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Solución política del conflicto interno
armado colombiano: ¿Hay campo para maniobrar?
Bernardo Pérez
Salazar[*]
PRESENTACIÓN
Luego del ataque terrorista contra EE.UU. del 11 de
septiembre surge una pregunta ineludible: ¿le queda alguna dimensión
política al terrorismo o definitivamente en adelante queda reducido a una
táctica criminal? Una respuesta coherente a esta pregunta es de especial
interés para analizar lo que será el manejo del fenómeno
del terrorismo en el ámbito mundial de aquí en adelante. Pero de
manera particular también lo será en el análisis de las
alternativas que quedan abiertas para conducir la negociación de una
solución política democrática al conflicto armado interno
colombiano. Es útil por lo tanto disponer de un marco de análisis
coherente para comprender el fenómeno del terrorismo, a fin de aclarar
cuánto espacio de maniobra queda para el manejo autónomo del
proceso de paz colombiano.
TRES DOCTRINAS DEL
TERRORISMO
Poco después del ataque terrorista contra EE.UU., la
Corporación RAND, conocida por sus vínculos estrechos con la
industria aeroespacial norteamericana desde la Segunda Guerra Mundial y cuya
misión organizacional explícita es ayudar a mejorar la
formulación de políticas y la toma de decisiones por medio de la
investigación y análisis, destacó en su sitio Web
(www.rand.org) una serie de documentos elaborados en años recientes por
sus analistas acerca de temas relacionados con insurgencia y terrorismo. Entre
ellos, Networks and Netwars: The Future of Terror, Crime, and Militancy
por J. ARQUILLA y D. RONFELDT (editores) 375 pp., Countering the New
Terrorism por I. O. LESSER, B. HOFFMAN, J. ARQUILLA, D.F. RONFELDT, M.
ZANINI, y B. M. JENKINS (176 pp.); y Trends in Outside Support for
Insurgent Movements de D. L. BYMAN, P. CHALK, B. HOFFMAN, W. ROSENAU, David
BRANNAN (138 pp.).
En su conjunto estos trabajos − todos
preparados con anterioridad al 11 de septiembre − configuran un marco de
análisis que reconoce al terrorismo como el arma de los débiles
frente a un poder superior, representado casi siempre por el Estado. En la
expresión atribuida a Osama BEN LADEN, “ el terrorismo es el arma
nuclear de los pobres”.
En el curso de la mayor parte de la
segunda mitad del siglo XX el terrorismo se asoció con actos
episódicos − muchos de ellos de naturaleza simbólica −
orientados a obtener una decisión de una autoridad política en
favor de una determinada causa. El hecho que esa causa fuese distinta al lucro
personal, permitió que el terrorismo inspirado por “causas
políticas” fuese claramente diferenciable del acto criminal, y
fuese asimilado a una “diplomacia coercitiva”.
Pero en los
últimos años los móviles tras el terrorismo se han ido
transformando. Los alcances de los reiterados ataques padecidos por EE.UU.
− el atentado en Yemen contra los albergues de tropas de EE.UU. en
transito hacia Somalia en 1992, el intento de dinamitar las Torres Gemelas de
Nueva York en 1993, el fallido intento de asesinato del presidente CLINTON
durante su visita a Manila en 1994, las bombas contra objetivos militares
norteamericanos en Arabia Saudita en 1995-96, la destrucción de las
embajadas de ese país en Kenya y Tanzania en 1998, sumados entre otros, a
la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York en 2001 −
señalan una tendencia a sustituir los actos episódicos
terroristas simbólicos de “diplomacia coercitiva” por
eventos enmarcados dentro de una doctrina de guerra prolongada, sin clara
relación con demandas o reivindicaciones políticas de quienes los
perpetran.
La diferencia entre guerra y política es muy discutida,
sobre todo desde cuando CLAUSEWITZ definió la guerra como “la
continuación de la política por otros medios”. Un texto de
John KEEGAN, A History of Warfare, documenta de manera
enciclopédica ejemplos con los que demuestra que esa afirmación
no siempre es cierta: en muchas oportunidades la guerra conduce al mero
aniquilamiento de los conglomerados humanos enfrentados en ella.
Es
importante destacar esta peculiaridad de los sistemas humanos, en especial
cuando hablamos del terrorismo como táctica de guerra prolongada. En
Human security and mutual vulnerability, Jorge NEF observa en la
discusión de paradigmas de seguridad en el mundo de la pos-Guerra
Fría que a diferencia de los sistemas mecánicos, los sistemas
sociales no tienen una propiedad inherente que los conduzca
automáticamente a situaciones de equilibrio auto-regulado. En ellos, la
auto-regulación es una función del grado de auto-conocimiento, la
capacidad de aprendizaje, el marco de percepción y la voluntad de sus
integrantes. Disrupciones graves en estos procesos pueden conducir a
comportamientos autodestructivos, que en toda sociedad representan una
posibilidad latente. No son desconocidas las civilizaciones que han desaparecido
por medio de su autodestrucción.
