La producción agropecuaria posee una gran importancia social, porque
de ella dependen de manera directa campesinos, empresarios, indígenas
y obreros agrícolas. Pero el campo también resulta clave porque
constituye parte vital del mercado interno de cualquier nación, al
adquirir bienes que se generan en las zonas urbanas, bien sean éstos
de consumo o de capital, y suministrar alimentos y materias primas a lasciudades,
así como intercambiar productos entre las zonas rurales.A su vez,
el agro contribuye además con el desarrollo de los paísesal
generar divisas que suman en sus balanzas comercial y de pagos.
Pero con todo y lo decisivos que son los aspectos anteriores, el papel fundamental
del agro reside en que de él depende la seguridad alimentaria, unconcepto
cada vez más empleado pero sobre el cual existen enormesdiferencias
en torno a su significado. ¿Qué debe entendersepor seguridad
alimentaria? ¿Ella de limita a que cada familia campesinaproduzca
su comida en su parcela? ¿Significa que Colombia debe asegurarselas
divisas suficientes para poder importar la comida de la nación?O,
más bien, ¿debe pensarse como que los productores nacionales
—campesinos y empresarios— tengan la capacidad para alimentar
a todo el país?
Antes de absolver las preguntas anteriores debe hacerse una precisión
que no por obvia sobra, dadas las grandes confusiones que se observan frente
al tema. Por mucho que haya evolucionado la humanidad, los seres humanosseguimos
siendo seres que debemos alimentarnos so pena de perecer por hambre,de donde
se deduce que la principal preocupación de una nación,y del
Estado que la organiza y representa, consiste en que, pase lo que pase,la
comida llegue a su mesa. Quedarse sin energía eléctrica,automotores
y demás instrumentos significaría, sin duda, unacrisis gravísima
para cualquier sociedad. Pero no tener alimentosconllevaría a su ineluctable
desaparición. Y que los alimentoshayan estado siempre disponibles
en Colombia, así sea en medio deinmensas limitaciones para una porción
considerable de su población,no significa que esto siempre vaya a
ser así, como bien lo saben entantos países en los que, por
guerras internacionales, catástrofesambientales o conmociones internas,
sus suministros alimentarios se han suspendidoen grandes proporciones, incluso
para quienes tenían con quécomprarlos. No es casual, entonces,
que los alimentos se hayan empleado comoarmas en las confrontaciones bélicas
y que el propio concepto de laseguridad alimentaria ganara importancia luego
de la Segunda Guerra Mundial,cuando en la Europa devastada por la conflagración
se padeciólo indecible por la falta de comida.
Una mirada al funcionamiento de la economía norteamericana, la principal
potencia agropecuaria del mundo, permite poner en perspectiva por qué
allí le conceden tanto interés a su producción en el
campo, análisis que servirá para comprender mejor el tema que
nos ocupa. La importancia social del mundo rural norteamericano es, si se
quiere, menor, si se mide por el número de habitantes que viven del
trabajo en el campo, del orden del uno por ciento de la poblacióntotal.
Es obvio que si el agro de ese país desapareciera, esa población
podría ser absorbida con relativa facilidad por las muy poderosaseconomías
de sus ciudades. Además, el aporte de su producciónagropecuaria
al Producto Interno Bruto, con cerca de un dos por ciento, también
resulta ser, en términos relativos, bien bajo, si se compara, porejemplo,
con el de Colombia, ocho veces mayor[2]. Si solo se miraran estasdos variables,
la importancia del agro en Estados Unidos no seríamuy notable. Pero,
de otro lado, su producción agropecuaria poseeun gran interés,
pues ella hace parte del mercado de industrias debienes de capital tan claves
como las del acero, automotriz y petroquímica,e incluso tiene enormes
vínculos con un área del conocimientoa la que se le auguran
grandes posibilidades económicas para el conjuntode esa sociedad:
la manipulación de los genes de plantas y animales.Y su campo genera
exportaciones por más de 50 mil millones de dólaresal año,
las cuales tienen un peso notable en el total de sus ventasal exterior, que
rondan por los 680 mil millones de dólares.
El otro hecho que merece resaltarse para dibujar a grandes trazos el papel
que se le asigna al agro en ese país, tiene que ver con el enormerespaldo
que su Estado les brinda a sus agricultores, ganaderos y avicultores,como
bien lo ilustran las medidas de todo tipo que los protegen de las importaciones
del resto del mundo y el presupuesto anual del Departamento de Agricultura
(ministerio, en nuestros términos), que alcanza los 97 mil millones
de dólares, a los que habría que sumarles los otros subsidios
que les llegan por la vía de otras instituciones oficiales, como las
relacionadas con la investigación científica y la educación.
