OTRA VEZ
LA GUERRA CON QUIMICOS
Camilo
González Posso
El anuncio de
que ya están listos los aviones para retomar las aspersiones en la costa
pacífica de Nariño y Cauca, en el Guaviare, Caquetá, Catatumbo y regiones de
Córdoba y Antioquia, ha motivado una alerta en esas regiones y también el
mensaje de urgencia de importantes organizaciones para que se haga presente en
Colombia el relator de las Naciones Unidas para el derecho a la salud y un
delegado especial de la Oficina de las Naciones Unidas para los derechos
humanos.
El 15 de febrero
se reanudan las fumigaciones aéreas de las parcelas campesinas sembradas con
plantas de coca sin que el Presidente haya incluido algún replanteamiento de
este tema que fue parte de las demandas del paro agrario el año pasado. Desde
hace más de tres décadas las organizaciones defensoras de los derechos humanos y
decenas de investigadores
de prestigiosas universidades
han reclamado que se suspenda esa practica de bombardear predios de
cultivadores de coca con una mezcla de glifosato, POEA, CosmoFlux
411F, CosmoInD y otras
sustancias. La respuesta ha sido siempre que la aspersión
con esa mezcla no significa mayor riesgo para la salud humana ni para el
medio ambiente y en cambio si es efectiva destruyendo cultivos ilegales,
reduciendo la oferta de insumos para la producción de cocaína y castigando a los
productores que se meten en ese circuito ilegal. No
se cumplen siquiera las mínimas instrucciones
que tiene la Monsanto para el uso del
glifosato en jardinería o agroindustria y se alega que
es inocua la utilización masiva de alta concentración y en operaciones de
guerra.
Así se ha
llegado a la cifra de 1,6 millones de hectáreas regadas con defoliantes y sus
complementos, impactando desde que se inició el Plan Colombia a por lo menos
250.000 familias microfundistas y a los ecosistemas.
¿Tendrán eco
estos nuevos llamados a parar la guerra con químicos? Los argumentos contra las
fumigaciones aéreas con químicos como estrategia de la guerra antidrogas y
antiterrorista han sido los mismos desde que se inició el Plan Colombia y la
intervención de Estados Unidos: esas practicas violan las normas del Derecho
Internacional Humanitario, dañan bienes civiles y presionan desplazamientos
forzados; se hacen sin las mínimas precauciones de cuidado de cuerpos de agua,
peces y organismos acuáticos, sin medidas efectivas de precaución con animales
domésticos, flora y fauna en las parcelas; con frecuencia se fumigan seres
humanos y cultivos legales y a pesar de las
las normas y sentencias de
la Corte Constitucional no se
respetan los derechos a la consulta a las comunidades étnicas.
Estos alegatos
sumados a la relación de investigaciones sobre los graves riegos para la salud
que tienen las sustancias utilizadas, han sido suficientes para que en ningún
otro país del mundo se autorice la fumigación aérea con químicos como arma de
guerra antidroga, ni siquiera en Afganistán que es el primer productor de
amapola y opio y menos en los
Estados Unidos que es el primer productor de marihuana en parques naturales.
Funcionarios del
Departamento de Estado de los Estados Unidos han comentado que
no pararan las fumigaciones aéreas hasta que no exista una petición firme
del gobierno colombiano con el visto bueno del Comando Sur. Los proveedores de
químicos y de aeronaves han redoblado el lobby con sus parlamentarios amigos
para defender su negocio. Y el gobierno de Santos continua con la política
equivocada de fumigar y fumigar como parte de la lucha antisubversiva y por lo
menos hasta que se pase al post conflicto, es decir después del 2015 si nos va
bien.
La cuestión
ahora es si tendrá efecto la presencia del relator de Naciones Unidas, que es el
mismo que apoyó a Ecuador en su demanda contra Colombia
reconociendo evidencia de daño a la salud física y mental de la población
de Ecuador como resultado de las fumigaciones al otro lado de la frontera.
Otra pregunta es
si el gobierno tiene la audacia,
autonomía y capacidad para acoger la propuesta campesina de un programa de
sustitución gradual como parte de planes regionales de desarrollo y paz. El
presidente Santos, que no ha cesado de hablar en varios escenarios
internacionales sobre la necesidad de revisar la política antidrogas, ¿podrá
sorprender con un acuerdo inmediato que incluya la suspensión de la guerra con
químicos en las zonas identificadas en un pacto con la MIA y
otras organizaciones campesinas y étnicas?
No hay muchas señales en esa dirección pero a veces le llega el turno a
la dignidad o a la conveniencia de
escuchar a los defensores de los derechos humanos en el ámbito internacional.
camilogonzalezposso[at]gmail.com
©2015
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