deja pasar un día sin que
el tema no sea él…; no le impresiona la opinión, ni las encuestas,
ni los editoriales, cosa que es nueva en Colombia;…su característica
es una capacidad de liderazgo poco común y además una memoria
de computadora”. (10) Sin contar con sus condiciones personales, por cierto,
que los Medios no habrían podido construir e imponer
un candidato más preciso para la coyuntura que el exgobernador de
Antioquia; en este momento, en el corazón de la mayor parte
de la ciudadanía, aún de un segmento grande que no
votó por él, “El Estado es Uribe Vélez” y por eso
éste, con su carita de niño bueno y aplicado, sabe meterse
en el núcleo central de todo problema central; central, por lo menos,
para el expectante y anhelante país. Aunque in pectore él
sabe que necesita los Medios, proyecta la imagen de no preocuparse
por ellos, ni para bien ni para mal, ni para alabarlos ni para
cuestionarlos, operación con la que sale magníficamente bien
librado: frente a la opinión pública fortalece su imagen
de independiente.. Esto no obstante, en lo objetivo, en el año del
referéndum y de los esperados resultados en materia de manejo del
orden público y de la economía, como nunca el gobierno requiere
de los Medios de Comunicación.
Al iniciarse, pues, la segunda semana de mayo del 2002, la tarea de
la desatada guerra simbólica estaba cumplida: Uribe Velez encarnaba
el imaginario colectivo de salvación y de salvabilidad nacionales;
el 26 de mayo las urnas se limitaron a recolectar la inmadura pero
muy eficaz cosecha: el rotundo “mandato de reguerra” dado a Uribe
en una desconocida primera vuelta de elección presidencial, contrastante
con el también rotundo “mandato de paz” recibido por Pastrana cuatro
años atrás. En unos pocos años los contenidos de la
emocionalidad colectiva, así como los de los imaginarios a ella
ligados, cualitativamente se habían transformado; eran las dinámicas
propias de una sociedad nacional todavía inmadura y
que apenas se estaba preanunciando como sociedad civil.
El 7 de agosto del 2002, con la posesión de Uribe, se entró
en un quinto momento en la evolución de la emocionalidad colectiva
de la ciudadanía; a partir de ese momento los colombianos, quizás
muchos más de los que lo eligieron, han percibido y sentido
en su estilo y comportamiento a un genuino conductor estatal, así
como a un efectivo director de las Fuerzas Armadas. Esto no
obstante, sólo en un solo asunto, por cierto el central, Uribe ha
sido tenaz y elevadamente coherente con su propuesta electoral: en sus
esfuerzos tenaces y persistentes por manejar unipersonalmente la
autoridad del Estado en función de desmontar inseguridades individuales
e ir creando, simultáneamente, seguridad ciudadana. Ha sido así
como ha venido tomando forma una nueva formación simbólica
colectiva estrechamente asociada a las ideas de que ya se pasó el
momento más difícil, de que ya se pasó el Rubicón,
como señaló “Semana”(11), de que el país saldrá
adelante, así como a la de la derrotabilidad contundente de las
guerrillas. Esto no obstante, transcurridos los cuatro primeros meses
de gobierno uribista, el nuevo imaginario colectivo se ha impregnado de
un sabor entre lo dulce y lo agrio, pues el común de la gente esperaba
de él resultados militares más rápidos y contundentes,
o, por lo menos, se imaginaba que era más fácil derrotar
a las guerrillas. Ahora, algunos sectores y personas de la propia base
social de la Estrategia de seguridad democrática han empezado a
preguntarse: ¿será capaz? ¿será capaz de derrotar
a las guerrillas?
4. A la Estrategia de Seguridad democrática la acechan enormes
peligros y, sobre todo, la limitan importantes escollos simbólicos
y estructurales.
Las más importantes limitaciones a la aplicación de la Estrategia de Seguridad democrática se ubican en las fronteras entre el corazón de la ciudadanía y las tozudas realidades efectivas del país ligadas a la aguda crisis de la economía, a la ya casi ingobernable deuda externa, así como a las deprimidas condiciones de existencia social de la mayoría de los colombianos, las clase medias, las mas alienadas al proyecto de Uribe, incluidas; es decir, esas limitaciones se inician con las situaciones simbólico virtuales ya esbozadas, continúan con la evolución de las relaciones de fuerza en el interior del gobierno y terminan con los problemas actuales de la economía y de la organización social del país.
