Ante el continuado deterioro de la situación colombiana el
Comité Universitario por Colombia, que se propone contribuir a la
formación de la opinión pública acerca de la situación
colombiana y buscar una participación mas firme de los gobiernos
europeos y de la Unión Europea con políticas a favor de una
salida negociada al conflicto, reunido en París el 19 y 20 de marzo
en presencia de varios representantes de las instituciones europeas, hace
el siguiente pronunciamiento:
1. EL DRAMA COLOMBIANO
A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, Colombia se caracterizó por la continuidad de sus instituciones democráticas y por una cierta estabilidad política. Paralelamente, la debilidad histórica del Estado, el recurso permanente al Estado de Sitio, la intensidad de la violencia política, la fuerte concentración del poder en manos de una clase política tradicional y excluyente, la permanencia de las desigualdades y de las injusticias sociales han sido factores negativos del desarrollo político.
En este contexto, la combinación a lo largo de los anos 80 de
la expansión del narcotráfico y el desarrollo del activismo
de los grupos armados ilegales condujeron al país a una situación
sin precedentes en la cual la violación de los derechos del humanos
y el recurso a violencias brutales terminaron por imponerse.
2.UN PROCESO DE PAZ ILUSORIO
El “Proceso de paz” iniciado por el Presidente Pastrana en 1998 no permitió
consolidar verdaderas negociaciones alrededor de perspectivas políticas
claras. Después de que el 20 de febrero se rompieran las negociaciones
solamente subsisten las conversaciones con el ELN. Tras los recientes encuentros
en La Habana entre el gobierno y esta organización se han producido
los primeros resultados alentadores, entre otros la posibilidad de una
tregua que si llegara a concretarse, tendría repercusiones importantes.
Así el ELN esté lejos de tener un potencial militar comparable
al de las FARC-EP, un hecho tal podría facilitar en un momento dado
el reinicio de un proceso global de diálogo.
El carácter ilusorio del proceso con las FARC-EP, no se debe
solamente a que se hubiera desarrollado en medio de las hostilidades,
lo que suele ocurrir con frecuencia y era quizás inevitable. Se
debe, ante todo, al hecho que privilegió una simple retórica
de paz, en detrimento de la búsqueda de gestos limitados pero acumulativos,
para ir en dirección de la humanización del conflicto y de
una reducción de su intensidad. El proceso no le dio prioridad a
la puesta en marcha de mecanismos reconocidos de verificación auspiciados
por la comunidad internacional. En lugar de acuerdos parciales pero verificables
se centró en finalidades últimas, sin duda abstractas, como
la reestructuración global de la sociedad y de sus instituciones.
En esas condiciones, las negociaciones solo podían estancarse
y, con la prolongación de los enfrentamientos, la sospecha de un
uso puramente táctico de las conversaciones se reforzó inevitablemente.
El gobierno de Pastrana, tiene, sin duda, una parte de responsabilidad
en este fracaso. Sin preocuparse de asociar al país y a sus dirigentes
a lo que estaba concebido como una apuesta personal, no precisó
ni los objetivos, ni los procedimientos de la negociación. La entrega
sin condiciones de una zona desmilitarizada sólo fue la primera
etapa de una serie de lo que se presentó como concesiones realizadas
bajo el pretexto de establecer la “confianza”. La improvisación
de las negociaciones, en ausencia de un proyecto gubernamental de fondo,
no permitió jamás definir los asuntos prioritarios. A fortiori
en ningún momento dejó percibir el escenario de eventuales
acuerdos políticos. La adopción del “Plan Colombia” con un
fuerte componente militar, la adhesión al plan americano de fumigación,
la tolerancia frente a los grupos paramilitares, parecieron indicar otras
prioridades, que sembraban dudas sobre el contenido concreto del discurso
de la paz.
Sin embargo, es irrefutable que las FARC-EP tienen también una
responsabilidad esencial en el fracaso del proceso de paz. No hicieron
ningún gesto que permitiera avanzar en los diálogos. Por
el contrario, se dedicaron a multiplicar las provocaciones al gobierno,
a la opinión publica, y a la comunidad internacional, ya fuese mediante
el uso abusivo de la zona desmilitarizada, de actos como el asesinato de
los indigenistas americanos o el secuestro de los cooperantes alemanes,
de las “ pescas milagrosas” o de su negativa para liberar al padre de un
niño en fase terminal de cáncer. En lugar de sacarle provecho
al espacio político que se les había concedido, las FARC-EP
dieron pruebas de una ausencia inquietante de iniciativa política.