Éste particular atributo
de los sistemas sociales es un elemento importante para tener presente, en
especial en un mundo cada vez más interconectado, donde las disfunciones
en los componentes más débiles del tejido global dan lugar a
círculos viciosos que se auto-refuerzan recíprocamente hasta
alcanzar dimensiones planetarias. Va ser cada vez más difícil
ignorar el hecho que las dificultades, las penurias, las carencias que puedan
sentirse en cualquier parte del mundo, se harán presentes en la vida de
todos, tal como sucede por ejemplo con el terrorismo que proclama luchar contra
la opresión de los palestinos en el Medio Oriente. Éste es un
punto importante, sobre todo al considerar el fenómeno del terrorismo
dentro de la doctrina de guerra prolongada.
Cuando se analizan desde esta
perspectiva, los actos terroristas dejan a un lado el uso calibrado de la
violencia para presionar reivindicaciones políticas específicas y
puntuales, y se transforma en un acto de violencia incontrolada dirigido a
destruir al otro. Así, el terrorismo se convierte en una amenaza
terrible no sólo para los norteamericanos sino para existencia de la
humanidad en todo el planeta. Estamos en un ámbito donde cabe el
propósito de usar armas de destrucción masiva − armas
nucleares, armas biológicas y químicas para las cuales se reconoce
que operan en el mundo mercados clandestinos abiertos al terrorismo − y
puede conducir a la muy real posibilidad de la autodestrucción a escala
planetaria.
Existe aún otra doctrina del terrorismo que se asocia
con los alcances que le otorgan a sus actos los grupos terroristas
fundamentalistas. Se trata del uso del terrorismo como precursor de la
instauración de un mundo nuevo, de un orden más
“justo” que el presente por medio de cataclismos violentos. El hecho
que los terroristas estén en disposición de sacrificar sus vidas
por cumplir con sus cometidos, se soporta sobre una base ideológica
estratégica integrada por principios, intereses y metas comunes que
permiten a sus integrantes operar por medio de tácticas descentralizadas.
Con la motivación central de que son instrumentos para apurar la llegada
de un orden “más justo”, los integrantes de estos grupos
“saben qué es lo que tienen que hacer” para lograrlo.
Ésta motivación no sólo ha sido exhibida
recientemente por los grupos islámicos sino también por
terroristas japoneses como Aum Shinrikyo, que en años recientes
atacó el subterráneo de Tokio con el letal gas
sarín, causando lesiones masivas para ocasionar una
disrupción caótica que supuestamente conduciría a un
“renacimiento”.
La doctrina “precursora de un nuevo
mundo” no es lejana al mundo moderno. Como ha sido documentado por Eric
HOBSBAWM en Bandidos y Marshall BERMAN en “Brindis a la
modernidad”, el “milenarismo” asociado con movimientos de
insurrección social del pasado siempre ha rechazado violentamente todo
lo representado por la movilidad social y la identidad inestable propios de la
modernidad, pues estos atributos son percibidos como el origen de la ruptura del
cuerpo social y principal obstáculo para la “reinstauración
de un orden más justo”.
TRANSFORMACIONES RECIENTES DEL
TERRORISMO
A la luz de las tres vertientes doctrinarias que proponen los analistas de
la Corporación RAND, podemos ahora aproximarnos al significado de las
transformaciones que evidencia el fenómeno del terrorismo en el pasado
reciente.
Ante el desarrollo de una capacidad bélica
incontestable de las principales potencias mundiales en el contexto de la guerra
convencional, el terrorismo se afianza como la táctica de respuesta
asimétrica para hacer frente al uso cada vez más frecuente de la
fuerza bélica convencional por estas potencias para controlar el
“orden regional”, como sucedió por ejemplo en la Guerra del
Golfo Pérsico y luego en Bosnia y Kosovo. A la vez el terrorismo se aleja
cada vez más de la doctrina de la “diplomacia coercitiva”,
antes asociada con objetivos de Estados que apoyaban causas terroristas, como
fue el caso de Libia, Irak, Sudan y ahora Afganistán, entre otros
motivos, por su creciente vulnerabilidad a las retaliaciones por medio de
dispositivos bélicos convencionales.
En consecuencia el terrorismo
que vemos en la actualidad está bajo la orientación de actores no
estatales, y como tal tiende a hacer un uso más incontrolado −
menos calibrado − de la violencia. Por lo tanto su uso se inscribe cada
vez más dentro de los objetivos de la doctrina de “guerra
prolongada”. La inicial aprehensión del Presidente BUSH a la
retaliación inmediata con el bombardeo indiscriminado de
Afganistán, evidencia que el gobierno norteamericano reconoce esta
transformación doctrinaria del terrorismo y tiene que definir un marco
distinto a su tradicional “diplomacia de cañonera” −
gunboat diplomacy, en inglés − que volvió a
predominar en el pasado reciente.
Otra faceta novedosa de terrorismo
actual es su estructura empresarial plana y descentralizada. Sus actos se
ejecutan a través de redes muy competentes para obrar en contextos
altamente estructurados por tecnologías de la información, sin
cabezas centrales que den órdenes, y además con una gran capacidad
de moldear la percepción de la opinión pública por medio
del manejo de la comunicación mediática. Uno de los aspectos
más letales y perdurables del ataque terrorista a las Torres Gemelas de
Nueva York − en términos de despertar y alimentar permanentemente
el sentimiento de terror en la opinión pública − es que el
atentado se hubiera concebido y perpetrado como una secuencia dramática,
con lo cual se logró capturar la atención de los medios de
comunicación para registrar en tiempo real el incendio de la primera
torre mientras la segunda aeronave colisionaba contra la otra torre.
