Arturo Wallace
BBC Mundo, Bogotá
Lunes, 25 de marzo de 2013
Entre los cuerpos tirados por el suelo, cual muñecos
descompuestos, y aquellos que deambulan tambaleantes en medio de la basura, con
la mirada perdida y envueltos en los más estrafalarios harapos, esta parte del
centro de Bogotá bien podría ser el set de una película post-apocalíptica.
Pero los habitantes de esta zona –popularmente conocida
como el Bronx– no son los sobrevivientes de un desastre nuclear, de un repentino
ataque de zombies, ni de un virus mutante. Esta es la "olla de bazuco" más
emblemática de la capital colombiana.
Y los consumidores habituales de este sobrante de la
producción de la cocaína que se han adueñado de este territorio, no son sino
víctimas olvidadas –en cierta forma, daños colaterales– de una guerra que ya
lleva más de 40 años.
Efectivamente, uno de las paradójicas consecuencias de
los éxitos de Colombia en la "guerra contra las drogas" ha sido el aumento del
consumo de sustancias psicoactivas dentro de su propio territorio.
Ahora, para intentar enfrentar los problemas vinculados
al consumo de esta especie de crack de la peor calidad, la alcaldía de Bogotá
quiere poner a un "antiguo enemigo" de su lado: el cannabis.
"Estamos en el proceso de buscar alternativas para una
política que, durante 30 años, a Colombia le ha causado muertos, le ha causado
problemas, le ha causado dificultades económicas, en la salud pública y
problemas sociales", le dice a BBC Mundo Rubén Ramírez, director del Centro de
Estudio y Análisis en Convivencia y Seguridad Ciudadana (CEACSC), adscrito a la
alcaldía bogotana.
"Y entre las ideas está la de hacer un estudio piloto de
sustitución del consumo de bazuco por marihuana", aseguró Ramírez.
Daño personal
La iniciativa, que según Ramírez podría estar
implementándose dentro de unos dos meses, en cierta forma refleja el cambio de
actitud hacia el cannabis, que ya se emplea en varios países en el tratamiento
de condiciones vinculadas al menos a una decena de enfermedades.
En este caso, se trataría de ver si la marihuana puede
ayudar a manejar el síndrome de abstinencia de adictos al bazuco interesados en
dejar la droga, así como la ansiedad y los cambios de estado de ánimo propios de
su falta o consumo elevado.
Según Ramírez, de tener éxito, la experiencia se
escalaría luego como parte de una estrategia orientada a la reducción tanto del
riesgo social como del daño personal de los adictos al bazuco, que en la capital
del país ya tiene al menos 7.000 consumidores "problemáticos".
Las dramáticas consecuencias del uso prolongado del
bazuco son más que visibles en los rostros desdentados de la gente que vive,
literalmente, entre las basuras de esta calle, en sus balbuceos sin sentido –a
veces agresivos, a veces divertidos– y su piel, marcada por las cicatrices y las
enfermedades.
"En la parte médica, lo que más encontramos son problemas
dermatológicos, intestinales y respiratorios", dice Javier Cortés, coordinador
del Centro de Atención Médica a Drogodependientes (CAMAD) que opera en la zona
del Bronx desde septiembre de 2012.
Y como para recordar que la violencia también es parte de
este drama –de los 277 homicidios de indigentes registrados en Bogotá en los
últimos tres años, el 90% estuvo relacionado tanto con el consumo como con la
venta de estupefacientes–, mientras conversamos son al menos dos las personas
que llegan buscando les retiren los puntos de sutura: el recuerdo de un par de
puñaladas.
Riesgo social
En los CAMAD, que son otra de las iniciativas con las que
la Alcaldía Mayor de Bogotá, se está intentando reducir el riesgo y daño
asociado al consumo habitual de sustancias psicoactivas, también trabajan
psicólogos y trabajadores sociales.
Pero, al contrario de lo que muchos parecen pensar, estos
centros móviles no distribuyen drogas de forma controlada entre los adictos,
aunque la creación de "centros controlados de consumo" es otra de las ideas en
las que está trabajando la alcaldía bogotana.
"Nosotros no podríamos competir con la olla. Nos sacarían
a tiros", explica Javier Cortés, mientras caminamos por calles conflictivas.
