SOCIEDAD DE
AGRICULTORES DE COLOMBIA - SAC
Propuestas
en el tema rural para la negociación del conflicto armado en Colombia
Santafé de
Bogotá, diciembre de 1998.
I. ¿Cuál
debe ser el papel del Estado en lo agrario?
Introducción
Para abordar
este tema, es preciso partir de una concepción amplia de lo agrario, con el fin
de contar con un espacio de reflexión acorde con la problemática del conflicto
armado, la situación de violencia y pobreza en el país, y la desaceleración del
crecimiento del sector agropecuario.
La Sociedad
de Agricultores de Colombia, SAC, en consonancia con recientes esfuerzos, ha venido enfatizando el papel primordial que
juegan las actividades agropecuarias y, en general rurales, no solo en el
desarrollo económico nacional, sino también en los ámbitos político, social,
ambiental y cultural. De allí se deriva la necesidad de revalorar la
agricultura y el desarrollo rural, otorgándoles un debido apoyo y
reconocimiento, por un lado, en razón del aporte dinamizador que ofrecen al
crecimiento y bienestar del conjunto de la sociedad, pero también, por otro
lado, por los costos que por sus condiciones particulares de pobreza y atraso
relativo le acarrean al mismo.
De igual
manera, se ha llamado la atención sobre las limitaciones que en términos de
políticas públicas enfrenta el país para poder superar los problemas del mundo
rural; en este sentido, se han evaluado críticamente los efectos de las
políticas monetaria, fiscal, cambiaria y comercial sobre el sector rural; la
precariedad en las funciones de investigación y transferencia de tecnología; la
ineficiencia e inefectividad de la estructura institucional y el desinterés de
algunos decisores de política en cuanto a sus acciones de apoyo al sector; los
bajos niveles de cobertura y calidad de los servicios públicos entre los que se
cuentan los de educación y capacitación rurales, etc. Pero también se han
reconocido los avances en materia de acuerdos de competitividad, la creación y
operación de los fondos de fomento y la existencia de mecanismos
estabilizadores como las franjas de precios.
Todo este
cuadro ejemplifica la multiplicidad de dimensiones que abarcan lo agropecuario
y rural, incluyendo su capacidad intrínseca para contribuir a las metas básicas
de crecimiento, equidad, estabilidad y sostenibilidad de la sociedad
colombiana. En tal sentido, los efectos positivos del fortalecimiento de lo
agropecuario y rural no se restringen a los ámbitos puramente socioeconómicos
sino que de manera decisiva conciernen a la estabilidad institucional del país
y a la fundamentación de una comunidad política. Por todo esto, revalorar el
sector rural significa medir en forma integral los aportes que hace a la
sociedad en su conjunto, valorar las respuestas sobre cuánto la sociedad en su
conjunto está dispuesta a pagar por obtener resultados en términos de recursos
de oferta ambiental, estabilidad política y social, reducciones significativas en
los niveles de pobreza y desigualdad y, en fin, cuánto está dispuesta a pagar
para vivir en un entorno de paz y convivencia.
Una nueva
agenda y propuestas de acción para el Estado
Redefinir el
papel del Estado en el desarrollo rural y agropecuario implica replantear las
responsabilidades públicas hacia el sector, así como orientar recursos públicos
en función de factores estratégicos para el desarrollo del campo. Esto
involucra no solo acciones de coordinación interinstitucional para asignar
adecuadamente los estímulos requeridos para la modernización de la actividad
productiva, sino de mecanismos para la redistribución progresiva de sus
beneficios, en función de objetivos de equidad. Sin embargo, el Estado debe
asumir una posición menos asistencialista en dicha redistribución, de modo que
los beneficios se puedan proyectar en el tiempo y en el espacio, y se
contribuya a la expansión de capital humano y social.
Además,
implica generar un marco de políticas estables con unas metas bien definidas
que den señales claras a los productores y una agenda de políticas que oriente
la acción del Estado en la búsqueda de estas metas. Entre los criterios
fundamentales que deben guiar dicha agenda, se pueden señalar:
-
La
creación de nuevos instrumentos para la orientación de la política comercial y
el diseño de políticas de apoyo más eficaces a la agricultura.
-
Una
política comercial de transición, con el fin de preparar gradualmente el
aparato productivo para afrontar los retos de la competencia internacional.
-
Rediseñar
las políticas de desarrollo rural, de modo que puedan atenderse los objetivos
de la superación de la pobreza y la remoción de las distorsiones estructurales.
Objetivos y
metas
La nueva
agenda deberá incluir dentro de sus objetivos todos aquellos elementos que de
una u otra forma contribuyan eficazmente a la reestructuración, recuperación y
consolidación de la esfera agropecuaria y rural.
Con el
propósito de orientar el marco de esta nueva agenda, nos permitimos señalar
algunos de los objetivos y metas que, como productores y representantes del
sector, consideramos indispensables para su recuperación y sostenibilidad; a
saber:
·
Un nivel de rentabilidad
adecuado.
·
Posibilidades competitivas
efectivas.
·
Crédito ajustado a las
características del sector y a su función social.
·
Mejores condiciones de
seguridad de las actividades productivas del campo.
·
Políticas macroeconómicas que
consideren su incidencia sobre el sector o políticas sectoriales que compensen
el efecto desfavorable de las primeras.
·
Recuperación social del campo.
·
Posibilidades de desarrollo
empresarial.
·
Promoción y acceso a los
avances tecnológicos, desarrollo y difusión de los mismos.
·
Condiciones adecuadas de
infraestructuras.
·
Disponibilidad de tierras
productivas a precios razonables.
·
Facilidades de comercialización
interna y externa.
·
Seguridad alimentaria.
·
Esquemas institucionales
agropecuarios eficientes y modernos.
·
Y, en general, una visión
gubernamental distinta hacia lo rural, en reconocimiento de su importancia y
potencialidad.
La
recuperación de la rentabilidad y la modernización como primeros pasos.
Bajo estos
propósitos, resulta fundamental que el Estado brinde especial atención al
sector y a su entorno espacial, en términos de posibilitar su desarrollo y
modernización por medio de políticas innovadoras que, cumpliendo con los
convenios de intercambio comercial suscritos por el país, ayuden a hacer más
rentable y competitivo el sector agropecuario; a la vez, focalizando sus
objetivos hacia el desarrollo social y económico de las zonas rurales por medio
de su acción directa o facilitando e incentivando la iniciativa privada.
Igualmente,
en el restablecimiento de condiciones básicas de rentabilidad y de seguridad en
el desarrollo de las actividades rurales, así como en la inversión pública en
infraestructura rural e inversión social, descansa, en buena medida, las
condiciones fundamentales de empleo rural y de ingreso digno para sus
habitantes, sin los cuales difícilmente puede lograrse la anhelada paz en
Colombia.
