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Stephen J. Randall
Decano de la Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de Calgary
En las últimas dos décadas el concepto entre quienes formulan políticas y los académicos sobre lo que constituye amenaza a la seguridad nacional ha cambiado significativamente. El enfoque tradicional de un equilibrio militar de poder ha dado paso a una percepción más sofisticada y precisa de que hay una gama de factores mucho más compleja que puede amenazar la viabilidad y la vitalidad de la nación-estado al igual que la estabilidad internacional. Ciertamente, las consideraciones tradicionales continúan jugando un papel. Ninguna nación puede darse el lujo de permitir que sus enemigos potenciales obtengan una superioridad militar definitiva bien sea solos o como parte de una coalición de naciones. La Naciones Estados continúan compitiendo para obtener ventajas geopolíticas, y por el control y acceso de materias primas estratégicas o sobre tales esenciales de la vida como el agua. Las potencias principales continúan preocupándose sobre la proliferación nuclear, y en especial con el temor de que los llamados estados rebeldes obtengan acceso a armas nucleares y a la capacidad de hacer llegar tales armas nucleares a largas distancias. La Guerra del Golfo y sus secuelas también han ilustrado el grado de preocupación entre las potencias principales sobre el uso de armas químicas y biológicas. Tales preocupaciones tienden a caer en el área de seguridad tradicional.
Lo que ha cambiado ha sido no tanto la naturaleza militar de amenazas a la seguridad nacional sino las percepciones acerca de lo que causa conflicto entre naciones y pueblos. Al comienzo de la era post-Guerra Fría, el politólogo Samuel Huntington sugirió que la próxima generación de conflictos internacionales se seria caracterizarla por un "choque de civilizaciones," con las fuentes de conflicto derivándose de diferencias en la etnicidad, la cultura, los valores y la religión.[1] El pronóstico de Huntington que el mundo post-Guerra Fría traería una inestabilidad incrementada con el fin del balance de poder polarizado entre Oriente y Occidente ha resultado exacto, cuando se considéra la violencia masiva que ha destrozado áreas tales como Timor Oriental, Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Chechenya, el Sudan, Zimbabwe y otras áreas de África. Huntington naturalmente sólo acertó parcialmente, ya que aún esos conflictos anotados arriba han involucrado rivalidades entre las grandes potencias y consideraciones de equilibrio de poder como es el caso en Bosnia, Kosovo y Chechenya. Tales conflictos han sido impulsados no sólo por factores culturales sino también por Fuentes de tensión tradicionales tales como el control de territorio, el deseo de autonomía política de los poderes imperialistas, diferencias económicas, incluyendo el conflicto sobre acceso y control de los recursos naturales.[2] No obstante, el punto básico es válido en que la pugna internacional en la era post-Guerra Fría tiende a ser de naturaleza local, nacional o regional mas que global. Ilustrando esa orientación, llama la atención el hecho de que entre 1990 y 1995 hubo aproximadamente 93 guerras internas y regionales, involucrando unos 70 países, la cuales resultaron en más de 5 millones de víctimas.[3]
En el este Hemisferio, los últimos diez años han atestiguado el final de las consideración Soviético-Cubana en la región que fue tan intensivo durante las crises Centro Americanas. Los sistemas de seguridad en el Hemisferio son generalmente creaciones de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría incluyendo el Tratado de Río y NORAD (Comando Norteamericano de Defensa Aeroespacial) y fueron diseñados para responder principalmente a amenazas militares de fuera del hemisferio. Otras agencias, principalmente agencias nacionales como la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA), se diseñaron para manejar formas de subversión extranjeras diferentes a las amenazas militares directas.
Aún cuando el fin de la Guerra Fría ha alterado la dinámica, los funcionarios de Estados Unidos sin embargo continúan preocupándose con la amenaza de armas nucleares soviéticas y han agregado a esa prevención la amenaza estratégica planteada por los estados "rebeldes" con capacidad nuclear.
