¿ Quiénes son los terroristas?
Al cumplirse el primer año de los ataques a los íconos del Imperio Americano, en el ambiente global de intriga, sospecha, inseguridad y guerra contra el terrorismo que ha impuesto, como eje de su política interior y exterior, la administración de George Bush, es necesario que la intelectualidad democrática participe en el debate sobre el contenido y alcance de la cruzada antiterrorista. Si bien es cierto que se ha creado una red planetaria formada por los poderosos medios de comunicación que repiten las verdades del sacerdocio comprado, es evidente también que, en la era de las comunicaciones, los rayos de luz de un pensamiento alternativo se difunden por múltiples canales y son recibidos con avidez por millones de seres humanos desencantados del lado oscuro de la globalización.
En el orden posterior al fin de la Guerra Fría el actual equipo dirigente de los Estados Unidos ha encontrado el pretexto perfecto para denostar como terroristas a todos los que discrepan de las verdades oficiales. “Cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que tomar una decisión: o están con nosotros o están con al terrorismo”decía Bush en el discurso ante el Congreso, la noche del jueves 20 de septiembre del 2001. En la campaña, sin paralelo en la historia americana, que iniciaron el 7 de octubre del mismo año, hemos tenido ocasión de ver errores y horrores con muy pocos precedentes: La guerra contra Afganistán de la hiperhegemónica potencia militar del mundo se hacía contra el segundo país más pobre del planeta y contra los escombros de un ejército tribal. La victoria se logró en dos semanas en una heroica guerra sin adversario.
Los talibanes que cometieron el error de rendirse, creyendo en los pactos de rendición, las convenciones de Ginebra y el derecho internacional humanitario, fueron masacrados en la prisión de Qala-I-Jangui. Los sobrevivientes, unos 5.000, según el periodista Jamie Doran de la BBC, fueron encerrados en contenedores y enviados a la cárcel de Sheberghan, pero, en el camino, los propios guardias americanos los ametrallaron y, como bestias sedientas de sangre, “vertían ácido en sus cabezas” y les “rompían el cuello a culatazos”. Pocos fueron testigos de esas escenas que emulaban con Treblinka y Guernicá. Muchos más, en cambio, nos quedamos consternados con el tratamiento enfermizo que daban sus captores a los talibanes que permanecen en la Base de Guantánamo, usurpada a la nación cubana.
Simultáneamente, ese hijo putativo del Imperio y architerrorista, Ariel Sharon, transfiguró al Estado de Israel en una diabólica maquinaria de terror y muerte, que parece escribir los capítulos finales del Mein Kampf, consumando un nuevo y prolongado holocausto contra el pueblo palestino. Pero esta versión terrorista no ha sido condenada por el Imperio, sino financiada y santificada. Los terroristas, en este caso, son las víctimas que, en la impotencia y el dolor, han encontrado que sus propias vidas pueden ser el detonante y la carga explosiva mortal de la única resistencia posible: el suicidio. ¿ Podrán Bush y Sharon borrar del mapa al pueblo palestino? Edward Said, docente de la Universidad de Columbia, sostiene que: “Tratar de destruir la resistencia de los palestinos, sitiándolos es como beberse el mar con cuchara, no funciona”.
Los engranajes de esa política demencial, genocida y terrorista se aceitaron también con una campaña de odio contra el mundo árabe y musulmán. Los millones de ciudadanos que pertenecen a esas civilizaciones han debido soportar una campaña de racismo, xenofobia y fanatismo que llena de vergüenza a los seres humanos sensibles y cultos que habían pensado que la diversidad y el pluralismo eran los más altos símbolos de la humanidad en el siglo que amanece. Un ejemplo de esa “guerra de civilizaciones”, fraguada en la mente de los dinosaurios que rodean al Presidente Bush: Dick Cheney, Donald Rumsfeld, es la que ahora mismo pretenden iniciar contra Irak y su ex aliado Saddan Husseim. Saddam era un terrorista bueno cuando, en la década de los 80, eliminaba con gas mostaza a los disidentes curdos y también cuando atizaba la guerra fratricida contra la revolución islámica de los iranitas. Pero cuando Saddam cometió el error de buscar la ampliación de sus bases de apoyo en el Golfo, invadiendo Kuwait, el poderoso Imperio le humilló sepultando ejércitos enteros bajo la arena del desierto. Los argumentos actuales de que Irán puede fabricar la bomba atómica, no convencen a nadie, pero Bush moviliza su flota a Qatar, en una nueva demostración de unilateralismo y menosprecio a la opinión pública planetaria. El veterano y sabio Nelson Mandela ha recordado que Israel tiene armas de destrucción masiva, pero nadie habla de esa amenaza.