La
estructura empresarial de redes descentralizadas de las organizaciones
terroristas de la actualidad además permite tomar decisiones mucho
más ágiles y adecuar su acción rápidamente a
cambios en el entorno. Por eso intentar combatir esta modalidad de terrorismo es
mucho más difícil de lo que fue en el pasado, cuando era posible
identificar detrás del terrorismo a un Estado jerárquico y
burocrático, sobre el cual el efecto disuasivo de una amenaza de
bombardeo pudiera obrar efectos políticos.
La capacidad de
acción empresarial y la organización flexible han contribuido a
desarrollar la capacidad del terrorismo para seleccionar y modificar los medios
a su disposición para mejorar su desempeño y cumplir con sus
objetivos. Ése es el aprendizaje de una vuelta. El aprendizaje de
doble vuelta, descrito por Michael KENNEY en su artículo “LA
CAPACIDAD DE APRENDIZAJE DE LAS ORGANIZACIONES COLOMBIANAS DE
NARCOTRáFICO”, es el aprendizaje de las organizaciones que son
capaces de modificar sus objetivos fundamentales con el fin de garantizar su
sobrevivencia en un medio adverso.
Un ejemplo de un aprendizaje de doble
vuelta es el demostrado recientemente por las organizaciones del
narcotráfico en Colombia, al reducir la importancia absoluta que
otorgaban a la rentabilidad de sus operaciones. En vez, han colocado en el
centro de su lógica y racionalidad de operación la evasión
de ser detectados y enjuiciados por la justicia norteamericana. La
desaparición de los carteles, la proliferación de muy
pequeñas empresas especializadas que trabajan en red, es consecuencia de
innovaciones que responden al aprendizaje de doble vuelta. Esa capacidad
de aprendizaje también se exhibe de manera clara entre los responsables
de perpetrar los ataques terroristas contra EE.UU., al lograr evadir que la
seguridad de sus operaciones fuese penetrada por los servicios de inteligencia
aun después de ser cometidos.
TERRORISMO Y ANTI-GLOBALIZACIóN
Una de las consecuencias más visibles de la transición del
terrorismo hacia la doctrina de la “guerra prolongada”, es que la
hegemonía mundial de EE.UU. se consolida como el objetivo principal de
los grupos subordinados e insurgentes en todo el mundo, que la identifican como
el “origen de sus males”. De nuevo utilizando una expresión
asociada al manifiesto de Osama BEN LADEN, el mundo tiene que librarse de
Estados Unidos como super-potencia, porque con su presencia global está
amenazando la identidad cultural de los demás pueblos del mundo.
Según la agencia privada de inteligencia norteamericana
STRATEGIC FORECASTING (www.stratfor.com), la gran estrategia dentro de la cual
se enmarca el atentado contra las Torres Gemelas apunta precisamente a
“moldear el ambiente” para un levantamiento generalizado del mundo
árabe en una guerra no convencional de muchos frentes, en respuesta a
una previsible retaliación de EE.UU. contra objetivos localizados en
países musulmanas tal como lo ha hecho en el pasado.
Esta es una
lógica que pueden compartir muchos grupos subordinados e insurgentes que
perduran y se resisten al proyecto modernizador de la globalización,
porque lo consideran un atentado contra la seguridad de su identidad y ven a su
principal heraldo EE.UU. como su principal enemigo. Esta reflexión es
particularmente significativa en el contexto colombiano, porque como
recientemente sostuvo el ex Consejero de Paz, Seguridad y ex Ministro de Defensa
Nacional Rafael PARDO, cuando se analiza el fondo político de las
propuestas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia − FARC
−, lo que se encuentra es un discurso ya no situado en el terreno del
marxismo tradicional, sino en el de los movimientos
anti-globalización
[1].
COLOMBIA Y LA GUERRA GLOBAL CONTRA EL
TERRORISMO
Es muy probable que en el escenario de la guerra contra el terrorismo que
dominará el escenario mundial durante los próximos años,
Colombia continúe recibiendo atención de EE.UU.. Pero es
conveniente analizar en qué medida lo va a hacer, sobre todo frente a
amenazas como de organizaciones terroristas “difusas”,
representadas visiblemente en el presente por al-Qa’ida, la
organización fundada por Osama BEN LADEN.
De partida, no cabe
duda que la mayor fuerza insurgente colombiana, la FARC, junto con las
Autodefensas Unidas de Colombia AUC y el Ejercito de Liberación Nacional
ELN, − todos tres clasificados por EE.UU. como grupos terroristas −
representan una amenaza importante para la seguridad hemisférica. Ya
desde mediados de la década de los 90, Colombia figuraba en el primer
lugar en el mundo de incidentes dirigidos contra intereses de EE.UU., acumulando
56 en 1995 y 53 en 1996.