Al mismo tiempo otros factores han entrado a la agenda de seguridad en
el último decenio. Los debates y puntos de la agenda durante la
Reunión Cumbre de Miami de Jefes de Estado, por ejemplo, en 1994,
incluyeron el desarrollo sostenible, comercio libre, la educación,
la democratización, la creación de la sociedad civil y la
protección de los derechos humanos entre los factores que influencian
la estabilidad y futura salud de la región. Tales temas no son factores
nuevos en los debates regionales, ya que muchos de ellos vienen desde finales
del siglo diecinueve, pero en los años recientes se ha visto un
enfoque intensificado sobre éstos asuntos tanto por parte de los
gobiernos como de organizaciones no gubernamentales. En la Cumbre de Miami,
por ejemplo, una coalición de grupos presentó el proyecto
conjunto "Paz y Seguridad en las Américas" patrocinado por el Programa
Latinoamericano del Centro Internacional Woodrow Wilson para Académicos,
el Área de Relaciones Internacionales y Militares de la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (CHILE) y el Centro Latinoamericano
de Defensa y Desarme.[4]
Aún cuando este grupo recomendó control y limitación
de armamentos así como un mayor grado de atención al desarme,
también recomendó que "el mantenimiento de los equilibrios
regionales no se sirve por limitaciones impuestas por los Estados Unidos
respecto de la transferencia de tecnología militar a América
Latina" ya que tales materiales se consiguen en una amplia gama de fuentes
alternativas. "Por otro lado", sostenían los autores del informe,
"la inclusión de los estados latinoamericanos en los principales
regímenes de control y limitación de armamento produciría
un marco institucional global para la transferencia de tecnología
militar sin el riesgo adscrito a un proceso totalmente libre de cualquier
control. Los autores también anotaron que un enfoque sobre los acuerdos
de desarme relacionados con armas de destrucción masiva no era adecuado
para manejar el tema mucho mayor de la limitación de armas convencionales,[5]
incluyendo por ejemplo, el asunto de las minas quiebrapatas sobre el cual
Canadá desde entonces ha asumido un papel preponderante.
A la fecha, poco parece haberse logrado en la reforma de las instituciones
hemisféricas de acuerdo a los lineamientos sugeridos. Mas bien,
hay un alto nivel de preocupación por el narcotráfico, especialmente
por parte de los Estados Unidos. El anuncio de la administración
Clinton a principios de ano 2000 que el narcotráfico constituía
una amenaza a la seguridad nacional de los Estados Unidos no fue sorpresa
alguna ya que las administraciones Reagan y Bush ambas habían presentado
el comercio de narcóticos esencialmente en tales términos.
El anuncio de Clinton fue por tanto una extensión lógica
de la atención que se ha dado desde la administración Reagan
en los anos 1980 al impacto de los narcóticos sobre la sociedad
americana asi como sobre la estabilidad regional.[6]
Los narcóticos, la actividad guerrillera, y la migración
de gentes no son los únicos factores novedosos en la seguridad hemisférica.
Mucho más atención se le dedica ahora que hace algunas décadas
a las implicaciones de seguridad relacionadas con la pobreza, la marginalización
de la gente de la corriente central de la vida económica y política
de una sociedad, niveles mas bajos de educación, y enfermedades.
Tales preocupaciones no son exclusivas de Colombia naturalmente, pero desde
el fin efectivo del movimiento Sendero Luminoso en Perú, solo Colombia
y México (Chiapas en este ultimo caso) tienen movimientos significativos
de guerrilla en América Latina. La amenaza a la seguridad regional
que genera la situación Colombiana es evidente, y hay una relevancia
considerable para las recomendaciones contenidas en el Informe FLASCO en
la Cumbre de Miami, especialmente en cuanto a la necesidad de una respuesta
mas coordinada a lo que es una cuestión regional, y ciertamente
global, y no un asunto aislado nacional o bilateral.
El tráfico de narcóticos desde Colombia y la región
continua siendo la amenaza más seria a la seguridad, aun cuando
este tráfico en el caso Colombiano claramente se complica por la
relación cercana entre el comercio de droga y los dos movimientos
principales guerrilleros, las FARC y el ELN, tanto localmente en la Región
Andina y globalmente. Esto no es sorprendente cuando uno considera que
el valor del comercio de drogas se estima a un nivel superior al del comercio
de combustibles hidrocarburos.[7]
El vínculo entre los narcóticos y el movimiento guerrillero
en Colombia es especialmente desestabilizante por cuanto los objetivos
de los involucrados son utilizar el narcotráfico como uno de los
medios para financiar las operaciones guerrilleras contra los gobiernos
elegidos. A través de las ultimas dos décadas ha ocurrido
un cambio en la percepción del impacto del narcotráfico tanto
en América Latina como en América del Norte. Los Estados
Unidos y Canadá también llegaron a aceptar su propia responsabilidad
al ayudar a las naciones productoras y exportadoras con la interdicción,
sustitución de cultivos, ayuda económica y social para el
desarrollo, y la ayuda militar que es el enfoque del Plan Colombia.
