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Mientras persistan cultivos industriales, lloverá glifosato. Glifosato con cosmo flux. Motivo suficiente para no contravenir las ordenes mayores de quienes inciden significativa e imperativamente en la toma de decisiones en Colombia amparados por la justificación moral de la cruzada internacional de la lucha contra las drogas: gobiernos de los países consumidores en su respectivo orden jerárquico, multinacionales productoras de insumos químicos, fabricantes de guerras, empresas de servicios de fumigación, de “seguridad”, de comunicaciones, de bienes de consumo, de tecnología de punta...
Mientras dichas instancias se retro alimentan y se justifican, cabe preguntarse que es eso de los “Cultivos Industriales” que algunos responsabilizan de producir el 30% de los estupefacientes colombianos, otros el 70%, otros mas metódicos el 48.37%.
Visto desde la avioneta o el helicóptero, la cuestión es simple. Volar sobre Chinchina por ejemplo, puede conducir a un dictamen contundente: Allí lo que hay es un inmenso cultivo industrial de café. Aterrizar y tomar la trocha a pie o en mula, revelará que la realidad es bien diferente, y que lo que realmente existe es un mosaico de propietarios que se debaten por subsistir en medio de los últimos estertores de la economía agrícola lícita del país. Habrá sin duda fincas mas grandes que otras, explotaciones mas tecnificadas, tierras con índices diferentes de rendimiento... sin embargo la tendencia clara es hacia la atomización de los cultivos sobre un área total que pasó de un millón de hectáreas con trescientos veinte mil cultivadores hace diez años a una de ochocientas mil hectáreas y quinientos cuarenta mil cultivadores en la actualidad. El 90% del café colombiano se encuentra sembrado en este momento sobre propiedades que no sobrepasan las tres hectáreas. Los cultivos industriales de café y su versión anterior de haciendas cafeteras están en franca vía de extinción.
La situación del café corrobora una realidad que no es ajena a la de la coca o la amapola: la producción agrícola primaria esta ubicada en el eslabón mas vulnerable, mas riesgoso y menos rentable de la cadena productiva. La pregunta es por lo tanto de sentido común: Que interés puede tener un empresario narco en establecer un “cultivo industrial” de coca o amapola sabiendo de antemano que la participación de dicha actividad en las utilidades globales del negocio no llega siquiera a un 0.8%, y en cambio sí lo ubica en la franja de mayor riesgo, ilegalidad e interdicción?
No existe acaso una fuente inagotable de miseria humana dispuesta a ponerle el pecho a una vida incierta, a una selva lejana, al desarraigo, la penalización, la violencia, la enfermedad o el cosmo flux? Que sentido tiene entonces establecer “cultivos industriales” y correr así el riesgo de su propiedad?
Para el empresario cocalero o amapolero, el problema no es de número ni mucho menos de tenencia de hectáreas cultivadas sino de familias dependientes de su poder económico mediante el cual genera vínculos de producción y endeude. Hay que hablar entonces de numero de familias y no de numero de hectáreas.
La propiedad sobre los cultivos se revaluó rápidamente hace mas de veinte años cuando grandes propietarios se dieron cuenta que era mucho mas rentable trasladar el riesgo para convertirse así en propietarios de familias y no de hectáreas.
Algo parecido al caucho en las década de los treinta del siglo pasado: se entregaban herramientas, insumos, remesa, fantasías y artilugios y al finalizar el ciclo se recibía el producto contra una cuenta de cobro que obligaba al recolector a retomar el sendero de su sutil esclavitud.
Los “familiatenientes” se disputan así amplias zonas del territorio nacional. Entregan cemento, gasolina, remesa, semillas, asistencia técnica, motor nuevo, permanganato, ácido, seguridad y dinero en efectivo. Unos meses mas tarde, reciben a cambio el bazuco (base) bajo techo, lejos de zancudos y aspersiones. Justa o injusta, la transacción logra solucionar el mayor cuello de botella para el agricultor: darle salida a su producto, y poder así retomar el yugo.
El mercado libre que una vez prospero por cuenta de pequeños comerciantes llamados “chichipatos”, fue necesario exterminarlo. Traía desorden, se perdía control sobre la oferta, alimentaba aspiraciones individuales, desequilibraba el manejo del “stock”.
Siendo así, no deja de ser inquietante que se ponga a la venta la figura del “cultivo industrial” . Como serán estos cultivos?
Caben en la imaginación amplias parcelas de coca o amapola perfectamente diagramadas sobre una selva recóndita con riego por goteo y cubierta plástica contra el glifosato donde trabajan en jornadas estrictas de ocho horas raspachinas de delantal camuflado y máscaras anti-tóxicas. Durante la jornada laboral, sus pequeños hijos estarán a cargo de trabajadoras sociales en guarderías especialmente construidas dentro del cultivo. Deben existir por supuesto salas de clasificación, laboratorios y plantas de procesamiento; ingenieros químicos y agrícolas, técnicos, personal de seguridad, sicólogo, socios capitalistas, junta directiva...
Debe existir además una red de comunicaciones satelitales para monitorear los precios internacionales de la heroína. Sofisticados sistemas de transporte y empaque, control de calidad, entidades corporativas camufladas entre los bosques primarios de los páramos o las cascadas cristalinas de la amazonia. Debe ser algo así.
Mientras se descubre la realidad de este sueño de galaxias, la realidad cotidiana de la producción primaria de coca y amapola en Colombia seguirá estando a cargo de esa corriente transhumante de individuos y familias que se fueron para el piedemonte amazonico, el orinoco o el pacífico buscando un horizonte mejor. De pastos, yanakonas , paeces o guambianos que desafiaron la prohibición milenaria de intervenir sus páramos, de desplazados de la violencia, de desplazados de una opción vida y que con su desarraigo se matricularon donde algún “familiateniente” y abrieron un “tajo” de monte para criar sus hijos y sus sueños.
Familias al fin y al cabo. Cien mil? ciento treinta mil? acaso mas? De todas maneras, y desde el punto de vista de los países consumidores, nunca tan importantes como la familia misionera norteamericana cuya avioneta fue victima por un error reciente de la interdicción aérea peruana y que suscitó por orden del congreso norteamericano la suspensión inmediata de esta estrategia brutal contra el narco tráfico, así fuese mucho mas efectiva que la aspersión con glifosato y cosmo flux sobre los “cultivos industriales” colombianos. Mucho mas efectiva, es cierto... pero mucho menos rentable para las multinacionales como Monsanto que producen el “inocuo” glifosato, para los contratistas de la fumigación que tienen vigencias futuras comprometidas a cinco años, para los productores de la magia del consumo que se canjea a deuda con raspachines en los puertos del Putumayo, para los fabricantes de armas, para la imagen de colombia en el exterior, para los dueños de la guerra, para el índice de precios de la heroína y la cocaína sostenido por una ilegalidad que toca mantener a todo costo en aras de un mundo moralmente aceptable, para todo el lastre que habrá de llevar indignamente a cuestas el Plan Colombia durante los próximos años.
Y así, seguirá lloviendo glifosato y cosmo flux...
*Antropólogo, Universidad de los Andes y consultor especializado
en procesos y ordenamiento territorial.
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