[2] Al
respecto, generalmente se acepta el análisis que hace la misma
Corporación RAND de la situación colombiana en un trabajo reciente
de A. RABASA y P. CHALK titulado
Colombian Labyrinth. Según este,
de seguir la tendencia actual los grupos alzados en armas podrían en un
futuro crear en Colombia una situación de ingobernabilidad y caos
político, y convertirla en el principal santuario terrorista en el
hemisferio occidental.
Sin embrago una comparación detenida
de la amenaza a la seguridad hemisférica que representa la FARC o los
grupos alzados en armas en Colombia en su conjunto, con el reto planteado por
organizaciones tipo al-Qa’ida a la seguridad directa de EE.UU. puede se
útil para apreciar si existe o no una diferencia cualitativa entre estas
amenazas.
Para iniciar hay que reconocer que organizaciones tipo
al-Qa’ida cuentan con una “gran estrategia” fundada en un
importante apoyo popular entre los pueblos musulmanes, como se evidencia en las
manifestaciones masivas en contra de los gobiernos de la región que
apoyan el ataque de EE.UU. contra Afganistán. Frente a ese
parámetro los grupos alzados en armas colombianos tienen una enorme
debilidad. En general parece que han descartado por completo la necesidad de
contar con el apoyo popular en su intento por tomarse el poder. Particularmente
la FARC ignora por completo las encuestas urbanas que le otorga una imagen
negativa entre la opinión pública que fluctúa entre el 85y
95%, por encima incluso de los políticos, y en el presente parece
apostarle a la toma del poder soportada fundamentalmente en una victoria militar
basada en su gran autonomía financiera y el control coactivo de la
población por medio de la intimidación y la
violencia
[3].
De otra parte,
las organizaciones tipo al-Qa’ida tienen un dispositivo militar
visiblemente superior. Después de meses de cometido el atentado contra
las Torres Gemelas, los organismos de seguridad de EE.UU. aún no logran
penetrar la seguridad del operativo, pese a la magnitud de los recursos que se
han desplegado para ese fin. Como se señaló más arriba,
esto habla de un tipo de dispositivo militar muchísimo más eficaz
del que puede tener cualquiera de los grupos alzados en armas en Colombia. No
hay duda que en el caso particular de la FARC su dispositivo militar le permite
mantener la iniciativa táctica y causar daño significativo a las
fuerzas de seguridad colombianas. Pero también es visible su
vulnerabilidad a la tecnología de inteligencia que dispone el gobierno,
como son los detectores infra-rojos de calor, la intercepción de
radiocomunicaciones y los visores nocturnos entre otros. Desde esta perspectiva,
el dispositivo de las FARC es mucho menos hermético que el las
organizaciones terroristas “difusas”.
Por otro lado, ha
quedado demostrado que organizaciones tipo al -Qa’ida tienen
posibilidades efectivas de hacer uso de armas de destrucción masiva en el
territorio de los Estados Unidos. Si bien en los primeros momentos luego del
ataque terrorista del 11 de septiembre las hipótesis contemplaban que
podría haber sido responsabilidad de organizaciones del
narcotráfico colombiano, eso es algo que por ahora parece estar fuera del
abanico de las posibilidades operativas de los grupos alzados en armas en
Colombia. Pero no por ello puede despreciarse el daño que en el pasado
han causado estos grupos con la captura y el asesinato de nacionales
norteamericanos en Colombia, los atentados contra la infraestructura y activos
productivos y la extorsión a la cual han sometido a intereses de EE.UU.
en Colombia.
Sin desconocer la naturaleza formidable de ambos enemigos,
las consideraciones anteriores acerca de las condiciones de uno y otro lleva a
reconocer una diferencia cualitativa principal entre ellos. Consiste en que
frente a las organizaciones difusas tipo al -Qa’ida, los grupos alzados en
armas en Colombia son visiblemente sensibles a la “diplomacia de
cañonera”, representada en nuestro medio por la amenaza militar
contenida en el Plan Colombia. No puede desconocerse que en particular la FARC
desde un principio ha visto en este apoyo militar de EE.UU. al gobierno
colombiano una seria amenaza a su proyecto
militar
[4]. Precisamente por el
aparente efecto disuasivo que el modelo “Plan Colombia” ha obrado
ante este grupo insurgente, algunos analistas consideran que es probable que en
un futuro inmediato EE.UU. continúe utilizándolo de manera
más o menos incondicional para sostener un esfuerzo militar para contener
a los alzados en armas, aún a pesar de la perplejidad que causa en el
Congreso de ese país el desenvolvimiento reciente del proceso de paz
colombiano y la ausencia de los resultados esperados producto de los
considerable ayuda aprobada para el Plan Colombia en el año 2000.