La visita de medio día del Presidente Clinton
en la ciudad de Cartagena, realizada en agosto del presente año,
con el fin de reunirse con el Presidente Pastrana y otros funcionarios
públicos colombianos, subraya la importancia estratégica
que la Administración Clinton otorga a la situación colombiana.
La visita de Clinton es la primera de un presidente de los Estados Unidos
en tomar lugar desde la asistencia del Presidente Bush en Cartagena a una
Cumbre
de Narcóticos (1990). El alto perfil de la delegación
de Clinton fortaleció el grado de compromiso de la administración
hacia la implementación del Plan Colombia, la reducción
de la industria de estupefacientes, el final de la contienda armada de
la guerrilla y su conexión con los narcóticos, y el regreso
de la estabilidad económica y política en Colombia.[8]
Clinton fue acompañado en su corta visita por la Secretaria de Estado
Madeleine Albright, la Fiscal General Janet Reno, el General Barry McCaffrey,
su Concejero Jefe en Política de Narcóticos, el republicano
de Illinois y el vocero de la Cámara Dennis Hastert, otros diez
miembros del Congreso y su hija Chelsea. Sería difícil imaginar
una muestra más clara del grado de compromiso de la administración
hacia la situación colombiana, lo que fortalece la precaria situación
política del Presidente Pastrana y muestra públicamente el
apoyo al controversial Plan Colombia.[9]
La política exterior de los Estados Unidos
en general, pero específicamente hacia Colombia, continua manifestando
un rango de tensiones y contradicciones políticas. Desde mediados
de los años setenta y especialmente después de la crisis
centroamericana de Nicaragua, El Salvador y Guatemala en los ochenta, ha
existido una tensión en la política norteamericana entre
la dicotomía de una poltíca internacional con seguridad colectiva
y una política de aislamiento o unilateralismo. En general, los
Estados Unidos continúa sufriendo del síndrome pos-vietnam,
caracterizado por un intenso miedo de envolverse una vez más en
una guerra extranjera sin conclusión previsible. La corta y exitosa
Guerra del Golfo contra Irak, por lo menos en términos militares,
no desvaneció esta ansiedad. La guerra del Golfo fue un moderno
conflicto de alta tecnología llevado a cabo básicamente desde
el aire –a través de mísiles crucero, bombas inteligentes
y otro armamento sofisticado- a pesar de contar con medio millón
de efectivos de infantería localizados en Arabia Saudita y Kuwait.
Además el conflicto también fue tradicional, a pesar del
temor de armas químicas y biológicas usadas por Irak.
Colombia, en cambio, presenta una situación
diferente. Existen similitudes y divergencias entre dicho país y
lo enfrentado por los Estados Unidos a mediados de los años sesenta
con respecto a la toma de decisión durante el curso de acción
en Vietnam. La diferencia más notable es el reconocimiento esencialmente
universal en el hemisferio occidental y en naciones europeas, que debe
procurarse una solución al flagelo colombiano de la guerrilla y
los narcóticos, aunque con diferentes estimaciones de aproximación.
Este gran consenso internacional es fundamental en la capacidad de cualquier
administración de Estados Unidos para obtener el apoyo público
y el consentimiento del Congreso. No existe posibilidad alguna de que los
carteles o la guerrilla sean apoyados por un gran poder, tal como ocurrió
en Vietnam. Al mismo tiempo, la fortaleza de estos grupos al margen de
la ley incentiva la incursión de potenciales influencias destructivas
foráneas en Colombia, lo cual se percibió en las recientes
revelaciones del tráfico de armas de Jordán con las FARC,[10]
y en la previa participación de israelíes al proveer asistencia
militar y entrenamiento de armas a los narcos. Tampoco hay sentido alguno
en que la guerrilla o los carteles representen fuerzas democráticas,
aunque haya preocupación acerca del crecimiento del paramilitarismo
y la violación de los derechos humanos por las fuerzas armadas colombianas.[11]
No hay duda alguna de que los oficiales de alto rango
norteamericanos perciban el tráfico de narcóticos en Colombia
como una amenaza a los Estados Unidos, a la seguridad hemisférica
y a las instituciones democráticas. El General Charles Wilhelm,
Comandante en Jefe del Comando Sur de Estados Unidos, delineó efectivamente
la posición de su país a través de un testimonio en
septiembre de 1999 ante la Camara de Representantes, el Comité de
Reforma Gubernamental, el Subcomité de Justicia Criminal, el Departamento
de Narcóticos y ante Recursos Humanos.[12]
El General expresó que a pesar de la sostenida prohibición
de esfuerzos multinacionales, en 1998 tan sólo 394 toneladas métricas
de cocaína de las 541 que salieron de la región de producción,
alcanzaron los puntos de distribución en Estados Unidos a través
de Florida y la frontera suroriental. También subrayó que
los narcotraficantes habían incrementado la producción de
variedad de planta de coca en las áreas del Putumayo y el Caquetá
en Colombia, y la subsiguiente expansión de la producción
hacia Perú y Bolivia.
