“Bolívar tiene que hacer en América todavía”
José Martí
En
la sombría y luminosa realidad de Colombia ocupa lugar privilegiado
su ubicación en el concierto mundial, así como sus relaciones
internacionales diplomáticas, económicas, políticas
y culturales. Sin descifrar enteramente qué estamos viviendo en
estos temas, todavía no podemos comprender a cabalidad la hondura
y naturaleza de la crisis general de la sociedad y la República.
No se trata solamente del necesario reconocimiento de las transformaciones generales del capitalismo internacional –como forma económica-productiva y comercial-financiera, dominante y hegemónica–, con sus incidencias de todo orden en la vida de los estados, pueblos y sociedades –especialmente en las de los territorios de las grandes mayorías pauperizadas del planeta–, sino también de lo que se denomina como “globalización” y su expresión cultural: la posmodernidad. Se trata de una jerarquización y reordenamiento de estos poderes; del cuadro completo de estructuras, organizaciones e instituciones existentes a escala internacional, con la hegemonía de los Estados Unidos, y en segundo lugar, de la Unión Europea. La enunciada superioridad japonesa y de los “Tres Tigres Asiáticos” se encuentra aplazada, frente a los embates de la crisis económica y política que ha sacudido a estos países en los últimos años; y de la misma forma postergada, frente a la actividad aperturista de China continental, que aunque presenta una economía en expansión, está tecnológicamente rezagada.
Nuestra América está inserta en el área de influencia y control de la potencia norteamericana. La metáfora del “patio trasero” ha sido útil para designar los propósitos de la política exterior del país del norte. En este contexto, Colombia al igual que otros países, ha obtenido algunos márgenes de autonomía para adelantar su política exterior en lo diplomático, comercial y cultural; pero estos han sido espacios limitados en los que esos pequeños márgenes no han logrado alcanzar una independencia en el manejo de la política exterior de nuestro país.
En el Derecho Internacional del continente hay logros, como el de la No Intervención, al igual que el mantenimiento de las relaciones con el Gobierno de Fidel Castro y el ingreso de Colombia al Movimiento de los No Alineados. Se debe reconocer que existen otros hechos por destacar, con sus rasgos positivos, pero no hay que mistificarlos.
En un horizonte histórico de las relaciones internacionales y de la política continental, después del fin de la Guerra Fría y en concordancia con la expansión capitalista –no sólo la norteamericana, sino también de manera creciente la europea–, el país se ha internacionalizado considerablemente.
Colombia
ocupa el lugar veinticinco en las relaciones comerciales de Estados Unidos
y el quinto en Nuestra América después de México,
Brasil, Argentina y Venezuela. El verdadero interés de los Estados
Unidos en Colombia lo resume este párrafo de la embajadora de ese
país en Bogotá, Anne Patterson, en su discurso el año
anterior a empresarios de su país:
En este punto, en mi opinión, Colombia representa uno de los grandes socios del hemisferio para los inversionistas americanos. La propiedad raíz es barata. Los negocios están a la venta. El mercado de acciones está subvalorado. Más importante, hay muchos, muchos colombianos entrenados, profesionales, y dedicados, con un amplio rango de experiencia que puede ser usado por las firmas americanas. (Revista El Espectador, No. 28, enero de 2001).
El
nuevo Gobierno Bush y su experimentado gabinete saben bien de la importancia
geopolítica de Colombia; de su ubicación y posición
estratégica en el hemisferio occidental, y no escatimarán
esfuerzos por controlar y tomar decisiones, incluyendo la escalada militar
para consolidar su influencia y control.
En
esa internacionalización hay que distinguir:
1. Lo económico-financiero.
2. Las comunicaciones y lo tecnológico.
3. Lo político-diplomático.
4. Lo militar.
5. Lo cultural.
Esto en una constelación de cooperación-negocios-intervención. Hay que precisar estas tres relaciones en las actividades enumeradas.
1- La cooperación es una relación secundaria que requiere mayor incremento por parte de todos los países y organismos internacionales. Los negocios se desarrollan en un esquema internacional económico injusto para las economías de Colombia y demás países de Nuestra América. El intervencionismo ha crecido en lo económico como consecuencia del peso de la deuda externa, las imposiciones y presiones del Fondo Monetario Internacional y la creciente “desnacionalización” de las propiedades, lo cual se traduce en una mayor presencia del capital extranjero no sólo como inversión, sino como control y remesa, ganancia y apropiación. Dentro de esta tendencia es que deben ubicarse las privatizaciones y la presencia más activa de las multinacionales.