De otro
lado, al igual que persiste la imposibilidad de un desarrollo agrario aislado y
se hace prioritaria una política y acción en la transición que haga menos traumáticas
las transformaciones productivas del campo, la modernización sectorial, exige
también, el desarrollo de una política de reforma agraria moderna, que no se
centre exclusivamente en la tenencia de la tierra, la cual aunque importante,
no recoge todos los elementos que se deben incorporar.
II. ¿Qué
tipo de desarrollo agrario es conveniente y viable para promover desde la
propuesta de paz?
El
desarrollo rural: conveniencia y viabilidad
Con mayor
insistencia se reconoce el papal cada vez más importante que desempeña el
sector rural como dinamizador o limitante del desarrollo global del país, así
como su relación directa con las condiciones socioeconómicas necesarias para el
establecimiento de la convivencia y de la paz entre los habitantes rurales y
todos los colombianos; amparado, naturalmente, en el respeto a las normas
constitucionales y al marco legal que de ella se deriva.
El nuevo
tipo de desarrollo agrario debe superar la vieja visión según la cual, en
nuestros días, el sector rural y particularmente el sector agropecuario no son
elementos determinantes del progreso general de la economía. En el plano
productivo, aquella visión implica que el comportamiento agrícola es residual,
es decir, que su dinamismo depende de factores exógenos tales como las demandas
industriales y urbanas, lo cual limita las transformaciones rurales y agrícolas
a una condición pasiva. El progreso, así entendido, se suscribe al
fortalecimiento de lo industrial y urbano, dejando de lado a lo agropecuario y
rural.
La nueva
visión bajo la cual se debe cimentar el desarrollo agrario y rural debe ser
convergente con el papel endógeno al progreso del país de dicho componente,
revalorando su capacidad directa para contribuir al crecimiento global, al
mejoramiento de la productividad, a la superación de la pobreza, al
afianzamiento de los procesos de agregación de valor, al afinamiento de las
políticas de seguridad alimentaria, a la gestión de los recursos naturales, a
la estabilidad institucional y democrática del país y, finalmente, a la
soberanía del Estado sobre la totalidad del territorio nacional.
Además, con
respecto a lo rural, es importante entender que éste ya no se suscribe
únicamente al componente agropecuario y que otras actividades se desenvuelven, con importancia creciente,
en este ámbito. Así, los procesos de transformación y el componente terciario
relacionado con otras actividades no agropecuarias como son los servicios, el
comercio, la infraestructura, etc., han empezado a desempeñar un papel
preponderante, de manera que es obvio que lo rural ya no es equivalente a lo
agrícola, al tiempo que ahora lo agrícola no se suscribe únicamente a la
producción primaria.
Por lo
demás, son varios los elementos sobre los cuales debe basarse la estructuración
de una visión de futuro del sector agropecuario, como son:
La
integración
entre la agricultura y la agroindustria como herramienta que permita dinamizar
los procesos de competitividad, modernización y capitalización;
La
descentralización,
en la medida en que el ámbito regional surge como indispensable para crear
mercados, desarrollar infraestructura, estimular la configuración de empresas y
la organización de productores;
La equidad, la cual supone garantizar a
la población rural el acceso a los recursos productivos;
La
sostenibilidad,
como el principio fundamental para la conservación del sistema productivo, y
La
especialización,
la cual está ligada a la identificación de nichos de mercado y al logro de
masas críticas de productos homogéneos para hacer presencia en mercados
crecientemente competitivos y exigentes.
Propuesta
frente a la concentración de la tierra
Con respecto
a la propuesta agraria de paz frente a la concentración de la propiedad de la
tierra, no sobra advertir que éste no es un problema “per se” del
desarrollo agrícola colombiano en la época actual, como quiera que sobrevienen
bloqueos quizás más decisivos ligados al rezago del sector. Así, el tema de la empresarización y la capacidad de
asociación y explotación bajo esquemas competitivos, como lo demanda la
globalización de la economía mundial, exige cada vez más procesos innovadores
asociados estrechamente al desarrollo tecnológico y productivo, a la
inteligencia de mercados, a los esfuerzos asociativos, a los procesos de
comercialización, a las cadenas productivas, a la competitividad sectorial,
etc. Por el contrario, el simple problema de la tenencia de la tierra posee
decreciente relevancia frente a la ciencia y la tecnología y a lo estratégico,
e incluso frente al acceso a otros recursos productivos.
En este
sentido, resulta válido pretender que los recursos que la sociedad en su
conjunto asigna para la financiación de la reforma agraria sean enfocados
primordialmente hacia la promoción de una clase de pequeños y medianos
empresarios agropecuarios, en condiciones de propiciar el manejo racional de
las explotaciones, incluyendo la incorporación de tecnologías modernas, el uso
eficiente de los recursos, la adecuada utilización del crédito, la oportuna
atención de los requerimientos del mercado, etc.
Esto no
implica que se deban ignorar los aspectos sociales vinculados a las condiciones
de desigualdad rural, y las condiciones de pobreza de gran parte de los
habitantes rurales. Aspectos éstos en los cuales la acción del Estado se hace
imprescindible.
III.
Política tributaria: incentivos y ayudas
Dentro de
los incentivos requeridos para estimular las actividades productivas del campo
sobresalen los tributarios, los financieros y de comercialización, toda vez que
estos elementos pueden llegar a representar un alivio o una carga aún adicional
al ya menguado estado de las actividades agropecuarias.
Incentivos
tributarios :
El sector
presenta marcadas distorsiones en el mercado de tierras, como quiera las mismas
no siempre son utilizadas para propósitos productivos, y por tanto, su valor en
muchos casos, no refleja el valor presente neto de sus beneficios futuros. Esta
situación ha estado asociada, en parte, a la presencia en el medio rural de
capitales especulativos en las transacciones inmobiliarias, algunos de ellos
ligados a actividades ilícitas, respecto de las cuales se ha venido dilatando,
en forma casi inexplicable, la aplicación de las disposiciones relativas a la
extinción del dominio.
En
consecuencia, creemos fundamental que el impuesto predial sea diferenciado, de
tal modo que resulte menor para aquellos predios que hacen uso de sus
potencialidades productivas, y que las características de la vivienda no sean
el parámetro para el cobro del impuesto a la propiedad. En este contexto, cabe
contemplar la puesta en práctica de los criterios señalados por la ley 101/93
en materia de formación y actualización catastral rural y de impuesto predial.
Dicha Ley hace énfasis en la necesidad de tomar en consideración
primordialmente criterios relacionados con la rentabilidad y productividad de
los predios, en vez de centrarse en factores asociados más directamente al
mercado inmobiliario urbano.