Wilhelm expresó que el alto nivel de dependencia
de las organizaciones guerrilleras de los ingresos generados del intercambio
del tráfico de narcóticos por armas, operaciones de combate
y utilidades, en particular para las FARC, las hacen más vulnerables
a un efectivo esfuerzo de bloqueo de producción y distribución.
El objetivo debe ser elevar los precios a un nivel en que se reduzca la
demanda, lo que conduce a disminuir los ingresos y por ende, a convertir
el tráfico de narcóticos en una actividad no rentable. También
observó que las derrotas militares sufridas por las autoridades
colombianas durante 1999 han fortalecido a las FARC y al ELN, al mismo
tiempo que les ha dado incentivos para emprender importantes negociaciones,
a pesar del esfuerzo del Presidente Pastrana al respecto. En general, Wilhem
mostró una posición “prudentemente optimista” al afirmar
que con la ayuda de Estados Unidos el gobierno colombiano podría
avanzar en el proceso de paz iniciado por el Presidente Pastrana, pero
que el éxito en la mesa de negociación dependía de
la reducción de la amenaza militar de la guerrilla. Wilhelm reportó
que las fuerzas de seguridad colombianas han mejorado su nivel de desempeño
durante la ofensiva de julio de 1999 y en subsiguientes encuentros, al
mismo tiempo que la cooperación entre la policía y el ejército
se fortaleció. Una condición esencial para llevar a buen
término las negociaciones de paz consiste en aumentar la frecuencia
de éxitos militares de la Fuerza Armada Colombiana. Durante la administración
Samper, los Estados Unidos brindó poca asistencia a las Fuerzas
Militares, pero en cambio incrementó el nivel de asistencia a la
Policía Nacional debido a su concentración de esfuerzos hacia
el tráfico de narcóticos. De hecho, la Dirección Anti-Narcóticos
de la Policía Nacional ha sido el mayor aliado de la lucha de los
Estados Unidos contra la erradicación de cultivos y otras operaciones
anti-narcóticos en Colombia.[13]
Wilhelm argumentó en 1999 que era necesario incrementar el apoyo
a las fuerzas militares sin comprometer el nivel de apoyo a la Policía
Nacional. Si bien es cierto que la Policía Nacional es profesional
y está bien dirigida, no cuenta con el suficiente número
de efectivos, ni con el armamento necesario para hacer frente a los diversos
escuadrones y columnas móviles de las FARC dotadas de capacidad
militar.
Durante 1999 la fuerza militar de los Estados Unidos
trabajó en conjunto con las autoridades colombianas con el fin de
crear un batallón anti-narcóticos, el cual que sería
un tercio más capacitado que un batallón colombiano tradicional.
Este batallón sería entrenado principalmente por miembros
de la Séptima Brigada de Fuerzas Especiales de Estados Unidos en
la base de Tolemaida, ubicada en la región suroccidental de Colombia,
y se esperó que comenzaría operaciones para diciembre de
1999. Sus ideas fueran un parte del fondo del Plan Colombia, y la idea
fue que si el batallón resultaba ser tan efectivo como se planeó
inicialmente, el siguiente paso sería establecer una brigada de
similar diseño y función.
Wilhelm indicó que la efectividad de dicha
brigada dependería en gran medida de la calidad de información
de inteligencia que lograse ser obtenida. Para lograr este objetivo las
Fuerzas Armadas de los Estados Unidos han trabajado con las autoridades
colombianas para crear un Centro Conjunto de Inteligencia, el cual
estaría localizado con la Brigada Anti-Narcóticos, al sur
de Tres Esquinas. El entrenamiento comenzó en otoño de 1999
con la intención de iniciar operaciones para finales de año.
Lo anterior fue la piedra angular para la aprobación del paquete
de ayuda por parte del Congreso de los Estados Unidos (marzo de 2000),
consistente en tres batallones anti-narcóticos, 60 helicópteros,
consejeros militares norteamericanos y equipo militar adicional.