2- Los medios masivos de comunicación han visto crecer su maridaje con los grandes negocios privados, al igual que dependen en su información y paquetes de entretenimiento en grado sumo de las agencias y empresas productoras norteamericanas. Propician la formación de un pensamiento único, en el sentido unidimensional y perseveran en su interés por favorecer sus intereses particulares. En estas materias estamos también lejos de una modernidad democrática.
3- En lo político-diplomático la internacionalización se caracteriza por un resurgimiento del panamericanismo, amparado en una idea hemisférica de unidad, que se traduce en subordinación al imperio. Por ello es apropiado señalar que en política internacional estamos en una reedición, en una época distinta –claro está–, a la de la doctrina de la “estrella polar”, respice polum, protagonizada por el Estado y el Gobierno colombiano, que ha contado con la complacencia abierta o tácita de los medios de comunicación. Sin embargo se han dado análisis y posturas lúcidas que deben ser estimulados.
4- En lo militar se ha producido un incremento notable en recursos de distinto orden: armamento, tecnología, financiamiento, asesoría... El asunto es que no se trata sólo de un incremento cuantitativo sino cualitativo. De un lado, en el encuadre regional para el desarrollo aéreo-tecnológico de los operativos militares, y de otro lado con la presencia de reconocidos y competentes oficiales de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos en un rol que va más allá de la asesoría y supervisión, para colocarse en el terreno de la dirección operativa.
5- ¿Y la cultura?, pues de Cenicienta, aunque sus creadores han logrado mantenerse.
Los
Estados Unidos justifican su neointervencionismo con la explicación
de cooperar a nivel continental en el combate al narcotráfico, en
sus distintos eslabones. En la necesidad de perseguir al crimen organizado
y sus redes internacionales; y en la actividad de erradicar los cultivos
de cocaína y amapola. La verdad verdadera, es que dicha cooperación
ha devenido en una guerra, cuyas consecuencias han sido graves para el
país en distintos órdenes. Como resultado el crimen organizado
ha cambiado de fachada, para mimetizarse en asocio con el norteamericano,
el ruso, europeo, e internacional en general. Además, los cultivos
llamados ilegales aumentaron espectacularmente y el medio ambiente y la
economía campesina se han afectado de manera negativa.
Colombia
fue convertido en país paria, y el restablecimiento de su imagen
en ciertas esferas internacionales no ha cambiado esta condición.
Se mantiene la “narcotización” de las relaciones con Estados Unidos,
a tal punto que la presentación, sustentación y justificación
del mal llamado Plan Colombia, no sólo en sus componentes militares
sino institucionales y sociales, es para continuar el combate al narcotráfico.
Estructura y fenómeno –éste del narcotráfico– urgente
de combatir pero con otras coordenadas.
El Plan Colombia formalmente es una iniciativa del Gobierno de Andrés Pastrana, pero realmente es una decisión del Ejecutivo y el Congreso norteamericanos. Obedece a sus patrones y concepciones de política exterior, reservándose controles, supervisiones y ejecutorias, propias de una potencia sobre un protectorado.
La última versión del Plan –a todas luces para “la galería”–, señala las siguientes estrategias:
1. Proceso de paz.
2. Estabilización de la economía.
3. Estrategia antinarcóticos.
4. Fortalecimiento a la justicia y la protección a los Derechos Humanos.
5. Democratización y desarrollo social.
Aparece como un complemento al Plan de Desarrollo, lo cual configura una comedia de equivocaciones y rectificaciones, con un manejo elitista y caprichoso, en todo caso a espaldas de la opinión nacional.
El Parlamento europeo ha considerado el Plan Colombia como un acuerdo entre Washington y Bogotá y propone la siguiente conducta:
... la intervención de la Unión Europea deberá seguir una estrategia propia, no militarista, que conjugue neutralidad, transparencia, participación de la sociedad civil y compromisos de los participantes en la mesa de negociación.
