Autores: Pablo Cymerman; Paula Goltzman; Diana Rossi; Ariel Sanchez; Graciela Touzé.
La manera en que entendemos un tema hace que intervengamos en él de un modo o de otro. Las representaciones y creencias que una sociedad tiene de un fenómeno están fuertemente condicionadas por el tipo de respuestas institucionales y, simultáneamente, los mecanismos sociales que se ponen en juego para intentar controlarlo son coherentes con la percepción social dominante. El "problema droga" remite hoy más que a datos sobre la realidad del fenómeno a una determinada percepción asentada en concepciones estereotipadas. Tal percepción social varía históricamente y responde más a condicionantes de tipo socio-político que a modificaciones sustanciales en los patrones epidemiológicos.
Como miembros de la comunidad científica debemos poder leer cuales son los estereotipos que se construyeron en el fenómeno de las drogas para poder comprender entonces las prácticas que se están llevando a cabo. En los fenómenos sociales, tan importante es lo que en realidad pasa, como lo que la gente cree que pasa. Para la gran mayoría de la población, incluidos los propios usuarios de drogas, entonces, el problema se define y las respuestas se diseñan a partir de una serie de preconceptos y estereotipos. Describamos brevemente algunos de ellos:
A) El primero se basa en el propio
concepto de droga. El estereotipo no responde a la lógica científica y otorga
relevancia a algunas sustancias (cocaína, cannabis, opiáceos) en tanto excluye o
considera mucho menos relevantes a otras (alcohol, tabaco, psicofármacos). Esta
distinción no tiene ningún fundamento desde el punto de vista del daño social,
de la nocividad o de la dependencia. No obstante, para la representación social
de "la" droga, ésta es siempre un producto ilícito, "mortalmente dañino", lo que
justificaría la prohibición de su uso, no reconociendo que las sustancias
permitidas también son drogas o, en todo caso,
estimándose que su nocividad
es mucho menor. Se acentúan o merman atributos del objeto según este sea legal o
ilegal.
Antes de aparecer las leyes
represivas, la definición generalmente admitida sobre drogas era la Griega :
Pharmakon que comprende a la vez el remedio y el veneno: ambas cosas a la vez.
Muchas veces el acento puesto en decir que las drogas ilegales son malas, nos
hace creer que
las drogas legales son buenas y no se trata ni de una cosa ni
de la otra.
El hecho de ser nociva o benéfica depende de: a) la dosis, b) la
ocasión para la que se emplea, c) la pureza, d) las condiciones de acceso a ese
producto y pautas culturales de uso.
B) El segundo de los estereotipos presente en las representaciones sociales corresponde a lo que se ha llamado el "fetichismo de la sustancia". La droga se identifica con un ente mágico, se le asignan poderes y capacidades contaminantes, se la explica como algo externo a la sociedad que amenaza a la población "sana". Se trata de un "mal extraño", que justifica los ataques contra el peligro del contagio y la caza de los posibles portadores de la enfermedad. Se le confieren a la sustancia atributos que no le pertenecen. Es fácil advertir cómo se asigna a las sustancias ilegales la "capacidad" de producir desviación, sin advertir que ésta es producto de que fueran declaradas "fuera de la norma" y no viceversa.
Por otro lado, la identificación de la droga como enfermedad ofrece una explicación más tranquilizadora a la sociedad; las causas se atribuyen a un agente patógeno externo. Los esfuerzos deben entonces centrarse en identificarlo, aislarlo, destruirlo. No hace falta así analizar la complejidad social, sus injusticias, la ausencia de perspectivas y las hipocresías intolerables.
C) El tercer estereotipo identifica la droga como expresión de una actitud individual o colectiva de oposición a la sociedad, de no aceptación de las normas sociales, actitud que se asocia a la juventud.
Este análisis, correcto para los años
sesenta, ha perdido vigencia en las décadas subsiguientes. El uso de drogas se
asocia cada vez con mayor frecuencia con los sectores sociales vinculados al
poder y al prestigio social, en tanto que en las poblaciones excluidas del
sistema
productivo, cada vez más la "droga" se constituye en estrategia de
supervivencia. Desde esta perspectiva queda claro que el uso de drogas en la
actualidad mal puede concebirse como un acto contestatario, antes bien se
trataría de un intento fallido y desesperado por ser incluido en la "sociedad de
la doble moral".
La persistencia de este estereotipo, no obstante, aparece como un elemento capital en una política tendiente a "fijar" un rol social para la juventud, en un momento en que los enormes problemas de inserción en el mundo adulto (en especial en el aparato productivo) han por un lado, ampliado este período de edad y por otro, intensificado la necesidad de encontrar nuevos mecanismos de tutela y control.