Pero para comprender a cabalidad el lugar que le corresponde al agro en Estados
Unidos debe despejarse la aparente contradicción que existe entresu
política de producir internamente la comida de su pueblo, versussu
decisión de localizar en el exterior una parte considerable desus
industrias de baja o mediana tecnología, a pesar de que la producción
agropecuaria es, por definición, de relativamente escasa complejidad
tecnológica, realidad que queda en evidencia cuando se compara untractor
con un satélite de comunicaciones, por ejemplo. Seguramente,para los
intereses inmediatos de los norteamericanos sería mejor negociolocalizar
la producción de alimentos en los países tercermundistas,empleando
para ello la mano de obra muy barata de éstos, máslos capitales,
maquinaria y demás insumos de la potencia, tal y comoviene haciendo
con otros sectores económicos. De estos hechos surgeuna pregunta obvia:
¿por qué no sacan de su territorio todao casi toda la producción
agropecuaria? ¿Por qué mantenerun modelo agrario a todas luces
“ineficiente”, en términosde la jerga neoliberal?
La respuesta no tiene misterio: Estados Unidos no va a cometer el suicidio
político y económico de poner por fuera de su territorio la
parte fundamental de la comida de su pueblo, con lo que quedaría sometido
a los muchos avatares que puedan suspender el flujo de sus alimentos, tales
como huelgas y conmociones civiles o militares en los países productores,
guerras regionales o mundiales, catástrofes medioambientales y hasta
actos terroristas, riesgos a los que habría que sumarle la capacidad
de extorsión que le otorgaría a los Estados de las naciones
donde se produjera su comida. Esta orientación de su política
económica tiene el atractivo adicional de poder utilizar sus exportaciones
de alimentos como instrumentos de presión o chantaje en contra delos
países que no puedan o renuncien a producir la dieta básica
de sus pueblos, ventaja decisiva en su conocido propósito de ejercer
una hegemonía global.
Entonces, el concepto de seguridad alimentaria no solo se refiere al problema
de asegurar que los alimentos de una nación existan sino que tiene
que ver, sobre todo, con dónde se producen y si se puede garantizar
que lleguen al lugar al que deben llegar. Poco o nada sacaría un país
si su comida estuviera en alguna parte del mundo, si por cualquier razón
no estuviera disponible para su gente. Esta es la razón última,
la que supedita a las restantes, por importantes que sean, que explica por
qué los 29 países más ricos de la tierra gastan 370mil
millones de dólares al año en subsidios a su agro, cifraque
ha crecido de manera ininterrumpida desde hace décadas y que enla
última subió en 50 mil millones. A esta razón sele puede
agregar una cuyos motivos no son del caso desarrollar aquí,pero que
también se vinculan a que sin comida no pueden sobrevivirlos seres
humanos: en los países capitalistas, en los que por razonesde su propia
estructura económica ha desaparecido o tiende a desaparecerla economía
campesina, la producción empresarial no puede desarrollarseen el campo
sin fuertes subsidios, pues el capital no va al campo si el Estadono le asegura
unas ganancias que de ninguna manera puede garantizar, porsí solo,
el mercado. Y si en el capitalismo el empresariado requierede fuertes subsidios
para vincularse al agro, para la sobrevivencia del campesinadoni se diga.
De ahí que sean tan cándidas las invocaciones de algunos para
que, en la globalización neoliberal, Estados Unidos y la demás
potencias eliminen los subsidios y las restantes medidas de protección
a sus agricultores y ganaderos, ofreciéndoles a cambio que los países
atrasados se conviertan en los suministradores de sus alimentos. ¿Cuánto
duraría en su puesto un presidente de Estados Unidos que levantara
la teoría de sacar del territorio nacional la producción de
alimentos, porque con ello se ahorrarían unos cuantos millones dedólares?
¿Cuánto tiempo pasaría entre su propuestay el momento
en que alguien le gritara felón?
La seguridad alimentaria, entonces, debe concebirse como un problema nacional,
en el sentido de que cada nación debe esforzarse por producir su dieta
básica dentro del territorio sobre el cual ejerce su soberanía,
el único en el que puede definir las medidas que sean del caso para
mantener y desarrollar la producción agropecuaria que requiere lasobrevivencia
de su pueblo. Y es fácil entender que país quepierda la capacidad
para alimentar con sus propios productos a su nación,queda al borde
de perder también su soberanía nacional frentea quienes le
monopolicen sus alimentos.
