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Armas químicas y biológicas en
la “guerra de las drogas”[1]
Las armas químicas y biológicas en la “guerra de
las drogas” son herramientas de una estrategia que propone como meta “un mundo
libre de drogas” atacando la oferta en “la fuente”: el cultivo y el
campesino cultivador de coca, amapola o Cannabis.
Frente a esto, es frecuente escuchar un argumento inverso según el cual “el
origen del problema” que padecen los países con presencia de tales cultivos
está en la demanda, la existencia de un gran mercado de consumo.
Ambas trilladas argumentaciones son falsas. Es necesario
un nuevo giro en el análisis. Tras un siglo de represión, es patente que el
origen del problema es, en primer lugar, el Prohibicionismo
y su resultado: la “guerra de las drogas”. El uso y cultivo de estas plantas, que han sido
proscritas, responde a la satisfacción de necesidades humanas: para los
cultivadores se relaciona con su subsistencia; para los consumidores es una
búsqueda y un estímulo. Prohibir es fijar metas imposibles e indeseables porque
van en contravía de tendencias naturales.
Las leyes antidroga y el Prohibicionismo engendraron
un tráfico ilícito globalizado; fabulosas ganancias de mafiosos y en especial
del capital financiero internacional -donde en gran medida se realizan- e
incrementaron el armamentismo y la violencia. La
prohibición también es un crimen que escuda guerras neo-coloniales y procesos
lesivos de la autodeterminación y diversidad de los individuos y los pueblos.
Las Convenciones de Naciones Unidas de 1961, 1971 y 1988 prohíben la producción, el tráfico, la venta y el consumo de una serie de plantas y sustancias. Estas leyes humanas no responden ni a una ley común -las costumbres de la época, independiente de si más bien no habrán servido para estimular el consumo y cultivo- ni a una ley natural. Son una de las visiones estrechas del fenómeno: la producción, el consumo y el tráfico de sustancias prohibidas continúa su incremento desde que se decidió imponer una “verdad universal” a toda costa. La consecuencia generalizada son sistemas de justicia congestionados por delitos relacionados con las drogas y restricciones a las libertades individuales y civiles y violaciones flagrantes a los Derechos Humanos. El uso de armas químicas por parte del Estado en la “guerra de las drogas”, como ocurre en Colombia, afecta a los seres humanos, flora, fauna y todos los cultivos, incluidos los de pancoger –alimentos-, agrava la crítica situación de derechos humanos y los ya desastrosos impactos ambientales sobre toda la población.
Las tres últimas décadas de un siglo de Prohibición
El presidente Nixon de
los Estados Unidos declaró la “guerra contra las drogas” y, en 1975, se
iniciaron las primeras fumigaciones aéreas con herbicidas químicos contra la Cannabis en México. En Birmania se realizó
fumigación aérea de 1986 a 1988 y en Guatemala entre 1989 y 1992, contra la
amapola. Los resultados fueron el desplazamiento de los cultivos. En Colombia,
la historia de la guerra química se inicia con fumigaciones secretas con Roundup durante el gobierno de Turbay
Ayala (1978-19982) contra la Cannabis en la Sierra
Nevada de Santa Marta.
En Bolivia la fumigación, como medio de
erradicación está prohibida mediante la Ley 1008 de 1988. “En el Perú la
fumigación no estuvo prohibida hasta hace poco tiempo, pero no se ha aplicado
desde 1987, cuando hubo experimentos con ‘spike’, Thebuthiurón
granulado. Según denuncias de la época, el gobierno permitió y fomentó estos
experimentos, pero una comisión parlamentaria impidió que continuaran”. Tanto
en Bolivia como en Perú, existen
asimismo normas que rechazan la utilización de “agentes biológicos”, pero se
aplican otras modalidades de erradicación forzada. En el Perú hubo denuncias
sobre aplicaciones secretas de Fusarium oxysporum entre 1989 y 1994 en el Alto Huallaga, donde este hongo arrasó 30 mil hectáreas de coca,
aunque el gobierno ha desmentido estos hechos[3].