Complementariamente,
es necesario llevar a la práctica la propuesta de crear incentivos para la generación
de nuevas oportunidades de trabajo por medio de la reducción de impuestos. Los
beneficios que tal medida puede otorgar en términos de reactivación económica y
lucha contra el desempleo serán aún mayores en el sector por sus
características productivas y socioeconómicas, a la par que estimularían el
desarrollo de proyectos agroalimentarios y agroindustriales en tamaños de
escala adecuados a los requerimientos de eficiencia y competitividad.
Financiación
agrícola :
Las
características de riesgo propias de la actividad agropecuaria exigen
condiciones de financiamiento favorables, que evidentemente se han estado
deteriorando en los últimos años, como quiera que en la actualidad la
diferencia entre la tasa de interés promedio que se cobra a los préstamos
agropecuarios y la tasas promedio del mercado es apenas marginal
(aproximadamente de un 3%). En consideración con lo anterior, es pertinente
ampliar este margen, si queremos fomentar la recuperación agropecuaria.
Reconocemos
la necesidad de revisar las instituciones crediticias del sector, en tanto
ellas deben ser más eficientes en su labor. No obstante, no somos partidarios
de su eliminación o fusión como mecanismo de corrección de sus deficiencias. Es
por ello que no compartimos la idea de fusionar Finagro con otras entidades
crediticias como IFI, ya que aunque dentro del nuevo ente financiero sean
consideradas las características particulares del sector y la necesidad de su
trato preferencial, ello también significaría una pérdida de espacio institucional
y un debilitamiento potencial de su capacidad negociadora. En todo caso,
compartimos la idea de ajustar el marco legal sobre el cual se desenvuelve el
crédito agropecuario (Ley 16/90) en consideración a las circunstancias
cambiantes en el modelo de desarrollo económico y a la necesidad de su
modernización.
Por otro
lado, las instancias gubernamentales deben reconocer que las dificultades que
en la actualidad afronta la Caja Agraria no se limitan únicamente a su
ineficiencia, y que aunque es importante avanzar en la focalización de sus
objetivos hacia lo rural por medio de la eliminación de gran parte de las
oficinas localizadas en los centros urbanos, también es importante considerar
que tales dificultades son consecuencia del desempeño negativo del sector, lo
cual se demuestra por la falta de interés de la inversión privada en ocupar
este espacio de financiación.
Es imperioso
fortalecer el Fondo de Garantías para respaldar financieramente la ejecución de
grandes proyectos agropecuarios. Además, al momento de definir recursos y
características de los créditos, es fundamental diferenciar al gran productor
agropecuario del pequeño campesino o de las condiciones propias de la vida
rural.
Resulta
cuando menos sorprendente que, en la actualidad, algunos de los bienes rurales
no sean aceptados como garantías para la aprobación de los créditos
agropecuarios, y que las únicas garantías aceptadas sean básicamente las
propiedades urbanas. Esto es ajeno a toda realidad y demanda una corrección
inmediata.
Comercialización
interna :
La acción
estatal en materia de comercialización interna debe dirigir sus esfuerzos hacia
facilitar esta actividad y corregir las distorsiones del mercado.
El objetivo
de la facilitación del mercado debe ser su dinamización, mediante su análisis,
conocimiento y difusión; así como mediante el apoyo al desarrollo de mercados
por medio de operaciones vinculantes entre agentes productivos y comerciantes.
Con la
facilitación de mercados se deben afianzar los conceptos de reducción de costos
de la producción, mejoramiento de los márgenes de rentabilidad y aumento de los
niveles de competitividad y agregación de valor. Para tal fin, se deben diseñar
y fortalecer instrumentos como sistemas de información, investigación e
inteligencia de mercados y la capacitación y apoyo a entidades
comercializadoras.
Otro elemento facilitador de los
procesos de comercialización lo representa la capacitación, que debe cubrir la
etapa de producción (manejo de poscosecha, sistemas de transporte, clasificación
y normas técnicas, técnicas de almacenamiento y conservación, embalaje y
empaque) y la comercialización propiamente dicha, eliminando intermediaciones
innecesarias e ineficientes.
Como elemento facilitador del mercado,
debe existir un apoyo a las actividades de comercialización, tanto en los entes
públicos por medio de entidades como el Fondo Emprender, o por medio de
mecanismos como el Incentivo de Capitalización Rural -ICR-, como en la
promoción de empresas comercializadoras privadas preferiblemente comunitarias o
asociativas.
La correción de las distorciones de
mercado parte del diagnóstico de las condiciones comerciales inestables, en las
cuales, sobresalen en particular, las fluctuaciones del ingreso de los
productores y la indefinición con respecto al incentivo directo, focalizado y
temporal, a la producción. Es por ello que se debe trabajar más arduamente en
los incentivos al almacenamiento, ya que sus costos actuales son muy elevados y
dificultan el manejo de las cosechas, generándose igualmente, mecanismos
inestables de ingreso a los productores y comercializadores, amén de las
condiciones propias de volatilidad que presentan los precios agropecuarios.
Así, la actuación gubernamental y
privada tendiente a corregir las distorsiones de la comercialización debe
centrarse en los siguientes campos de acción: precios mínimos de garantía o
pagos directos por deficiencia comercial, así como otros incentivos que puedan
acompañar al ya mencionado incentivo de almacenamiento, como pueden ser el pago
por deficiencias en transporte o transporte compensado y los convenios de
absorción de cosechas.
IV.
Comentarios a la legislación agraria vigente
Sin perder
de vista la existencia de la Ley 101 de 1993 y su reglamentación
correspondiente, nos circunscribiremos en esta sección a la Ley 160 de 1994 y
sus desarrollos posteriores, por la vinculación que tradicionalmente se ha
establecido entre el conflicto armado y los problemas de tenencia de la tierra.
Tomando como
base el informe del Comité de Revisión de la Ley 160 de 1994 sobre Reforma
Agraria y Desarrollo Rural, se precisó ajustar la política de asignación de
subsidios, debido a la presencia de innumerables obstáculos para que dicha ley
sea aplicada efectivamente, entre los que se cuentan las altas tasas de interés
para los créditos de tierra y producción, los recortes presupuestales, la
ausencia de un sistema de información de precios y la falta de capacitación a
los campesinos en procesos de negociación de tierras.
En este
sentido, las recomendaciones que se hacen en el mencionado informe, se refieren
a la supresión del avalúo en los procesos de negociación voluntaria, la
apertura de un mecanismo de información de precios de las tierras a nivel
municipal, la determinación del precio de los predios con base en subastas o
audiencias públicas y el desarrollo de programas de capacitación en gestión
empresarial. De igual manera, se requiere la vinculación del Ministerio de
Educación al subsistema de organización y capacitación campesina.
