El Ministro de Defensa Villegas del Gobierno Santos informó que Colombia fumigará con drones; cargados con glifosato a pesar, o en desacato de, las Sentencias T-236/17 y T-080/17 de la Corte Constitucional. Inmediatamente, el Consejo Nacional de Estupefacientes aprobó y el gobierno entrante, en particular su Ministro de Defensa, Guillermo Botero, se abanderó de los drones y el glifosato.
Habría que preguntar, a quienes creen pertinente revivir las fumigaciones a cualquier costo, si el glifosato dejó de ser potencialmente cancerigeno desde que la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer de la OMS así lo clasificó en el 2015 y si las autoridades han tenido en cuenta las exigencias de las diversas sentencia sentencias de la Corte Constitucional al respecto.
Habría
asimismo que peguntar a las autoridades:
Improvisar
es ignorar el Principio de Precaución; someter a las comunidades a riesgos
ilegítimos; supeditar los recursos naturales (tan alardeados en la arena
internacional) al repudiado glifosato (u otros agrotóxicos) que sí escurren de
manera
difusa generalizada y concentrada
en las fuentes de agua así sea
con drones. Es arriesgar al Erario (la Nación, nosotros) a correr con el pago
por nuevas demandas multimillonarias, ahora por escurrimiento.
Indudablemente, hay que erradicar la cantidad de coca excedentaria existente. No
obstante, el método químico, sea el químico que sea, sigue siendo la peor, más
facilista, de las respuestas. Pese a que Colombia (y únicamente Colombia) se ha
atacado a la coca con químicos desde 1978, es obvio que sigue siendo
sistemáticamente su mayor cultivador porque hay otros factores tan o más
significativos que la mata misma.
Entre
otros, los señalados por la UNODC en su informe de monitoreo 2017: “Los
cambios en la estructura del control del territorio en algunas zonas afectadas
por cultivos de coca promueven una dinamización de los mercados…” y un transito
“hacia un modelo de muchos vendedores a muchos compradores en el cual el precio
se ajusta cada vez más a las condiciones del mercado y genera nuevos incentivos
para la actividad ilegal”. La UNODC conmina al Estado a concertar con las
comunidades y fortalecer adecuadamente sus liderazgos con miras a transformar
los territorios para
buscar “la sostenibilidad de las acciones contra la producción de drogas”.
Otro riesgo
que advierte la UNODC es una ascendiente coerción por parte de grupos armados
ilegales y una relación cada vez mayor de los cultivadores con etapas de
transformación y comercialización. Se observa que 39% de los cultivadores son
procesadores de pasta base de cocaína (PBC) pero, ahora, 1% de los cultivadores
accede al permanganato de potasio y transforma la hoja de coca hasta obtener
base de cocaína.
No es a
punto de glifosato (o un nuevo y milagroso químico) que el Estado podrá corregir
esta situación. Urge buscar liberar a los cultivadores de las garras armadas
promoviendo su independencia económica, con proyectos productivos
autosostenibles integrados al comercio nacional e internacional. Urge responder
a los requerimientos del campesinado de asistencia técnica y el desarrollo de
abonos y herbicidas orgánicos para salir de la toxicidad.
Los indígenas proponen alternativas productivas con la coca
propia, afro y campesina. Aunque, por
falta de voluntad e interés real en liberar la coca, en todos estos años no ha
habido quién promueva la investigación y la fabricación de un produto (abonos,
biomasa, pesticida) que permita erradicar esa coca química excendentaria de
manera productiva, rentable, sostenible y pacífica
¿
Tras 40 años de medidas químicas, es hora de que agricultores, campesinos y Estado lleguen a un acuerdo sobre una Política de Estado para eliminar los agrotóxicos de la dieta de los colombianos y así, de paso, dejen de abonar la coca química y sopesen el peso que tiene preservar los recursos naturales.
Para el
país en sí y a nivel del comercio internacional, Colombia tiene que entender lo
que implican los agrotóxicos. Sin distinción de origen/usuario, estos químicos
son “venenos”, como bien lo dice el Ministro, y están siendo desfasados de la
agricultura y sujetando productos de valor agregado a barreras comerciales.
La Corte
Constitucional, los expertos, las comunidades locales, la Comunidad
Internacional, los relatores de las Naciones Unidas y miles de otros han
conminado al Estado colombiano a dejar él mismo de aplicar estos químicos.
La codicia del narco; los cultivos declarados ilícitos como medio de subsistencia de cultivadores; y la obligación del Estado de erradicar (y voluntariamente con agrotóxicos desde 1978) son condiciones ‘objetivas’ que vivimos los colombianos desde aproximadamente 1920 con la aparición de los primeros cultivos comerciales de marihuana. Ahora, nos piden esperar la efectividad del 99% con los drones y que, efectivamente, no haya más erradicadores mutilados/asesinados por minas antipersonas.
No obstante, aunque el Estado es el que manda, no se manda sólo. No, no nos escurre. No debería escurrir a ningún colombiano que realmente aprecie los recursos naturales de su país y su gente, a Ud. Presidente Iván Duque.
junio-septiembre
2018