La convivencia en Colombia: Más allá de las armas
Guillermo Solarte Lindo
¿HACEMOS LAS PACES?
[1]
Nuestra reflexión nos empuja a pensar que la paz no puede
ser entendida, ni vendida a la opinión pública como un estado paradisíaco al
cual se puede llegar a través de acuerdos sólo entre aquellos que hacen parte
del conflicto armado o de los que se alimentan el conjunto de guerras locales
que se suceden en el campo. Persistir en esto ha sido el error histórico que no
ha permitido configurar una nación alimentada por la idea de la no-violencia.
Pero ¿que sería lo que posibilitaría un acuerdo duradero?
¿Cuáles son esos punto mínimos sobre los cuales debe haber un acuerdo para
acercarse no sólo a la negociación sino a la paz y a la construcción colectiva
de un escenario de convivencia?
Existe una relación bastante estrecha entre lo que
llamaríamos conflicto armado multipolar y la crisis general de la sociedad
colombiana. En especial, primero con lo que algunos autores han llamado colapso
parcial del Estado y que básicamente se refiere a cuatro condiciones: a) Bajo
alcance territorial del Estado; b) Crisis profunda de legitimidad
institucional; c) Ausencia de un liderazgo con capacidad de generar consenso;
d) Fragmentación entre el ejército y la policía, en nuestro caso actual este
último punto podría entenderse como un alto grado de deslegitimación del
ejército nacional; segundo con los procesos históricos de exclusión política,
económica, social y cultural, y tercero con el alto nivel de ruptura del tejido
social y de desvinculación real de la gran mayoría de la población a los
proceso políticos más allá de las elecciones.
Es fundamental entender que para orientar un proceso de
paz de largo alcance es imprescindible la participación de la sociedad civil
colombiana organizada, la existencia de un Estado que halla pasado por procesos
fuertes de legitimación y la voluntad política de las partes en conflicto para
llegar a acuerdos.
Surgen algunos interrogantes que valdría la pena resaltar:
uno, cuál es el tipo de participación de la sociedad civil, dos,
cuál es su papel en la negociación, y tres, qué es lo que la sociedad
civil desea alcanzar en el proceso.
La realidad actual muestra de manera clara cómo la
sociedad civil ha ocupado espacios importantes en el proceso de paz y cómo ha
asumido liderazgo en algunas acciones del mismo, es de destacar el mandato para
la paz. Las intervenciones en los acercamientos con la guerrilla (Maguncia) y
los paramilitares (Magdalena Medio), podríamos entender que se ha constituido
en un gran animador de la paz con esfuerzos grandes en la organización de
múltiples espacios de diálogo y deliberación como la Comisión de Conciliación
Nacional, la Asamblea Permanente de Paz, el Comité Nacional para el
Cumplimiento del Mandato, Redepaz y el Frente Social Amplio por la Paz.
La fuerte dinámica que ha tomado el proceso de
participación de la sociedad civil y los compromisos a los cuales se está
acercando nos hace plantear algunos interrogantes que sería urgente responder:
Si es cierta la urgencia de organización de la sociedad
civil, ¿cómo lograr que ésta esté bien representada y comprometida con los
procesos de cambio social que exige la situación nacional?
¿Es más legítimo el proceso de selección de os
representantes de la sociedad civil y que actúan en su nombre?
Si los procesos
actuales conducen a lo que llaman empoderamiento de la sociedad civil, ¿existe
una interacción fuerte entre ese nuevo poder emergente y la sociedad
colombiana?
¿Cómo canalizar de manera eficaz todos los entusiasmos y
acciones de tal manera que no sufra el proceso de participación dispersión de
esfuerzos?
¿Cómo lograr consolidar todos los intereses hacia una
agenda para el cambio social del país?
¿Cómo hacer para que de este proceso surjan alternativas
políticas que revaloricen la política y dibujen un escenario de multipartidismo
y consolidación de una democracia real?