Por otro
lado, se reiteran las opiniones de la SAC en las deliberaciones del Comité.,
según que, para fortalecer el mercado de tierras, como componente básico de
la reforma agraria, se debe partir de
una redefinición de los beneficiarios. Estos deben ser diferenciados de acuerdo
con la posesión de activos, ingresos regulares, capacidad empresarial, nivel
educativo, etc. Se debe, por lo tanto, privilegiar a aquellos aspirantes que
demuestren unas competencias satisfactorias en este sentido.
Además, para
aquellos campesinos que no califiquen en el sentido anteriormente anotado, se
deben focalizar programas para mejorar sus condiciones. En este sentido, el
Estado deberá procurar la atención a aquellos grupos de población campesina
desposeída, con deficiente nivel de educación, que no posean la capacidad en el
manejo adecuado de la tierra, mediante programas focalizados hacia el
mejoramiento de su capacitación laboral y la atención a las necesidades básicas
insatisfechas.
Perspectivas
y potencialidades de la figura de las Zonas de Reserva Campesinas integrada en
la Ley 160 en materia agraria
La Ley 160/94 otorga, dentro de
su capítulo XIII, un tratamiento particular a las Zonas de Reserva Campesina.
Así, en el Artículo 81 se determina con
toda claridad la naturaleza, características y alcances de las zonas de reserva
campesina, al definirse, en forma explícita y de manera clara que:
"Las
zonas de colonización y aquellas en donde predomina la existencia de tierras
baldías son Zonas de Reserva Campesina".
Por su
parte, en el artículo 80, precedente, que debe entenderse en concordancia con
el artículo 81, se consigna como función de la Junta Directiva del INCORA la selección de las áreas
geográficas correspondientes a las zonas de reserva campesina, facultad ésta que se
limita a ciertas zonas cuyas características agropecuarias y socioeconómicas
regionales se asimilan a la condición de zonas colonizables o bien cuya situación jurídica está determinada como bienes baldíos.
En razón
a lo anterior, y poniendo de presente la
existencia de una unidad de materia
entre los dos asuntos principales tratados en el capítulo XIII de la ley
160/94, como son las disposiciones
relativas a la colonización y a las zonas de reserva campesina, se infiere que,
en los hechos y en la práctica, existe
una estrecha interrelación entre ambos.
En
consecuencia, las zonas de reserva
campesina están referidas al ordenamiento territorial ambiental en las áreas de colonización y en aquéllas en
donde predomine la existencia de tierras baldías, conforme a las políticas que
sobre los recursos naturales y el medio ambiente formule el gobierno nacional. Este
punto resulta de la mayor importancia,
puesto que un criterio básico para la definición y delimitación de dichas zonas
apunta hacia la atención a la problemática del ordenamiento ambiental inherente
a la especificidad y singularidad de las áreas de colonización y baldíos, en
comparación con otras zonas y regiones del territorio nacional.
El
desarrollo de las zonas de reserva conjuga aspectos de orden social, económico,
ambiental y de manejo del territorio, al propender por garantizar a la economía
campesina del colono la sostenibilidad
en su acepción integral. Dicho de otra manera, servir como instrumento
eficaz para lograr el necesario cierre de la frontera agrícola, gracias a la
consolidación de una economía campesina fuerte, en la cual las unidades
productivas estén organizadas y no aisladas.
Constituye, entonces, un mecanismo apropiado para frenar el ciclo de
tumba de monte, 2 o 3 cosechas, fundamentalmente de maíz, siembra de pastos,
venta de mejoras, reinicio del proceso, con el cual históricamente se amplió en
lo fundamental nuestra frontera en zonas de bosque tropical.
En lo que
respecta específicamente a los criterios de orden social, en el artículo 79 de
la Ley se indica que :
“Las
actividades que desarrolle el INCORA en los procesos de colonización...
tendrán, como propósitos fundamentales, la regulación, limitación y ordenamiento
de la propiedad rural, eliminar su concentración y acaparamiento de tierras
baldías a través de la adquisición e implantación de mejoras, fomentar la
pequeña propiedad campesina y prevenir,
con el apoyo del Sistema Nacional de Reforma Agraria y Desarrollo Rural
Campesino, la descomposición de la economía campesina del colono y buscar su
transformación en mediano empresario”.
Si la
frontera agrícola está delimitada por el perímetro del territorio nacional
incorporado tradicionalmente a la actividad agroeconómica, es preciso reconocer la existencia de
bolsones de tierra localizados dentro de las regiones agrícolas ya
intervenidas, cuya apropiación privada no se ha definido aún y en donde
predomina el baldío.
Por lo
demás, la ley resulta clara e inequívoca al definir, en su Artículo 81 en
conexión con el establecimiento de las
zonas de reserva campesina, que en los procesos de colonización y de
baldíos se pretende:
"...Fomentar
la pequeña propiedad campesina, evitar o corregir los fenómenos de inequitativa
concentración de la propiedad rústica y crear las condiciones para la adecuada
consolidación y desarrollo de la economía de los colonos...".
Existen
otros aspectos más concretos pero igualmente importantes sobre el tema, que
permiten reforzar la argumentación reseñada:
Conforme
a lo señalado en el artículo 80 de la Ley, la reglamentación particular que
sobre las ZRC expida la Junta Directiva
del Incora, deberá indicar el número UAF´s que podrá darse o tener en
propiedad, así como los requisitos, condiciones y obligaciones que deberán
acreditar y cumplir los ocupantes de los predios.
Ahora
bien, es probable que al momento de establecerse una zona de reserva campesina
queden incorporados, dentro de los
límites superficiarios de las áreas geográficas seleccionadas, particularmente
en lo que atañe a las zonas de baldíos, predios que ya pertenecen al dominio
privado, y cuya extensión esté por encima de los límites permitidos,
determinados en Unidades Agrícolas Familiares,
conforme a la reglamentación que
expide la Junta Directiva del Incora. En tal caso, la Ley (Artículo 80, inciso
3o.) ordena regular las áreas máximas de propiedad privada que podrá tener
cualquier persona natural o jurídica, o en común y pro indiviso. Para
tal efecto, el Incora procederá a adquirir las superficies que excedan los
límites permitidos, mediante el procedimiento de intervención directa señalado
en el Capítulo VI, o por la vía de la expropiación, en los términos
establecidos en el Capítulo VII de la misma.