4.1. La actual base sicosocial del gobierno es amplia pero frágil y desleznable.
Luis Garzón, un antiuribista tan decidido antibelicista como pronegociador, al apelar a la metáfora lo ha caracterizado así:” Uribe expresa una lógica’alka seltzer’: mucha efervescencia y poca consistencia. No se han visto los resultados. Uribe va muy bien, pero el país va muy mal y Uribe mucho mejor que el gobierno”(12); en los días navideños, reunido con una “parte” de mi círculo familiar con la cual, sin herir susceptibilidades, se podía hablar de la guerra, alguien me preguntó: “ Si ud. fuera Uribe, en este momento qué haría? Sin dudarlo dos veces contesté, más o menos, lo siguiente :” utilizaría esa inmensa base sicosocial que tiene, así como su indudable capacidad de liderazgo no para ahondar una costosa e impredecible, en sus resultados, reguerra, si no, más bien, para relevantar una negociación presidida por un modelo distinto del del Cagúan, vale decir, por un modelo en el que el Estado, por muy profunda que sea su crisis estructural, evidencie estatuto de realidad y de efectividad; del Caguán recogería la necesidad y la urgencia de hacer, con guerrillas o sin guerrillas, las profundas reformas estructurales que el país requiere, presididas por un modelo de inclusión social en el que también se revele como un asunto crucial el de la efectividad de las instituciones”. Pasadas las fiestas de año nuevo, leería a Juan Manuel López Caballero afirmando :” Tenemos un presidente con liderazgo…es de esperar que en caso de que los hechos confirmen este temor, sería él mismo la persona para iniciar el camino de la rectificación…Desearía que la Seguridad democrática se tornara en realidad, que una derrota militar forzara a los levantados en armas a integrarse (quien sabe cómo) a la sociedad…pero una vez más mi escepticismo prevalece y no creo que sea posible una victoria militar, ni creo que, si ella se diera, sería solución a nuestros problemas. Por eso espero que dejemos de hablar de guerra y aceptemos que lo que tenemos se origina en conflictos sociales nacidos de una sociedad mal organizada”.(13)
Retomando, a contrapelo de los sueños, la línea del análisis, importa destacar ahora que en el gobierno de Uribe sus hombres claves ( presidente solo hay “uno”; ministros políticos, explícitamente pensantes, sólo hay “otro”; silenciosos Ministros técnicos, “muchos”; y asesores extraoficiales, unos “cuantos”) son personajes entre virtuales, no por ello menos eficaces, y reales, lo que no hace más que reforzar la formación imaginaria simbólica sobre la que descansa, en lo fundamental, el proyecto “Primero Uribe”. El discurso de dirección que, sin duda alguna, lo coloca el presidente; es condensado y telegráfico, quizás síntesis de muchos documentos, y preciso. El tono polémico casi siempre lo pone un pensador ultraconservador, talentoso, inteligente y lúcido como lo es Fernando Londoño Hoyos. D e éste ha dicho Hernando Salazar Patiño, otro muy inteligente miembro de su grupo generacional manizalita : “ Pocas personas, entre las que uno haya podido conocer, dan una tan inmediata, tan propia, tan real, y tan deslumbradora sensación de talento, como Fernando Londoño Hoyos. Y si a eso se le agrega, carácter e independencia, notables e indiscutibles, se explica entonces ‘la conjura de los necios’ que señalara Swift, quien nos enseñó como nadie, sobre Gulliveres y hurgos, y más todavía, sobre gigantes y liliputienses… Si bien el presidente electo propuso como programa de gobierno, luchar y garantizar la seguridad y destruir la politiquería- y poquísimos los tan indicados para acompañarlo en ello como Londoño- importante es que la suya fuera también una apuesta por la inteligencia”.(14) En mi concepto, Fernando Londoño es uno de esos personajes lúcidos y lucidos, que, entre sus más notables defectos, tiene el de todos los inteligentes, el de acabar creyendo que todos los demás son brutos; es, además, en el mejor sentido de la palabra, un subversivo de derecha como lo acaba de corroborar con sus posiciones sobre la Constitución de 1991. Procede de la mejor extirpe de la derechista inteligencia “leoparda” de la década del veinte del siglo XX. Finalmente, es un polemista que, por su estilo y retórica, busca inhibir el pensamiento de las inteligencias normales, que, ofuscadas, no saben si admirarlo o a denostarlo. Sólo personas de su condición intelectual, le pueden responder en su propio y elevado nivel de racionalidad y de erudición. Finalmente, del equipo de gobierno también hace parte el eficaz silencio de los técnicos, quienes más actuantes que discursivos, refuerzan la imagen de unidireccionalidad asociada al presidente.
