Guía práctica del
Ordenamiento Territorial en Colombia:
Contribución para la solución de conflictos
Orlando
Fals Borda
con la
colaboración de Miguel Borja.
Instituto
de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI), Universidad
Nacional de Colombia, Bogotá
Desde
1991, cuando quedó incorporado como Título XI de la Carta Constitucional, el
Ordenamiento Territorial se ha considerado como uno de los problemas nacionales
fundamentales que merece tratamiento prioritario.
Es
cierto que no se ha logrado la aprobación de la respectiva ley orgánica (LOOT);
pero sí se han expedido una media docena de leyes ordinarias relacionadas con
el manejo del territorio que nos pueden enseñar, con la práctica, cómo
podríamos movernos al ir observando y ponderando experiencias en tan delicadas
materias como el régimen municipal, servicios domiciliarios, medio ambiente, áreas
metropolitanas, gobierno interior y comunidades afrocolombianas. La última de estas leyes ordinarias, la 388
de 1997, obliga a los municipios a tener planes parciales de ordenamiento
territorial (uso de la tierra) para los próximos diez años: revivió el tema general, en efecto, pero
omitió admitir planes más amplios para combinar municipios a nivel de
asociaciones, áreas metropolitanas o provincias, lo que era y sigue siendo más
realista y económico. Todavía hay tiempo
para corregir dicha ley y aprender de ella y de las otras mencionadas.
Que el
problema de la organización y administración territorial está vivo y que es de
capital importancia, no sólo en las áreas rurales donde se han realizado
batallas campales por el control de espacios sociogeográficos, sino también en
las ciudades, se demuestra por la permanente atención que ha recibido desde
1991 en medios muy diversos. Sólo en los
últimos meses se han registrado expresiones como las siguientes: el
descubrimiento del caserío de Bajirá en el disputado corredor del
Pacífico entre paramilitares y guerrilla, que no se sabe si pertenece al Chocó
o a Antioquia (problema de indeterminación de límites y autoridades legales);
los U´Wa que niegan el paso a técnicos de la petrolera Occidental por razones
de dominio ancestral (problema de falta de normas sobre ETIS); el gobernador del Putumayo que declara la
inviabilidad de su departamento a causa del conflicto y por razones fiscales
(situación que se extiende a muchos otros departamentos); los costeños que realizan su Séptimo Foro
exigiendo la Región Administrativa y de Planificación (RAP), paso hacia la
Región Territorial plena (RET); 26
municipios encabezados por Rionegro que articulan campaña por una provincia
autónoma, para no ser absorbidos a la fuerza por el Area Metropolitana de
Medellín.
La
dolorosa realidad del conflicto armado, especialmente en el campo, le da a este tema visos prácticos que no
pueden anticiparse en discusiones formales,
pero que ahora se destacan en todo su dramatismo. Por supuesto, no se pretende ignorar la
problemática urbana, ya que ésta, además de lo político, asume también
expresiones violentas y delincuenciales en barrios, calles y espacios
definidos, además los fenómenos regionales afectan a las ciudades. Pero las significativas batallas a campo
abierto o en pequeños poblados que se vienen registrando son pruebas de que
elementos como el control del territorio rural y la ocupación de asentamientos
agropecuarios, mineros, silvícolas y campesinos en general, tienen sitio
privilegiado en los diseños estratégicos y tácticos de los grupos enfrentados
así como para la Fuerza Pública. La
guerra civil colombiana parece que se está ganando o perdiendo en el campo, no
en la ciudad, hecho extraño si recordamos que el país tiene ahora mayorías de
población urbana.
Explicitar
el punto de vista civil ante la descomposición general del país derivada del
conflicto armado para presentar alternativas de solución y coadyuvar en la
búsqueda de la paz, constituye un deber moral y político. Por eso hemos
organizado y presentado nuestros puntos de vista en forma de una Guía, con el
fin de que las propuestas y sus fundamentos sean accesibles a todos los
interesados.
PARTE I
FUNDAMENTOS POLÍTICOS SOBRE EL PROBLEMA DEL
TERRITORIO EN COLOMBIA
1.
Gobernabilidad y ordenamiento.
Es
necesario organizar bien los poderes públicos en función del territorio,
espacio o circunscripción que les corresponda, porque en ello juega la
gobernabilidad en sus diversos niveles, desde el local hasta el nacional, el
uso del poder político, y el empleo correcto y eficiente de los recursos
estatales que reciben las unidades territoriales. Para cimentar estos pasos debe servir el
ordenamiento territorial, y por eso es aconsejable que se aplique de manera
conjunta y simultánea con las políticas de descentralización fiscal, y no
separadas o de forma sucesiva como de manera equivocada se han venido sugiriendo
por algunos senadores, de allí los despilfarros que se han venido observando.
El ordenamiento
territorial, en efecto, trata del
manejo político-administrativo de los conjuntos humanos que ocupan espacios
geográficos concretos, donde las comunidades ejercen funciones sociales ligadas a la
economía, la cultura y el medio ambiente.
En Colombia estos espacios sociogeográficos se definen como veredas o
caseríos, corregimientos, municipios, áreas metropolitanas, distritos y
departamentos, para conformar el ámbito unitario de la nación. De estos
espacios, la Constitución de 1991 consagró como "entidades
territoriales" a los municipios, los departamentos y los distritos, y
añadió las provincias, las regiones y las entidades indígenas (ETIS). Abrió igualmente la puerta a una figura
cercana: la comunidad ribereña
afrocolombiana, y permitió impulsar las
asociaciones de municipios y las áreas metropolitanas.
Todas
las entidades constitucionales se establecen con cinco propósitos: gobernarse
por autoridades propias; ejercer
competencias; administrar recursos; establecer tributos; y participar en las rentas nacionales. Estas disposiciones hacen de Colombia una
república unitaria, pero descentralizada y con autonomía de sus entidades
territoriales. En el campo, el
ordenamiento territorial se relaciona primordialmente con actividades
agropecuarias, la producción de alimentos y la explotación de recursos
naturales y la biodiversidad, de allí lo vital de su consideración y la urgencia de buscar su gobernabilidad.
En
resumen, la más amplia visión del ordenamiento territorial en Colombia incluye
factores sociopolíticos, ambientales y administrativos. Estos tres factores merecen discutirse, en
nuestro caso, junto con otros dos elementos: 1) la consideración del impacto
nacional, regional y local que tiene el conflicto armado; y 2) la explicitación
del punto de vista de la sociedad civil en la búsqueda de la paz y del buen
gobierno a través del ordenamiento del territorio.
En las
circunstancias del conflicto armado y para llegar a su alivio o solución, la
contribución principal del ordenamiento territorial es la de indicar cómo
construir o reconstruir espacios sociogeográficos y administrativos bien
determinados donde, como en los casos recientes de conversión de corregimientos
en municipios, se siga expresando libremente la voluntad de la sociedad civil
como poder autónomo o gobierno popular. Todos los grupos en armas, tanto los
oficiales como los revolucionarios y los irregulares, deben respetar la voluntad
popular así expresada. En otra forma se
crean o continúan vacíos de poder que fuerzas irregulares, a veces
delincuenciales, llenan con violencia.
Esta última práctica es lo que hay que controlar antes de que se vuelva
una mala tradición.
2.
Límites y desintegración nacional.
Existe
la preocupación de que las políticas reordenadoras del espacio sociogeográfico
puedan llevar a alguna desintegración nacional o, de otra forma, a una
intensificación de nuestros conflictos internos. Esta es una preocupación válida, en especial
si la relacionamos con límites actuales de municipios y departamentos y con
circunscripciones electorales de las que depende el poder de terratenientes y de clases dominantes
tradicionales. Casi no habrá ningún gran
propietario o político profesional que acepte de buenas ganas algún ajuste de
límites que lleve a la disminución de su poder personal territorial, lo cual
explica en buena parte las resistencias del Congreso Nacional para expedir la
Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial.