Es
comprensible que para un programa de esta naturaleza, que involucra
motivaciones de interés social y de utilidad pública, se prevea la operación de
mecanismos diferentes a la negociación voluntaria o al mercado de tierras para
efecto de regular las áreas máximas de propiedad privada, teniendo en cuenta
las condiciones propias que tienden a prevalecer en las regiones definidas por
la Ley para adelantar los programas de las ZRC: áreas con poca organización
institucional y con carencia de las condiciones mínimas para que allí opere el
mercado de tierras. Es esta excepcionalidad la que reconoce la Ley 160, lo
cual, aunado a los aspectos medioambientales y de cierre de la frontera
agrícola ya mencionados, hacen comprensibles las disposiciones comentadas. Lo
que no puede pretenderse es hacer norma general lo que en la Ley es disposición
de excepción.[1]
Más
específicamente, la intervención del INCORA en este campo se asimila en cierto
modo a la situación indicada en el numeral 3 del Artículo 31 de la Ley,
correspondiente al objetivo de:
“...reubicar
a los propietarios u ocupantes de zonas que deban someterse a un manejo
especial o que sean de interés ecológico”.
En este caso, se agrega en el inciso
siguiente,
“El
INCORA adelantará los respectivos programas de adquisición de tierras y mejoras
en coordinación con el Ministerio del Medio Ambiente o la Corporación Autónoma
Regional correspondiente, dando preferencia a los ocupantes de tierras que se
hallen sometidas al régimen de reserva forestal, de manejo especial o interés
ecológico o las situadas en las áreas que conforman el Sistema de Parques
Naturales.”
Por las
condiciones antes señaladas, las Zonas de Reserva Campesina representan un
instrumento particular de la reforma agraria, pero no es la reforma agraria. En
este sentido, el capítulo XIII es muy importante, pero no es la Ley 160. No es
posible convertir todo el territorio nacional en Zona de Reserva Campesina,
como tampoco, por esa vía, reducir los mecanismos de reforma agraria a la sola
expropiación. De la misma manera que las Zonas de Desarrollo Empresarial no son
extensivas a todo el territorio nacional, pues conforme a lo estipulado en el
artículo 82, y ratificado en el subsiguiente artículo 83:
“....el
INCORA delimitará zonas de baldíos que no tendrán el carácter de Reserva
Campesina sino de Desarrollo Empresarial.”
Mal haríamos
en pretender que las Zonas de Desarrollo Empresarial se puedan establecer en
cualquier zona de la geografía nacional, pues, con ello no se lograría más que
desvirtuar la especificidad del novedoso mecanismo diseñado por la ley, como
algunos pretenden hacerlo con las Zonas de Reserva Campesina.
V. Cómo
abordar propuestas de solución en relación con los cultivos ilícitos y los
programas de sustitución, en el marco de la agenda para la paz
A partir de
una reformulación del Plan Nacional de Desarrollo Alternativo, Plante, y de las
particularidades económicas, sociales y ambientales propias de las zonas de
conflicto, se sugiere la aplicación de un paquete integral de acciones,
enmarcadas en planes de desarrollo regional, con énfasis en programas
agropecuarios y rurales.
Frente a las
grandes superficies ocupadas con plantaciones ilícitas, debe haber una pronta e
intensiva erradicación, acompañada de la “incorporación de dichos predios a las
áreas de reserva ambiental, distritos de desarrollo empresarial y a las zonas
de reserva campesina”, como lo prevé la Ley de reforma agraria.
Con respecto
a los pequeños campesinos y colonos, se propone una combinación de acciones de
corto plazo, que los lleve a acometer gradualmente la erradicación del
narcocultivo y su sustitución, acompañada de pagos temporales de subsistencia.
En el mediano plazo, para estos pobladores, deben diseñarse programas de
recomposición del minifundio y la constitución de zonas de reserva campesina.
Igualmente,
se plantea la creación de un subsidio de subsistencia para atender a aquellos
campesinos que quieran abandonar esas zonas, para dedicarse a actividades
agropecuarias. Para la reubicación de estas personas se propone utilizar
tierras del narcolatifundio. Las personas vinculadas al comercio y los
servicios propios de la actividad ilícita deben recibir un tratamiento similar.
De otro
lado, es preciso avanzar en la concreción de una propuesta tendiente a
comprometer a la comunidad internacional en la financiación de programas de
erradicación y sustitución, con énfasis en la recuperación de los recursos
naturales.
Estas
propuestas ya habían sido esbozadas de tiempo atrás, tanto por la SAC, como por
la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC.
VI. La
propuesta ante la globalización
La globalización, entendida como el
proceso actual de reconformación del escenario económico, político y cultural
mundial y de las relaciones entre sus agentes, ha venido modificando múltiples
esferas que antes operaban principalmente de acuerdo con un entorno local,
regional y/o nacional. En este nuevo escenario han aparecido actores con
capacidad de operar a escala mundial, como las firmas multinacionales, pero
también el desarrollo de organismos multilaterales que ejecutan acciones de
apoyo y control a nivel del conjunto de países. Esto ha venido acompañado de
una creciente interdependencia entre las estructuras económicas, sociales y
culturales de las regiones y países y de sus políticas, facilitado por el
avance tecnológico en los medios de comunicación e infraestructura.
En razón a la diversidad y complejidad
de los fenómenos que ocurren en dicho escenario, el impacto se ha constituido
en un evento recurrente, por causa de la estrecha interacción de fuerzas de
distinta naturaleza y peso específico, produciendo una creciente disolución de
la autonomía de los espacios tradicionales de carácter económico, social,
político y cultural. En este sentido, se ha argumentado que la entrada a este
escenario requiere de un proceso de preparación y de negociación, con el fin de
minimizar las consecuencias negativas de dicho conflicto. En lo económico, por
ejemplo, aún se discute sobre la necesidad de llevar a cabo una preparación
paulatina del aparato productivo para afrontar los retos que implica, en
general, el proceso de globalización y, en particular, la competencia
internacional, por lo cual es indispensable diseñar políticas comerciales de
transición que suavicen y distribuyan el impacto a través del tiempo del trauma
que puede conllevar un nuevo esquema competitivo global.
Política
comercial: Régimen de protección
La apertura
económica, y su consecuente eliminación gradual de la protección arancelaria,
resulta ser, conforme a la experiencia histórica, apropiada únicamente en un
esquema de expansión económica mundial sostenida. Así, en las actuales
circunstancias creemos que resulta pertinente discutir la posibilidad de un
aumento arancelario selectivo y transitorio que permita la adopción de una
posición defensiva frente a las amenazas comerciales existentes, lo que
necesariamente debe asumirse en el contexto del arancel externo común vigente
dentro de la Comunidad Andina de Naciones. De esta forma operaría efectivamente
una protección selectiva en conformidad con las circunstancia cambiantes del
comercio internacional.