Efectivamente, a pesar de los recientes esfuerzos de la
policía, y del "plan de recuperación del espacio público" que ha visto hacer
presencia en la zona a numerosas instituciones municipales, aquí el consumo y el
comercio de todo tipo de sustancias prohibidas todavía van de la mano.
Y los silbatos que anuncian mi entrada, la de un
desconocido, a las zonas de influencia de los grupos criminales que controlan el
microtráfico están ahí para recordármelo.
La venta de drogas no es, además, la única actividad
delictiva conectada con estas calles.
A menos de 1.500 pesos por "bicha" (dosis), el bazuco
podrá ser la droga más barata de Colombia, pero es tan adictiva que un típico
usuario "problemático" necesita de 15 a 20 dosis diarias.
Por ello, más de la mitad de los consumidores habituales
recurren al robo o hurto callejero para mantener su adicción.
Y, en el Bronx, los mismos grupos que venden la droga
también se encargan de la comercialización de los objetos robados.
De hecho, detrás de la sordidez y miseria de estas calles
se esconde un negocio criminal multimillonario, hasta el punto que el jefe de la
Policía de Bogotá, general Luis Eduardo Martínez, le dijo a BBC Mundo que una de
las tres mafias recientemente desarticuladas por las autoridades en el Bronx –el
"gancho del Mosco"– movía recursos por el orden de los 7.000 millones de pesos.
Lo que no debería sorprender si se sabe que un típico
adicto al bazuco gasta entre $600.000 y un millón de pesos al mes para
mantenerse enganchado, según estimaciones de Acción Técnica Social, una ONG
bogotana que trabaja los temas de innovación social, nuevos enfoques y cambio de
paradigmas en el manejo de sustancias psicoactivas.
Buscando alternativas
En Colombia, el consumo y posesión de pequeñas cantidades
sustancias psicoactivas está protegido por varios fallos de la Corte
Constitucional, para quien se trata de un asunto de libertad individual.
La Ley 002 de 2009, aprobada durante el gobierno del
presidente Álvaro Uribe, explícitamente permite el uso de sustancias
psicoactivas para fines terapéuticos.
Así las cosas, las Alcaldía Mayor de Bogotá espera poder
obtener pronto y sin problemas el permiso del Ministerio de Salud – quien tiene
el monopolio del uso de sustancias controladas – para así proceder al estudio.
La discusión actualmente está centrada en la mejor forma
de procurarse el cannabis: si utilizar parte de lo incautado al narcotráfico, si
sembrarlo directamente o incluso importarlo, a pesar de que Colombia es
exportador de la yerba.
Es por todo esto que cada vez más voces insisten en la
necesidad de impulsar enfoques diferenciados para lidiar con los adictos,
quienes a pesar de ser aproximadamente el 10% de los consumidores de drogas
constituyen más del 70% del mercado.
Y es por eso que la instalación de "centros controlados
de consumo" también está en la agenda de la alcaldía bogotana.
"De lo que se trata es de empezar un proceso de lo que
nosotros llamamos transiciones regresivas", explica Julián Quintero, de Acción
Técnica Social, refiriéndose a la experiencia de Portugal, un país pionero en
ese tipo de espacios.
"Lo primero que se hace es empezar a reducir las dosis.
Después empiezas a cambiar las formas de administración: si estabas inyectándote
heroína pasas a fumar heroína, después de fumar heroína pasas a combinarla con
cannabis, después te vas quedando con el cannabis. Lo que se busca es que la
persona llegue a un punto en que pueda estabilizar su consumo y que ese consumo
no le impida ser funcional", explica Quintero.
En el caso bogotano, un primer "centro de consumo
regulado", donde se les suministrará metadona a adictos a la heroína, debería
instalarse en los próximos meses con el apoyo del Ministerio de Salud. Y si el
piloto con el cannabis se aprueba y tiene éxito, eventualmente más adictos al
bazuco podrían intentar la transición a la marihuana en ambientes seguros y
controlados.
"Entre los dos escenarios apocalípticos que teníamos, el
de la legalización total -'Entréguenle al libre mercado la distribución venta y
administración de las drogas', que es un escenario que nosotros no deseamos- y
el otro escenario de prohibicionismo radical, que no ha funcionado, lo que se
abre es espacio grande para lo que se llama regulación", asegura Quintero.
Por lo menos a nivel local, el Estado colombiano ya
parece estarse moviendo para ocuparlo.
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