Sin
embargo, un análisis histórico sereno de la cuestión demuestra que esos
peligros personalistas y de clase social pueden sortearse con éxito, y que las
explicables resistencias encontradas pueden vencerse sin arriesgar ninguna
catástrofe. Los conflictos agudos pueden evitarse si se explican bien y se
entienden con patriotismo, en especial por los políticos, las razones locales y
generales de suficiente validez. que justifican los ajustes territoriales. Así
lo hizo el Presidente Rafael Reyes entre 1905 y 1908 al imponer con éxito el
primer reordenamiento territorial del siglo en nuestro país. Sus medidas implicaron una conmoción nacional
en un momento penoso y difícil de ajustes post-bélicos y de asimilación de la
sensible pérdida de Panamá. Aquellos
ajustes no sólo fueron aceptados en su momento, sino que de allí parte la vida
administrativa de seis de los actuales departamentos.
De la
misma manera, no creemos que ajustes equivalentes en las similares condiciones
problemáticas de hoy, produzcan ahora ninguna balcanización, ni aún aquella que
esperan los que ya creen ver síntomas de “tres Colombias”: una paramilitar al norte, otra guerrillera al
sur y otra bipartidista al centro. Esto
ya no es posible por razones económicas, sociales y culturales que más bien
defienden la unidad, por encima de imposiciones guerreristas. Con grandes esfuerzos colectivos, Colombia
ganó su lucha contra la topografía indómita que aislaba a sus regiones, y hoy
es un país unitario de verdad. Las ocho
regiones histórico-culturales que nos distinguen en el mundo, están integradas
y dependen unas de otras para su progreso económico y bienestar social. Además, las actuales tendencias hacia la
globalización mundial nos obligan a pensar en unidades territoriales grandes que
le hagan bien el juego a dichos macroprocesos sin perdernos, como sería
precisamente con Regiones Territoriales plenas (RET).
Pero
postular RETs funcionales y viables exige revisión de límites y ajustes en el
poder local, y admitir accesiones y secesiones de territorios departamentales y
municipales con el fin de dar bases firmes a la gobernabilidad y estabilidad
necesarias, todo aquello que necesitamos para sobrevivir como nación moderna en
el siglo que nace. Para ello se necesita
de una alta dosis de generosidad y patriotismo de parte de las clases
dirigentes, al adquirir consciencia de la gravedad de las situaciones creadas
por el conflicto armado.
Para
empezar, recordemos cómo es que hemos heredado los actuales límites
departamentales y municipales: ellos no
nacieron porque sí en el mapa oficial, y
su trazo actual no les hace, por eso mismo, intocables o eternos. Se decidieron en circunstancias concretas en
un momento dado por gente de carne y hueso, con intereses o ignorancias
palpables. En efecto, los actuales
límites son por regla general resultado de imposiciones verticales,
autoritarias y a veces violentas, externas a los pueblos de base afectados,
decisiones que a veces nos vienen desde hace siglos. Por ejemplo, el río Magdalena como límite
divisor de departamentos fue decidido hacia 1550 en el Palacio de Aranjuez por
el rey de España. (En el Africa
Oriental, los trazos limítrofes entre Kenya y Tanzania fueron decididos según
los caprichos de las reinas europeas; los inocentes Masai del Kilimanjaro
sufrieron las consecuencias de la división). Los límites de provincias y
Estados Soberanos del siglo XIX en nuestro país reflejaron intereses de
caudillos de las diversas regiones que así lo determinaron arbitrariamente en
la Convención de Rionegro luego del
triunfo de la revolución federalista de 1861.
De esas decisiones elitistas persiste nada menos que el embrollo del sur
de Bolívar, herencia de un vacío territorial que fuerzas no estatales han
venido llenando. Los límites de
Risaralda se deben a una puja inmisericorde de políticos caldenses que ante
todo querían defender sus curules en el Congreso.
De esas
inconsultas o incompetentes decisiones, muchas veces sin realizar los amojonamientos físicos
necesarios, provienen los 19 conflictos interdepartamentales y 89
intermunicipales existentes según cuentas del Instituto Geográfico Agustín
Codazzi en 1993. La existencia de estos conflictos sin que ellos generen
movimientos armados por la definición o confrontación de límites es una muestra
mas de que los colombianos no nos matamos por cuestiones de limites internos.
Igualmente, la conversión de 52 corregimientos en municipios, en los últimos
cinco años --proceso positivo que ha permitido descentralizar recursos y
fomentar autonomías locales -- se ha realizado partiendo los espacios
municipales actuales y redistribuyendo poderes políticos sin que se hubieran
ocasionado conflictos cruentos o motines contra las autoridades. Hubo casos de comprensible resistencia en
antiguas cabeceras; pero la discusión
colectiva y el diálogo, así como la presión desde las bases veredales, con
nuevos líderes y movimientos cívicos, permitieron llegar a soluciones ordenadas
y constructivas. Situaciones similares de reordenamientos territoriales
pacíficos observamos en las reformas de Reyes a comienzos de siglo y en los
cambios territoriales de mitad de siglo cuando se crearon nuevos departamentos.
Es más, dichas transformaciones de geografía política y administrativa se
realizaron como estrategias para construir la paz. Del mismo modo, se puede
observar que en procesos que podríamos denominar impropiamente de “degradación
territorial”, como el paso de un municipio a corregimiento e incluso a formar
parte de una ciudad, el caso de los antiguos municipios de la Sabana, se han
llevado a cabo sin que surjan actores armados dispuestos a luchar por un status
territorial interno.
Todo
esto parece demostrar que si se hace bien el proceso reordenador que seguimos
necesitando, el pueblo colombiano raizal será capaz de asimilarlo sin mayores
traumas. No le teme a la revisión de
límites tanto como los viejos políticos, y sería a éstos a quienes habría que
ilustrar. El Artículo 290 de la Carta,
que consagra revisiones periódicas de límites, al aplicarse, puede en esta
forma contribuir a la mejor distribución territorial, para fomentar el buen
gobierno y cimentar la paz. Y así evitar
la desintegración/ descuartizamiento/ balcanización del país que algunos
observadores exhibiendo un pesimismo antropológico marcado sobre los colombianos,
creen advertir.
3.
Metodología y procedimientos.
Como
vemos, no se puede esconder que la recomposición territorial del país implica una reorganización del poder político
local y nacional; ajustes en las
circunscripciones electorales; una
redistribución de la riqueza producida a todo nivel; y la asunción de la autonomía de cada unidad
territorial dentro del marco unitario de la nación. Es necesario desarrollar
estos elementos en la Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial.
Con el
fin de superar la actual guerra civil, a partir del reordenamiento territorial
recomendamos proceder paso a paso desde las bases comunales locales hacia
arriba, es decir, a partir de las unidades de administración territorial básicas como veredas y
corregimientos donde tiene lugar lo cotidiano, pasando a entidades más
complejas y grandes como el Municipio, la Provincia y la Región, reconociendo
vinculaciones económicas y sociales antiguas o nuevamente creadas por la
diáspora campesina, la dinámica demográfica y por el conflicto armado mismo.
Estos
procedimientos buscan la conformación de organismos e instituciones
democráticas de participación popular universalmente acatadas en secciones donde
se restablezcan niveles estables de presencia estatal y de gobernabilidad. Tales secciones se declaran sucesivamente como "zonas
reordenadas" o "de paz", que se van extendiendo y afirmando unas
con otras de manera acumulativa, dentro de un esquema general de paz, que
analizamos más adelante.
Para
proceder con eficacia en el proceso ordenador del territorio se requieren dos
clases de disciplinas. En primer lugar, las sociogeográficas con el fin de
determinar los límites reales de cada unidad territorial (que como hemos visto
no son los que aparecen hoy en mapas oficiales), y las formas de organización
del espacio según sus características y posibilidades, como lo quiere la Ley
388 de 1997, tareas que pueden realizarse
por comisiones corográficas y otros técnicos mediante levantamientos
cartográficos y encuestas. En segundo lugar, pueden emplearse las técnicas
participativas (investigación-acción participativa--IAP) para incorporar a los
diseños científicos y técnicos del trabajo los aportes de los ciudadanos idóneos de cada unidad, y
otras informaciones culturales y sociales pertinentes.
4.
Pivotes y actores del reordenamiento por la paz.