Posesionado Uribe, los Medios, que tan explícito y conciente rol habían cumplido en los orígenes y materialización de la ya destacada guerra simbólica en cuyo marco se produjo su elección como presidente, tranquilamente se dedicaron a alimentar las nuevas representaciones colectivas ligadas al efectivo tránsito del Rubicón, a la segura salvabilidad del país por parte de Uribe, así como a la casi cierta y contundente derrotabilidad de las guerrillas. Respecto a esta guerra simbólica, habría que afirmar ahora que si las dinámicas de la guerra militar material no han logrado polarizar a los colombianos en la línea de una guerra civil, ésta sí está haciendo estragos en el corazón de muchos colombianos, sus niños y niñas incluidas; a punta de redes de informantes, de soldados campesinos y voluntarios, de redes de vigilantes privados, de inteligencia civil, la ampliación de la relación amigos-enemigos, que no se había dado en el plano militar, se está abriendo paso en el corazón de la ciudadanía. Se está presentando el caso de muchas familias y de tradicionales grupos de conversadores parroquianos “pluralistas” que han decidido eliminar el problema de la guerra de las charlas de sobremesa, así como de sus conversatorios cotidianos. Desde el corazón y los deseos de muchos colombianos no sólo las guerrillas ya han sido derrotadas si no, también, sus reales o presumibles amigos, condición en la que se está englobando a todo el que tienda a salirse del unanimismo imperante en torno a Uribe. En general podría decirse que aunque la guerra simbólica se ha teñido de los colores y particularidades de las culturas regionales o de las propias de cada etnia, clase social, género o grupo politico, sin embargo, en lo básico, ha estado orientada a darle cohesión a la Estrategia de Seguridad democrática metiendo a Uribe en el corazón, así como en la carterita de cada colombiano. No resulta, por lo tanto, difícil encontrar las razones de la enorme predisposición, casi natural y espontánea, de la ciudadanía a brindarle al gobierno, sin mayores contraprestaciones, los recursos financieros y sicosociales necesarios para el cumplimiento de sus metas estratégicas en materia del final de la guerra.
No obstante todo esto, la ampliación de esa base social virtual
hasta llegar al millón de personas en alguna forma organizadas en
función de la reguerra, presenta, en dos direcciones, límites
objetivos: por una parte, si, por lo menos, el comienzo de un final de
la guerra no se ve, en el corto plazo, alimentado, por resultados más
contundentes en el manejo del orden público; en segundo lugar, por
las dificultades del gobierno para darle una base autosostenida a la Estrategia
de seguridad democrática vía la provisión de
recursos frescos para financiar su componente propiamente militar,
ligado a la Política contrainsurgente de Zonas de Rehabilitación
y de Consolidación, así como a las medidas sólidas
de protección de la infraestructura vial, hidroeléctrica
y petrolera del país. Pero, aún hay más: la actual
base sicosocial de apoyo al gobierno puede empezar a desmoronarse si a
éste le fallan, por una parte, las estrategias para reactivar la
economía a partir de la generación masiva de empleo y para
atender con oportunidad los servicios de una deuda externa ya casi ingobernable
y si, por la otra, su programa carece del mìnimo social necesario
para atender las cada días más deprimidas condiciones sociales
de vida de los colombianos.
