LA COCA Y EL PURITANISMO DELIRANTE
Mario Argandoña*
Al adentrarnos en el siglo XXI pienso que el repaso de las lecciones del siglo pasado puede ser un ejercicio útil para enfrentar los retos que nos plantea la situación actual. Me referiré a la entrevista telefónica publicada en OPINION de Cochabamba el 26 de julio de 1995.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Instituto Interregional de Investigación del Crimen y la Justicia de Naciones Unidas (UNICRI, United Nations Interregional Crime and Justice Research Institute) anunciaron por un comunicado de prensa del 14 de marzo de 1995 que pronto se publicarían los resultados del estudio global sobre la cocaína, con información de 22 ciudades en 19 países acerca del uso de la cocaína y otros derivados de la hoja de coca, sus efectos en los usuarios y la comunidad, y las respuestas de los gobiernos al problema de la cocaína. Gracias al apoyo del Ministerio del Interior de Italia, todos los aspectos del problema habían sido analizados por un gran número de científicos de diversos países, desde los acullicadores andinos de coca a los fumadores de crack en Nueva York y Lagos, desde los que se inyectan cocaína por vía endovenosa en San Pablo y San Francisco hasta los inhaladores de cocaína en Sydney y El Cairo. El comunicado advertía que las inesperadas conclusiones del estudio no representaban la posición oficial de la OMS. En abril de 1990 el Director de la OMS, Dr. H. Nakajima, anunció que el estudio incluiría 4 categorías de países (1) países que cultivan coca y tienen problemas de cocaína, (2) países que no cultivan coca pero que tienen muchos usuarios de cocaína y problemas relacionados con la cocaína, (3) países donde el consumo es incipiente pero en aumento, y (4) países sin problemas debidos al uso de de cocaína.
Al cabo de cinco años de trabajo, las conclusiones principales del estudio fueron que no existe un “usuario promedio” sino que hay una enorme variedad de tipos de personas que usan cocaína, en muy variables dosis, frecuencias, duraciones e intensidades, por diferentes razones y con distintas consecuencias. La inhalación de clorhidrato de cocaína era la forma más difundida en el mundo, mientras que el fumar pasta o crack, y la inyección de cocaína se limitaban a grupos minoritarios y marginales. El uso tradicional de hojas de coca era común en poblaciones indígenas de Bolivia, Perú, Ecuador, norte de Chile y Argentina, y algunos grupos de Colombia y Brasil. Los autores del estudio recalcaban que los métodos científicos utilizados (particularmente los cualitativos) serían de gran utilidad para obtener información sobre el uso de cocaína u otras drogas en otros países, lo mismo que para vigilar la evolución del consumo y tomar las medidas adecuadas. Recalcaron también que era necesario incrementar los programas de educación, tratamiento y rehabilitación para balancear el énfasis en la represión legal.
Pocos días después, el 9 de mayo de1995, en la Comisión B de la cuadragésima octava Asamblea General de la Salud, reunida en Ginebra, el representante de los Estados Unidos de América “expresó su sorpresa al notar que el informe sobre el Estudio Global de la Cocaína, realizado conjuntamente por la OMS y UNICRI, parecía un fuerte alegato a favor de los usos positivos de la cocaína al argumentar que el uso de la hoja de coca no producía daños perceptibles en la salud física o mental, que los efectos positivos del acullico podrían transferirse desde sus entornos tradicionales a otros países y culturas, y que la producción de coca era financieramente beneficiosa para los campesinos”. Añadió que su gobierno suspendería los aportes financieros si las actividades de la OMS no eran dirigidas a reforzar los procedimientos vigentes para el control de drogas. En respuesta, el Secretariado de la OMS dijo que el estudio de la cocaína era un análisis importante y objetivo de datos recolectados en muchos países y que fue realizado por expertos internacionales cuyas conclusiones no reflejaban la posición de la OMS. El representante de EE. UU. replicó que el estudio no era importante ni objetivo y que debería ser revisado por científicos genuinos de acuerdo con las estrictas reglas de la misma OMS. Pero el estudio global de la cocaína no ha sido revisado ni publicado hasta hoy.