Los
pivotes principales del autonomismo unitario que consagra la Constitución son
las Provincias (constituidas por Municipios afines) y las Regiones, no los
Departamentos. El establecimiento de Provincias y Regiones como unidades
territoriales será una contribución a la paz y al progreso porque articulan una
visión macra ayudando a resolver problemas mayores que inciden en los
conflictos, y que los Municipios y Departamentos solos son incapaces de
resolver.
La
realidad de Colombia como país de Regiones, Provincias, Territorios Indígenas y
Afrocolombianos es ventajosa para el país.
Es cierto que tener regiones no es fenómeno exclusivo de Colombia, ya
que pueden registrarse en muchas otras naciones; pero en nuestro caso las regiones han ganado
características históricas y culturales peculiares debidas a su inicial
aislamiento, características que siguen pesando mucho en la realidad nacional,
pero que fueron matizándose y enriqueciéndose con los conflictos internos, las
comunicaciones modernas y las visiones nacionales elaboradas desde comienzos
del siglo XX por diversos hombres de Estado e intelectuales.
La diversidad
regional así producida y representada como elemento nacional es rica en lo
cultural, económico y político, hasta el punto de que es posible concebir a
Colombia como una combinación de Estados Regiones, conformando una República
Regional Unitaria. Preferimos identificarnos con las
Regiones unidas y no hablar de “federación”, de “federalismo” o de
“confederación” a la manera de los cantones suizos, porque ésta es nuestra realidad,
en lo que somos privilegiados. Por supuesto, el tema merece tratamiento a
fondo: aquí volvemos sobre ello al final de la Guía, para enfatizar búsquedas
propias de forma estatal sin caer en los usuales modelos eurocéntricos que no
nos han quedado bien.
Como
queda dicho, para que reine la gobernabilidad y vuelvan la paz y el progreso a
las unidades del territorio, es indispensable que se respeten las decisiones de
los pobladores, esto es, a las organizaciones civiles que la dinámica del
reordenamiento y otras fuerzas políticas se hubieran producido. Es el derecho a la vida, al trabajo y al
futuro lo que queda en juego.
De esta
regla se deduce que los principales actores del proceso reordenador serán los
nuevos dirigentes cívicos e independientes que lo encabecen, nuevos por no
estar envueltos con los intereses creados de los políticos tradicionales; pero que se mantendrán sintonizados con las
bases populares de las que derivan su poder político y social. Sin movimientos sociales y políticos regionales
y locales que se dirijan a estos objetivos, será difícil llegar a las metas
propuestas. Reglas nuevas para este
juego reordenador surgirán en cada sitio según las necesidades encontradas o
descubiertas.
Para
todo ello conviene conocer principios de democracia participativa y la
filosofía de la participación popular, sin olvidar que en éstas cuentan también
soluciones conocidas de representación colegiada. No es posible hoy el ejercicio de la
democracia directa, al antiguo estilo ateniense, ya que será necesario delegar
poderes y hacer fe en las capacidades de los dirigentes escogidos. Turnarlos y
ensayar liderazgos colectivos puede resultar conveniente. Reconstruir concejos
municipales y recolocar en sus sitios a los personeros de cada comunidad, con
el respeto de las gentes, es parte del proceso reordenador para la paz.
El respeto
comunal debe incluir aquel de los grupos armados, oficiales e irregulares, que
tienen presencia a nivel local. No es
posible reconstruir la democracia con una espada de Damocles colgando sobre
ella, creando situaciones de intimidación que desvirtúen la voluntad
popular. Esta debe ser siempre libre de
coacción. Y los grupos armados deberán
respetar siempre el resultado de las decisiones de los pueblos, en la esperanza
de que el proceso haya sido honesto y transparente, y encaminarse hacia el
desarme.
En casos
difíciles o persistentes de violencia armada, no queda otro camino que pedir o
exigir la presencia coactiva externa, expresada en mecanismos de veeduría,
seguimiento, control y justicia con poder suficiente para hacerse respetar y hacer respetar los acuerdos ciudadanos por
todos los grupos armados.
PARTE II
SOBRE
LOS GOBIERNOS LOCALES
1. GUIAS PARA LA RECONSTRUCCION DE LA
GOBERNABILIDAD LOCAL
1. Registre síntomas de vacíos de poder. Lo primero que puede observarse en las áreas
de conflicto es la existencia de un vacío de poder político o ingobernabilidad,
que se manifiesta de las siguientes maneras:
a.
Desconocimiento de los límites
actuales de las secciones político-administrativas (municipio, distrito y
departamento). Este fenómeno es general
en el territorio nacional, lo que convierte a los trazos fronterizos que
aparecen en los mapas, como simples ficciones.
Todo límite interno es hoy problemático debido a fallas de concepción y/o
ejecución del amojonamiento, protocolos incompletos sobre límites y errores de
apreciación sobre el sentir de los ciudadanos afectados. Además rompen con la unidad socioeconòmica y
ecológica de los territorios. Ello invita a cuestionar el sistema ordenador
nacional y a exigir el cumplimiento del Artículo 290 de la Constitución que
permite la revisión periódica de límites y corregir el desorden existente.
b.
Rechazo, supresión o
sometimiento de autoridades legítimas en sus respectivas jurisdicciones. Es la máxima expresión del irrespeto a la
sociedad civil y a la voluntad popular por parte de grupos armados.
c.
Ignorancia de normas legales
vigentes y formulación de normas alternas.
Como mal generalizado en el país, viene a ser parte de los puntos
anteriores. A veces se dictan normas locales, como la Ley del Llano de 1952, o
se establecen consensos en "comunidades de paz" hasta ahora
inestables.
d.
Reemplazo de instituciones
locales, regionales o nacionales por otras ad-hoc. Refleja la necesidad elemental de reglas para
la convivencia, como para el orden público, la justicia, las relaciones
familiares, los transportes y contactos con el exterior, reglas cuya aplicación
es asumida por las fuerzas de ocupación armada.
e.
Imposición de contribuciones,
gramajes e impuestos. Es la forma especial
de asegurar la sobrevivencia de las fuerzas de ocupación, por coerción de la
población local o con su acuerdo.
2.
Determine los orígenes de los vacíos de poder. El vacío de poder que se experimenta en estos
sitios se origina, por regla general, en las operaciones que realizan tanto el
Ejército Nacional como las guerrillas y los paramilitares. Todos hacen ocupaciones de hecho al crear
unidades de control o de gobierno local a partir de secciones mínimas de territorio
como veredas, caseríos, corregimientos o resguardos. Someten o desplazan entonces a la población
campesina respectiva.
En estos
casos el vacío de poder se crea por la fuerza de las armas y se desconoce a la
sociedad civil que queda sin la capacidad de defensa propia y sin la autonomía
básica para trabajar y producir, transmitir la cultura, y reproducirse con el
sosiego indispensable.
3. Apele al poder primigenio del sector civil y articúlelo. Resulta evidente que para reconstruir de
manera estable la gobernabilidad local, como base de la regional y la nacional,
tenemos que apelar a la fuente primigenia del poder que es el pueblo
soberano. Se le considera constituyente
primario de la sociedad y del Estado.
Por lo tanto, se necesita reconocer, articular y hacer respetar la
organización propia o autónoma de la sociedad civil que se expresa en
movimientos sociales y en unidades vitales mínimas, empezando con la gente de
carne y hueso que habita veredas, laderas, barrancos, o valles, el
"pueblito viejo" desarmado que vive de su fuerza de trabajo.
No se
trata del pueblo en armas que se ha levantado para luchar por ideales
políticos, ni tampoco del pueblo armado en cooperativas de defensa. Se trata del pueblo productivo directo en sus
respectivos contornos. Por tanto, en aquellos casos de vacío de poder estatal
en que ha habido ocupación prolongada de unidades por actores armados que
hubieran asumido funciones estatales ad-hoc, será conveniente inducir también
la evolución del poder de las armas hacia el poder civil, como viene explicado.
No es aceptable reordenar territorios bajo la espada de Damocles de la
violencia, ni se puede reconstruir una democracia auténtica con intimidaciones.