Aunque en el mediano plazo el gobierno no lograse reactivar la economía
ni trasladar a la vida social algunos resultados de esa reactivación,
la gente del común, la que constituye el eje sicosocial de su gobierno,
podría mantenerse casi inalterable en esos apoyos colectivos, si
éste, en el corto plazo, alcanzase resultados contundentes en el
manejo del orden público, tales como importantes victorias militares
o la captura de alguno de los altos Mandos de las guerrillas o, por
lo menos, medios como la captura de Karina en Caldas
o de Martin Caballero en la Costa. Ha sido este una hipótesis reiterada
por algunos Medios durante estos días:” El país aguanta drásticas
reformas, se escribió en El Tiempo, mientras el presidente
mantenga viva la ilusión de que el panorama, en lo que a la guerra
se refiere, va a cambiar”. (15) Pero, en un marco viudo de esos resultados,
Uribe ha empezado a jugar contra el tiempo rodeado, por otras parte, de
grandes peligros y de enormes tentaciones siendo la de la precipitud (
actuar un poco a la loca para alcanzarlos) la más acuciante. Hasta
ahora Uribe ha dado muestras de que en casi nada, excepción hecha
de la peligrosa obsesión por generar sentimiento o realidad de seguridad
sicosocial colectiva, es cortoplacista como si lo son algunos de sus acompañantes,
incluido un sector importante de militares, que quisieran ver ya tan aplastadas
las guerrillas como las tienen en sus corazones. Esto no obstante, el logro
de resultados militares significativos, que no es lo mismo que la derrota
militar de las guerrillas, presenta dos importantes limitaciones. De un
lado, la real capacidad de éstas para resistir, sortear y neutralizar
la ofensiva militar estratégica del Estado; a este respecto, habría
que destacar que las Farc, sobre todo, hasta este momento en lo militar
no han sido tocadas y que han decidido una línea de defensiva
estratégica en la que combinan acción guerrillera clásica
con operaciones selectivas de sabotaje, para ellas poco costosas
y con mucho efecto sicológico terrorista, jugándole, en general,
al desgaste financiero del Estado mientras ellas racionalizan el uso de
sus reservas militares y financieras. Esperan que, en el mediano plazo,
el gobierno empiece a debilitarse; mientras tanto, como lo ha analizado
Alfredo Rancel, observan de qué manera el gobierno diseña
y pone en ejecución su propia estrategia “ para identificar cuáles
son sus puntos débiles y atacarlos después de manera
preferencial”.(16) .En esa forma, están jugando con el tiempo con
la esperanza de darle de comer al gobierno de su propio cocido: de que,
al resultar infructuosos los esfuerzos de éste por derrotarlas o,
por lo menos, por disuadirlas, se produzca una mutación cualitativa
en el estado anímico nacional, que obligue a Uribe a deponer su
voluntad de ir hasta el final.
La otra limitación importante al logro de resultados
militares contundentes se encuentra ligada a las dificultades del gobierno
para financiar, en forma autosostenida, la más importante
pero costosa Estrategia de orden público que ha habido en la historia
contemporánea de Colombia. No se podrá olvidar que el componente
militar de la Estrategia de Seguridad militar apenas se encuentra en la
primera fase de aplicación; por ejemplo, la regionalización
de la reguerra orientada a golpear las realidades para-estatales, sólo
ha llegado a dos de las ocho Zonas previstas de Rehabilitación y
Consolidación. De dónde van a salir los más
de quince billones de pesos requeridos para ampliar, por ejemplo,
la Estrategia a las zonas geopolíticamente más críticas
de la guerra? Al sur occidente de Colombia, por ejemplo? En el 2003 la
reingeniería de la institución militar dará un salto
casi cualitativo con financiamiento asegurado de 51.400 nuevos militares
y semimilitares, dotados de tecnología militar de punta; pero, en
los años subsiguientes, de donde saldrá el dinero para
garantizar la reproducción funcional de cuatro nuevas Brigadas Móviles,
de dos Batallones de alta montaña, de siete nuevos Batallones fijos
en zonas especiales, así como de doce Grupos antiterrorismo urbano
y de doce de apoyo al GAULA? Continuar pensando “en los históricos
apoyos ciudadanos” logrados por Uribe como fuente de nuevos recursos frescos
para garantizar el financiamiento, de mediano plazo, de la reguerra, sería
una conducta, además de torpe, políticamente inviable y éticamente
grave.
Una obsesión “subordinada” de este gobierno, vinculada
a la de generar seguridad sicosocial colectiva, es la de arañar
recursos de donde sea. Precisamente, la universalización del IVA,
a partir del primero de enero del 2005, hasta gravar las más insignificantes
transacciones mercantiles, se inscribe en esa línea de arañar
recursos de donde sea. De todas maneras, la apremiante urgencia de volcar
y canalizar recursos hacia la reguerra encuentra su limitación central
en la pragmática tradición de atender oportunamente,
aún sacrificando muchas necesidades internas, los servicios de la
deuda externa la que, según los entendidos, está bordeando
las fronteras de una moratoria.
Como se podrá observar, entonces, en materia de financiamiento
futuro de la guerra, lo que, en alguna forma es, en materia de aplicación
de su Estrategia de Seguridad democrática, el Gobierno de Uribe
ha comenzado a jugar contra el tiempo, contra el “sin” bolsillo de
la ciudadanía, así como contra las exigencias y premuras
en el manejo de la deuda externa.
4.2. En el mediano plazo, ningún gobierno logra subsistir sobre
la
simple base de relaciones sicosociales de poder favorables.