Por eso en plazo inmediato es improbable que en Colombia se de un
escenario en el que el gobierno pierda a manos de los grupos alzados en armas el
control territorial del país con excepción de tres o cuatro
ciudades, única situación en la que seguramente habría
lugar a una intervención militar directa por parte de una alianza
internacional de la cual haría parte EE.UU. Entre tanto, como lo ha
señalado Juan Gabriel TOKATLIAN, un reconocido analista de la coyuntura
internacional, es probable que EE.UU. concentre su atención en
desarticular el enclave terrorista en Afganistán, que sin lugar a dudas
representa en el presente una amenaza mucho más formidable para ese
país
[5]. Del éxito que
obtenga EE.UU. mediante el ejercicio de la fuerza y de la amplitud del respaldo
mundial que reciba para este esfuerzo, dependerá la posibilidad que la
doctrina de lucha anti-terrorista que resulte de la guerra contra las
organizaciones tipo al-Qa’ida, se aplique en países identificados
como terreno fértil para el terrorismo, como es el caso de
Colombia.
EL CONFLICTO COLOMBIANO: ¿QUEDA
CAMPO PARA SU NEGOCIACIóN POLíTICA?
A pesar de las consideraciones anteriores, no hay duda que el escenario
estratégico para Colombia cambió drásticamente
después del ataque del 11 de septiembre. En el nuevo contexto mundial y
regional de guerra contra el terrorismo, el país perdió
autonomía para el manejo político del conflicto colombiano
principalmente por su condición de ser el ámbito más
propicio para el terrorismo en el hemisferio. Es previsible que cada vez se
reciban más presiones para redefinir el conflicto armado en
términos ‘criminales’ y por consiguiente el tiempo para
solucionarlo por medio de la negociación política cada vez sea
más corto.
Sin embargo, aún hay un margen que se deriva
del reconocimiento generalizado que el terrorismo, utilizado como táctica
dentro de la doctrina de “guerra prolongada”, difícilmente
podrá ser aniquilado por completo. Puede llegar a ser parcialmente
desarticulado y contenido, pero su organización y dinámica
interna hacen improbable que se pueda destruir del todo. La prudencia que ha
mostrado el gobierno de EE.UU. al “apoyar la decisión que tome el
gobierno colombiano” en los sucesivos episodios de renovación de la
zona desmilitarizada concedida a la FARC − aún después de
los ataques del 11 de septiembre − puede ser un reflejo de que hay un
reconocimiento oficial de esa percepción acerca del fenómeno del
terrorismo.
Hay otro factor que también contribuye al
mantenimiento de cierto margen para negociación política de una
solución del conflicto armado colombiano. Como se señaló
arriba, una agenda política integrada por demandas concretas puede operar
como elemento para “calibrar” el uso y la intensidad de la violencia
en el desenvolvimiento de un conflicto armado. Este es un recurso invaluable
para avanzar en la construcción de la identidad sobre la cual
eventualmente las partes en conflicto puedan integrar una nueva comunidad
política.
La alternativa de restarle toda dimensión
política al conflicto interno armado colombiano y reducirlo a la
categoría de “terrorismo criminal” puede conducir a un uso
desmedido de la violencia con la consecuente degradación del conflicto,
cuyas consecuencias más severas serán soportadas por la
población civil inerme, sometida a la intimidación y la violencia
sobre la cual se sustenta a lógica militar del poder. Además, como
lo señala un estudio del país realizado 1999 por el Banco Mundial
titulado Violence in Colombia: building sustainable peace and social
capital, con el nivel de intensidad de violencia que ya vive el país
un tratamiento del conflicto de esta naturaleza puede conducir por el camino de
la “criminalización” de toda oposición
política. Esto a su vez exacerbaría la polarización
política y social del país, intensificaría la
privatización de la seguridad y la justicia y contribuiría a
alimentar la creciente “desinstitucionalización” del
régimen político vigente.
LA SOLUCIóN POLíTICA:
¿ ATORNILLADA AL MODELO DE LA “MESA DE NEGOCIACIóN” DE
PRINCIPIO A FIN?
¿Conducen necesariamente las consideraciones anteriores a continuar
con el modelo de negociación del conflicto armado
“atornillado” incondicionalmente a mesas de negociación con
los alzados en armas? Hay que reconocer que valiéndose de ese modelo la
administración PASTRANA ha alcanzando varios logros importantes, entre
ellos, el fortalecimiento de la capacidad operativa militar del Ejercito
Nacional, la motivación del interés internacional por comprender
el conflicto interno armado colombiano, y la clarificación ante la
opinión pública colombiana e internacional de los alcances y
limitaciones de la organización interna de la FARC así como el
fondo de las “banderas” que dice enarbolar.