Los actores armados tendrán que acceder a movmientos sociales o a otras formas
del accionar polìtico dentro del esquema general de paz acordado (punto 7).
4. Tome
en cuenta las necesidades fundamentales de los pueblos. Resulta obvio, aunque se
olvide con frecuencia, que son las necesidades y aspiraciones de estos pueblos
de base, en su generalidad campesinos, las que hay que tomar en cuenta en la
búsqueda de la gobernabilidad. Son las
gentes que más han sufrido el conflicto en su cotidianidad e injustamente, en
cuyas casas se ha asesinado, golpeado o abusado, de donde huyen como
desplazados constituyéndose en víctimas de las políticas de liquidación humana
que se han venido imponiendo desde los ámbitos del poder nacional e
internacional.
De entre
ellos se recluta el personal para las guerras, pero también allí está una
juventud sin futuro que bien merece otro destino, no el de una sociedad cuyo
tejido se desgarra día por día.
5.
Reviva el altruismo tradicional. Curioso que estas sufridas gentes del campo y
la ciudad, con toda su pobreza y marginalidad, hayan conservado de manera
natural una tradición no bélica, de cooperación, ayuda mutua y altruismo. Esta tradición viene de siglos atrás y puede
tener raíces precolombinas. Conviene
estimularla para volver a ganar niveles adecuados de estabilidad, progreso y
paz.
Por
ejemplo, es paradójico que sea en las zonas del sur de Bolívar donde se
desarrollan las peores batallas del momento, siendo que ése era el paraíso lejano
y tranquilo donde se refugiaban las familias de la depresión momposina que
huían de las guerras civiles del siglo pasado cuyo teatro era el río
Magdalena. Reconstruían de manera
pacífica la sociedad violenta y la cultura guerrerista que así dejaban atrás. El aislamiento de palenques como Norosí y
riberas como San Pablo y Papayal aseguraba la comida, la alegría colectiva, y
la creatividad cultural.
Esta
tradición pacífica ancestral, que sobrevive en las bases rurales a pesar de la
guerra, es la que habría que apoyar, como sociedad civil, para reconstruir la
gobernabilidad en los niveles territoriales superiores.
6.
Anticipe y combata la resistencia de políticos enemigos del reordenamiento. Es posible que los políticos
locales con intereses en los mismos sitios se resistan a los ajustes
territoriales, porque quedaría en entredicho su viejo poder. Para ello se necesita cierto realismo de
parte de los políticos afectados, para que cedan y no se constituyan en obstáculo
para la búsqueda de la paz con justicia que todos anhelamos.
7.
Establezca zonas reordenadas o de paz en unidades mínimas vitales. En consecuencia de lo
anterior, es positivo concentrar la atención inicial del proceso reconstructor
en la unidad mínima vital de territorio que es la vereda, el caserío, el
corregimiento, la ladera o el resguardo, como viene dicho, para llegar a
declararla zona reordenada o zona de paz.
Siendo este punto muy importante para el argumento central de nuestra
Guía, vamos a elaborarlo un poco más.
a)
Condiciones del esquema general de paz. El esquema general de paz que podrá surgir de
las entidades nacionales constituidas para el efecto, como el Consejo Nacional
y la Asamblea Permanente de la Sociedad Civil, hará bien en incluir o confirmar
lo siguiente:
·
Un mecanismo de proscripción
bélica total que incluya las armas, el reclutamiento forzado y el servicio
militar obligatorio (lo que liberaría a la juventud de prácticas violentas
tradicionales de iniciación), y el desmantelamiento de grupos paramilitares.
·
Un requerimiento por el respeto
a los derechos humanos y el derecho internacional humanitario, el respeto a la
vida, a la independencia, al derecho de autodeterminación y la libre expresión
de las poblaciones en sus respectivas unidades territoriales, por parte de
todos los grupos armados así oficiales como insurgentes e irregulares. Ello significa reconocer el poder popular
local como constituyente primario, en expresiones democráticas libremente
ejecutadas tales como la elección de autoridades propias y la incorporación de
personeros institucionales (jueces, maestros, sacerdotes, etc.).
·
Mecanismos para esclarecer y
castigar crímenes de lesa humanidad y la reparación de los daños sufridos por
víctimas.
·
Mecanismos de estímulo,
veeduría, protección y control sobre el proceso reconstructor, en especial
sobre grupos armados, incluyendo los que ofrezcan instancias internacionales
respetables como Naciones Unidas, OEA, Cruz Roja y organismos no
gubernamentales.
b)
Condiciones derivadas de la situación local. La declaración de zona reordenada o de paz
podrá tomar en cuenta:
·
Los estragos sufridos por la
respectiva unidad territorial, examinando con técnicas IAP los restos de la
comunidad y los vestigios de organización social y liderazgo natural en cada
sitio. Si se trata de desplazados,
estudiar las condiciones de su localización original o de la nueva a que hayan
accedido. En todos estos casos será
necesario impedir la continuidad o extensión del latifundio y crear condiciones
de uso de la tierra y de los recursos naturales más eficientes y vinculadas al
mercado, como se está ensayando con zonas de reserva campesina en Caquetá y
Bolívar y con adjudicaciones de tierras colectivas en el Atrato Medio.
·
Los nuevos límites creados por
el desarrollo de los conflictos o por los procesos de cambio inducidos por
nuevas vías de comunicación, por actividades económicas y de colonización, o
por la nueva ocupación espacial. Para
ello pueden emplearse técnicas de investigación sociogeográfica.
·
La elección o designación
legítima de autoridades para la nueva circunscripción que hubiera surgido con
la delimitación realizada.
Reflexiones
prácticas
La
declaratoria de zona reordenada o de paz no es nueva. Se ha intentado en lugares como el Caguán
(Caquetá), Cimitarra (Santander), Aguachica (Cesar) y San José de Apartadó
(Urabá), donde la fórmula ha funcionado por períodos cortos. Pero funcionó, para enseñarnos que es una vía
posible para llegar, de abajo hacia arriba, a la reconciliación nacional. Lleva a formas civiles diversas de
resistencia a la guerra; estimula la
recuperación de la dignidad colectiva; e
induce a adoptar expresiones políticas autónomas de gobierno popular sin
lastres del pasado.
¿Podríamos
ensayar estas fórmulas en la "zona de despeje" de los municipios del
Meta y Caquetá que se quiere organizar en el presente semestre? Parece que las posibilidades estarían dadas
para comenzar allí un interesante proceso de consolidación de condiciones para
la paz regional de manera continua y extensa, afianzando lo que se ganara
durante el período de despeje.
De
manera similar, son positivas las autorizaciones concedidas por el gobierno
anterior a los gobernadores para establecer comisiones de convivencia,
conciliación y paz con el fin de dialogar y hacer negociaciones parciales con
comandantes guerrilleros en cada sitio. Estas medidas van en la dirección
correcta, y por eso sus resultados son satisfactorios hasta la fecha en 16
Departamentos que lo han practicado. Lo mismo ocurre con las gestiones locales
y regionales de obispos y párrocos, como el Programa de Paz y Desarrollo del
Magdalena Medio. Esta tendencia podría continuar sin fatiga para
"desbogotanizar la paz".
En los
trabajos y campañas que con estos fines se organicen, conviene enfatizar que la
paz va más allá del silenciamiento de las armas. Debe haber paz con justicia, lo que en el
campo significa acceso democrático y equilibrado a la tierra productiva y a las
riquezas generadas, en una reforma agraria real y profunda, porque hay que saldar
una vieja y sangrienta deuda social. Vivir en paz en nuestras localidades
significa vivir sin el terror ubicuo de la violencia como la hemos venido
sufriendo, porque habrá por fin un profundo respeto a los derechos
fundamentales.
La paz
en el campo colombiano podrá llevar a una mejor convivencia en las ciudades
campenizadas que la guerra ha fomentado.
Sería posible retrotraer los nocivos efectos que el Plan Colombia de
Currie y Pastrana (padre) ha tenido en la descomposición urbana para criar los
"Rodrigos D" y "vendedoras de rosas" que hoy pululan sin
norte ni sentido. El retorno a la tierra en las modalidades indicadas atrás
puede brindar buena parte de este futuro, si se hace la reforma agraria real y
profunda mencionada, y si se impide la interferencia de los grupos armados en
los territorios concedidos, como ocurre hoy en el Chocó.