La estrategia propia hace énfasis en la solución social, critica la narcotización del conflicto armado, se opone a la fumigación química, insiste en la solución con diálogo y negociación, y alerta sobre la gravedad del paramilitarismo. De manera especial condena el secuestro, el terrorismo y las masacres, vengan de donde vengan. Es una posición sensata y ayuda a levantar puentes para el arreglo al conflicto más duro hoy por hoy en América y en Occidente.
Pero con todo lo positivo no hay que hacerse demasiadas ilusiones. Los gobiernos europeos a la hora de las grandes decisiones militares como en Irak, o en la antigua Yugoslavia, terminan alineados expresa o disimuladamente, con el imperio de los Estados Unidos de Norteamérica.
Estas posiciones en favor de una solución negociada, evidencian una creciente conciencia de la opinión pública europea en contra de la Pax Americana. Y ello es clave. Necesitamos la movilización creciente de los europeos y norteamericanos a favor de la solución negociada a la guerra. Hay que sintonizarse con los movimientos de protesta de Seattle y Davos.
Las cifras del Plan Colombia son: valor global US$7.444 millones. De los cuales US$3.033 provienen de Presupuesto de la Nación; US$1.573 millones solicitados a Estados Unidos, que fueron reducidos por el Congreso de ese país; US$1.046 millones solicitados a la comunidad de donantes. Con contadas excepciones la Comunidad Europea ha decidido sus propios parámetros de cooperación. US$600 millones de Bonos de Paz, US$900 millones por créditos externos y US$292 millones adicionales del Presupuesto Nacional.
Las cifras en su presentación a la opinión pública tienen un manejo claramente acomodaticio: lo cierto es el componente militar y la injerencia de los Estados Unidos. El llamado componente social e institucional, es un complemento subordinado, propio de las necesidades de maquillar el tremendo impacto que tendrá, sobre la vida y bienes de miles de compatriotas del Putumayo y otras regiones del país. De allí, que crezca la crítica y oposición a su aplicación en Europa, los propios Estados Unidos y los países vecinos. Al interior de Colombia el cuestionamiento está sumando importantes voces y fuerzas. Lo cierto es que el Plan atraviesa por un creciente proceso de deslegitimización, a la espera de la próxima postura del Gobierno de Bush, quien podrá imponer modificaciones intensificando la línea del neointervencionismo.
En todo caso, el asunto grueso de la fumigación química masiva, suscita una férrea oposición por sus graves y malignas consecuencias sobre la vida de las gentes, los bosques y sus ecosistemas. Constituye una política que se pretende reforzar pese a los balances cuantitativos y cualitativos en los que se demuestra lo negativo de estas acciones. Tampoco se compadece con la ampliación internacional de la cadena del crimen organizado, que tiene en los Estados Unidos uno de sus eslabones más fuertes, país que al mismo tiempo es dueño de uno de los mercados más prósperos para la cocaína y la heroína.
El hecho de ser Colombia una potencia mundial en biodiversidad no obsta, a que sea sometida a su degradación ambiental por las acciones de químicos de todo orden.
Este análisis, conduce necesariamente a referirse al conflicto armado interno entre la insurgencia de las FARC y el ELN, y las Fuerzas Armadas y el Estado. Tal conflicto, que sin eufemismo es una verdadera guerra con sus componentes de barbarie, se ha agudizado y ampliado, especialmente en la última década. Su complejidad es enorme y abarca no sólo grandes porciones del territorio nacional sino que involucra la vida, bienes, actividades, instituciones, negocios, la cultura y el ambiente. Forma parte de está difícil situación el auge del paramilitarismo y de las llamadas autodefensas.
En el
cruce de caminos entre continuar la guerra o buscar la paz, ha venido creciendo
la conciencia sobre la importancia de los diálogos y la solución
política negociada, con los componentes del Derecho Internacional
Humanitario, las treguas y demás medidas urgentes y necesarias.
En ese sentido hay que apoyar –con independencia crítica– los esfuerzos
por alcanzar la paz. Ya de manera clara y cada vez en forma más
insistente, los voceros de los Estados Unidos afirman que la ayuda militar
del Plan Colombia también es para combatir la insurgencia armada.