Pero también hay que reconocer que el proceso ha
fracasado en el propósito de transformar la percepción de ese
grupo alzado en armas sobre las opciones a su alcance para alcanzar sus
objetivos políticos. Es evidente que tres años de diálogos
han servido a la FARC para afianzar su convencimiento que la vía militar
continúa siendo su mejor opción para alcanzar el poder en
Colombia. Algunos analistas interpretan la indisposición de la FARC a
sostener más diálogos sin zona desmilitarizada como indicio de
que están utilizando los diálogos para mejorar sus posición
para hacer la guerra.Es probable que ello sea una consecuencia
directa de la estrategia del gobierno para el manejo del modelo de
negociación. Ésta se funda sobre una doctrina que el profesor
Jesús BEJARANO caracterizó en su texto “EL PAPEL DE LA
SOCIEDAD CIVIL EN EL PROCESO DE PAZ” con el término de
paz
negativa, refiriéndose a un proceso planteado sobre la base de
“muestras de buena voluntad” para afianzar entre las partes una
relación cimentada sobre valores como la tolerancia y la
comprensión, y la convicción que el uso de la violencia es
innecesario. Como bien lo señalaba el profesor BEJARANO, puede que esta
doctrina resulte eficaz para resolver conflictos puntuales en la medida en que
se aplique dentro del clima general propio de las sociedades que
están
en paz. Pero en una sociedad como la colombiana, inmersa en un conflicto
violento cuyo fondo
responde no a diferencias sino a
diferendos en
el ámbito de las convicciones, creencias y visiones del mundo, la
doctrina de la
paz negativa deja entre nosotros un lamentable
“saldo pedagógico”: la demostración de la
“voluntad de paz” de los enfrentados no puede ser la
condición de partida del proceso, en una sociedad que vive un conflicto
violento.
La voluntad de abandonar la el poder coactivo de las armas
para alcanzar propósitos políticos tiene que ser el resultado de
la construcción de lo que BEJARANO denominaba la
paz positiva, es
decir, un esfuerzo conjunto, deliberado y consciente de los enfrentados en
conflicto violento para clarificar y canalizar unas demandas sociales de cambio
altamente relevantes en el presente. En la medida en que la
materialización de las reformas correspondientes contribuya a
transformar la percepción de las partes acerca del valor de las opciones
que tienen a su alcance − aquella basada en el poder de las armas
y aquella basada en procesos de negociación política − la
negociación podrá desembocar en la disminución de la
intensidad y eventual abandono de la coacción armada como medio
privilegiado de expresión y ejercicio del poder
político.
Por eso, si bien reconoce la importancia de los aspectos
de procedimiento, a los cuales se ha dedicado la mayor atención del
proceso PASTRANA, la doctrina de la
paz positiva de BEJARANO otorga igual
importancia a los aspectos sustantivos en torno a los cuales deben ser
construidas las
opciones de negociación política exitosa
para desbrozar el camino del abandono de las armas.
En el caso
particular de Colombia un primer tema, que debe abordarse con detenimiento, es
la
naturaleza de la solución política que se propone
negociar. Definitivamente no puede ser una negociación de tipo
inclusiva, como la que finalmente se adoptó con el EPL y el M-19,
en la cual los alzados en armas entregan sus armas y el gobierno les da a cambio
“casa, taxi y beca”. Los problemas asociados con el conflicto
interno armado hoy son de otras magnitudes, no sólo porque las FARC
tienen 16.000 combatientes, el ELN 5.000 y las AUC 8.000, sino también
por el hecho que éste ha conducido al desarraigo y desplazamiento forzoso
de cerca de 2’000.000 de personas en el país, una masa que
representa cerca del 5% de la población colombiana.
Son dos
millones de colombianos desarraigados que han perdido total o parcialmente sus
activos económicos y productivos, además de su patrimonio social y
cultural, y que seguramente representan una bomba de tiempo para el futuro del
país. Por lo tanto la solución política a concebir
tendrá que ser de naturaleza
integradora, en tanto debe atender no
sólo el problema de 30.000 combatientes por fuera de la ley, sino
también ocuparse de brindar seguridad e integrar productivamente a la
vida social y económica colombiana a la masa de desplazados marginados
que ha dejado el conflicto armado. Eso probablemente hará inevitable una
transformación de la sociedad colombiana que implicará una
reconfiguración del poder político y económico en Colombia.
Una reflexión al respecto podría iniciarse abordando la
naturaleza del Estado que se requeriría en el escenario de la referida
“reconfiguración” de la sociedad colombiana. Un asunto
principal en relación con este tema tiene que ver con la dicotomía
entre la seguridad ciudadana y la seguridad del Estado que se desprende de la
doctrina de “seguridad nacional” que orienta en Colombia la
política de destinar la fuerza militar para combatir al interior de las
fronteras del país
a “enemigos internos”. A esto
atribuyen algunos analistas el socavamiento y debilitamiento de la
institución militar, pues la aplicación de métodos y
técnicas militares que afectan a la propia población civil del
país mina permanentemente el respaldo local a la fuerza pública
para garantizar el control territorial del país por el gobierno.
Una causa principal de los desplazamientos forzosos que ha vivido el
país en años recientes ha sido precisamente la inseguridad que
genera en la población civil la expansión del control territorial
por parte de los alzados en armas que hoy dominan las milicias territoriales en
Colombia. Esta situación a su vez conduce a que la llegada de la fuerza
pública a los teatros de operación militar, convierta estas zonas
de inmediato en retaguardia del enemigo que pretende combatir. Así se
genera un circulo vicioso que alimenta de manera creciente la oposición
política popular al régimen vigente.
Si bien los
protagonistas de este dilema son el gobierno y los grupos alzados en armas, sin
duda que quien resulta más adversamente afectada es la población
civil que observa cómo su seguridad progresivamente pierde su
carácter de "bien de interés general", y se reduce a un servicio
de interés privado. ¿ Es éste un tema cuya resolución
debe dejarse en manos de negociadores del gobierno y alzados en armas
“atornillados” a una mesa de negociación, o puede la sociedad
civil emprender inicialmente una reflexión autónoma acerca de este
problema?