Se preocuparon sobre todo por incrementar su capacidad militar, en hombres
y en armas. Su principal exigencia, aquella de una posible ley de intercambio
de prisioneros, parecía destinada ante todo a permitirles recuperar
a los dirigentes que les están haciendo falta. Al persistir en su
voluntad de llegar al poder por la fuerza y rechazando de entrada cualquier
idea de desarme, dieron la impresión de mantenerse fieles
a la vía de la "combinación de todas las formas de lucha"
y de utilizar la negociación en esta perspectiva.
Después de varios meses, el proceso de paz pendía de un hilo. La prolongación de la zona desmilitarizada, realizada el 20 de enero del 2002, se logró con enormes dificultades: por primera vez las FARC-EP debieron ceder aceptando el control externo de la zona por parte de las fuerzas armadas, así como un calendario preciso que se orientaba hacia la consolidación de un cese al fuego. Lo que estaba claro era que, a la fecha, tanto al gobierno como a las FARC FARC-EP se les había agotado el margen de maniobra. O se abrían a verdaderas negociaciones o el relanzamiento de la guerra era inevitable.
Es imposible saber si secuestrando un avión las FARC-EP optaron deliberadamente por la ruptura. El resultado ya se produjo: además de la intensificación del conflicto, se arruinaron las perspectivas de diálogos por un tiempo indeterminado. A excepción del período comprendido entre 1992 y 1998, no se debe olvidar que el conflicto colombiano ha estado, casi siempre, acompañado de un proceso de negociación. Es un verdadero salto al vacío lo que acaba de producirse y nada puede predecir en qué condiciones estará Colombia cuando se retorne a las conversaciones.
3) UNA GUERRA SIN SALIDA
La idea de una solución militar no parece ser menos ilusoria
que la retórica de la paz. Con ella se corre el riesgo de un conflicto
interminable y de un debilitamiento de las instituciones democráticas.
Sin duda, las fuerzas armadas se han modernizado con la ayuda de los
Estados Unidos y es poco probable que registren derrotas comparables a
las que sufrieron entre los años 1995 y 1998. Sin embargo, no vemos
como lograrán garantizar una presencia a lo largo y ancho del territorio
y menos aún como podrían evitar el terrorismo y los actos
destructivos contra las infraestructuras. En el transcurso de las semanas
siguientes a la ruptura del proceso de paz, dieron la impresión
de no estar mejor capacitadas que en 1990 cuando ocuparon la sede de las
FARC-EP en la Uribe:
En todo caso, no han podido evitar los múltiples sabotajes perpetrados
en todo el país. Por ahora, no disponen ni de los efectivos ni de
la formación para contrarrestarlos. Sus mandos señalan
que el presupuesto militar está lejos de las exigencias que requiere
una situación de guerra interna generalizada, e incluso de estar
al nivel de otros países latinoamericanos que no afrontan situaciones
de guerra interna.. No es evidente que las elites civiles y la opinión
estén dispuestos a los sacrificios que impondría el aumento
presupuestal.
Se podría pensar que los Estados Unidos van a incrementar su
ayuda, comprometida en principio hasta ahora solo a las operaciones de
destrucción de cultivos ilícitos. Ciertos sectores de la
administración americana continúan denunciando la colusión
de las fuerzas armadas con los paramilitares. El incremento de la
ayuda implicaría una injerencia considerable en la utilización
de estos recursos..
Por su parte, la guerrilla tampoco parece capaz de lograr resultados
decisivos. Su potencial militar le permite sin duda controlar provisionalmente
ciudades pequeñas así como ejes estratégicos.
Pueden, ante todo, afectar la economía del país llegando
a paralizar temporalmente las carreteras y la red de fluido energético.
Pero la nueva capacidad de desplazamiento de las fuerzas armadas seguramente
las obligará a regresar al estilo clásico de la guerra de
guerrillas. Además, la pérdida de la retaguardia segura
garantizada por la zona de distensión complica su acción.