Ha Bush hijo, luego de dos décadas de aplicación de la terapia de shock de la globalización neoliberal, le ha correspondido tratar de impedir que los pueblos del mundo se rebelen masivamente contra el orden impuesto por el Consenso de Washington, el FMI, el Banco Mundial, la OMC, el OCDE y el G 7. Este monumental sistema de expoliación y saqueo ha destruido pueblos y naciones enteras, pero no puede sostenerse de modo indefinido. El dominio mundial de los Estados Unidos de América, como en los viejos tiempos, se apoya en las determinaciones geoestratégicas que amplían las zonas de influencia en océanos, mares, continentes y en el espacio aéreo, engullendo los recursos naturales básicos. La nueva estrategia de guerra incluye además el uso intensivo de los poderosos medios de comunicación y el chantaje comercial y financiero para sembrar el miedo y el terror entre los pueblos. El uso de superbombarderos y otras armas sofisticadas busca borrar la identidad de los pueblos que resisten y mantener intacto el mito de la invencibilidad de los poderosos. ¿ Quiénes resisten a esta política desde la institucionalidad internacional? Nadie o casi nadie. La ONU semeja una temerosa y anacrónica burocracia que salva su honor apenas con gestos aislados de sus voceros más lúcidos. ¿ Qué Estados o grupos de Estados se atreven a ejercitar una política distinta? La Unión Europea, que podría hacerlo, aparece débil, aunque sabe que las nuevas aventuras del Imperio podrían sumirle, otra vez, en un mar de destrucción y sangre. El Japón se muestra demasiado sometido. China sin el poder suficiente para influir en los asuntos mundiales y Rusia como un gigantesco Estado destruido.
La gran paradoja de la política exterior de los Estados Unidos es la de que ha emprendido una guerra en defensa de sus valores, destruyéndolos al mismo tiempo. El poderoso Estado que denuncia a varios países como “estados canallas”, que elabora el Index de los derechos humanos, que confiere las Certificaciones sobre narcotráfico, que califica el grado de democracia en el mundo es percibido, cada vez más, como un régimen terrorista que violenta, de modo creciente, los derechos civiles de su propio pueblo y que ha perpetrado crímenes de lesa humanidad en Hiroshima y Nagasaki, en Corea, en Viet Nam, en Nicaragua, en Chile, en Panamá, en Sudán, en Turquía y lo sigue haciendo en nuestra vecina y martizada Colombia. La lista de agravios del Estado ilegal y terrorista norteamericano contra la comunidad mundial incluyen también su abandono del Protocolo de Kyoto que busca detener el efecto invernadero; su negativa a ratificar el Pacto de Río de Janeiro sobre biodiversidad; su rechazo a la Corte Internacional de Justicia, entre otros.
¿ Con qué autoridad entonces se han permitido elaborar la nómina de los Estados y las organizaciones terroristas del mundo? Si entendemos por terrorismo la “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror” y por terrorista al que “practica actos de terrorismo”, nos damos cuenta que, los primeros que deberían ser fichados y prontuariados son los gobernantes con agendas represivas que se han puesto al servicio de un vasto sistema de terror y saqueo mundial, encabezado por la administración norteamericana.
En el banquillo de los acusados en Colombia no deberían estar las FARC-EP y el ELN, que vienen luchando desde hace 40 años por la construcción de un régimen social alternativo y justo para su pueblo, como se pretende ahora también con la complicidad Europea, sino las cabezas visibles del bipartidismo excluyente que hicieron de Colombia un semi Estado secuestrado por la corrupción y el narcotráfico que sólo se ha podido mantener por el ejercicio más brutal de la violencia oficial y paramilar. Carlos Castaño, por confesión propia, es el último gran capo sobreviviente de los carteles de la droga y responsable del asesinato de miles de campesinos inocentes, pero ahora, estimulado por la presencia en el Palacio de Nariño de un individuo al que cree igual, Alvaro Vélez Uribe, se ha dedicado a lavar su imagen y hacer nuevos méritos ante sus tutores americanos y criollos que le permiten pasearse por toda Colombia “como Pedro en su casa”.
El legendario Presidente Palestino Yasser Arafat sigue teniendo razón: “La diferencia entre el revolucionario y el terrorista reside en la razón por la cual pelea cada uno de ellos. Quien defiende una causa justa y lucha por la libertad y liberación de su tierra de los invasores, los colonos y los colonialistas, no puede ser calificado de terrorista. De otro modo, el pueblo estadounidense en su lucha de liberación de los colonialistas británicos habría sido terrorista; la resistencia europea contra los nazis hubiera sido terrorista, y la lucha de los pueblos de Asia, Africa y América Latina también hubiese sido terrorismo.
Denunciar las verdades del pensamiento único y asumir la defensa de los intereses de los explotados y los que resisten, utilizando diversas formas de lucha, es una tarea central para las mujeres y los hombres que impulsan, en este minuto de transición, la posibilidad de una globalización basada en la solidaridad, la justicia, el respeto a la autodeterminación de los pueblos y la reproducción de los delicados equilibrios de los ecosistemas que hacen posible el milagro de la vida.
Quito, 11 de septiembre del 2002.
* Profesor de la Universidad Central del Ecuador, Autor del libro “Drogas, terrorismo e insurgencia. Del Plan Colombia a la Cruzada Libertad Duradera”.
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