El gobierno de los Estados Unidos, además de la utilización de medios químicos, ha desarrollado la investigación y propuesto el uso de “agentes biológicos”. Una de estas investigaciones, iniciada en la década de 1960, identificó en la isla de Kauai (Hawai) una forma especial del Fusarium oxysporum denominada Erythroxyli, en 1987 fueron aislados sus componentes químicos y se confirmó su potencial como arma biológica a utilizar en la guerra de las drogas[4]. Este microorganismo fue incluso modificado genéticamente para hacerlo más agresivo[5].
1998, Naciones Unidas: “un mundo libre de drogas”
Con la consigna “un mundo libre de drogas”, la
Agencia Antidrogas de Naciones Unidas (UNDCP), en 1998 dio un viraje significativo:
cambió el énfasis contra la demanda por el énfasis contra la oferta,
y elaboró una Estrategia para la Eliminación de Coca y Amapola en el 2008.
Dicha estrategia consiste en una combinación de garrote y zanahoria envenenada:
erradicación forzada y desarrollo alternativo para eliminar la
coca y la amapola en países como Colombia, Bolivia, Perú, Birmania, Laos,
Vietnam, Afganistán y Pakistán.
Las denuncias nacionales e internacionales respecto
del uso de armas biológicas para la erradicación de coca, amapola y Cannabis, produjeron diversos resultados:
· Perú, mediante Decreto Ejecutivo 0042-2000-AG de marzo del 2000, prohibió el uso de agentes biológicos para erradicación de la coca.
· Ecuador, mediante Acuerdo Ministerial No. 162 del 14 de agosto del 2000, con el fin de preservar la salud pública, la fauna y el ecosistema, prohibió el ingreso y la utilización del patógeno Fusarium oxysporum, en todo el territorio nacional.
· En septiembre de 2000, el Comité Andino de Autoridades Ambientales (CAAAM) rechazó la utilización de Fusarium oxysporum para la erradicación de cultivos “ilícitos” en el territorio de los países miembros de la Comunidad Andina.
· En Determinación Presidencial del 22 de agosto del 2000, el presidente Bill Clinton declaró que los Estados Unidos no usarán estos ‘Agentes biológicos’ mientras no se realice "una evaluación más amplia de seguridad nacional, que incluya consideraciones sobre el impacto potencial sobre proliferación de armas biológicas y terrorismo"[6].
· El 2 de noviembre de 2000, la Agencia Antidrogas de Naciones Unidas (UNDCP) reiteró el retiro de su participación de proyectos de “control biológico” contra cultivos declarados ilícitos en Colombia y la región andina[7].
· El Ministerio del Medio Ambiente de Colombia se vio socialmente presionado en julio del 2000 a rechazar la utilización del hongo Fusarium oxysporum. Posteriormente, en enero del 2001 canceló otro proyecto para la identificación de los llamados “controladores biológicos nativos” de la coca, que pretendió ejecutar con el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas, Sinchi, y con el Instituto Humboldt.
· Una Resolución del Parlamento Europeo, del 1 de febrero del 2001, sobre el Plan Colombia expresa que la Unión Europea “debe hacer lo necesario para que se abandone la utilización masiva de herbicidas químicos y se impida la introducción de agentes biológicos como el Fusarium oxysporum, dados los riesgos que su uso entraña tanto para la salud como para el medio ambiente”.