Esta guerrilla, afianzada en sus tradiciones rurales, permanece ajena al
país "urbano", en el cual sólo dispone de algunos núcleos
limitados de apoyo. Su descrédito político a nivel nacional
es un hecho innegable. Al respecto, la situación colombiana es diferente
del caso salvadoreño. Finalmente es difícil advertir en qué
medida la guerrilla conserva su cohesión. El boleteo perpetrado
por varios frentes conlleva una tendencia a su autonomización; existen
indicios de que varios de ellos actúan por su propia cuenta.
La intensificación del conflicto corre el riesgo de traducirse
ante todo, en el aumento acelerado del poder de las organizaciones paramilitares.
Estas ahora hacen sentir su presencia en casi todas las regiones, incluso
en las zonas tradicionalmente dominadas por las guerrillas. Con el apoyo
o la tolerancia del Ejercito tomaron el control de Barrancabermeja,
centro de refinación petrolera de fuerte tradición sindical,
y se instalaron en Putumayo y Arauca, departamentos hasta hace
muy poco controlados por las guerrillas. Su expansión territorial
es sin embargo solo una faceta de sus logros. El crecimiento de los apoyos
políticos, tácitos o declarados, constituye otro de los aspectos
igualmente preocupante. Si se puede dudar de la afirmación de uno
de sus más importantes líderes, según la cual contarían
con el respaldo de una parte significativa de la clase política,
es evidente que el rechazo hacia las guerrillas conduce a muchos ciudadanos
a considerar a los paramilitares como la única "muralla" protectora.
Una gran parte de la opinión acogió favorablemente
la ruptura del proceso de paz. Cansada de la falta de resultados, reclamaba
desde hace varios meses una política "dura" hacia la guerrilla.
Partidario de tal política, Alvaro Uribe, candidato de las próximas
elecciones presidenciales, registra un aumento vertiginoso en las encuestas.
Los efectos del 11 de septiembre se agregan al endurecimiento en curso.
Ya antes los Estados Unidos habían declarado a las dos organizaciones
guerrilleras y a los paramilitares como “terroristas”. Son muchos los colombianos
que en este momento asimilan la lucha contra la guerrilla a la “Guerra
contra el terrorismo”. Luego de ignorar de manera obstinada los actos intolerables
perpetrados por las FARC-EP en el marco del objetivo de paz, el presidente
Pastrana aceptó denunciar a las FARC, tras la ruptura del proceso,
como terroristas y narcotraficantes, como para precipitar la reorientación
de los planes puestos en marcha por los Estados Unidos.
Estamos viviendo en realidad una situación de inestabilidad
que no corresponde de ninguna manera a una coyuntura de "empate" que desencadene
una solución negociada.
La economía de la droga, que no conoce reflujos y se encuentra
bajo el control de los grupos armados ilegales, ensombrece el panorama.
La guerrilla podría en un momento dado perder toda cohesión
pero la confrontación puede también perdurar mucho tiempo.
Los peores escenarios pueden ser imaginados: la marcha hacia la guerra
civil generalizada o hacia la internacionalización de la guerra.
Las relaciones de fuerza se pueden modificar de repente, bien sea en
beneficio de las fuerzas armadas si las guerrillas no mantienen su unidad,
o bien, en beneficio de las guerrillas, si logran asfixiar la economía
del país. Otros escenarios posibles son la fragmentación
del conflicto o la desintegración institucional. Cualquiera que
sea la hipótesis, el regreso a la mesa de negociaciones no podrá
sino acontecer en un contexto fuertemente alterado.
En todos los casos, las instituciones corren el riesgo de ser bastante
golpeadas. Un éxito militar podría llegar a ser también
una victoria paramilitar. Y, un atentado de las guerrillas podría
crear una situación de caos. No es posible ver con claridad quien
puede salir ganando en esta guerra, pero si es claro quienes serían
los perdedores.
Queda un escenario más optimista, aquel en donde el poder colombiano
lograría hacer frente a las diversas amenazas por parte de los actores
al margen de la ley, proponiendo a las guerrillas reformas políticas
y sociales precisas que les ofrecerían nuevas perspectivas
políticas. Este escenario exige el concurso lúcido de la
comunidad internacional.
4) EL DEBILITAMIENTO DE LAS INSTITUCIONES.
La corrupción y el resquebrajamiento de los partidos políticos
tradicionales constituyen solo el aspecto más visible del debilitamiento
institucional en Colombia.