2. GUIAS
PARA LA RECONSTRUCCION DE LA GOBERNABILIDAD MUNICIPAL.
Una vez
reconstruida la unidad mínima vital del territorio cual es la vereda o sitio,
se puede más fácilmente reconstruir el municipio al que pertenece, y llegar a
proclamar a éste también como zona de paz.
Veamos algunas de las guías pertinentes.
1.
Determine
los límites reales de la comunidad. Partamos del hecho de que no existen límites
actuales funcionando en ningún municipio o departamento del país. Se han roto o modificado por la fuerza de los
procesos sociales, económicos y bélicos de la realidad que han tenido lugar en
el campo desde hace medio siglo, por lo menos.
Ninguna fuerza armada los reconoce (tampoco otras instituciones). La
misma diáspora campesina producida por la necesidad de la supervivencia rompe
los límites formales y hace correr la frontera agrícola cada vez más lejos,
creando nuevos asentamientos desconocidos por los gobiernos y por los
catastros. Por lo tanto, con el concurso popular, se buscará fusionar y
modificar entidades territoriales y suprimir las que no son viables.
Las gentes del común saben por regla general donde principian y donde
terminan funcionalmente las unidades a las que pertenecen. Son el resultado de la interacción social
reconocida por los mismos habitantes en sus desplazamientos diarios, tareas y
ocupaciones habituales. Las comunicaciones terrestres son fundamentales para
conocer el polo de atracción de los caseríos o pueblos, tales como las
cabeceras de municipios, que es criterio básico para determinar las áreas de
influencia y límites externos reales de los pueblos. Es necesario que las autoridades sepan bien
donde comienzan y donde terminan sus comunidades reales, para gobernar con
eficacia y seguridad.
Los límites reales no son difíciles de determinar si se apela a la
memoria visual e histórica de las gentes y sus líderes naturales, quienes
informarán al respecto. Los topógrafos
no son necesarios en esta primera etapa, sólo después para tecnificar la tarea
demarcatoria y fijar los mojones.
Los límites reales casi nunca son los mismos formales o
político-administrativos, pero habrá de buscarse una eventual congruencia entre
ellos. Son necesarios para conocer los componentes de todo Municipio o
Departamento en su integridad funcional.
Estas tareas se pueden adelantar con la geografía social y la IAP para
buscar consensos y acuerdos de base que eviten celos, suspicacias y
resistencias en los ajustes de las entidades.
2.
Reconozca
que la falta de autoridades formales no significa anarquía. En muchos de esos sitios ignotos e indeterminados gobierna la guerrilla. En otros existe una falta completa de
autoridades, lo cual no significa ni anarquía ni desorden. Existen estructuras
propias de liderazgo natural que conviene reconocer y acoger. Se aplican entre
ellos las reglas latentes y manifiestas de la solidaridad social y ayuda mutua
a las que ya hicimos referencia. Muchas
veces se ha observado que han sido los agentes del Estado los que introducen
allí la violencia, cuando se hacen presentes.
3.
Construya
o reconstruya la estructura formal del municipio real. Una vez conocidos los componentes reales del municipio, esto es, los
caseríos o corregimientos en sus comunidades que se identifican con la
respectiva cabecera, se puede proceder a construir o reconstruir el Concejo
municipal con personas idóneas, y a elegir alcalde y otras autoridades. Si se hace bien este trabajo con la IAP, se
verá que habrá unidades territoriales que salgan de un municipio antiguo para
anexarse a otro, porque así lo quieren los habitantes. Esto habrá de respetarse, en lo que se
fomenta la satisfacción social y se crean nuevos canales de actividad económica
y progreso general. Así se contribuye a
la paz regional.
4.
Emplee
la juventud y nuevas fuerzas en la reconstrucción municipal. Por dentro o por fuera de las
estructuras partidistas tradicionales, conviene que en estos esfuerzos de
reconstrucción social y política intervengan las nuevas fuerzas de las
comunidades, en especial los/las jóvenes.
Habrá que formar con ellos y ellas una nueva y satisfactoria actitud de
servicio al pueblo y de búsqueda del avance colectivo, creando el orgullo de
pertenecer a su comunidad o a sus juntas comunales o Concejos. Se pueden emplear técnicas culturales y
participativas con estos fines, y organizar movimientos sociales y cívicos
diversos.
5.
Proclame
al municipio como zona reordenada. Sólo si se cumplen los requisitos anteriores
de respeto por parte de los grupos armados a la voluntad de los vecinos
--expresada en manifestaciones populares como elecciones, referendos y
plebiscitos y en movimientos sociales en las unidades básicas ya descritas-- se
podrá proclamar al municipio interesado como zona reordenada o de paz. En estos
casos, distinto de formas conocidas de reinserción, se pueden estudiar formas
abiertas de postulación y asimilación de guerrilleros como concejales,
alcaldes, y otros funcionarios, o como miembros o impulsores de movimientos
sociales y cívicos, como se ha hecho exitosamente en otros países con similares
problemas.
6.
Ponga
las bases para asociar municipios afines. Los problemas contemporáneos de servicios
(agua, energía, aseo, educación, salud, transporte, medio ambiente) no pueden
resolverse sólo dentro del ámbito de los municipios tomados por separado. Desbordan sus límites. De allí que conviene poner bien las bases de
Areas Metropolitanas y Asociaciones de Municipios afines y vecinos. Las Asociaciones de Municipios se vienen
extendiendo por todo el país desde los años 80 sin tomar en cuenta los límites
de departamentos, en lo que hacen bien.
Los municipios de las Areas Metropolitanas sólo deben demostrar el
fenómeno de la conurbación que les va ligando unos a otros y a un núcleo urbano
principal.
Es bueno dar a conocer las legislaciones existentes al respecto para
llevar a la conformación de Provincias, que son más estables que las
Asociaciones como entidades territoriales constitucionales, a lo que nos
referiremos más adelante.
7.
Trabaje
simultáneamente la descentralización y el ordenamiento. No separe estas dos políticas
porque son hermanas siamesas. Los
dineros del Estado deben tener receptáculos bien conformados como serían los
municipios reconstruidos. Sólo así se
evitan los despilfarros y la corrupción que han reinado.
8.
Organice
ETIS y comunidades afrocolombianas ribereñas. Según
el tamaño que tengan, pueden organizarse entidades territoriales indígenas en
el ámbito municipal, con base en las propuestas adelantadas por la Comisión
Conjunta del Senado de la República y la Comisión de Ordenamiento Territorial
en 1993, que contó con la participación indígena. Así se respeta su autonomía como naciones
indígenas, sus conocimientos y su identidad cultural, elementos intrínsecos de
la paz nacional.
De la misma manera, conviene aplicar la Ley 70 de 1995 sobre
comunidades afrocolombianas ribereñas, evitando los enfrentamientos a que ha
llevado con grupos indígenas por causas discutibles. Estas formas de tenencia
colectiva de la tierra son la mejor protección hasta ahora previstas contra los
abusos de empresas madereras y mineras, en lo que debería fomentarse su alianza
con ETIS cercanas o vecinas. Su
reforzamiento impedirá las invasiones por grupos armados que les han afectado
en los últimos meses de manera cruel e injusta; y permitirá defender a las
comunidades negras de los megaproyectos destructivos que quieren desplazarlas y
desocupar su hábitat, con fines de sobreexplotación de recursos y obtener el
control geopolítico y económico de la Costa Pacífica.
PARTE III
SOBRE LA
ESTRUCTURA DEL NUEVO ESTADO
1. HACIA LAS PROVINCIAS.
La
Provincia, como coordinación de municipios afines que combinan proyectos,
recursos y voluntad política, puede contribuir a la solución de conflictos al
asegurar el buen gobierno en un nivel superior y más amplio de espacio
territorial. Para crearla pueden darse
los siguientes pasos.
1.