Una vez establecido el inmenso riesgo implícito en la pérdida
de la seguridad alimentaria nacional, riesgo que ni siquiera se atreve acorrer
Estados Unidos —a pesar de que por ser la principal potenciaeconómica
y militar de la tierra tendría la opción deresponderle con
descomunales retaliaciones al país que le cortaralos suministros alimentarios—,
aún queda por responder quiéndebe producir la comida en Colombia,
si los campesinos y los indígenaso los empresarios y los obreros agrícolas,
o los dos sectores conjugados.También conviene salirle al paso a algunas
posiciones populistas queen los hechos les sirven a las concepciones neoliberales
que predican lateoría antinacional de que el concepto de seguridad
alimentaria —elcual, obviamente, no pueden negar de plano— debe
existir pero entendidocomo un problema mundial, es decir, que los alimentos
deben ser suficientespara alimentar el planeta, pero sin importar dónde
se generen.
2.
La definición más básica y simple que puede hacersedel
campo señala que ese es el territorio donde se produce la comida.De
ahí que las ciudades sólo aparecieron cuando la población
rural pudo generar una cantidad de producto suficiente para alimentarse a
sí misma, más un excedente capaz de alimentar a los habitantes
urbanos, los cuales, primero, debieron generar la capacidad de coacción
para asegurarse que ese flujo se diera de manera ininterrumpida. Por ello,
las categorías de Estado y ciudad aparecieron de manera simultánea
en la historia de la humanidad.
El problema de la seguridad alimentaria surgió, entonces, con la simple
separación del campo y la ciudad, pero él es directamente proporcional
al crecimiento de las zonas urbanas. De ahí que en la Roma esclavista,
por ejemplo, fuera mayor que en el período feudal, pues en este último
período casi toda la población fue campesina, lo que implicó
una economía de autoconsumo que requería generar muy pocosexcedentes,
apenas los necesarios para mantener los escasos intercambiosque se hacían
entre los propios campesinos y para abastecer los aúnmás escasos
habitantes de los pequeñísimos poblados.
De lo anterior se deduce que el problema de la seguridad alimentaria, ensu
acepción moderna, coincide con el desarrollo del capitalismo ycon
la cada vez mayor presencia de la población en la áreasurbanas,
inmensa transferencia de población que tiene que ir aparejadacon un
incremento proporcional de la productividad de quienes se quedan enel campo.
Estrictamente hablando —y suponiendo que cada familia campesinapueda
producir la totalidad de sus alimentos— la seguridad alimentariase
refiere es a quién y en dónde se va producir la comida delos
habitantes de las ciudades. ¿Puede alguien imaginarse lo que pasaría
si dejaran de llegar los alimentos a urbes como Bogotá, que tienen
millones de habitantes?
Entonces, quienes buscan reducir el concepto de seguridad alimentaria a que
cada familia campesina se genere su propia alimentación, desentendiéndose
del problema de la alimentación de las ciudades e incluso de quienes
habitan en las zonas rurales pero que no son campesinos, se equivocan enmateria
grave porque terminan por convertirse en idiotas útiles delas concepciones
que defienden que la comida de las urbes colombianas debetraerse del exterior,
otorgándoles a los países que monopolicenesa producción
la mayor capacidad de chantaje que pueda concebirse.Además, esa concepción,
en apariencia muy amiga del campesinado,en los hechos se va en su contra,
pues le pide que renuncie a abastecer atodo el mercado interno nacional —incluidos
en él a los jornaleros,que por definición deben comprar sus
alimentos—, lo que lo condenaa la espantosa miseria de la economía
natural y le exige olvidarsede todos los bienes de la modernidad, que de
ninguna manera puede produciren sus parcelas. Y, populismos aparte, es obvio
que en el mundo de hoy nisiquiera es posible regresar a las economías
rurales de autoconsumo,como las que existieron antes. A la larga, la alternativa
que estos populistasles ofrecen a los campesinos frente a las importaciones
de alimentos queles arrebatan su mercado no es la economía natural
sino su ruina,la pérdida de sus parcelas y su desplazamiento hacia
los cinturonesde miseria de las ciudades.
Claro que de las precisiones anteriores no pueden sacarse conclusiones falsas.