Hoy más que nunca, la vida política es alterada
por la confrontación. Hay que mencionar la influencia de los paramilitares
en las elecciones. Tanto los paramilitares como las guerrillas asesinaron
a varios alcaldes y concejales. Procediendo al secuestro de varios congresistas
y de una candidata presidencial, las FARC-EP acentuaron el chantaje. Los
alcaldes son frecuentemente llevados a aceptar un modo de co- gobierno
con los actores armados al margen de la ley y obligados a pagar una cuotaparte
sobre las inversiones públicas realizadas.
Hay a menudo un desfase entre las políticas nacionales
de orden público y las políticas locales y son muchos los
representantes locales que buscan lograr un modus vivendi precario con
el fin de proteger a sus comunidades, como en el caso del oriente de Antioquia.
Los gobernadores del sur del país aspiran a construir su propia
estrategia, incluso solicitando la ayuda de la Unión Europea.
La situación de quiebra financiera en la cual se encuentran
muchos departamentos y municipios agrava la crisis institucional. La corrupción
encuentra aquí un terreno propicio: lejos de manifestarse únicamente
en el ámbito nacional, ella se hace presente también en muchas
instancias locales. El desempleo y la ausencia de programas sociales se
suman desde luego al descrédito de las instituciones.
Favorable en este momento a la solución militar, la opinión
pública podría fácilmente cambiar de posición
a partir del instante en que comience a sufrir las consecuencias de la
guerra.
5- FACTORES POSITIVOS DE REORGANIZACIÓN SOCIAL
En este contexto muchos elementos se mueven en la dirección de una cierta renovación institucional. La democratización de la vida política se produce también en numerosas municipalidades rurales. Pero ella es más evidente en el mundo urbano. Si bien las grandes ciudades no han escapado de las dificultades económicas, no dejan de mostrar, sin embargo, una modernización y democratización de su modo de gestión.
Bogotá es el ejemplo más espectacular. Gracias a la sucesión, en los últimos diez años, de alcaldes de gran calidad y de modos de gestión modernos que asocian racionalización y participación, el marco urbano de la ciudad se ha modificado en todos los ámbitos: transporte, medio ambiente, cultura, ciudadanía, hasta el punto que esta experiencia se ha convertido en una referencia internacional. Otras ciudades siguen el mismo camino.
También en el mundo urbano se asiste al surgimiento de movimientos políticos que rechazan las antiguas prácticas clientelistas y se inscriben en el contexto de una modernización democrática.
Al lado del país en guerra, existe entonces otro país
que no cesa de evolucionar. Tanto en el Estado como en las empresas, Colombia
dispone todavía de una clase dirigente de una calidad que no siempre
se encuentra en otras partes.
Múltiples sectores de la población se esfuerzan por hacer frente a la difusión del conflicto mediante unas medidas concretas. Las poblaciones indígenas mostraron el camino reivindicando su derecho a la neutralidad y predicando formas de resistencia colectiva frente a los actores armados. Junto con ellas, las poblaciones negras, los habitantes de otras localidades y diversas organizaciones intentan adoptar esta actitud de resistencia.
En este sentido, existe en Colombia un conjunto de redes asociativas de una gran vitalidad, a menudo relacionadas con la Iglesia Católica, y en algunos casos independientes. Hasta en las zonas más conflictivas, ellas contribuyen frecuentemente a evitar una completa desorganización social.
Algunas veces, las ONGs hacen un trabajo excelente para proteger a la población, como es el caso de las "comunidades de paz". Otras veces intentan atenuar los antagonismos asociando programas de desarrollo y organización ciudadana. La mejor ilustración es el Programa del Magdalena Medio del cual se inspiran otras iniciativas regionales.
Estas son algunas razones que permiten mantener la esperanza de
un escenario no-catastrófico.
6- EN FAVOR DE UNA ESTRATEGIA DIVERSIFICADA Y GLOBAL DE PAZ
El gobierno de Pastrana centró todos sus esfuerzos sobre el proceso de paz. La próxima administración se verá confrontada a una coyuntura que exigirá políticas más diversificadas. Es cierto que la propuesta de negociaciones debe permanecer abierta. Pero, fuera de que resulta imposible prever cuando se van a poder retomar, la experiencia mostró que era imprudente mezclar la misma negociación con el debate sobre las reformas que se refieren al conjunto de la población colombiana.
Conviene señalar una vez más que la credibilidad de cualquier gobierno también dependerá de las medidas adoptadas para hacer frente a los paramilitares.