Al confrontar en la coyuntura los imaginarios colectivos político-bélicos
dominantes con las tozudas realidades económico sociales,
habría que decir que ni el país ha pasado el Rubicón
ni el presidente antioqueño, por muy sólido que sea su liderazgo
y muy elevada la base sicosocial de su gobierno, es garantía cierta
y segura de salvación nacional. Ojalá así fuese, pero
no se puede pensar con los deseos.
Vayamos despacio.
Habrá que destacar, en primer lugar, la estrechez y unidimensionalidad
de la base doctrinaria de la Estrategia de Seguridad democrática;
por cierto que ésta con claridad estaría siendo muy
eficaz si por autoridad estatal se pudiese entender o la simple aplicación
de la ley o las decisiones tomadas por los que, en una democracia
electoral han accedido al gobierno. Pero, ni una concepción integral
de autoridad de Estado se agota en esos tópicos ni el nuevo gobierno
ha sido un ejemplo en la aplicación de la normatividad institucional.
Lo ha afirmado un destacado personaje del establecimiento: “Sí,
me parece que desde el punto de vista jurídico, declaró López
Michelsen, el gobierno es muy manguiancho. Por eso la Corte le tumba parte
de sus decretos” (13) y lo ha ratificado un hijo del todavía analíticamente
lúcido expresidente: “ El escenario deseable pasaría, anotó
Juan Manuel López, por un pronunciamiento de la Corte Constitucional
en el que ..se reivindicara el respeto por la normatividad vigente, la
división de poderes y el conjunto de principios que constituyen
la esencia de la democracia”.(14) Hasta ahora ha sido notorio que el conjunto
del equipo de gobierno siente la Constitución del 91 como una camisa
de fuerza, antifuncional a la hora de brindarle bases jurídicas
adecuadas a la Estrategia de Seguridad democrática; sortearla
por alguna vía, la de la contrarreforma constitucional o la
de la oficialización, con carácter permanente, de la legislación
excepcional de orden público dictada en los últimos meses,
se ha convertido, por lo tanto, para todos ellos, en una apremiante necesidad.
No se hace difícil, así, adivinar el carácter autoritario
y tendencialmente represivo del actual gobierno. Por otra parte, la Estrategia
de Seguridad democrática sería el mejor camino para construir
arcadias, si la seguridad democrática se agotase en
garantizarle a la ciudadanía un estado animo colectivo sin mayores
zozobras personales y familiares; pero, en el corto y mediano plazo, sobre
todo, la seguridad ciudadana sólo puede brindarle autosostenibilidad
a la “ más íntima tranquilidad personal y familiar”
si se vive en una economía que, al generar en forma masiva
empleos dignos, engendra posibilidades de progresivo pero efectivo acceso
al ejercicio de los derechos sociales fundamentales de la ciudadanía.
Es cierto que la seguridad ciudadana como la ha concebido y la está
practicando el actual gobierno es requisito, no el único por cierto,
para cosechar inversión productiva; sin embargo, sola, esa condición
no sólo no es suficiente si no que, además, con facilidad,
más temprano que tarde, puede empezar a erosionarse con celeridad..
.Hasta ahora todo parece indicar que, excepción hecha de la Estrategia
de Seguridad democrática y de una, todavía no muy explícita,
Estrategia de manejo de la deuda externa, el gobierno de Uribe carece de
una Estrategia macro de reactivación de la economía y, con,
mayor razón, de inversión social. La base empírica
más robusta de esta hipótesis está fundada en
el carácter claramente recesivo, inhibidor del dinamismo de la demanda
agregada, que presenta el paquete de reformas con celeridad aprobadas,
a cambio de la renuncia gubernamental a su revocatoria, por el Congreso
nacional.
En el corto plazo, bondadosos efectos boomerang producidos por un cambio
cualitativo en el estado anímico del país, por ejemplo, la
reactivación del mercado accionario o de algunas dimensiones de
la industria de la construcción o del turismo militarizado o la
caída en el indicador de riesgo país, con ligereza no
debería interpretarse como indicador de una definitiva recuperación
del aparato productivo; bajo condiciones importantes más consistentes
en los corazones que en las realidades, circunstancialmente puede producirse
algún incremento de la inversión o cierto dinamismo en algunos
mercados. Esto no obstante, no será a partir de la Estrategia de
Seguridad democrática de donde emergerán los dinamismos
necesarios para una efectiva reactivación de la economía.
Es cierto que ésta presenta un importante componente de Política
macroeconómica, pero, en lo básico, aquel se encuentra orientado
a generar y canalizar recursos hacia la reguerra; también es cierto
que aquella conlleva cierto componente, más disminuido, de
Política social; pero, en lo fundamental, está orientado
a financiar la participación proactiva de la sociedad como actor
directo del conflicto armado. En resumen, el actual gobierno carece de
una Política macroeconómica y macro social, relativamente
autónoma de su Estrategia de Seguridad democrática.