De igual manera Los Estados Unidos ha brindado apoyo
militar en otras áreas. Uno de los objetivos ha sido mejorar la
capacidad de la Fuerza Aérea Colombiana para bloquear el tráfico
de drogas particularmente en operaciones nocturnas, a través de
la provisión de anteojos de visión nocturna, equipo navigacional
aéreo de cabina y personal de entrenamiento en la Base de Operaciones
de Barranquilla. Al mismo tiempo, la Fuerza Armada de Estados Unidos trabajando
conjuntamente con el Departamento de Defensa de Estado, trataron
de asegurar la disponibilidad de repuestos para aviones y equipo adicional.
Lo anterior es muestra de la posibilidad de compra de cinco helicópteros
Blackhawk el año pasado. La fuerza militar de Estados Unidos también
aunó esfuerzos con el Departamento de Estado Internacional de Narcóticos
y con la Agencia de Law Enforcement, para proveer un préstamo sin
costo de 18 helicópteros UH-IN comprados en Canadá. Durante
el año fiscal de 1999 los Estados Unidos envió más
de 30 equipos anti-narcóticos de entrenamiento a Colombia, los cuales
brindaron asistencia a más de 1500 miembros de la fuerza de seguridad
en un amplio rango de tópicos que van desde entrenamiento de operaciones
de campo para pequeños escuadrones, hasta entrenamiento de helicóptero
y patrulla fluvial. Los Estados Unidos ha ido más allá al
compartir información de inteligencia a través del establecimiento
de un sistema de comunicaciones que conecta los equipos nacionales con
la Joint Interagency Task Force, localizada en Key West, que ahora
está a cargo de operaciones anti-narcóticos.
Wilhelm aseguró
que el problema que enfrenta el gobierno colombiano al lidiar con dos grupos
insurgentes y diversas organizaciones paramilitares, presenta adicionalmente una
amenaza a la seguridad de los países vecinos, en los cuales los grupos
insurgentes ya encuentran refugio - tanto en la provincia del Daríen en Panamá,
como en Venezuela Ecuador y en menor extensión en Perú y Brasil. Wilhelm declaró
que sin una acción coordinada la situación colombiana podría ser más severa.
Para contrarrestar el impacto de la situación colombiana, Venezuela Ecuador y
Perú despliegan fuerzas en las regiones fronterizas en orden a prevenir o
limitar incursiones de insurgentes, narcotraficantes y paramilitares. De esta
manera, Venezuela cuenta normalmente con tropas de 10.000 efectivos a lo largo
de su frontera con Colombia. La resolución de la disputa fronteriza entre
Ecuador y Perú, y la consecuente implantación de los acuerdos de paz, han
permitido a ambos gobiernos mejorar la colaboración en temas regionales como el
narcotráfico. En el caso de Ecuador, la inestabilidad civil y la frágil economía
limitaron la capacidad del gobierno para enfrentar la violencia y la corrupción
asociadas al narcotráfico, a pesar de la capacidad del gobierno de incrementar
el número de efectivos en la frontera colombo-ecuatoriana. Actualmente Brasil
tiene conocimiento de la intrusión en su territorio de narcotraficantes e
insurgentes, a la vez que son concientes que el uso doméstico de narcóticos esta
deteriorando la sociedad brasileña, trayendo como resultado el endurecimiento de
las políticas del país a causa de las incursiones de las FARC y los
narcotraficantes en el Amazonas. De la misma manera Brasil incrementó en 1999 el
número de patrullas activas, a la vez que continua generando $1.4 billones en
sistemas de vigilancia del Amazonas. Igualmente el gobierno brasileño ha
reestructurado la Organización Nacional Anti-Narcóticos.
La situación de Panamá es aún
más compleja, pues la invasión norteamericana en 1989 y la
abolición de las Fuerzas Militares Panameñas dejó
al país tan sólo con el apoyo de una Policía Nacional
poco entrenada y mal equipada para enfrentar las incursiones fronterizas
de grupos dotados militarmente como la guerrilla y los paramilitares. Las
FARC utilizan el territorio panameño para reagruparse y recuperarse
de sus esfuerzos en predios colombianos, mientras que los paramilitares
cruzan la frontera para atacar los frentes guerrilleros.
Actualmente existe una oposición de diversas
perspectivas por parte de varias sectores en los Estados Unidos hacia el
Plan Colombia, por lo menos en lo que concierne a su contribución.