Ninguna persona sensata puede oponerse a que las familias campesinas mejoren
su dieta generando una parte de su alimentación. Pero tampoco ninguna
debiera pedirle al campesinado que renuncie a vender en todo el mercado nacional,
el requisito mínimo para procurarse una vida mejor. De lo que se trata
es de defender el mercado interno como el mercado que le es propio al campesinado,
pero también a los empresarios del campo y los jornaleros, pues éstos
hacen parte de la nación y de su desarrollo depende el progreso de
ésta. Y a quienes, también con una concepción populista,
supuestamente amiga de los pobres, aplauden que los empresarios rurales se
arruinen bajo el peso de las importaciones, hay que recordarles que con su
quiebra va pegado el desempleo y la miseria de sus jornaleros, quienes son
compatriotas tan o más pobres que el campesinado, para no insistir
en la pérdida de la seguridad alimentaria nacional.
Que los populistas colombianos, los cuales insisten en que el problema de
la seguridad alimentaria se refiere solo a la producción de autoconsumo
de los campesinos, se pregunten por qué, en la práctica, coinciden
con las políticas que impulsan los neoliberales criollos y el Fondo
Monetario Internacional, las cuales cada vez más hacen demagogia sobre
la seguridad alimentaria campesina, en tanto mantienen y buscan aumentarunas
importaciones agropecuarias, que ya llegaron a siete millones de toneladas
al año.
3.
El otro aspecto que debe precisarse se refiere a que no se trata de producir
cualquier tipo de bien en el campo, pues allí también se generan
productos que, como el algodón y las flores, tienen indudable importancia
económica pero por las razones ya mencionadas y diferentes a la de
la seguridad alimentaria, en razón de que no son comida. Y algo similar
puede decirse de cultivos que si bien son alimentos no hacen parte de ladieta
básica de la humanidad, tales como el café, el cacao,el banano
y hasta los aceites comestibles. Renunciar a producir en el campolos cereales[3]
y la papa, la carne y la leche, por ejemplo, para especializarel país
en productos tropicales, también atenta contra la seguridadalimentaria
nacional, pues no puede ni imaginarse una nación que solocoma bananos,
chocolates y café, quedándole la opciónde definir a
cuál de éstos le echa el aceite y con quéflores adorna
la mesa.
Entonces, la especialización del país en cultivos propios del
trópico —entendidos éstos como los que por razones del
clima no pueden cultivarse en las zonas templadas de la tierra, donde selocaliza
Estados Unidos— también presupone renunciar a la seguridadalimentaria
nacional y aceptar el criterio que quieren imponer los neoliberalesde que
no importa donde se produzca la dieta básica de la naciónmientras
ésta genere los recursos suficientes para poder comprarlos,criterio
que no por casualidad ha sido definido por el imperialismo norteamericano
a través del Fondo Monetario Internacional, uno de sus principales
instrumentos de dominación neocolonial.
4.
Y este debate sobre la seguridad alimentaria de Colombia no posee solo un
interés académico o una importancia futura, porque son muchos
los elementos que demuestran que a partir de 1990 se decidió atentar
de manera definitiva en su contra, luego de que, a partir de la conocidaimposición
de la década de 1950, se decidiera importar de EstadosUnidos casi
todo el trigo del consumo nacional, complementando asíel proceso que
venía de atrás de convertirlo en una parte clavede la dieta
de los colombianos.
Dejemos que sea el propio Plan Colombia, dictado, como se sabe, por el gobierno
norteamericano, el que resuma el impacto de la apertura sobre la seguridad
alimentaria nacional y lo que debe ser la política agropecuaria colombiana
en los años por venir, texto en el que ni siquiera se hace demagogia
sobre recuperar lo perdido en el campo o proteger lo que aún sobrevive
y que define la especialización del país en cultivos tropicales:
“En los últimos diez años, Colombia ha abierto su economía,
tradicionalmente cerrada... el sector agropecuario ha sufrido graves impactos
ya que la producción de algunos cereales tales como el trigo, el maíz,
la cebada, y otros productos básicos como soya, algodón y sorgo
han resultado poco competitivos en los mercados internacionales. Como resultado
de ello —agrega— se han perdido 700 mil hectáreas de producción
agrícola frente al aumento de importaciones durante los años
90, y esto a su vez ha sido un golpe dramático al empleo en las áreas
rurales”. Y concluye: “La modernización esperada de la
agricultura en Colombia ha progresado en forma muy lenta, ya que los cultivos
permanentes en los cuales Colombia es competitiva como país tropical,
requieren de inversiones y créditos sustanciales puesto que son de
rendimiento tardío” (subrayado en este texto).