Determinación
de afinidades y necesidades comunes de municipios cercanos. Así como ocurren afinidades
veredales para conformar municipios, también a otro nivel se crean afinidades,
necesidades comunes y actividades compartidas entre municipios cercanos que
hacen necesario estructurarlos como un Provincia autónoma y permanente. Las técnicas para definir estas tendencias
son las mismas recomendadas para los municipios (geografía social e IAP).
2.
Empleo
de criterios de externalidad y escala. Se descubrirá la ventaja de principios como
los de externalidad y escala para plantear proyectos comunes de desarrollo
económico y social que sólo serían viables si los municipios aúnan
esfuerzos. El principio de externalidad
se refiere a efectos que una entidad tenga sobre otras, por ejemplo, en
aspectos ambientales como cuencas hidrográficas o en las que se trascienden los
límites administrativos buscando entes mayores.
El de escala se aplica por razones técnicas o de tamaño financiero que
hacen aconsejable delegar del Municipio al Departamento, o de la Región a la
Nación, proyectos provinciales o subnacionales.
3.
Intercambio
de experiencias entre alcaldes y municipios afines. Como se dijo atrás para las
Asociaciones de Municipios, ninguno de éstos es capaz de resolver por separado
sus problemas de servicios públicos, y menos aún los derivados del conflicto
armado. Es necesario combinar los
municipios, con lo cual tanto los
alcaldes como los gobernadores departamentales ganan al asumir una amplia
visión de gobernantes, la consideración expedita de los asuntos municipales que
adquieren mayor presencia, voz y autoridad ante poderes externos, y el manejo
eficiente de recursos.
4.
Conformación
de Provincias plenas.
Es loable que las Asociaciones de Municipios coronen su gestión con la
conformación de sus respectivas Provincias.
Pero como el Artículo 321 de la Constitución impide combinar municipios
de diferentes departamentos, se impone la necesidad de reformar dicho artículo
y corregir así una imposición de última
hora que ocurrió en la Asamblea Constituyente de 1991. Necesitamos trabajar con Provincias plenas,
no recortadas por los límites ficticios de los departamentos.
5.
Establecimiento
de Círculos Electorales de Diputados. Según el Artículo 299 de la Constitución, los
Círculos para la elección de diputados equivalían a Provincias y servían para
que en las Asambleas se alcanzara una representación equilibrada de todas las
secciones de los departamentos. El Acto
Legislativo No. 1 de 1996 los suprimió inconsultamente, pero cabe insistir en
ello por su evidente conveniencia, y como una contribución a la paz
regional. En esta forma las Provincias
adquieren mayor justificación política, si se adelanta la campaña para
reintroducir en el Artículo 299 el Inciso 2 que fue borrado.
No obstante, si se ajustan los Departamentos a la estructura
provincial/regional, como se sugiere en la próxima sección, las actuales
Asambleas podrían quedar redundantes y los Círculos Electorales de Diputados no
serían ya necesarios. En estos casos,
las Asambleas podrían fraccionarse dentro del territorio departamental para
formar Consejos Provinciales constituidos por alcaldes o sus representantes.
Saltan a la vista los ahorros al fisco departamental producidos por estas
medidas.
6.
Promoción
de la política provincial. No se deben enfrentar gobernadores y alcaldes
sobre estos asuntos, porque todos se benefician con la creación de Provincias,
por las razones de servicio público, visión de Estado y economía de escala que
se han enunciado.
Como lo veremos enseguida, es patriótico trabajar en este empeño por
cuanto los Departamentos pueden asumir funciones de coordinación, supervisión y
orientación de proyectos multiprovinciales de desarrollo económico y social,
así como de gestión de proyectos macros del nivel regional o supradepartamental
que luego articulen y ejecuten las Regiones. En estas tareas grandes, las
fuerzas insurgentes pueden hacer una sustancial contribución, porque también
son un poder multiprovincial o regional.
2. LA TRANSICION DE DEPARTAMENTO A REGION.
No
conviene suscitar celos ni enfrentamientos entre regionalistas y
departamentalistas en lo que a la reconstrucción del Estado se refiere. Un mismo propósito patriótico y de progreso
general debe cobijarnos, pensando siempre en lo que convenga mejor para los
pueblos gobernados. Nuestra personal
opinión es conocida: pensamos que los
pivotes centrales de la nueva república son la Provincia y la Región jugando
conjuntamente, y que los Departamentos actuales deben empezar a asumir una u
otra función, o convertirse en una u otra.
La
introducción histórica de los Departamentos no ha sido del todo feliz, ya que
fue resultado de tendencias extranjerizantes no bien adaptadas a nuestras
realidades, y de la imposición bélica por el triunfo de un partido político en
el campo de batalla. Pero en cambio, los departamentos pueden ofrecer una
excelente labor de coordinación regional, con cuya práctica podrán irse
acomodando en el nuevo Estado. Siguen
ahora algunas sugerencias para facilitar la transición del Departamento a la
Región.
1.
Reconocimiento
de la importancia táctica de Departamento.
Constitucionalmente, sin la aceptación de los gobernadores y asambleas, no se
abren las puertas para crear Regiones Administrativas y de Planificación (RAP)
conformadas por dos o más departamentos.
A menos que se reforme el Artículo 306 de la Carta, hay que trabajar con
estas entidades en lo que puede verse como un período de transición
constructiva. Promover protocolos de intención para crear RAPs y obtener las
autorizaciones de las asambleas son pasos necesarios.
Pero no conviene crear nuevos departamentos en estas circunstancias,
entidades que al dividir los existentes sólo heredarían sus problemas de
concepción y ejecución sin resolver a fondo las crisis existentes. Por ejemplo, un nuevo departamento en el sur
de Bolívar no acerca las soluciones requeridas de gobernabilidad local o
regional. Otras posibilidades merecen
considerarse, como la provincialización y/o la anexión a entidades vecinas.
2.
Obtención
del aporte político de los Departamentos. La contribución de los departamentos a las
RAPs es más del orden político y de competencias que de recursos financieros
(éstos sólo suben al 14 por ciento de los gastos estatales), lo que quiere
decir que diversas competencias actuales de los departamentos pueden delegarse
y responsabilizar al gobierno central por la mayor porción de los gastos
consiguientes.
3.
Refuerzo
al papel coordinador de los Departamentos. El proyecto de ley de las RAPs puede dar a
los departamentos funciones de coordinación, supervisión y orientación de
proyectos multiprovinciales de desarrollo económico y social, así como de
proyectos macros del nivel regional o supradepartamental que serían articulados
y ejecutados por las RAPs, basados en los criterios de externalidad y escala ya
mencionados.
4.
Descentralización
de funciones estatales específicas. Por las razones antedichas, los departamentos
y las RAPs deben asumir las estructuras, recursos y funciones regionales
específicas de los Ministerios e Institutos Nacionales Descentralizados
(incluyendo la educación superior), dejando a los entes nacionales sólo con el
papel orientador y fiscalizador que les corresponde. Esta medida, junto con la siguiente, aportaría,
según estudios, alrededor de 4 billones de pesos a los departamentos y RAPs y
35 mil funcionarios actuantes.
5.
Paso de
los CORPES a las RAPs.
El período de vida de los Consejos Regionales de Planeación Económica y
Social (CORPES) ha terminado. No deben
prorrogarse más, y su permanencia está creando tensiones y conflictos que
complican la búsqueda de gobernabilidad.
El paso siguiente es el
establecimiento y organización de las RAP, como lo autoriza la Carta, con un
mínimo de aparato administrativo. Para
ello el concurso de los gobernadores es fundamental, como ya se dijo, con el
fin de obtener la pronta expedición de dicha ley. En ésta debe prestarse atención a las
relaciones entre los departamentos y las RAPs sobre competencias y recursos, y
no dejarse llevar por la falsa idea de que se crea burocracia adicional. En la práctica, los gastos actuales de los
CORPES no se agrandarían con el paso a las RAPs.
3. HACIA
LAS REGIONES.
La
Región, como suma orgánica de departamentos que se encuentran en un mismo
proyecto histórico de desarrollo económico y social en paz, mirando al siglo
XXI y al mundo, es el segundo pivote central del nuevo Estado, además de la
Provincia. Para llegar a construir la
Región como Estado Región, hacemos las siguientes sugerencias.