Quizás, sin guerra interna y sin la obsesión de terminarla
por una vía reguerreada, en teoría Uribe Vélez podría
ser un magnífico conductor de una Estrategia macrooeconómica,
de inspiración neoinstitucional.liberal, orientada a reanimar
el aparato productivo sustrayendo recursos de la corrupción
y la politiquería, pero, obsesionado como se encuentra por imprimirle
una salida militar, objetivamente se verá obligado a canalizar recursos
hacia el logro de ese objetivo con el único limitante importante
del manejo oportuno de una deuda externa ya casi ingobernable. Entonces,
en la práctica, su escala de prioridades no podría otra que
ésta: 1.el pago oportuno de la deuda externa; 2. el financiamiento
de la Estrategia de Seguridad democrática; 3.la reactivación
de la economía; y 4. la inversión social.
Para Hernando Salazar Palacio, editor político de El Tiempo,
en el 2003, la economía y el conflicto armado serían dos
de los cuatro frentes que le quitarían el sueño a Uribe;
para Luis Garzón, por su parte, en el corto plazo Uribe tendría
todas las condiciones para que le funcionen las cosas bien, pero la recesión
económica continuaría reforzando la confrontación
armada. Para el editorialista de El Tiempo, a su turno, “el intocable carisma
de Uribe ha desplazado las preocupaciones que suscita la escalada de impuestos
en una economía estancada; o las tendencias radicales, y hasta autoritarias
de algunos miembros del gobierno y hasta de consejeros cercanos” (17)
A Uribe, en síntesis, en el 2003 la guerra en sí,
quizás no le quitará el sueño, pero sí la necesidad
de lograr, sin incurrir en imprudencias y precipitudes, resultados más
contundentes en el manejo del orden público; pero, más
se lo quitará el apremio por levantar una Estrategia de reactivación
de la economía compatible con su Estrategia de Seguridad democrática
y de gobernabilidad de la ya casi indomable deuda externa.
En ese marco, al margen de los discursos sobre los pobres y desempleados
como sector social más vulnerable y, por lo tanto, estratégico,
los amagos de acciones en el campo social pasarán inanes e inocentes
, como por un cristal sin romperlo ni mancharlo, por la masa de los
veintisiete millones de pobres y miserables del país.
Entonces, en el mediano plazo, en un país así medio esbozado,
¿se logrará gobernabilidad sobre la simple base de mucho
liderazgo, así como de una enorme base sicosocial de apoyo?
5. Con los contenidos del referéndum, a Uribe ya le derrotaron
la Política
antipolitiquera, pero aquel no será lo central.
Puesto in vitro doctrinario, dentro del sistema Uribe encarnaba
una propuesta de nueva institucionalidad alternativa a la institucionalidad
gestada por el Frente Nacional. Era ésta una institucionalidad
costosa, pues sólo se hacía eficaz en la vida social
a partir de la politiquería y la corrupción; elevados eran
entonces sus costos de transacción afectándose, por esa vía,
los niveles de ganancias y, por los tanto, los de inversión. La
lucha contra la politiquería y la corrupción, al lado de
la lucha contra los violentos hicieron, desde un principio, parte de la
esencia de la propuesta de Uribe.
A la luz de un enfoque doctrinario así, la propuesta de referéndum
fue presentada durante la campaña a la presidencia como la herramienta
privilegiada para combatir la politiquería e iniciar un proceso
de efectiva purificación de las costumbres políticas. Para
sacar adelante el conjunto de su propuesta básica ( seguridad ciudadana,
reguerra , lucha contra la politiquería y la corrupción,
radical ajuste fiscal) el nuevo gobierno contó, desde un principio,
con los más robustos apoyos, más voluminosos en el
espacio de lo virtual que en el de la política. En este último
terreno, por otra parte, en el Grupo “Primero Colombia”, muy en coherencia
con el nuevo régimen político que se ha venido configurando
en el país, había más movimiento político desinstitucionalizado
que fuerza partidista institucional.
En la actualidad el gobierno ha fortalecido su base social simbólica
y, en alguna, forma también, sus apoyos políticos partidistas;
el partido, liberal oficial, por ejemplo, en enero del 2003 se encuentra
más cercano a Uribe que en mayo del 2002.