En un momento en que se avecina la ratificación del Tratado de Roma sobre una Corte Penal Internacional, no puede tolerarse la persistencia de la violación de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario. Lo que es cierto para los paramilitares también lo es para las guerrillas las cuales, de seguir cometiendo infracciones al derecho internacional humanitario, deben ser condenadas en el ámbito nacional e internacional.
La ventaja más grande de Colombia frente a la guerra interna sigue residiendo en su adhesión a las reglas democráticas y al Estado de Derecho. Esta es la condición para la restauración o la consolidación de un sentido de la ciudadanía compartida.
Las reformas políticas son de una urgencia tal que todos los candidatos presidenciales lo reconocen, ellas tienen que ver con el funcionamiento del Congreso o con el sistema electoral. Pero esas reformas deben apuntar de una manera más amplia al fortalecimiento de las instituciones. Desde la lucha contra la corrupción hasta la lucha contra la impunidad, pasando por la modernización del sistema judicial y de las diferentes instancias administrativas de control, se impone la modernización del Estado.
La ruina de las finanzas locales implica sin duda también reexaminar los textos que presidieron la aplicación de la descentralización.
Se hacen también necesarias reformas económicas y sociales. No nos concierne definirlas. Solo cabe señalar que el regreso a la paz pasa también por unos programas sociales específicos en favor de los sectores marginados y de las regiones de colonización que, por haber sido abandonadas, se encuentran en el centro de todas las formas de violencia. Dicho regreso implica además la adopción de medidas contra los bienes acumulados por los narcotraficantes.
El Estado colombiano debe hacer todo lo posible para hacer presencia
entre la población. Deben ser promovidos programas ambiciosos y
diversificados con el fin de favorecer la capacidad de organización
de categorías precisas: mujeres, jóvenes, minorías...
Este podría ser el medio para contribuir al retroceso de la guerra.
El conflicto actual no puede expresarse únicamente por sus causas
iniciales. Después de 20 años una guerra tan brutal engendra
su propio contexto, el cual tiene que ver cada vez menos con aquel
del inicio. Pero la resolución de un conflicto supone la propuesta
de cambios que reestablezcan la confianza en el porvenir, especialmente
en lo que concierne la reforma agraria y los cambios institucionales. La
cooperación internacional es indispensable en este sentido.
7) EL PAPEL DE EUROPA
El papel de Europa es necesariamente diferente del de los Estados
Unidos. Estos han ayudado a la modernización de las fuerzas armadas
y orientado la estrategia de lucha contra la droga. Anunciando un programa
especial de protección del principal oleoducto, dieron un paso hacia
un apoyo más directo a la lucha contra la guerrilla. Luego de la
ruptura de las negociaciones y de los operativos de sabotaje por parte
de la guerrilla, los Estados Unidos consideran la hipótesis
de una ayuda más considerable, esta vez orientada contra la guerrilla.
A las preocupaciones sobre sus repercusiones en los países vecinos,
se suma el interés de avanzar en el proyecto de libre comercio de
las Américas, así como el de garantizar sus inversiones
en una zona estratégica.
Durante largo tiempo Europa ha juzgado desde lejos y sobre la base
de una información limitada la situación colombiana. Las
últimas resoluciones del Parlamento Europeo muestran que se ha tomado
conciencia de la gravedad del conflicto.
Europa debe materializar su interés en la región y no
puede hacer caso omiso de la evolución de la situación. Manteniéndose
al margen del plan Colombia pero comprometiéndose en ayudas diferentes
a las militares, asumió el papel de interlocutor que se tradujo
en la participación de varios de los países miembros de la
Unión Europea en los diferentes grupos de países amigos.
Al igual que el gobierno colombiano, le apostó al éxito de
las negociaciones, a pesar de exponerse a algunos desaires en actos y palabras
por parte de las FARC-EP, y corriendo el riesgo de desgastarse ante la
ausencia de resultados. Dado el número de países vinculados
al proceso, entre los cuales prevalecían ciertas discrepancias incluso
sobre el Plan Colombia, no era posible sino un "acompañamiento"
más que una mediación efectiva. La ruptura del proceso
de paz surgió en el momento preciso en que ese acompañamiento
iba a tomar un aspecto más formalizado. La ruptura los obliga hoy
a reconsiderar sus objetivos inmediatos.