Otra consecuencia del incidente fue que el autor de estas líneas (por entonces Jefe de la Unidad de la OMS que dirigió el estudio) recibió el 10 de mayo de 1995 la visita de un médico que era miembro de la Misión de los EE. UU. ante la ONU. Este colega se tomó la molestia de informarme confidencialmente que su país adelantaba una investigación sobre el dinero que los narcotraficantes bolivianos habrían aportado al estudio. Además aseveró que una investigación científica en catorce mil consumidores, incluyendo miles de usuarios tradicionales, había demostrado irrefutablemente que el uso de cocaina, aún en dosis mínimas y ocasionales, destruía el cerebro matando en un brevísimo tiempo millones y millones de neuronas, algo equivalente a freir los propios sesos en una sartén. Igual que el representante de los EE.UU. el día anterior, yo también expresé mi sorpresa al notar tan novedosa reacción del gran país del norte y al enterarme de la existencia de un estudio irrefutable sobre los catastróficos efectos del consumo de cocaína. Las advertencias del colega quedaron en el aire, puesto que no oí nada más de los narcos bolivianos y las 14.000 víctimas.
Independientemente de que las actas de la Asamblea Mundial de la Salud sean históricas y las confidencias del colega anecdóticas, ambas fuentes de información coinciden en confirmar el hecho de que frente a las decisiones políticas para nada sirven las evidencias científicas ni los más razonables y bien intencionados argumentos de la medicina. En el campo de las drogas ilícitas no son los médicos ni los científicos sino los políticos quienes determinan qué personas padecen una enfermedad y cómo deben ser tratadas. Gracias a la machacona propaganda oficial, o al simple chantaje, los políticos de la mayoría de los países han convencido a grandes masas de votantes de que la guerra contra las drogas es una cruzada beneficiosa para la sociedad porque en primer lugar protege a los ciudadanos del “enemigo interno”, el maligno tentador, que todos llevamos en el cuerpo y la mente; y en segundo lugar porque los protege de la pretensión de los traficantes de obtener una cuota en el mercado para satisfacer la demanda de sustancias psicoactivas, lo cual abriría las puertas a la desestabilización del comercio globalizado y de las democracias que defienden este comercio.
El prestigioso psiquiatra norteamericano Thomas Szasz señaló que la protección estatal y política de los ciudadanos contra los males que ellos mismos pudieren causarse es la usurpación del derecho fundamental de todo ser humano a utilizar su cuerpo como mejor le parezca, o a consumir lo que le guste, con la única restricción de no dañar ni perjudicar a otra u otras personas. Un adulto puede practicar deportes peligrosos como el moto-cross y las carreras de fórmula uno, o comer carne de cerdo, mantequilla y queso todos los días sin que el estado se lo prohiba, también es libre de tomar café y bebidas alcohólicas bajo su propia responsabilidad, a pesar de las consecuencias potencialmente dañinas de este tipo de conductas y consumos.
En contraste, después de fracasar en su intento de establecer la Ley Seca dentro de los EE.UU, la tradición de mojigatería puritana maquillada como iniciativa terapéutica cristalizó un inmenso aparato burocrático / policial para propagar al mundo el fervor prohibicionista contra diversas sustancias que los humanos disfrutaban desde hace milenios. Este apostolado fundamentalista vino a legitimar el papel de “modelo y censor de la civilización” de la superpotencia hegemónica. Con la cruzada anti drogas, el puritanismo mesiánico proclama que salvará a la humanidad convirtiéndola a la austeridad.
La convicción de los prohibicionistas es irreductible y rechaza cualquier argumento en contra, por científico y evidente que sea. En el ámbito de la psiquiatría se denomina delirio a esta variedad de convicciones cuando afectan a un enfermo mental, pero la enfermedad y el delirio no benefician al enfermo. En cambio el delirio puritano de la “drogolocura” sirve y beneficia a los intereses imperiales al justificar la presión económica, el chantaje, e incluso el uso de la fuerza en contra de los países y las personas que el imperio acusa como envenenadores de su juventud. No se trata, pues, de un verdadero delirio sino de una doctrina del poder.
Para que este repaso del pasado sirva de algo en la situación actual propongo a los lectores la idea de que el imperio parece haber adquirido un nuevo instrumento al dar visas a cambio de que el MIR conduzca el juego de la droga en el parlamento, con maniobras tales como la clausura intempestiva de la sesión del 17 de septiembre.
(*) Asesor del comité de lucha contra el tráfico ilílicto de droga en Bolivia
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