La
crisis colombiana, con sus particularidades, se ubica en una crisis de
fronteras, de relaciones con los países y estados vecinos, en un
contexto de desequilibrio de estas sociedades y sus instituciones. Una
oleada de inestabilidad sacude al mundo andino: Ecuador, Perú, Bolivia,
Paraguay... Brasil comparte fronteras y mira con preocupación lo
que aquí sucede; Venezuela vive profundas conmociones enmarcadas
en el “nacionalismo” del Presidente Chávez, que enfrenta las limitaciones
propias de los grandes problemas de la pobreza, el atraso y la carencia
de movimientos políticos democráticos fuertes. Por ello,
el riesgo de la amenaza autoritaria está presente.
Todo lo anterior se proyecta sobre la situación colombiana. Pero la gravedad de lo que aquí se vive está incidiendo –con la presencia del neointervencionismo– de manera desestabilizadora en la Región.
Los países de la Región y Nuestra América, unos más que otros, están viviendo difíciles problemas económico-sociales: inestabilidades generadas por sus estructuras y modelos económicos, además de las producidas por la injusticia internacional, la deuda externa y las imposiciones del Fondo Monetario Internacional.
El neointervencionismo es más notorio por las crisis y confusión de las clases dominantes, fragmentadas y enfrentadas en el laberinto de su impotencia y ceguera. Clases dominantes –que no dirigentes–, con escasa o ninguna audacia histórica, inmersas en un escenario de crisis económico-social sin precedentes en estos lares. Oficiando en los altares de la corrupción.
Se debe tener en cuenta que asistimos a una recomposición de las luchas sociales y culturales en los países de la Región, incluyendo el desarrollo de importantes batallas de masas y movilizaciones populares. En Brasil se vive igual dinámica. Se resiste y se lucha desde Bolivia hasta Ecuador, pasando por Perú y llegando a Venezuela. En Colombia, pese a las violencias extremas existe una tendencia a la movilización.
Hay que extender la mirada a la Región centroamericana y del Caribe, donde la crisis golpea fuertemente los niveles de vida de los pueblos; al igual que en Argentina y Chile donde se avanza en los debates y movilizaciones a favor del progreso y los Derechos Humanos. Los cambios políticos en México están propiciando una recomposición de sus perspectivas. Todo ello debe ser tenido en cuenta para la resistencia, la organización y la movilización popular. Son muchos los movimientos de izquierda que acuden al Foro de São Paulo.
En
estos duros años que vivimos suelo recordar y repetir el verso de
Hölderlin:
“donde crece el peligro, allí encontramos la
salvación”. De oír, leer, y discutir sobre este período
crítico de la República quiero recoger y proponer estas orientaciones:
1. Apoyar la búsqueda negociada al conflicto armado interno, con parámetros de soberanía nacional, cooperación internacional y de oportunidad para avanzar con dignidad y justicia.
2. Si en la escalada de la guerra es inevitable el fortalecimiento de todo el orden de las partes en conflicto, resulta indispensable oponerse al mercado internacional de armas, a los mercenarios, al neointervencionismo.
3. Proponer una Conferencia de los países andinos abierta a todo el continente, con participación internacional amplia. El propósito es construir una política de paz para la Región y de apoyo a la solución negociada en Colombia, que incluye un Plan Andino contra el Narcotráfico y una solución común a la deuda externa.
4. Como una de las iniciativas que estimule la reflexión crítica, el debate y la movilización activa, deberá convocarse a un Encuentro de Universidades e Intelectuales de la Región Andina con apertura latinoamericana e internacional. Será un escenario para impulsar la Conferencia por la Paz. Una iniciativa de igual tipo es válida para los partidos políticos, los sindicatos y demás organizaciones sociales.
Se trata de construir nuestras propias soluciones con amplia cooperación internacional; europea y de los norteamericanos mismos. No hay que estar inventándolo todo. La historia reciente nos enseña que una movilización de países, opinión y pueblos de Nuestra América, como de Centro América es posible y creativa. Recordar el Acuerdo de Esquipulas, la creación del Grupo de Contadora y de Apoyo, el Plan Arias. Con imaginación y audacia podremos evitar la solución de la Pax Americana. No tenemos que repetir la historia como comedia y tragedia. No tenemos que seguir viviendo la guerra larga y ver amputada la unidad nacional como sucedió con Panamá.
Hay que materializar un frente común por estos objetivos.