De otro
lado, las ventajas que en el corto plazo le significa a la industria de
transformación la posibilidad de abastecerse en el exterior a precios
aparentemente favorables se diluyen en circunstancias de dificultades
internacionales, por lo que debe existir un mínimo de seguridad de
abastecimiento con insumos nacionales, a efectos de obviar una dependencia
externa exagerada. No se trata, por lo tanto, de proteger por proteger, sino
preguntarse qué proteger, por qué proteger, cuánto proteger, cuándo proteger y
por cuánto tiempo. No obstante, estamos abiertos a cualquier otro tipo de
alternativas que nos facilite la solución de los problemas actuales y
potenciales del sector agropecuario.
Integración
y acuerdos comerciales
En materia
de integración comercial, el delicado panorama de recesión económica mundial
nos debe conducir a replantear la posición marcadamente desventajosa del país y
los factores que han acompañado este hecho, aunque reconocemos los elementos
positivos del proceso de integración con nuestros principales socios
comerciales. La política de Estado no debe dudar en proteger el sector
agropecuario de las amenazas que se puedan presentar como consecuencia de los
desequilibrios cambiarios de países socios que afrontan estas dificultadas por
medio de la devaluación de sus monedas, y debe, necesariamente, hacerse uso de
las cláusulas de salvaguardia contenidas en los acuerdos suscritos por el país.
De la misma
forma, el país debe definir claramente una política de incentivos y subsidios a
la producción y a las exportaciones acorde con las recientes tendencias de los
bloques comerciales de mayor desarrollo como la U.E. y los Estados Unidos, los
cuales propenden por acrecentar la protección a sus producciones y mantener
inalterados sus apoyos a la producción.
Como elemento perturbador de las
condiciones adecuadas de intercambio comercial el contrabando amerita una
consideración especial. Es bien sabido el efecto nefasto que tal fenómeno ha
originado en el sector productivo nacional, como consecuencia última del
desmonte legal, institucional y coercitivo de los últimos años; además de su
consabida relación directa con el narcotráfico y de éste último con los
procesos revaluacionistas. Es fundamental, por lo tanto, aunar esfuerzos de
lucha en los diferentes frentes para eliminar esta expresión inmensa de competencia
desleal circunscrita al engranaje entre narcotráfico, lavado, revaluación y
contrabando.
En una
órbita más amplia, el país debe prepararse con la suficiente anticipación e
idoneidad para participar en la próxima ronda multilateral de negociaciones comerciales
alrededor de la OMC, consultando y evaluando previamente los intereses
particulares frente a la Comunidad Andina, el Grupo de Cairns y el proceso de
integración en torno al Alca.
Inversión Pública.
La gestión
pública debe propiciar la competitividad del sector productivo agropecuario
mediante el ofrecimiento de un sistema eficiente de infraestructura económica,
así como en el desarrollo y la difusión de la investigación científica y
tecnológica en nuestro país.
Impulso a la
infraestructura económica :
Se requiere
acometer una gran tarea de inversión y modernización de la infraestructura
económica, de tal modo que, entre otros aspectos, la construcción y
rehabilitación de la red de vías secundarias y terciarias consulte a cabalidad
los requerimientos de transporte y movilización de personas y de carga
originada y dirigida hacia las zonas productivas; del mismo modo que en la
dotación de servicios públicos básicos se corrijan los elevados costos
asociados a la dispersión de la población y se promuevan las aglomeraciones
veredales y similares, mejorando la utilización de los servicios que se
originen. Complementariamente, se requiere revisar las condiciones de
financiamiento existentes para la adquisición de maquinaria, equipos y demás
dotaciones que soportan las actividades de producción, poscosecha,
transformación y comercialización, ajustándolas al ciclo propio de los
proyectos productivos. Naturalmente, todo ello debe asumirse en el contexto de
propuestas y proyectos regionales estratégicos de producción agropecuaria y
agroindustrial.
En cuanto a
la infraestructura de transporte, el país necesita un plan coherente de
desarrollo del transporte multimodal que abarate costos, complete la
integración del mercado interno, consolide alternativas al transporte por
carretera, especialmente mediante una verdadera política de desarrollo férreo,
y le asigne la importancia que merecen las alternativas regionales. Por lo
demás, debe corregirse a cabalidad la tendencia reciente de hacer recaer sobre
los productores rurales la financiación de las obras públicas de interés
general a través del mecanismo de valoración, para las cuales resultan más
apropiadas las herramientas de concesión y el pago de peajes.
Una
consideración especial amerita el tema de la adecuación de tierras. Es bien
conocido el notable rezago que el país exhibe en este campo; de modo que para
acceder a un desarrollo agrícola moderno y competitivo, se requiere acometer
inversiones significativas en obras, tecnología y administración y manejo de
estos proyectos; amén de su relación directa con los costos exhorbitantes que
exhiben las tierras o su arrendamiento en el país, como consecuencia de su
escasez. En este sentido, los recursos del Fondo Nacional de Adecuación de
Tierras (FONAT) deberán enfocarse hacia la ejecución, culminación y
rehabilitación, según sea el caso, de proyectos de indudable impacto económico
y de desarrollo regional, tales como las del Ariari, Río Upía, Rancheria, la
meseta Túquerres- Ipiales, San Juan del Cesar, Santo Tomás - el Uvito; aparte
de programas de pequeña irrigación, y de asegurar la operación a cabalidad de
proyectos de ejecución recientes como es del Alto Chicamocha.
Investigación
y transferencia de tecnología :
Se impone un
gran esfuerzo tendiente a fortalecer el papel de la investigación y la
transferencia como medio para elevar los niveles de eficiencia y competitividad
en el agro; ajustar los productos y servicios de orden tecnológico a los
requerimientos prácticos y efectivos de los productores y a las especificidades
regionales; estimular, mediante incentivos de diverso orden, un mayor
compromiso del sector privado, las universidades y otros agentes en la
ejecución de proyectos de esta índole; estructurar un sistema nacional con
claro deslinde de competencias y responsabilidades por parte de los diversos
entes particularmente ICA y Corpoica; promover la constitución de un fondo
permanente orientado a la financiación de proyectos; establecer la capacidad
técnica para aprehender, con los ajustes y adaptaciones que fueren del caso, la
oferta tecnológica generada en otros países; mejorar la capacidad de respuesta
ante los requerimientos de los productos y los cultivos promisorios y asegurar
una adecuada articulación con el Sistema Nacional de Protección y Sanidad
Agropecuaria.