La opinión pública, el Congreso y los funcionarios públicos
están preocupados de que una mayor militarización de la guerrilla
y de los narcotraficantes en el sur de Colombia conduciría a expandir
e intensificar el nivel de violencia en el país, sin que se eliminen
los carteles o los movimientos insurgentes. Por ejemplo, la congresista
de Wisconsin, Tammy Baldwin, criticó severamente el paquete de ayuda
a finales de marzo de 2000, argumentando que la ayuda militar no contribuye
de ninguna manera a solucionar los problemas colombianos de inequidad,
impunidad judicial, bajo desempeño económico o guerra civil.
Ella contempló que los Estados Unidos debería más
bien procurar la paz en la región y apoyar a quienes participaron
en las marchas del “no más”, llevadas a cabo en octubre de
1999.[14]
Existen además reservas en cuanto al tema de los derechos humanos,
en lo concerniente al aporte de casi dos mil millones de dólares
del gobierno de los Estados Unidos a las fuerzas militares sin garantía
alguna de su conducta frente a los Derechos Humanaos. Una menor preocupación
tiene que ver con el impacto de las migraciones a Estados Unidos, tanto
de la clase media, que bajo presión busca evadir la violencia y
las amenazas de secuestro, como de aquellos desplazados del campo y las
zonas marginales. Por otro lado, la mayor preocupación que ronda
entre la opinión publica y el Congreso norteamericano –tanto para
Demócratas como para Republicanos-,[15]
es con respecto al Plan Colombia y la posibilidad de enlistar tropas norteamericanas
en el conflicto para participar más allá que en calidad de
consejeros militares. La muerte de un piloto femenino norteamericano en
territorio Colombiano, asintió el peligro de los Estados Unidos
de resultar envuelto en otra guerra no declarada. La guerra de Vietnam
aún persiste en la memoria de políticos norteamericanos y
en su respectiva toma de decisiones.
Algunos especialistas en el tema latinoamericano,
en conjunto con grupos de presión, también se oponen al apoyo
militar de Estados Unidos, tal como lo ilustra el diputado director de
la Oficina de Washington en asuntos Latinoamericanos, William Spencer,
al argumentar que el acercamiento militar es peligroso y vano. Asimismo
afirma que un acercamiento anti-insurgencia no tiene una mayor probabilidad
de acertar que un plan anti-narcóticos, pues tanto los insurgentes
como los narcotraficantes cuentan con suficientes bases y trincheras, además
del hecho que, según su opinión, las fuerzas militares colombianas
están relacionadas con el tráfico de narcóticos.[16]
Si bien es cierto que existen detractores del Plan
Colombia en Estados Unidos, también es importante reconocer que
existe un apoyo considerable. El hecho que un paquete de US$1.7 millones
haya sido aprobado por el Congreso es una muestra de lo expresado en líneas
anteriores. Los Senadores republicanos Paul Coverdell y Michael DeWine
reflejaron la opinión de muchos otros republicanos al argumentar
que el Plan Colombia “es claramente nuestro interés nacional”, mientras
otro congresista afirmó que el paqueta de ayuda no había
sido suficiente. De la misma manera el Senador de Iowa y Presidente del
Comité del Senado para el Control Internacional de Narcóticos,
Charles Grassley –uno de los autores originales del paquete de ayuda para
Colombia en 1999-, criticó la administración Clinton por
gastar miles de millones de dólares en el sostenimiento de las tropas
norteamericanas en Kosovo, cuando los narcóticos en Colombia representan
una amenaza más cercana e inmediata para la sociedad americana.
Grassley también expresó que la administración Clinton
había “ignorado en gran medida la amenaza de la guerra de narcóticos
en nuestros ciudadanos –creciendo como un cáncer en una cercana
democracia que está desesperadamente pidiendo ayuda".[17]
El Senador Republicano Jesse Helms, Presidente del Comité del Senado
de Relaciones Exteriores, inició una sesión del comité
en octubre de 1999 con la siguiente crítica hacia las políticas
de la administración Clinton para Colombia: “Qué está
haciendo el Gobierno de Estados Unidos para ayudar? Muy poco y a lo mejor
ya muy tarde…. Solo recientemente Estados Unidos ha comenzado a proveer
un soporte escaso para el nuevo batallón anti-narcóticos
del ejército’’[18]
Las encuestas de opinión pública en Estados Unidos a finales
de 1999 mostraron una gran preocupación nacional con el tema de
narcóticos y un respectivo apoyo militar para actuar en áreas
de producción. El Presidente Clinton también mostró
su preocupación, pues dejaría al Partido Demócrata
con el problema colombiano y el sería recordado como “el presidente-narcotico”.