Así sea con frases menos explícitas que las anteriores, igual
sentencia aparece en los convenios suscritos en la Organización Mundial
del Comercio[4], en el acuerdo firmado con el Fondo Monetario Internacional
y es a lo que inexorablemente conducirá el ingreso de Colombia alALCA,
el Área de Libre Comercio de las Américas, con el agravante
de que con este último pacto podrían terminar sufriendo, ymucho,
hasta los cultivos tropicales, dado que esta nueva apertura deberá
hacerse con todos los países del continente. El ALCA entrará
en vigencia en enero de 2005 y conducirá, en un proceso de diez años,
a una apertura total, absoluta, con aranceles de cero por ciento, del conjunto
de la economía nacional, lo que significa que desaparecerá,
por ejemplo, la producción de arroz, azúcar, papa, pollo yleche,
porque éstos tienen, respectivamente, aranceles a sus importaciones
de países diferentes a la Comunidad Andina del 72, 45, 15, 102 y 44
por ciento, pues es apenas elemental pensar que en tan corto tiempo no podrán
bajarse sus costos de producción a niveles en los que puedan competir,
aun si Estados Unidos no tuviera como arma suprema aumentar los subsidios
a su agro tanto como considere necesario para sus intereses estratégicos
de dominación continental y global. Además, con el ALCA, Colombia
podría terminar inundada de café brasileño.
Y que los neoliberales criollos actúan de manera consciente en contra
de la seguridad alimentaria nacional lo reconocen ellos mismos. En un texto
sobre el tema, Rudolf Hommes, quien fuera Ministro de Hacienda del gobierno
de César Gaviria, dice:
“En un trabajo que presentamos con José Leibovich hace un par
de semanas en el Congreso Anual de Fedearroz analizamos la preocupación
que existe sobre la importación de alimentos, y concluimos que estos
temores son infundados y que el supuesto problema de la importación
de alimentos no existe. El propio sector alimentario genera amplios ingresos
de exportación para adquirir los alimentos que se importan. Se debe
producir lo que más valor añade y mantener un portafolio diversificado
de fuentes de alimentos. No tiene sentido sembrar trigo o cereales cuando
la productividad de una hectárea sembrada de flores puede ser hasta
45 veces mayor que si se siembran cereales. El sector privado y los mercados,
con alguna interferencia del Gobierno, parecen haber llegado a soluciones
razonables sobre la asignación de recursos para producir alimentos
y otros productos agropecuarios”[5]
5.
Es conocida la causa última de las políticas de la globalización
neoliberal, las cuales son tan agresivas que ya han sido calificadas como
procesos de recolonización en contra de los países tercermundistas.
El mundo padece una típica crisis de superproducción capitalista
que, como las anteriores, consiste en que la capacidad de producción
de la humanidad supera su capacidad de consumo, solo que con un hecho que
la agiganta frente a las anteriores: una descomunal acumulación de
riqueza en poder de unas pocas potencias, y especialmente de Estados Unidos,
cuyas economías podrían terminar saltando en pedazos si nolograran
darle salida a sus excedentes de mercancías y de capitales.Que esa
superproducción sea relativa, porque al mismo tiempo milesde millones
de seres humanos no pueden consumir casi nada, no le quita certezaa que el
objetivo principal de las transnacionales de todos los tipos consisteen arrebatarles
a los países pobres sus principales fuentes de acumulaciónde
riqueza, sometiéndolos a condiciones de opresión y atrasode
proporciones inimaginables. En palabras de Lester Turow, uno de los principales
economistas norteamericanos, la situación mundial de la producción
agropecuaria es la siguiente:
“El mundo, sencillamente, puede producir más que lo que necesitan
comer los que tienen dinero para pagar. Ningún gobierno firmará
un acuerdo que obligue a un elevado número de sus agricultores y a
una gran extensión de sus tierras a retirarse de la agricultura”[6]
Cualquiera pensaría que el conocido profesor de MIT no sabía
de la existencia de personajes como Gaviria, Samper y Pastrana, pues éstos
generaron o mantuvieron las políticas que condujeron a la desaparición
de 700 mil hectáreas de agricultura en Colombia. Pero no, la conducta
de jefes de Estado como éstos es de conocimiento universal. Lo que
ocurre es que Turow se refería al punto de vista de los gobiernosde
los países desarrollados, donde por las varias razones ya explicadas
no van a sacar ni productores ni tierras de su sector agropecuario.