Además, los
propósitos encaminados hacia el desarrollo tecnológico reclaman atención a la
modernización organizacional del sector. La eficiente utilización de los
recursos tecnológicos y su aprovechamiento sólo se pueden lograr mediante la
modernización organizacional que se identifica claramente con un concepto
empresarial del manejo agropecuario. Este proceso exige la dotación de las
condiciones necesarias a nivel de crédito y financiamiento; asesoría y capacitación
legal, organizacional, administrativa, contable, financiera y tecnológica;
información tecnológica y de mercados; etc. En igual sentido, la investigación
y el desarrollo empresarial del sector deben propender por la generación de un
mayor valor agregado de las actividades agropecuarias y agroindustriales ya que
es este elemento, y no el grado de elaboración, uno de los factores
determinantes en las posibilidades competitivas del sector.
VII.
Política social
Educación y
capacitación
En Colombia,
la educación rural se caracteriza por la aplicación de patrones pedagógicos
propios del medio urbano, desconociendo las particularidades específicas de
orden económico, social y cultural que prevalecen en el ámbito rural. A lo
anterior se suman la obsolescencia de los métodos de enseñanza, capacitación,
remuneración, estímulos y reconocimiento.
Teniendo en
cuenta lo anterior, es preciso que se diseñen programas educativos apropiados
al medio rural, que correspondan a las condiciones en que se desenvuelven las
comunidades allí asentadas, sin dejar de lado el componente global, es decir,
la referencia al contexto nacional e incluso internacional. Concomitante con
ello, es necesario ampliar la calidad y cobertura de la educación básica;
evaluar el desempeño de las funciones de los docentes dentro del contexto
social y regional de las comunidades a que pertenecen; implementar, sobre la
base de dicha evaluación, un sistema de capacitación permanente y continuo que
ofrezca las ventajas de mayor remuneración económica para aquellos docentes
mejor preparados y, finalmente, articular el modelo educativo con el mercado
laboral.
En lo que
respecta a la capacitación profesional y la formación para el trabajo, se
requiere avanzar en el diseño de programas que guarden correspondencia con los
requerimientos del sector agropecuario, para lo cual es preciso reforzar las
orientaciones y programas del SENA, incluyendo la propuesta de impulsar la
formación con base en competencias y retomar la formación a distancia y poner en
marcha las redes de centros agropecuarios.
Así mismo,
es necesario garantizar un adecuado manejo de la problemática sectorial dentro
del Programa Nacional de Competitividad y Desarrollo Tecnológico, el Proyecto
de Modernización de la Formación Profesional, el Programa de Empleo para
Jóvenes y el fortalecimiento de la gestión de los centros agropecuarios y
afines, todos ellos bajo la coordinación del SENA, para lo cual resulta
oportuno apoyarse en el mecanismo de los Convenios de Capacitación suscritos
entre la entidad y diversas organizaciones del sector.
Seguridad
social y salud
Es necesario
extender, de manera gradual, las coberturas hacia el sector rural, tanto en
materia de salud y pensiones como de riesgos profesionales, lo cual supone contar
con la adecuada oferta, por parte de las entidades del sector público y
privado, de los servicios correspondientes y la dotación de la infraestructura
requerida.
Complementariamente,
se requiere avanzar hacia una mayor concreción de los asuntos pertinentes a la
Comisión Permanente de Concertación de Políticas Salariales y Laborales,
adoptando las disposiciones legales, así como los acuerdos y medidas sugeridos
en materia de derechos y deberes laborales, a las realidades propias del sector
agropecuarios y rural.
Medio
ambiente
En la
búsqueda de un cambio de actitud hacia lo rural, la SAC acoge la propuesta de
la Misión Rural denominada "Expedición hacia la biodiversidad", como
una gran tarea nacional para marchar conjuntamente hacia la exploración, apropiación
y valoración de la riqueza del país en materia de diversidad biológica y
cultural, y hacia la apropiación generalizada de los conocimientos
contemporáneos. Se trata de una gran movilización social conducente, entre
otras, a una transformación educativa con énfasis en el sector rural y
orientada hacia la formación de ciudadanos, trabajadores productivos, personas
autónomas en el aprendizaje y con capacidades de resolver problemas.
No puede
perderse de vista, sin embargo que la preocupación ambiental puede ser
utilizada, por algunos países, como instrumento de manipulación creando
esquemas artificiales de proteccionismo, de lo cual el Estado y la sociedad
colombiana deben estar suficientemente advertido. Por otro lado, la
normatividad ambiental en el ámbito internacional puede generar nuevos espacios
muy interesantes de competitividad, de los cuales debemos procurar obtener los
mayores beneficios. A este respecto, hay que advertir que los productos verdes
o amigos de la naturaleza están ocupando un lugar cada vez más importante en el
comercio nacional e internacional; y que, definitivamente, los sellos
ecológicos serán un elemento llamativo para los consumidores del futuro. Es de
anotar que, en la actualidad, por ejemplo, algunos países tropicales han
firmado convenios de protección de bosques con empresas generadoras de CO2,
para la absorción de este contaminante, que han sido obligadas por la
normatividad ambiental de sus países a comprar estos servicios ambientales,
para compensar su efecto contaminante global.
Sostenibilidad
El problema
de sostenibilidad no se asocia únicamente a las consideraciones puramente
ambientales, ya que éste debe abarcar la producción agropecuaria como estamento
sólido enmarcado en condiciones institucionales, económicas y sociales sin las
cuales no podría ser viable. De la misma forma, la sostenibilidad agrícola se
asocia con la seguridad alimentaria y esta última, con la diversidad biológica
y las reservas genéticas. Hasta el momento, estamos en una fase preliminar de
articulación de la sostenibilidad con la política de fomento a la agricultura y
de incorporación de las dimensiones ambientales en la política agrícola, lo que
difícilmente permite concretar acciones conjuntas de política.
De lo
anterior se deriva la urgente necesidad de avanzar hacia una gestión
institucional que involucre ambos elementos, basado en un concepto operacional
de la agricultura sostenible que identifique de manera precisa los objetivos de
la sostenibilidad.
El diseño
institucional debe incorporar objetivos conservacionistas, de crecimiento y
asociados a la calidad y el nivel de vida; esto es, aspectos propios de la
institucionalidad de los grupos ecologistas, de las autoridades agrícolas y de
las autoridades ambientales; buscando ante todo la armonización de sus
propósitos. Así, los objetivos de la agricultura sostenible deben ser:
·
Contribuir al mejoramiento de
la calidad ambiental.
·
Gestión eficiente del manejo de
los recursos y de la oferta ambiental.
·
Preservar al calidad ecológica
y la capacidad productiva de los recursos naturales.
·
Mantener un incremento
constante en la productividad per cápita y
·
En el largo plazo, la
agricultura tiene que ser capaz de garantizar sus condiciones de reproducción.