Otra potencial fuente de apoyo en los Estados Unidos para el paquete de
ayuda es el sector de industria militar, incluyendo las compañías
que fabrican los helicópteros y los radares anti-aéreos P-3
usados para localizar y combatir a los narcotraficantes. Otras compañías
con intereses en Colombia han apoyado la asistencia militar.[19]
Tanto el Presidente Clinton como su contraparte en
Colombia han sido cuidadosos en acentuar que no existe peligro alguno de
una intervención directa de Estados Unidos en el conflicto colombiano.
Clinton asimismo indicó en Cartagena que no existía intención
alguna de involucrarse en una “guerra de pistoleros” con las FARC
o el ELN. En abierta declaración, la cual se prestó para
adversas interpretaciones, también añadió que mientras
el Presidente Pastrana se encuentre en el poder no cabría lugar
para una intervención militar extranjera en Colombia. El principal
objetivo de Clinton en su declaración consistió en brindar
apoyo político a Pastrana, cuya popularidad en las encuestas colombianas
ha diezmado drásticamente desde su apoyo inicial hace dos años.
El antiguo Embajador de los Estados Unidos en Colombia
y también Presidente de la Sociedad de las Américas, Thomas
McNamara, expresó en el diario Miami Herald durante la visita
de Clinton que el Plan Colombia es la manera más efectiva en que
los Estados Unidos puede participar, con el fin de fortalecer la democracia
en Colombia y para lograr una negociación constructiva entre el
gobierno y la guerrilla igualmente.[20]
Asimismo declaró la falta de existencia de una base real a la preocupación
del encarte de Estados Unidos con la situación militar en Colombia
y que era de suma importancia asistir al gobierno colombiano en este momento,
en orden a prevenir la amenaza a la estabilidad del país por parte
de la guerrilla y los narcotraficantes. Desde que comenzó el programa
de ayuda para Colombia en 1989, el Departamento de Defensa ha insistido
en que no habrá incursión militar en el país. El Coordinador
del Departamento de Defensa para Apoyo y Políticas del Drug Enforcement,
Brian Sheridan, aseguró al Comité del Senado para el Control
Internacional de Narcóticos en septiembre de 1999 que “el personal
militar de Estados Unidos continuará su función de entrenamiento,
así como lo ha hecho durante varios años. Bajo ninguna circunstancia
el personal militar de Estados Unidos participará o acompañará
a las Fuerzas Militares de Colombia en operaciones de ninguna clase… el
apoyo de Estados Unidos continuará siendo dependiente del proceso
de Derechos Humanos supervisado por el Departamento de Estado”. [21]De
la misma manera es necesario mantener en perspectiva el tamaño del
paquete de ayuda norteamericana para Colombia, el cual consistió
en $1.7 millones para contrarrestar el narcotráfico, sin dejar a
un lado los $2 mil millones de asistencia para Kosovo y los otros $2 mil
millones para compensación a las víctimas de la Guerra del
Golfo, ayudas financieras aprobadas por el Congreso norteamericano en Marzo.[22]
Cabe notar además, para guardar relación de la ayuda aportada
a Colombia, que en 1999 este país fue el tercer más grande
destinatario de asistencia de los Estados Unidos en el tema de seguridad,
lo que implica que recibe más asistencia que el Caribe y América
Latina juntas.[23]
McNamara también argumentó que “nuestros
objetivos para fortalecer la democracia, los derechos humanos y las economías
de mercado en América Latina sufrirán un serio retroceso
si Colombia se desestabiliza”. Tal como McNamara indica, la percepción
del gobierno de los Estados Unidos hacia Colombia es que el gobierno colombiano
es bastante frágil y que la fuerza de los grupos al margen de la
ley –guerrilla, narcotráfico y paramilitares– es un reflejo no del
abuso del poder estatal, sino del desacierto en usarlo efectivamente. La
violencia, la corrupción y los abusos en Derechos Humanos son, según
perspectiva del Embajador, el resultado de la debilidad del Estado, para
lo cual recomienda reformas fundamentales en el sistema judicial, en el
Congreso y en las Fuerzas Militares, con el fin de reemplazar la corrupción
y los intereses particulares por profesionalismo y compromiso hacia las
instituciones colombianas y por ende, hacia el interés nacional.