Queda claro, entonces, que las políticas neoliberales aplicadas en
Colombia en la última década no fracasaron, porque su propósito
no era desarrollar el agro y el país sino colocarlos en las condiciones
en las que los pusieron. Y de ahí que la decisión tomada por
Estados Unidos y por la minoría que ejecuta sus políticas en
el país sea la de profundizar la apertura, como sin discusión
lo demuestran los convenios firmados en la Organización Mundial del
Comercio, el acuerdo suscrito con el FMI y la decisión de incluira
Colombia en el ALCA, determinación esta última tomada a las
escondidas y sobre la cual han tirado un velo para que la nación no
conozca sus temibles consecuencias. Quien no entienda que la globalización
neoliberal no es una equivocación sino una conspiración, nunca
entenderá lo que pasa en el país. E igual le sucede al queno
haya podido ver que la panda que dirige a Colombia logró separar,ahora
más que nunca, sus intereses personales de los de la nación.
Por último, no faltarán los ingenuos que piensen que nadiese
atrevería a convertir la comida en una fuente de extorsiónde
unos países en contra de otros. Sin embargo, la historia muestraque
los imperios son capaces de cualquier agresión, por brutal queella
sea, con tal de mantenerles sus privilegios a sus oligarquíaseconómicas.
Y para la muestra un botón lo suficientemente específicopara
disipar cualquier duda: de acuerdo con el secretario adjunto del Tesorode
Estados Unidos, “incluso la importación de alimentos sería
restringida” a países que, por ejemplo, se declararan insolventes
ante sus prestamistas[7].
Así las cosas, en Colombia hay que luchar y ganar, como una posición
de principios, es decir, irrenunciable, el logro y mantenimiento de la seguridad
alimentaria nacional, aun cuando para ello el Estado deba subir los aranceles
a las importaciones agropecuarias hasta donde sea necesario, al tiempo que
defina todo tipo de políticas de respaldo a la producción de
campesinos, indígenas y empresarios, para que éstos elevenlas
productividades de sus fincas y parcelas a los mayores niveles posibles.
Manizales, marzo de 2002.
[1] Profesor Titular Universidad Nacional de Colombia, Sede Manizales.
Coordinador Nacional de Unidad Cafetera y Secretario General de la Asociación
Nacional por la Salvación Agropecuaria. Senador electo del MOIR para
el período 2002-2006.
[2] Por razones que no es del caso explicar aquí, la participación
del sector agropecuario en el PIB tiende a disminuir en la medida en quelos
países se industrializan.
[3] Entre los alimentos que conforman la dieta básica de lahumanidad,
los cereales son, sin duda, el pilar fundamental.
[4] En carta dirigida el 14 de abril de 2000 a Augusto del Valle, gerente
de Fedepapa, Juan Lucas Restrepo Ibiza, Jefe de la Unidad de Desarrollo Agrario
del Departamento Nacional de Planeación, explicó los acuerdos
agropecuarios firmados por Colombia en la Organización Mundial del
Comercio (OMC) en los siguientes términos: “Lo que el Departamento
Nacional de Planeación no debe hacer en este momento es intervenir
para frenar las actuales importaciones (de papa), pues esto obedece a una
política comercial pactada con organismos internacionales. Como es
de su conocimiento el país se ha comprometido con la comunidad internacional
en el proceso de liberación de los mercados y en el acuerdo con la
OMC se han escogido los productos que, por su amplio nivel de comercialización,
requieren, durante un tiempo prudencial, la protección del Estadomediante
un ‘visto bueno’ a su permiso de importación.Dentro de
estos productos no se encuentra la papa, por lo que me aparto desu apreciación
de que el Ministerio de Agricultura hubiera permitidola importación
de papa. En el mercado libre, la importacióndel producto se presenta
por el desequilibrio entre su amplia demanda y sureducida oferta, lo cual
se traduce en altos precios y baja competitividad”.
[5] Hommes, Rudolf, “Pobreza y seguridad alimentaria”,El
País, 23 de diciembre de 2001.
[6] Turow, Lester, La guerra del Siglo XXI, p. 73, Vergara, BuenosAires,
1992.
[7] Roddick, Jacqueline, El negocio de la deuda, p. 80, El Áncora
Editores, Bogotá, 1990.
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