Por
supuesto, la búsqueda de estos objetivos requiere introducir modificaciones al
modelo de desarrollo agrícola, involucrando las variables de conservación de
los recursos; lo cual, desde luego, supone costos al desarrollo sectorial, pero
garantiza su preservación. El objetivo aquí será buscar transformaciones
productivas que minimicen el costo de mantener la sustentabilidad ambiental y
la base de recursos. En esa perspectiva, no puede haber una estrategia de
sustentabilidad ambiental para la agricultura reducida a un modelo que
privilegie la preservación de recursos por sobre la producción, sino que debe
establecerse una estrategia de desarrollo agrícola sustentable ambientalmente,
esto es, privilegiando la producción y ajustando la tecnología y los sistemas
de producción para ahorrar, preservar o hacer más eficiente el uso de los
recursos y de la oferta ambiental. No puede perderse de vista que la
degradación en el espacio rural está significando costos adicionales para el
sector en términos de tierras improductivas por falta del recurso hídrico y
problemas de degradación de la tierra - erosión, salinización, compactación
etc.
Dentro de
este contexto, se impone la ejecución de una estrategia de educación técnica
masiva a los productores para garantizar cosechas y crianzas de calidad, que
con menos costos preserven los recursos indispensables para la producción. Esto
exige transferirles a los productores una serie de conocimientos que les
permitan el manejo y la preservación del suelo, incorporando tecnologías de
mínima labranza, el uso adecuado de fuentes de agua y el manejo integrado de
plagas y enfermedades, tanto en la agricultura como en la ganadería, como una
alternativa para disminuir el uso indiscriminado de plaguicidas y reducir los
elevados costos de producción.
Rasgos
generales de una política de empleo en el campo
Es bien
sabido que el comportamiento el los
niveles de desempleo, ya sea en el campo o en la ciudad, obedece tanto a
condiciones estructurales del mercado laboral y de la fuerza de trabajo, como a
condiciones coyunturales básicamente relacionadas con el comportamiento de los
ciclos económicos. No obstante, y especialmente para Colombia, persisten otros
elementos, particularmente manifiestos
en las zonas rurales que deben ser considerados al diseñar una política de
empleo para el campo.
En primer
lugar, y antes de plantear las propuestas de política, sería necesario advertir
que las estadísticas oficiales que muestran un comportamiento en el nivel de
desempleo rural relativamente bajo respecto al observado en las áreas urbanas
presenta dificultades metodológicas para su estimación, por obvias razones, que
nos permitiría inferir que tales estimaciones podrían estar subvalorando el
problema de desempleo rural. En todo caso, el problema del desempleo en el campo
sí es menor que el presentado en los centros urbanos, que soportan de una
manera más generalizada los procesos económicos recesivos.
La
condiciones estructurales del mercado laboral en las zonas rural muestra cómo,
en los últimos años, la demanda de mano de obra ha estado obedeciendo a los cambios en las actividades productivas
del campo y en el comportamiento económico de éstas. La reestructuración
productiva de las actividades agropecuarias ha generado una contracción en la
utilización de mano de obra como efecto de la caída en los cultivos
transitorios (con alto componente de mano de obra) lo cual ha sido
relativamente compensado con la expansión de las actividades pecuarias y,
especialmente, por los cultivos transitorios (con excepción del café que se
contrajo en su producción como en el número absoluto de jornales). Así, se ha
calculado que el empleo agrícola total ha debido caer 98.000 empleos, entre
1991 y 1996, menos una pequeña fracción que pudo haber generado la expansión de
las actividades avícolas y bovinas (C.F. Jaramillo, 1998.). De la misma forma
se ha evidenciado en el período una rápida creación de puestos de trabajo en
actividades no agrícolas en el sector rural (cerca de 257.000 empleos entre
1991 y 1995. DANE), lo cual ha impedido en parte el aumento desbordado en el
nivel de desempleo rural.
De otro
lado, existen suficiente evidencia estadística que sustenta la hipótesis del
aumento en los salarios reales de los trabajadores rurales (Jaramillo 1998;
Banco de la República, abril de 1997) lo cual sugiere que no existe, para
muchas zonas, un problema generalizado de empleo; sino, por el contrario, un
problema generalizado de pérdida de rentabilidad para algunas de las
actividades agropecuarias que impiden competir por la mano de obra disponible y
cada vez más escasa (asociada, indudablemente, a los desplazamientos forzados
derivados de la profundización del conflicto armado). Así mismo, las
actividades productivas del campo han empezado a demandar, como fruto de la
búsqueda de eficiencia y productividad que exige un esquema competitivo, una
mano de obra cada vez mas capacitada.
En cuanto a
las condiciones estructurales del mercado laboral en el campo, al igual que en
los centros urbanos, se evidencia un crecimiento en la participación laboral de
las mujeres y de los jóvenes; así como en su nivel de desempleo.
Para este
año, las condiciones coyunturales asociadas al bajo desempeño económico inciden
en forma directa sobre el nivel de desempleo, del cual conocemos las cifras
para el sector urbano (cercano al 15%), pero lo desconocemos en el sector rural
(aun cuando indudablemente debe ser mayor al 6.5% registrado en el año 96).
De lo
anterior se pueden establecer algunos rasgos generales de una política de
empleo en el campo, que involucre tanto los cambios estructurales que la
afectan, como las condiciones económicas coyunturales.
En este
sentido, la política de empleo debe ser concordante con la evolución natural
del cambio en las actividades productivas agropecuarias y al interior de espectro
rural. Por lo tanto, se hace pertinente una mayor capacitación de la fuerza
laboral del campo de acuerdo a las nuevas exigencias en términos de
competitividad y productividad, haciendo disminuir la tasa de participación de
los jóvenes. De otro lado, la posibilidad de ampliar los puestos de trabajo en
las actividades estrictamente agropecuarias, está indudablemente relacionado
con las posibilidades de la recuperación de su
rentabilidad; y ésta última, está asociada con condiciones
particularmente favorables en términos macroeconómicos (tasa de cambio
favorable y bajas tasas de interés). Por
lo demás, sería más pertinente enfocar esfuerzos, de corto plazo, en la
generación de puestos en la infraestructura rural; lo cual no implica
desestimular las actividades agropecuarias, sino favorecer con políticas
públicas el desarrollo rural.
Todo lo
anterior sin desconocer la importancia que en tal sentido pueda diseñar el
gobierno nacional en términos de incentivos tributarios a la generación de nuevos puestos de trabajo y de otro tipo de
ayudas directas, que puedan permitir una mayor absorción de mano de obra en las
actividades rurales en general y en el sector agropecuario en particular.
[1] Sin perjuicio de lo anterior, no debería perderse de vista que pueden presentarse casos en los cuales el mecanismo de la negociación voluntaria se adapte a las características agropecuarias y socioeconómicas regionales, de modo que ella constituya una vía idónea para regular las áreas máximas de propiedad privada.
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