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Cultivos
ilícitos y guerra biológica
Los avances genéticos permiten una
nueva generación de armas biológicas
Javier
Sampedro[1]
Cuando se firmó la convención internacional contra las armas
biológicas, hace 29 años, nadie tenía una idea muy clara de
cómo manipular el genoma de una bacteria para convertirla en una bomba
mortal. Hoy podría hacerlo cualquier laboratorio de barrio.
Científicos de los institutos Salk y Sloan-Kettering, y de las
universidades de Harvard y California en Davis, entre otros, consideran esencial
reforzar aquellos tratados.
El 10 de abril de 1972, 143 países firmaron en Washington, Londres y
Moscú la Convención para la prohibición del desarrollo,
producción y almacenado de armas biológicas. Pero los
últimos 30 años han presenciado unos avances genéticos de
tal magnitud que han convertido aquellos acuerdos en un fósil
burocrático no sólo de escasa utilidad, sino de imposible
verificación. Los expertos en guerra biológica -hay más de
los que un profano pudiera suponer- están intentando forzar una
revisión de aquel convenio, y Nature, una de las dos publicaciones
científicas más influyentes del mundo, les prestó su apoyo
editorial en su edición del pasado jueves. He aquí una muestra de
las retorcidas posibilidades bélicas o terroristas que ha abierto la
genética actual.
- Resistencia. Muchas bacterias patógenas (causantes de enfermedades)
existentes en la naturaleza podrían servir como armas sin mayores
manipulaciones. Los daños que causarían, sin embargo, se
verían muy atenuados por las herramientas que la medicina convencional
utiliza contra las infecciones bacterianas: los antibióticos. Pero basta
transferir los genes adecuados a una bacteria para hacerla resistente a los
antibióticos más usuales.
Según señala en
Nature el experto en guerra biológica Alastair Hay, de la
Universidad de Leeds (Reino Unido), los científicos que trabajaron hasta
1992 en una red clandestina llamada Biopreparat, con laboratorios secretos en
Rusia y Kazajstán, crearon por manipulación genética una
cepa de la bacteria causante de la peste, Yersinia pestis, capaz de
resistir a 16 antibióticos distintos. Alistair Hay, por cierto, conoce
esos datos gracias a que intervino en los interrogatorios a los que fueron
sometidos en el Reino Unido algunos desertores de Biopreparat.
- Toxicidad. Las latas de conserva en mal estado causan a veces el botulismo
debido a que contienen una toxina muy venenosa, fabricada por una bacteria
llamada Clostridium botulinum. Este microorganismo es poco frecuente y no
puede vivir en contacto con el oxígeno del aire, por lo que no supone un
grave problema sanitario. Pero el gen que fabrica su mortal toxina puede
aislarse e introducirse en la bacteria más común de las que
colonizan el intestino humano, la generalmente beneficiosa Escherichia
coli. Esta espeluznante posibilidad ha sido planteada por el
biofísico Steven Block, de la Universidad de Stanford, uno de los
asesores científicos de la Casa Blanca.
- Armas en línea. Los científicos disponen ya -o están a
punto de disponer- de la descripción completa de los genomas de media
docena de microorganismos peligrosos, incluidos los agentes de la tuberculosis,
el cólera, la lepra, el ántrax y la peste. Estas valiosas
secuencias de ADN pueden consultarse, en todo su lujoso detalle, desde cualquier
ordenador conectado a la Red, y a menudo gratis. Pocos diseñadores de
armas habrán tenido más facilidades en la historia, con la posible
excepción de los fabricantes de navajas.
- Muerte a la carta. Una de las aplicaciones más publicitadas del
genoma humano es la capacidad de predecir la respuesta de cada individuo a cada
fármaco, que permitirá evitar los efectos secundarios que pueden
convertir en letales para unos pacientes los mismos medicamentos que salvan la
vida de otros. No resulta difícil imaginar utilizaciones perversas de esa
misma información genómica individualizada. Y no conviene olvidar
que ciertas peculiaridades del genoma ocurren con mayor frecuencia en uno u otro
grupo étnico.
- Evolución acelerada. El director científico de la empresa
californiana Maxygen, Willem Stemmer, ha ideado una técnica de
evolución acelerada de bacterias. Consiste en partir algunos genes
en trozos, pegar los trozos en nuevas combinaciones y seleccionar los más
eficaces. Su intención es fabricar nuevos fármacos, pero la
técnica sería muy valiosa para un bioterrorista. Sin ir más
lejos, el propio Stemmer creó de esta forma una cepa bacteriana 32.000
veces más resistente que la normal al antibiótico cefotaxime. En
cuanto Stemmer publicó sus datos, la Sociedad Americana de
Microbiología le pidió que destruyera la bacteria inmediatamente,
y parece ser que así lo hizo.
Cultivos ilícitos y
guerra biológica:
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[1] Madrid, España, mayo 19 de 2001
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