McNamara también expresa la necesidad de mantener a los paramilitares
bajo control, pues mientras estos tengan libertad de acción, la
guerrilla no consentirá en llegar a un acuerdo pacifico en la mesa
de negociación. La política de reforma del Presidente Pastrana
a través del Plan Colombia es, opina el Embajador, un paso acertado
en esa dirección, así este no sea el ideal y aunque la trayectoria
al éxito tienda a ser larga, ardua y sangrienta.
El dilema aún persiste. ¿Cuál
es la ruta más efectiva, basada en un proceso gubernamental democrático,
para alcanzar la paz, la prosperidad económica y la estabilidad
política, en la cual la confianza en el Estado y sus dirigentes
vuelva a existir? El Plan Colombia es un acercamiento multidimensional
que tiene en cuenta los anteriores tópicos, pero el primordial enfoque
es indiscutiblemente una solución militar que destruya la base económica
del terrorismo. Una solución militar puede que tenga éxito
a corto plazo, aunque la historia sea fiel testigo de los contados éxitos
de los conflictos contra-insurgencia después de la Segunda Guerra
Mundial. A largo plazo, sin embargo, no hay duda de que la estabilidad
política colombiana dependa de la capacidad del Estado en proveer
seguridad, en apoyar el desarrollo económico, en facilitar una distribución
equitativa del ingreso y la riqueza, y en retomar la confianza del ciudadano
corriente. Esto es un verdadero reto capital.
[1] Samuel P. Huntington, The Clash of Civilizations and the remaking of world order (New York: Simon & Schuster, 1996).
[2] Sean M. Lynn-Jones and Steven Miller, eds., Global Dangers: Changing Dimensions of International Security (Cambridge, M.I.T. Press, 1995).
[3] Paul Heinbecker, Department of Foreign Affairs and International Trade, speaking with Canada World View, www.dfait-maeci.gc.ca/canada-magazine
[4] Robin Rosenberg y Steve Stein, eds., Advancing the Miami Process: Civil Society and the Summit of the Americas (Miami: North-South Center Press, 1995), pages 131-138.
[5] Miami Process, p. 132
[6] Elizabeth Joyce, ed., Latin America and the Multinational Drug Trade (Londres, Macmillan, 1998).
[7] Denis Berthiaume,Hemispheric Addiction: Canada and Drug Trafficking in the Americas (Ottawa: FOCAL, 1997), p. 13.
[8] U.S. the White House, Proposal for U.S. Assistance for Plan Colombia,” January 11, 2000, http://www.ciponline.org/colombia/aidprop2.htm.
[9] Robert Burns, AP Military Writer, August 30, 2000, news.excite.com.
[10] August 29, 2000, dailynews.yahoo.com. The weapons were legally sold in 1999 by Jordan to the Peruvian military, but 10,000 Russian-made Kalashnikov assault rifles found their way into the hands of FARC. Peruvian authorities recently announced the breakup of an illegal multinational arms distribution network.
[11] Reuters and AP reports, August 29, 2000.
[12] 21 September 1999 and 15 February 2000. See also the testimony of Brian E. Sheridan, Department of Defense Coordinator for Drug Enforcement Policy and Support, Senate Caucus on International Narcotics Control, 21 September 1999.
[13] U.S. Department of State, Bureau of International Narcotics and Law Enforcement Affairs, Fiscal Year 2000 Budget Congressional Presentation (Washington: Department of State, March 1999).
[14] Press Release, March 29, 2000
[15]Financial Times, March 30, 2000.
[16]Financial Times, March 30, 2000.
[17] Grassley Press Release, January 11, 2000 and June 23, 2000, www.senate.gov/grassley. The other sponsors of the bill in 1999 were Senators Paul Coverdell and Michael DeWine.
[18] U.S. Congress, Senate, Hearing Before the Committee on Foreign Relations, Crisis in Colombia: U.S. Support for Peace Process and Anti-Drug Efforts (6 October 1999), http://frwebgate.access.gpo.gov.
[19]Financial Times, March 30, 2000.
[20] August 28, 2000.
[21] File:///A/US-Colombia 2000/Sheridan Testimony.htm
[22] Agence France Presse, 29 March 2000
[23] U.S. Department of State, Background Notes: Colombia (Washington: Department of State, January 1999), http://www.state.gov/www/background_notes/colombia_0199; U.S. Central Intelligence Agency, The World Factbook 1999 (Washington: CIA, 1999), http://www.odci.gov/cia/publications/factbook/co.html.
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