D) Un cuarto estereotipo nos remite a
la imagen del usuario de drogas. Como resultante del efecto represivo de las
normas sociales, el usuario de drogas es considerado un individuo que ha perdido
toda capacidad de control. Adviértase la potencia de esta representación
como
justificativa del actuar sobre los "otros". Como consecuencia , para el
caso de las sustancias ilegales no se admiten diferencias en los patrones de
consumo. Esto es, el consumidor
de sustancias ilegales - cualquiera sea la
dosis, frecuencia y circunstancias del uso- es visualizado como un adicto y
siempre se lo identifica con una personalidad autodestructiva y con una actitud
despreocupada respecto de su salud.
La irrupción de la pandemia del SIDA ha puesto de relevancia con mayor claridad los límites de esta imagen, en tanto se han comprobado las modificaciones que muchos usuarios de drogas realizan en sus prácticas de consumo a fin de hacerlas menos riesgosas.
Creemos estar en la actualidad, asistiendo a una modificación de esta imagen social del usuario de drogas, sindicado ahora como culpable de diseminar el VIH/SIDA. Las connotaciones ideológicas, los prejuicios y estereotipos que colaboran en la construcción de las representaciones sociales respecto de la temática del SIDA y las drogas configuran así un nuevo discurso. Este "enfermo" se torna un sujeto "peligroso para la salud pública", organizándose los controles desde una clara perspectiva de defensa social.
Observamos entonces como el "problema
de las drogas" aparece asociado al temor y la inquietud; se lo percibe como una
amenaza que atenta contra el conjunto. Sin embargo, esta percepción de "algo
externo" que ataca al cuerpo social no es un fenómeno nuevo en la historia de la
humanidad. Baste recordar las imágenes de las pestes en el medioevo u observar
el recrudecimiento actual a partir de la irrupción del SIDA. Tampoco resulta
novedosa la reacción social frente a esta percepción de amenaza. Siempre ha
resultado más sencillo para quienes se creen dueños de la Verdad y aliados del
Bien, echar a los "contaminados" fuera de los límites de la ciudad. También
siempre ha resultado útil al Poder, contar con "indeseables" que permitan que el
conjunto perciba el control como cuidado y no como restricción.
La "reducción de daños" es una política de prevención de los daños potenciales relacionados con el uso de drogas más que de prevención del uso de drogas en sí mismo. Es una política social que tiene como objetivo prioritario disminuir los efectos negativos producto del uso de drogas. Esta corriente acepta el hecho de que el uso de drogas ha persistido a pesar de todos los esfuerzos para evitarlo. Reconoce también que a menudo, algunas medidas de prevención del uso de drogas han tenido el efecto no deseado de aumentar los daños asociados a dicho uso.
Una estrategia de "reducción de
daños" puede involucrar una amplia variedad de tácticas. Puede incluir el cambio
de las sanciones legales asociadas al uso de drogas; puede mejorar la
accesibilidad de los usuarios de drogas a los servicios de tratamiento; puede
tender a
cambios en la conducta de los usuarios de drogas a través de la
educación; puede también dirigirse a modificar la percepción social acerca de
las drogas y de los usuarios de drogas.
La reducción de daños no constituye una política social nueva. Lo que quizás sí constituye un elemento nuevo en esta política preventiva, es la atención puesta en los "efectos secundarios" del uso de drogas. Por "efectos secundarios" estamos entendiendo no a los producidos por la propia naturaleza de las sustancias psicotrópicas ("efectos primarios"), sino los efectos consecuentes a las respuestas sociales a dicho uso, en especial la criminalización. A estos "efectos secundarios" se los designa también "costos sociales de la criminalización de las drogas".
Existe una confusión en lo que se refiere a las relaciones entre las propuestas de la reducción del daño y conceptos como el de la legalización de las drogas. No significan lo mismo, la legalización puede constituirse en una alternativa de reducción de daños entre otras.
En líneas generales podemos afirmar que los programas de reducción de daños se dirigen prioritariamente a los usuarios de drogas que no frecuentan las instituciones y que tienen escaso o nulo contacto con los dispositivos sanitario y social.
En nuestro país esta política ha estado ausente del debate político y técnico hasta hace muy poco tiempo.
Actualmente, creemos se dan algunas circunstancias facilitadoras para poder discutir e implementar estrategias de reducción de daños.
El contenido de las políticas dominantes en nuestro país y su consecuente impacto en la situación de los usuarios de drogas antes descripto, nos señalan la necesidad de difundir estas experiencias de trabajo, intensificar un debate entre nosotros, y desarrollar acciones que desde la perspectiva de reducción de daños aporten a mejorar las condiciones de vida de las personas que consumen drogas, que conviven o no con el VIH sobre todo de aquellas personas que no se acercan a los programas de tratamiento.
Bibliografía
Touzé, G. y Rossi D.