Es interesante observar cómo el proceso de discusión
de los contenidos del referendum ha sido, al mismo tiempo, el proceso de
desvirtuamiento de su carácter político antipolitiquería,
asi como el del fortalecimiento de la base político partidista
de aproximación al gobierno o si no que lo diga el partido liberal.
En ese proceso, en primer lugar, el referendum perdió
su unidad de materia; dejó de ser una herramienta de lucha contra
la politiquería y de inicio del proceso de purificación
de las costumbres políticas para transformase en un híbrido
polivalente, casi un tipo “ideal” de las prácticas asociadas a la
más rancia politiquería. Con él, el gobierno arañará
más recursos para lo que sea, ya sea para financiar la guerra, subsidiar
los servicios de la deuda externa o hacer alguna inversión
social; el Congreso “admirable”, como lo calificó Londoño
Hoyos, respirará satisfecho, pues ha obligado al gobierno a deponer
la espada de Damocles de la revocatoria; y la burocracia estatal
de elección popular le hará fuerza electoral para pagarle
al gobierno su reproducción funcional por un año más.
En buena medida, errados se encuentran quienes quieren manejar la aprobación
del referéndum como un acto de reapoyo colectivo al Presidente Uribe;
en las actuales condiciones de ingobernabilidad del país en su conjunto,
es difícil que el Presidente pueda incrementar su base sicosocial
simbólica más allá de los actuales 75 puntos; más
allá de ese límite, el gobierno podría empezar a
atosigarse y emborracharse. Algunos sectores del gobierno aspiran a endosarle
al referendum entre ocho y diez millones de votos; quizás
podrían acercarse a ese volumen de votación si en estos seis
meses Uribe logra resultados contundentes en materia de manejo del orden
público. Si no los alcanza, titánico le va a resultar
obtener una votación voluminosa, pues, de un lado, se le va
dificultar retener a un sector de amigos descontentos con la negociación
que se ha hecho con la politiquería y, del otro, es muy difícil
que el componente de pobres y pensionados que lo han apoyado se haga
el harakiri al autocongelar sus míseros sueldos y enflaquecidas
pensiones. En definitiva, entonces, en 1993 no va ser ese desvirtuado
y desmuelado referéndum el que va a resultar crucial para el futuro
de Uribe si no, más bien, su capacidad para consolidar la ilusión,
y, sobre todo, la realidad, de que, en materia de ganar la guerra,
el panorama está mejorando en forma cualitativa. Al obtener resultados
importantes en el frente de guerra, el gobierno, sin necesidad de mucho
más, podría legitimar electoralmente el referendum. El no
obtenerlos y el no alcanzar los seis millones de votos sí sería
una gran derrota política para Uribe. Es previsible, así,
que un mayor arreciar de los fusiles estatales, será la mejor
publicidad política para sacar avante el referéndum.
CONCLUSION : En este enero del 2003 el gobierno todavía
no ha podido encontrar la forma política más funcional
a su Estrategia de Seguridad democrática.
De cara a un gobierno pletórico de contradicciones, amenazas,
acechanzas y peligros, pero también de posibilidades alternativas,
riesgoso sería avanzar alguna conclusión más o menos
definitiva; buscando contribuir a la reflexión y el debate sobre
los problemas de la Paz y la Guerra en Colombia, Ecopais ha decidido
reactivar su “Laboratorio Analítico” haciéndoles un
seguimiento trimestral. De todas maneras, una conclusión central
sí se impone: hasta ahora el gobierno de Uribe no ha logrado
construirle la forma político jurídica más adecuada
a su Estrategia de Seguridad democrática; el arquitecto encargado
de esa construcción político normativa ha sido Fernando Londoño.
Al apelar al análisis comparativo posibilitado por la metodología
de posibles escenarios, podría decirse que a Uribe le caben dos
opciones: o consolidar la reguerra o, en un momento dado, reversar
hacia alguna forma de negociación; sobreimpuesta y dominante la
primera en las relaciones de poder intraestatales, la segunda ha quedado
prevista como posibilidad “por si en una coyuntura dada falla la
primera”, como me lo ha dicho una persona cercana al gobierno. Se trata
de una posibilidad todavía trunca, pues el propio gobierno con certeza
sabe que la ONU sólo prestaría sus buenos oficios si su participación,
cualquiera que sea su carácter y alcances, ha sido solicitada
a partir de un acuerdo entre gobierno y guerrilla. Pero, ¿hasta
dónde se irá en materia de reguerra? El hasta dónde
se iría, no sólo dependerá del gobierno, si no, sobre
todo, del alcance de las respuestas ora militares ora políticas
de las guerrillas. En el interior del gobierno las posiciones están
trifurcadas entre los que postulan que, antes de retomar algún
modelo de negociación distinto del del Caguán, se debe producir
cierto debilitamiento militar de las guerillas, un segundo
grupo que presiona por acciones bélicas más drásticas
que, por sus efectos, objetivamente impongan la disuasión y los
que, finalmente, exigen avanzar hasta casi derrotarlas, es decir, hasta
imponerles una capitulación.