Los interrogantes abruman y la dinámica, o mejor, la
velocidad de los acontecimientos en búsqueda de la paz nos hace pensar en tres aspectos fundamentales del proceso de
participación de la sociedad civil:
Primero, el proceso debería tener como horizonte, no sólo
la construcción colectiva de una agenda de cambio social de largo plazo, sino
la configuración de espacios políticos con un poder renovado que permita que la
agenda se cumpla. En este sentido, a participación debe consolidar nuevas
formas de hacer política y nuevos movimientos que rompan la estructura
bipartidista y hagan realidad la democracia. No entenderíamos de otra forma el
empoderamiento de la sociedad civil si éste no supone un viraje radical en las
estructuras de poder tanto nacional como local. En otras palabras, se podría
afirmar que no es suficiente el diseño lúcido o no, por ejemplo, de una nueva
Constitución o una reforma política si éste no va aparejado de una verdadera
capacidad política de la sociedad civil para incidir en las decisiones. El
escenario de un cambio político real es de una alta complejidad y las
soluciones son de largo plazo. Como se ha insistido a lo largo del texto
creemos y proponemos que el proceso reconozca la urgencia de mejorar esa
capacidad política de la sociedad civil a través de una estrategia de pedagogía
política que revalorice el papel de la política en la construcción o creación
de sociedad. Una estrategia que desde lo local nutra de nuevos sentidos un
proyecto nacional de cambio.
Segundo, la vinculación de la sociedad civil en la
solución del conflicto armado debería entenderse no como una mediación sino más
bien como un liderazgo nuevo por encima de los intereses de los grupos en
conflicto. Una arqueología del proceso nos permitiría ver con claridad algunos
asuntos que podrían ser cruciales:
a) No
parece existir una claridad nacional sobre qué es lo que se eta negociando. Es
decir, la sociedad colombiana requiere de una información no distorsionada que
le facilite la comprensión del conflicto y cualifique la opinión que ella tiene
no sólo de la guerra sino también de la urgencia de unas reformas radicales.
b) El
gobierno debe reconocer a la sociedad civil como un poder que surgiendo del
seno de la sociedad tiene no sólo la virtud de ser legítimo sino también la
posibilidad de proponer, liderar y llevar a cabo las reformas que el país
necesita. Podría entenderse como un co-gobierno que en las condiciones actuales
se perfila como necesario. La democracia moderna estaría abriendo el camino
para que estos procesos de participación trasciendan la mera ejecución de
proyectos y la participación pasiva en las instancias creadas (Consejos de Planeación,
Comités locales, etc.) para tales efectos.
c) El
proceso de negociación con los grupos armados requiere de un marco general que
sea comprensible para que todos los ciudadanos participen o no directamente en
tal proceso. Este marco o esquema de acción podría identificar con claridad qué
se negocia, quiénes negocian y cómo será el proceso.
d) Es
indispensable que se den procesos que legitimen el Estado y pensamos que éstos
pasan por una acercamiento decidido del gobierno con la sociedad civil. Es posible
que un punto de acercamiento estratégico sea la elaboración conjunta de un plan
decenal de desarrollo que a manera de pacto social conduzca al país a la
convivencia duradera. Existen espacios y mecanismos para que esto se produzca,
es fundamental tener la voluntad política para hacerlo.
En corto: el logro de una paz sostenible está condicionada
a la organización de la sociedad civil, a su participación activa en todo el
proceso, y a una transformación radical del Estado.
Es por eso que es evidente que la solución dialogada al
conflicto armado, será sólo una ilusión mientras no se produzca un cambio
radical en el liderazgo del mismo proceso, es claro que el liderazgo que el
Estado debería asumir se ha visto seriamente cuestionado por la bajísima credibilidad
que la población tiene de las instituciones: Congreso, sistema judicial,
ejecutivo, Presidencia y alta burocracia, Fuerzas Armadas o partidos políticos
tradicionales.
En este sentido es probable que sea necesario un proceso
que permita legitimar los interlocutores y aceptar una vinculación a los
diálogos de una parte sustancial de la sociedad que ha estado más bien
marginada del escenario de la negociación: campesinos, desplazados, familiares
de la s víctimas, empresarios, intelectuales, medios de comunicación,
organismos internacionales.
Llegar a la negociación sin una agenda en la cual
participe la sociedad civil directamente afectada por la guerra, sería un
ejercicio que podría ser fácilmente neutralizado por las fuerzas que se oponen
a la paz.