1.
La RET
es la meta. Las
Regiones Administrativas y de Planificación (RAP) deben ser una etapa corta
para llegar a la meta de autonomía y poder regional que es la Región
Territorial plena (RET), es decir, el Estado Región. Para algunos, como los de la Costa Caribe, tres
años pueden ser suficientes porque han adelantado campañas regionales con este
fin. En otras partes habrá de considerar
períodos adicionales mientras se aclimata mejor la idea. La ley de RAP debería por lo tanto facilitar
este paso a RET y no complicarlo con demasiados requisitos y reglamentos. La RET asumiría todas las funciones
autonómicas del Artículo 287 de la Carta.
2.
Creación
de las Regiones. En cuanto al número y
localización de las Regiones, ello dependerá de la opinión pública y de la organización
de las fuerzas políticas locales y regionales dispuestas a construir las RETs.
Histórica, cultural y geográficamente se han determinado ocho Regiones por
geógrafos y sociólogos a partir de estudios realizados desde 1903; una última
propuesta de 1996 sugiere combinar departamentos siguiendo pautas
constitucionales.
Pero es muy posible que nuevas Regiones se hayan ido creando
espontáneamente, sin respetar a los departamentos, debido a la intensidad de
los procesos sociales, políticos, económicos y bélicos que los colombianos
hemos desatado en el presente siglo.
Pueden observarse manifestaciones de estas nuevas Regiones
extradepartamentales en el Magdalena Medio, los Llanos Orientales (Arauca y
Casanare), el Suroccidente con el Pacífico, y el Nororiente (Guajira y Cesar).
En estos casos habrá que promover la reforma de los Artículos 306 y 307 de la
carta para desligar la creación de las RETs de la existencia de departamentos.
La provincialización puede facilitar este proceso de recomposición territorial.
Por otra parte, tomando en cuenta sus tamaños, en los Estados Regiones pueden quedar
orgánicamente incluidas las ETIS y las comunidades ribereñas afrocolombianas
mayores.
3.
Función
de la participación popular. Como viene dicho, la
conformación de una Región invita a la movilización popular. Según lo previsto, para hacerla se necesita
no sólo una ley especial sino un plebiscito aprobatorio. Ello no es fácil. Por
lo mismo, las autoridades y el sector civil de la población habrán de
organizarse y actuar mancomunadamente en movimientos sociales y cívicos, colocando los medios de comunicación al
servicio de esta causa. La IAP puede
ayudar en la tarea. A los grupos insurgentes regionales corresponde apoyar
políticamente la movilización popular en los territorios que controlan, y
facilitar la transición del poder militar al poder civil. Y los intereses
centralistas no deben interferir o impedir estos patrióticos procesos.
4.
Obtención
de recursos.
Habrá de buscarse la presencia plena de las Regiones en instancias de
poder como el Consejo Nacional de Política Económica y Social (CONPES), el
Departamento Nacional de Planeación y el Plan Nacional de Desarrollo, los
Fondos de Inversión Regional (FIR), el FINDETER y el Fondo Nacional de
Regalías. A este último fondo tienen
acceso directo las Regiones, por disposición constitucional.
No es cierto que las Regiones, al constituirse, se conviertan en carga
adicional para el fisco. Diversos
estudios han demostrado que tienen un costo fiscal cero o neutro, porque
racionalizan gastos ya existentes y no demandan nuevas erogaciones. Las posibilidades de aporte de recursos
financieros a la Región resultan comparativamente inferiores a las que registra
el nivel nacional. Con una simple
fracción de los recursos nacionales existentes se abriría el camino para las
Regiones.
5.
En busca
del equilibrio regional. Conviene respetar el principio del equilibrio
regional tanto dentro de las Regiones como entre ellas y el país, para evitar
la injusta acumulación de recursos y aportes en determinadas secciones (como las urbanas y más prósperas)
olvidando las necesidades de las demás, y para combatir la malversación de los
dineros públicos. En otra forma se juega con el peligro de separatismos como en
el caso de Panamá y de amenazas o erupciones como las ocurridas en la Costa
Caribe, el Cauca, Antioquia, Tumaco, Quibdó y Arauca. Por ejemplo, el llamado "Triángulo de
Oro" (Cali, Medellín, Bogotá) todavía absorbe el 60 por ciento del gasto
nacional.
El desarrollo regional bien concebido como contribución a la paz, se
caracteriza por ser como de vasos comunicantes entre localidades. Esta regla
incluye el cuidado de aplicarla igualmente dentro de las regiones y aún dentro
de los municipios con los debidos
controles del poder central, para que no ocurran monopolios odiosos,
despilfarros y prevaricatos.
De la misma manera, podría pensarse en combinar departamentos ricos y
pobres en una misma Región, pero buscando evitar la explotación que por regla
general se ha venido haciendo, y controlando los enclaves extranjeros. Por
ejemplo, debe observarse el caso del Chocó y lo que se ha bautizado como “la mejor esquina de América” con inclusión
de Antioquia y Córdoba, porque puede ser
fuente de grandes tensiones y conflictos regionales e internacionales y de
depredación humana y ambiental. La vieja hacha paisa no puede simplemente
reemplazarse por una motosierra, sino que ésta debe ir acompañada de una
filosofía postmoderna para que la fría acumulación de capital quede subordinada
a los derechos de los pueblos y a los factores humanos y culturales de toda una región, principalmente los de las
comunidades afrocolombianas del Pacifico.
La acumulación de regalías por un solo departamento, hasta por un solo
municipio, es práctica irracional que no sólo demuestra egoísmo de los
dirigentes y administradores, sino que abre puertas para el despilfarro y la
corrupción, como se observó en Arauca.
Los recursos naturales, que son nacionales y no departamentales o
municipales, deben manejarse con los criterios más amplios posibles. Con ellos se conforma el Fondo Nacional de
Regalías.
6.
Asunción
de funciones centralizadas. Por las razones ya expresadas, las Regiones
deben asumir las estructuras, recursos y funciones de los ministerios e
institutos nacionales, los parques nacionales y las Corporaciones Regionales de
Desarrollo que la Ley 99 de 1993 colocó en el Ministerio del Medio
Ambiente. Las entidades ministeriales y
centrales deben asumir el papel de orientador y fiscalizador de dichas tareas
con base en los códigos, buscando que se cumplan las disposiciones sobre
equidad regional en la distribución de los recursos, como viene dicho.
Conviene igualmente buscar el ajuste de los límites jurisdiccionales
de las Corporaciones mencionadas, para conformarse a los límites reales de las
entidades territoriales como se argumentó atrás, o para respetar realidades
ecológicas como nudos, sierras y depresiones cienagueras, descartando el artificio
burocrático actual con que se duplican los fallidos límites departamentales.
7.
Reconocimiento
de la autonomía de los Distritos. Aún dentro de los límites de las Regiones,
parece adecuado estudiar las formas de separar a los Distritos de los actuales
departamentos y reconocerles su autonomía administrativa, política y
fiscal. Ello simplificaría y ordenaría
mejor el manejo de la cosa pública y sería motivo de sosiego general, al evitar
duplicaciones burocráticas como en los casos en que un distrito es, al mismo
tiempo, capital de departamento y cabecera de municipio. Las capitales afectadas en esta forma podrían
trasladarse a otras ciudades dentro del mismo departamento. Además, en el mismo
sentido se podría pensar en flexibilizar el concepto de “sede de gobierno” para
permitir rotaciones de la administración pública en diversos sitios de la misma
entidad territorial.
De todos modos, no parece conveniente crear nuevos Distritos, a menos
que por conurbación intensa crezcan las Areas Metropolitanas, y acepten la
conversión los Municipios afectados que desaparecerían.
8.
Ajuste
por accesiones y secesiones de territorios. Sería una gran contribución a la paz nacional
y regional si los Estados Regiones facilitaran ajustes territoriales
--accesiones y secesiones-- de zonas en las que no existe la gobernabilidad o
no hay sentido de identidad cultural regional, como en el caso de los sures de
Bolívar, Cesar y Córdoba, donde las afinidades son con Antioquia y los
Santanderes, o en Urabá donde las afinidades van con la Costa Caribe. Esta sugerencia se basa en las tesis
anteriores sobre reconstrucción de límites funcionales de entes territoriales,
y en la incidencia de procesos regionales espontáneos extradepartamentales.