De otra parte, con frecuencia se escucha a los servidores
públicos manifestar que la naturaleza democrática de nuestra
institucionalidad política no es negociable, pero poco avanzan en
corregir la inoperancia de la democracia colombiana para gestionar fines de
interés colectivo mediante políticas públicas. Ése
es un argumento central de la insurgencia para justificar su desconocimiento de
los procedimientos y la institucionalidad democráticos. Hay un problema
de diseño y arreglo institucional de fondo que tiene que resolverse en
relación con este aspecto. No puede haber reconfiguración si
continúa un régimen político donde, como lo afirma el ex
presidente SAMPER, las decisiones de interés público se discuten y
toman en los clubes sociales más exclusivos de la
capital.
[6] Cómo
estructurar un arreglo institucional democrático eficaz para gestionar
fines colectivos mediante políticas públicas, es un tópico
cuyo análisis y desarrollo no tiene que estar condicionado a que haya
negociadores oficiales y de los alzados en armas “atornillados” a
una mesa de negociación. Hay otros tópicos importantes, entre
ellos:
- cómo estructurar canales de
participación ciudadana para cimentar sobre un compromiso amplio de
“fidelidad constitucional” los procesos institucionales que
eventualmente se utilicen para adoptar los diseños y arreglos que han de
soportar la nueva comunidad política que emerja como resultado de una
solución política negociada del conflicto armado
- cómo diseñar mecanismos de
representación democrática en las instituciones públicas de
manera que no se vuelvan feudos personales al servicio de intereses
privados
- cómo hacer efectivo el mecanismo del
control político en el país, de modo que los servidores
públicos con responsabilidad por resultados inaceptables de su
gestión, reciban sanción efectiva
- qué papel deben jugar los medios de
comunicación como orientadores y como vehículo de expresión
del fenómeno de la opinión pública, no sólo en
relación con el proceso de paz sino también en la
reconfiguración e integración como comunidad política
democrática
El desarrollo de propuestas operacionales
en torno a estos tópicos probablemente será de gran utilidad para
alimentar la construcción de una opción de negociación
política exitosa en el marco de unas negociaciones del gobierno con
los alzados en armas, opción que eventualmente debe resultar tan
atractiva como para que “la guerra estorbe las negociaciones” y se
creen las condiciones propicias para descartar definitivamente la
opción de toma del poder las armas para alcanzar objetivos
políticos. Pero el desarrollo de esas propuestas no está
condicionado a que simultáneamente haya “negociadores atornillados
a mesas”. Incluso hay tópicos como los criterios para localizar las
fuerzas de los enfrentados en la eventualidad de un cese al fuego, en torno a
las cuales podrían diseñarse alternativas preliminares sin que
simultáneamente haya una negociación formal en curso.
No
cabe duda que hay asuntos para los cuales es indispensable disponer de una mesa
de negociaciones atendida por representantes del gobierno y los alzados en
armas, como por ejemplo para acordar el arreglo definitivo de un cese al fuego y
de hostilidades, o las condiciones específicas de operación de
mecanismos para asegurar las garantías de seguridad de los alzados en
armas y los mecanismos de verificación del cumplimiento de los acuerdos
de reforma política que eventualmente se pacten. Pero no hay que olvidar
que para llegar a negociar estos asuntos de manera significativa, es necesario
haber avanzado también significativamente en el diseño operativo
de una opción política para solucionar, entre otros, los
problemas enumerados con anterioridad.
¿QUIéNES HACEN PARTE DE
LA SOLUCIóN?
Aparte de las carencias visibles en la construcción de una o varias
opciones de solución política negociada, hay otro obstáculo
relacionado con el reconocimiento de los actores que están involucrados
dentro del ámbito del conflicto armado. Se trata de la dificultad
insuperable que el proceso PASTRANA ha encontrado en la condición fijada
por la FARC que para avanzar en las negociaciones, el paramilitarismo debe ser
eliminado.
La Comisión de Notables conformada para
“proponer soluciones al paramilitarismo y el desescalamiento del
conflicto”, recientemente entregó a la mesa de negociación
de la FARC con el gobierno PASTRANA, un documento con una propuesta
condicionada para pactar una tregua bilateral y convocar una Asamblea
Constituyente o referendo popular. Pero al suponer que “si son
consecuentes con su reiterada afirmación de que su accionar
ilícito es una respuesta a los grupos insurgentes... (si) se logra la
tan anhelada paz, por la vía del entendimiento y la negociación
política y por los mecanismos como los que estamos recomendando, el
fenómeno del paramilitarismo tendrá que necesariamente desaparecer
en forma definitiva de nuestra patria”
[7], visiblemente evade el problema de
analizar y entender el fenómeno paramilitar en el presente.
Sin
embargo, un número creciente de dirigentes políticos y analistas
señalan que hay indicios para vincular los paramilitares a un proyecto
empresarial emergente, dentro cuyas finanzas juegan papel importante cientos si
no miles de “nuevos narcotraficantes” que reemplazaron a los
carteles de Medellín y Cali hacia mediados de la década de los 90.