Construir la paz debe entenderse, no sólo como un acuerdo
entre los que por múltiples razones están y animan el conflicto, sino como un
proceso de largo plazo, en donde valores fundamentales deben nutrir el camino.
Podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que llegar a la paz está
relacionado de manera directa y concreta con la posibilidad de recuperar unos
valores o principios de acción; reconocer la necesidad de aceptar unos mínimos
para iniciar la negociación, unos puntos mínimos para los acuerdos y otros para
la definición de la agenda pos - conflicto.
El proceso se entendería así como una serie de etapas en
las cuales todos deben estar comprometidos.
1.
Valores
o principios mínimos para acceder a un proceso.
·
La disposición a perdonar.
·
La creación y sostenibilidad de la confianza.
·
El privilegio de la razón e interés nacional, como
expresión de la voluntad colectiva.
·
La verdad como clave de los acuerdos.
·
Respeto incuestionable del derecho a la vida.
·
Visibilidad del proceso.
2.
Mínimos
para la definición de una agenda de paz.
Con relación a la agenda creemos deberían asumirse e
incorporase en los distintos actores y discursos otros mínimos que podrían ser:
·
Entenderse como:
-
Un proceso pedagógico.
-
Una movilización ciudadana.
-
Proceso de construcción colectiva.
·
Perspectiva de largo plazo.
·
Participación activa de la sociedad civil en la
negociación.
·
Veeduría internacional con alta capacidad de
compromiso para el apoyo a la agenda pos - conflicto. Entendemos como
fundamental que el apoyo de la sociedad internacional se concrete en un
compromiso económico que permita que la agenda pos - conflicto disponga de los
recursos necesarios.
·
Gran visibilidad de todo el proceso, en este
sentido son protagonistas del mismo los medios masivos de comunicación, no de
divulgadores de resultados, sino como
parte activa. Es fundamental la participación de los medios no solamente como
periodistas aislados del proceso sino los medios como uno de los poderes que
han tenido y tendrán incidencia en la convivencia nacional.
·
Participación especial de los familiares de las
víctimas. La violencia en Colombia deja un saldo altísimo de población afectada
por la muerte, esta población tiene que vincularse de forma especial al gran
proceso pedagógico nacional hacia la paz.
3.
Acuerdos
Mínimos.
·
Cese de cualquier tipo de violencia armada.
·
Sobre los derechos fundamentales y su garantía y
caminos, compromisos para lograrlos: políticos, económicos, sociales y
culturales.
·
Sobre el ordenamiento territorial.
"Racionalización del papel del Estado en la ordenación del
territorio".
·
Sobre el Derecho Internacional Humanitario.
·
Sobre los caminos concretos para la eliminación de
la corrupción, la impunidad.
·
Sobre la garantía total del nuevo papel del niño en
la sociedad colombiana.
·
Sobre la soberanía nacional.
·
Sobre la democratización de las Fuerzas Armadas.
·
Sobre el cambio en las prácticas políticas y en las
estructuras de poder local.
·
Sobre los mecanismos jurídicos para el pos -
conflicto y la vinculación de los grupos armados a la nueva situación.
·
Sobre la creación y compromisos concretos sobre los
desplazados y las víctimas de la guerra.
·
Sobre la Reformas Agraria Integral.
4. Mínimos para el pos - conflicto.
·
Reorientación presupuestal para el cumplimiento de
los derechos fundamentales.
·
Especial atención a la planeación descentralizada
de los recursos, hacia un proyecto nacional que en principio lo vemos como un
compromiso de mínimo una década, que podría estar acordado a través de un plan
decenal de desarrollo, que a manera de pacto social se construya
colectivamente.
·
Ordenamiento territorial de acuerdo con las nuevas realidades nacional, regionales y locales.
·
Reconocimiento de la heterogeneidad de las formas
de convivencia.
·
Vinculación de todos los niños y niñas a un nuevo
proyecto civilizatorio.
·
Medidas urgentes de inicio de la Reforma Agraria.
·
Medios comprometidos con la idea de una sociedad no
- violenta.
· Establecimiento de la meritocracia en las instituciones del Estado.
[1] Apartes de: "La Convivencia en Colombia, Más Allá de las armas" (Guillermo Solarte). Vol 7. Misón Rural. TM Editores, Bogotá septiembre de 1998.
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