4. LA
REPUBLICA REGIONAL.
Las guías
prácticas, sugerencias y otras indicaciones que hemos presentado en las
secciones anteriores han enfatizado la importancia de la autonomía
administrativa en la definición y reconstrucción de las entidades territoriales
en Colombia como una contribución a la búsqueda de la paz y el progreso, en
especial aquellas afectadas por el conflicto armado en niveles locales mínimos.
La regla
de la autonomía no es nueva. Aparece en
la Constitución al tiempo con otras dos:
la del reconocimiento de la diversidad cultural y la del respeto a la
unidad nacional. Con este complejo
geopolítico puede concebirse un nuevo Estado en nuestro país, que es nuevo
porque se aleja del modelo centralista de la Carta anterior. El modelo al que lleva es una modalidad
moderna y propia que hemos identificado como Regional Unitario.
No se
trata del federalismo del siglo XIX, con los estados soberanos y sus guerras
internas con que nos asustan los críticos. Tampoco se trata de adaptaciones
flexibles del federalismo clásico con sus ribetes extranjerizantes. Hoy las
soberanías están desdibujadas por fuerzas económicas globales que imponen
agendas impensadas, en las que el poder se desplaza de los gobiernos a las
corporaciones. Se ha impuesto un mundo con peligros de dominio unipolar, homogeneidad
cultural, desequilibrios sociales e injusticias económicas que es necesario
corregir con aportes políticos, sociales y culturales en los que lo particular
responde dialéctica y críticamente a lo general. En este marco universal caben
la regionalidad y la cultura, porque combinan precisamente elementos dinámicos
de diversos niveles y contenidos que van
de lo micro a lo macro, de lo local a lo nacional y a lo internacional, que
rompen los esquemas globalizantes de la homogeneidad.
Dentro
del sistema regionalista no puede haber posibilidades de fraccionamiento o
balcanización a lo yugoslavo. Las
guerras balcánicas tienen profundas raíces religiosas y étnicas que por fortuna
no ocurren acá, ni aún en las especiales situaciones del Pacífico. Aspiramos a que las polaridades políticas del
pasado (hoy existen 67 movimientos legalmente inscritos) tampoco adquieran
aquella diabólica dinámica de la primera violencia, cuando se crearon y
bombardearon “republiquetas independientes”, y no pasen a contaminar las bases
populares libres que quisieran vivir en
paz, compartiendo recursos, conocimientos y realidades. Así puede verse en
secciones castigadas por el terror paramilitar, como en el Pacífico.
Como lo
sostuvimos al comienzo de la Guía, el temor de que nuestro conflicto interno
esté llevando a la creación de tres Estados: uno paramilitar al norte, uno
guerrillero al sur y otro tradicional bipartidista al centro, es un mito sin
raigambre en la realidad. El país es hoy
una entidad integrada muy distinta de la colección de regiones aisladas que
imponía la topografía indómita del siglo XIX. Las comunicaciones entre nosotros
han triunfado: somos ya una sola nación
en la que necesitamos apoyarnos unos a otros para poder vivir bien y progresar
con ventaja. En consecuencia, el reconocer lo inevitable de la unidad nacional
en su diversidad debe ser factor positivo de acercamiento a la paz. Colombia se ha salvado como nación
unitaria. Ahora corresponde conservar
los sabores, sonidos y símbolos específicos de sus Regiones, como riqueza de
todos para todos.
La
unidad nacional nos permite gozar de la diversidad regional, cultural,
histórica y ambiental que por fortuna nos distingue entre todos los
países. La Región y la Provincia
aparecen aquí como pivotes primordiales para construir el Estado nuevo desde
aquellos diversos ángulos. Reconocerlas
es parte de la búsqueda para resolver conflictos locales que hoy desbordan a
municipios y departamentos individuales como unidades que son incapaces de
hacer frente a los problemas contemporáneos.
No existe proyecto de desarrollo económico bien concebido que no busque
la combinación espacial de aquellas entidades:
lo macro es siempre provincial y regional. Allí se afianza la defensa nacional y el progreso local ante un mundo que cada vez se integra
más.
Pero es
en el desarrollo de la autonomía territorial donde radica la mayor esperanza de
articulación del nuevo Estado.
Respetarla y promoverla es el boleto del éxito de los gobiernos. Porque con ella se resuelven de raíz los
problemas del conflicto, al llegar la idea autonómica a unidades básicas de
población donde se trabaja y multiplica, es decir, donde se puede experimentar
la vida en todo su esplendor, donde podrán dejarse atrás las pesadillas y horrores
del pasado.
En el
modelo de desarrollo económico y social con Estados Regiones la autonomía local
que se necesita no puede imponerse desde arriba o desde fuera, sino que debe
nacer con el poder popular o civil de cada entidad, comenzando con unidades
mínimas. La autonomía se expresa entonces como conjuntos de decisiones aisladas
que van superponiéndose en niveles cada vez mayores hasta culminar en la
Nación. Tales decisiones pueden articularse en movimientos políticos, cívicos y
sociales que se constituyen en actores principales del proceso ordenador y de
paz, encabezados por nuevos líderes independientes y/o cívicos. Las decisiones de la estructura civil local y
de los movimientos populares auténticos y participativos, son las que deben
recibir el pleno acatamiento de los grupos armados, así los del Estado que
serían sus agentes, como los de la insurgencia y los irregulares. Reiteramos
que el respeto a las decisiones democráticas y libres de la sociedad y sus
movimientos es condición indispensable para la recuperación de la paz.
Articular
estos hechos de abajo hacia arriba y estimular la unidad nacional de arriba
hacia abajo, viene a ser así la función principal de los Estados Regiones que
resultan del nuevo ordenamiento del territorio. Tal la contribución final de
esta política desde el punto de vista del conflicto armado. El secreto del
éxito radicará en lo que se haga y se gane en los diversos niveles
territoriales y en la defensa de lo ganado para irlo extendiendo y afianzando
horizontal y verticalmente en todo el
ámbito nacional.
Puede
verse que estamos refiriéndonos a políticas amplias de participación popular
como se han venido definiendo y difundiendo universalmente. Una
reestructuración estatal moderna o postmoderna no puede imponerse vertical o
autocráticamente como lo hicieron Caro y Nuñez en 1886, y los límites
resultantes deberán ser resultado de consultas de base, como las que se han
efectuado sin ningunos incidentes a nivel municipal por los habitantes de
corregimientos. Las propuestas elitistas que se han venido conociendo como las
que reforman el tamaño del Congreso, o prohiben la reelección de parlamentarios
o disminuyen los salarios de funcionarios, aunque interesantes, no son fruto de
la discusión social y democrática. Por eso pueden verse como reformas
cosméticas. Rafael Reyes --ya lo recordamos-- tuvo la inteligencia de hacer
consultas cuando quiso reordenar el territorio nacional. Su ejemplo debe
retomarse porque nuestro pueblo no es ignaro, y merece respeto su opinión
independiente.
En
desarrollo de la Constitución de 1991, Colombia puede proclamarse como
República Regional Unitaria conformada por Estados Regiones sin que se produzca
ningún trauma, excepto por aquella resistencia creada por la inercia de los
intereses centralistas y por políticos de la vieja estampa. Está claro que el
gobierno central conservaría las funciones clásicas de representación
internacional, justicia, defensa y control de políticas y recursos nacionales;
y que los gobiernos regionales traducirían códigos y leyes a la realidad local.
¿Alcanzaremos
a superar los obstáculos que en esta vía nos vienen tendiendo los enemigos de
la paz? El ordenamiento territorial que aquí proponemos no tiene otro propósito
que ayudar a resolver los problemas de esta transición necesaria. De allí
nuestra insistencia en apelar a las bases de la población y a reforzar el papel
de ésta como actor central de la historia.
Noviembre 1998
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