La Unión Europea debe por supuesto insistir sin cesar en la
exigencia del respeto por los derechos humanos y del respeto por el derecho
internacional humanitario a todos aquellos que los violen. Debe también
pronunciarse fuertemente sobre el evidente desastre ecológico provocado
en Colombia a la vez por los cultivos ilícitos y sus fumigaciones,
así como los sabotajes continuos a los oleoductos que provocan daños
incalculables. Es también indispensable que la Unión Europea
pruebe a los colombianos que comprende la complejidad de la situación.
Pero debe sobre todo ayudar a mantener la posibilidad de una
solución política y por lo tanto contribuir a su construcción.
No es suficiente con afirmar su diferencia frente a Los Estados Unidos.
Para hacer oír su voz frente a iniciativas de ese país que
llevarían a una escalada del conflicto a nombre de la lucha contra
el terrorismo, Europa tiene que fijar posiciones claras y coordinadas.
En todo caso la Unión Europea puede desempeñar un papel
importante en múltiples planos.
a) Brindar su apoyo a la democracia colombiana
y al fortalecimiento de sus instituciones.
b) Contribuir a hacer aceptar que la
búsqueda de un acuerdo político no puede confundirse con
la búsqueda de soluciones al problema internacional de la droga,
las cuales no pueden producir efectos a corto plazo.
c) Colocar la ayuda financiera
a la cual se comprometió al servicio de una verdadera estrategia
por Colombia. Hasta el momento, sólo ha desembolsado una pequeña
parte de esta ayuda, a riesgo de levantar dudas sobre su grado de compromiso.
Esta ayuda no se puede limitar a micro-planes de sustitución de
cultivos cuya eficiencia es muy reducida, ni tampoco a apoyar micro-programas
dispersos. Debe traducirse en la implementación de programas regionales
coordinados. Fuera del Magdalena Medio, existen regiones en crisis económica,
tal como la zona cafetera, esencial para el equilibrio del país
pero víctima de la caída de los precios, y que tiene ejemplos
positivos de gestión como el de la reconstrucción de Armenia.
La Unión Europea podría ayudar a implementar amplios
planes de transformación.
d) Promover vigorosamente el apoyo a
los diferentes esfuerzos de la sociedad civil para su fortalecimiento y
para que se pueda sustraer del conflicto.
e) Insistir para que las guerrillas retomen
el camino de la política subrayando el aislamiento y el impasse
que resultan de la prioridad que le dan a la actuación militar y
resaltando también el carácter necesariamente democrático
que debe tener cualquier fórmula de poder.
A la Unión Europea le compete más generalmente reflexionar
sobre los dos grandes desafíos de Colombia.
Acabamos de referirnos al primero, se trata del problema internacional
del tráfico de droga del cual Colombia es la primera víctima.
Ya es hora de sacar las consecuencias del principio de co-responsabilidad
que sigue siendo una fórmula vacía. En el momento en el que
las medidas de fumigación revelan su ineficacia y el
problema de las redes de lavado de dinero y de contrabando de armas vuelven
a ser temas de actualidad, se impone la necesidad de plantear, con el concurso
de todos los países implicados, la búsqueda de políticas
alternativas, sin excluir la de una legalización controlada. La
falta de una institución europea central encargada de la lucha contra
las drogas no contribuye a la eficacia de la política
actual.
El segundo desafío es el de participar de las conversaciones con el gobierno colombiano, las Naciones Unidas, los países afectados por el conflicto y si es posible con las guerrillas, en la vía de la construcción de una verdadera mediación, desde el momento en que un proceso de paz pueda ser reanudado bajo las condiciones que garanticen esta vez, su viabilidad.
La búsqueda de una salida política está evidentemente primero en las manos de los colombianos. Pero debe pasar por la internacionalización de la negociación. A partir de este momento la alternativa es entre la internacionalización de la guerra y la internacionalización de la paz.
París, marzo 20 de 2002
FIRMAN
Daniel Pécaut
Jean-Michel Blanquer
Peter Waldmann
Alain Joxe
Alain Touraine
Christian Gross
Michel Wieviorka
Michel Agier
Sabine Kurtenbach
Odile Hoffmann
Yvon Le Bot
Joaquim Roy
Georges Lomné
Alain Labrousse
Philippe Texier
Siguen firmas