En definitiva, entonces, la forma político jurídica de
la Estrategia de Seguridad democrática dependerá de
los niveles que se busquen alcanzar en materia de reguerra. Hasta ahora
es claro que la Constitución del 91, Carta Magna de claro sabor
democrático radical, es incompatible con los objetivos buscados
por la Estrategia de Seguridad democrática. En el equipo clave del
gobierno se ha impuesto una idea práctica justificatoria: en la
coyuntura, mientras se derrota a los violentos, si se quiere salvar
la democracia futura, se torna imprescindible excepcionar la democracia
presente. En el marco de la situación dominante de miedo colectivo
frente al futuro, la ciudadanía, entre complaciente e ignorante,
ha aceptado esta necesidad “coyuntural” de autoritarismo tendencialmente
represivo. Frente a la Constitución del 91, por otra parte, mientras
un sector desearía su contra-reforma, escenario para cuyo desarrollo
no habría por ahora muchas condiciones políticas, otro
se está esforzando por darle institucionalización definitiva
a la legislación de excepcionalidad dictada durante la actual
vigencia del estado de excepción; por esta vía, y en la medida
en que Uribe se fortalezca en lo político con un resultado favorable
en el referéndum, se le podría brindar una forma politico
jurídica funcional a la opción de una reguerra orientada
a disuadir a las guerrillas. Esto no obstante, para el caso de una opción
de re-guerra orientada a colocar a la insurgencia en condiciones de capitulación,
el gobierno tendría que ajustarse a formas políticas más
radicales. De no encontrar entonces los apoyos necesarios en el Congreso,
se abriría un panorama, incierto y complejo, cercano a salidas
extraconstitucionales inspiradas en algún esquema de fujimorazo.
1.Malaparte, Curzio. “La Piel”, Biblioteca de Novela histórica, Barcelona, Ediciones Orbis. S.A. 1963, pgs.34 y 151.
2.Zuleta, Estanislao. “Sobre la Idealización de la vida personal y colectiva y otros Ensayos”, Bogotá, Procultura, 1985.
.3.Castoriadis, Cornelius. “L’Institution Imaginaire de la Societé”, Paris, Edit.de Seuil, 1975; Morin, Edgar.”Sociología”, Madrid, Tecnos,1995.
4.“Atisbos Analíticos”,No 20, Santa Fe de Bogotá, mayo de 2002.
5.Llano, Hernando. “Uribe monta el brioso potro de la ingobernabilidad”, en, Oscar Delgado, “Observatorio Político”, 16 de diciembre de 2002.
6.Sobre los determinantes del Cagúan como Zona de distensión, ver, García Mauricio,
.7. “Atisbos Analíticos “ No22, Cali, julio de 2002
8. Vélez, Humberto. “Economía neoinstitucional, construcción-deconstrucción
de Instituciones y Ley 100”, Bogotá, enero de 2003, Cid- Universidad
Nacional.
9. idem, “Carta Abierta sobre la Guerra en Colombia”, Cali, ECOPAZ,
2001.
10. “López: Uribe…muy bien…con fallas”, Entrevista de Margarita Vidal a Alfonso Lòpez Michelsen, en, ID, Lecturas Dominicales, EL tiempo, domingo 15 de diciembre de 2002.
11. Semana.com , dic. de 2002
12. “Soy como Uribe hace cuatro años”, Entrevista a Luis Garzón, en, El Espectador, 5 de enero de 2003, 2A Y 3ª.
13. López, Juan Manuel. “Mi visión optimista”, El Heraldo, Barranquilla, 3 de enero de 2003.
14.Salazar Patiño, Hernando. “ El sentido de un nombramiento La Apuesta por la Inteligencia”, Manizales, 2002.
15.El Tiempo, 5 de enero de 2003.
16. Semana.com , enero 2 de 2003-01-09
17. El Tiempo, 29 de diciembre de 2002.
ECOPAIS, Grupo “Laboratorio analítico sobre la Guerra y la Paz
en Colombia”
Coordinador, Humberto Vélez Ramírez fecopaís@hotmail.com
, humbertovelez@hotmail.com
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