En su conjunto este nuevo grupo emergente puede manejar recursos y activos
productivos de un orden de magnitud comparable a los que llegaron a manejar los
carteles en su momento. El paramilitarismo representaría el brazo armado
que garantiza el control territorial y la subordinación del gobierno
local en zonas donde los “nuevos emergentes” han concentrado la
propiedad de la tierra. Con su apoyo en estas zonas estaría
consolidándose un proceso de diversificación e integración
vertical de la actividad económica bajo su control, siguiendo en el
ámbito local y regional la dinámica propia del comportamiento de
las “industrias líderes” que se observó durante la
década de los 50, cuando los modernos oligopolios regionales familiares
lograron la integración de un mercado nacional de bienes de consumo
final, tal como lo describe Bert HELMSING en su libro
Firms, farms and the
state in Colombia. Muchas de estas regiones además
coincidirían con la presencia de recursos estratégicos
susceptibles de ser desarrollados competitivamente para su incorporación
ventajosa a los mercados internacionales, dentro de un proyecto abiertamente
coincidente con la tendencia globalizadora.
De ser así,
habría que reconocer en el proyecto “empresarial paramilitar
emergente” a otro actor dentro de la negociación de una
solución política negociada del conflicto armado colombiano.
Tendría intereses encontrados no sólo con la FARC − que
como se señaló atrás progresivamente se identifica con la
ideología del movimiento anti-globalización − sino
también con el orden legal colombiano, en tanto tipifica parte importante
de su patrimonio como producto de “enriquecimiento ilícito”.
Por consiguiente, en la eventualidad de la convocatoria de una Asamblea
Constituyente para institucionalizar los acuerdos que se deriven como parte de
aquella
opción de solución política negociada que
conduzca a las partes al abandono del poder de las armas para alcanzar sus
objetivos políticos, sería probable que punto central de la
agenda fuese la definición de mecanismos jurídicos para legalizar
los patrimonios del proyecto “empresarial paramilitar emergente”.
¿ SE RECORTA O SE AMPLIA EL
CAMPO DE MANIOBRA?
Para sintetizar, la solución política negociada del conflicto
armado interno se enfrenta al doble desafío de, por un lado, llegar a una
arreglo político e institucional que permita compatibilizar en el
escenario colombiano una praxis en la cual haya campo para la expresión
equilibrada de la contraposición de objetivos a favor y en contra de la
globalización económica. Por otro lado, hallar una formula para
que los proyectos “insurgente militar” y “empresarial
paramilitar emergente” confluyan en la negociación del abandono
del poder de las armas como medio privilegiado de expresión y ejercicio
del poder político.
Ambos son desafíos formidables.
Más aún cuando el escenario político internacional limita
notablemente a los colombianos la autonomía y la amplitud del abanico de
alternativas a considerar para encontrar una solución
políticamente viable. Lo anterior no significa que el futuro inmediato
deba interpretarse como una coyuntura de recato político, como
quizás lo recomienda prudentemente la táctica política en
el período pre-electoral de campaña presidencial. Esperar la
posesión del próximo mandatario colombiano sin avanzar
sustancialmente en el diseño operacional de una o varias opciones de
solución política negociada como alternativas al uso del poder
de las armas para expresar y ejercer el poder político, puede conducir al
recorte del campo de maniobra para la solución política del
conflicto armado que aún yace en la mente de congresistas y funcionarios
del gobierno de EE.UU., atentos a los resultados del Plan Colombia y los avances
del proceso de paz en los primeros meses de 2002.
Remitir a las
campañas presidenciales la responsabilidad de liderar audazmente este
proceso puede ser poco realista. La amplitud del campo de maniobra que queda a
los colombianos para la solución política del conflicto,
quizás entonces, depende de que emerja un proceso de construcción
de opciones de solución política sustantivas, liderado por
alguien más − como lo insinúa el profesor BEJARANO e su
artículo “EL PAPEL DE LA SOCIEDAD CIVIL EN EL PROCESO DE
PAZ”. Un proceso así requerirá de una dinámica
irresistible, que convoque a candidatos presidenciales y diversas facciones de
alzados en armas para encontrar formulas que permitan abandonar el poder de las
armas como instrumento político privilegiado en Colombia.
REFERENCIAS
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Libros
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[1] “ El
conflicto en Colombia es político. Es por el poder.” en La
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[2]
LESSER et al op.cit. p. 106
[3]
C.E. JARAMILLO“¿Cuando terminar la guerra?” en Cambio
Agosto 13 2001 pg.
42-45[4]
L.G. GIRALDO “La paz lejana” en Lecturas dominicales − El
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[5]
“Afganistán, Plan Colombia y TIAR” en El Tiempo,
Septiembre 29 pg 1-19
[6] “El
responsable de la crisis del país es la clase dirigente”
en La Revista de El Espectador, Septiembre. 30, 2001, p
8-11.
[7]
“Recomendaciones de la Comisión de Personalidades a la Mesa de
Diálogo y Negociación” en La Revista de El Espectador
Septiembre 30, 2001 p. 56