Todas estas son victorias importantes, aunque
parciales, de la movilización nacional e internacional de ciudadanos,
parlamentarios, académicos, científicos, organizaciones sociales y pueblos
indígenas. Sin embargo, persisten las amenazas que pesan sobre los derechos
humanos, la salud y el medio ambiente para los países en donde se cultiva coca,
amapola y Cannabis:
En Asia y los Estados Unidos hay programas activos
que proponen el uso de armas biológicas contra las plantas proscritas. El
Programa de las Naciones Unidas para la Fiscalización Internacional de Drogas
UNDCP, con el auspicio de los Estados Unidos y Gran Bretaña, está comprometido
en el desarrollo de agentes biológicos para aplicarlos en tierras donde, entre
otras muchas, se cultivan plantas declaradas ilícitas. La UNDCP, por ejemplo, continúa en un proyecto
de investigación en Uzbekistán de un hongo para eliminar la amapola: Pleospora papaveracea.
En julio de 2001 Estados Unidos se negó a firmar el
Protocolo para verificar el cumplimiento del compromiso de no fabricar armas biológicas establecido en la Convención internacional
sobre armas biológicas y toxínicas de 1972. Según la
Administración Bush, el acuerdo pondría en peligro la
confidencialidad de su industria farmacéutica y de su investigación biológica,
y no crea un mecanismo instrumental para evitar que algunos países violen los
acuerdos.
A mediados de diciembre de 2002, en una audiencia
del Comité sobre Reforma del Gobierno, John Mica,
legislador Republicano en política de drogas, llamó a EEUU a emprender la
guerra biológica con hongos en Colombia. Según Mica, ha llegado el momento para
que EEUU emprenda el ataque. En respuesta, la embajadora estadounidense ante
Colombia Anne Patterson
“afirmó que ella creía que EEUU ya había probado los agentes biológicos contra
cultivos en Colombia”, aunque se retractó de la afirmación más tarde, aduciendo
que la había realizado de manera apresurada[8].
El Departamento de Estado alienta el uso de armas
biológicas en Colombia. Randy Beers,
Subsecretario de Estado para Narcóticos, abogó por el uso de estas armas
durante el gobierno de Clinton. Beers
ocupa el mismo cargo bajo el gobierno de George W. Bush. En 2001, en la reunión de la Convención de Armas
Biológicas, la Administración Bush justificó esta
medida, según Don Mahley, embajador de EE.UU. en Ginebra, porque su país –dijo- no podía aceptar
un plan de verificación que limite el uso de armas biológicas en “la guerra
contra las drogas” porque su intención es usarlas en Colombia.
“Las ramificaciones del plan estadounidense de armas biológicas son globales”, señala Sunshine Project: “Si logran hacerlo en Colombia, la presión para usar armas biológicas contra cultivos se extenderá rápidamente a otros países de América Latina y a otras regiones del mundo, especialmente Asia. Junto a Colombia en la lista de objetivos de EE.UU. está Afganistán, el mayor productor de amapola para heroína. Los cultivos de amapola de Afganistán han resurgido recientemente. En la mira también están otros países con producción de coca y amapola para heroína de Asia del Sur, Asia del Sudeste y América Latina”.
La erradicación
forzada y la “guerra contra el terrorismo”
Hoy la erradicación forzada de los cultivos proscritos también se integra en la llamada “guerra contra el terrorismo”. Colombia es por excelencia el campo experimental de sus métodos químicos. Durante el “Encuentro de Autoridades Locales”, Cartagena 14 de junio de 2003, el Vicepresidente Francisco Santos dijo que en Colombia “Las fumigaciones contra cultivos ilícitos no se pararán. Es un tema de seguridad nacional ya que de ahí se financian los grupos armados y la política del gobierno es continuar con ello (las fumigaciones) hasta el 7 de agosto de 2006 a las tres de la tarde”. Pero el argumento de golpear las finanzas de los grupos armados, comprendidas las guerrillas, mediante la erradicación forzada de cultivos, es un argumento falaz. La fumigación no perjudica a estos grupos. Se ha evidenciado que la fumigación sólo perjudica a quien le cae.
Derechos Humanos y DIH
La erradicación forzada, por el
medio que sea, manual, químico, biológico, constituye en este contexto –como lo
revela la declaración de Santos- una operación de guerra, con violación
por parte del Estado de principios del Derecho Internacional Humanitario pues,
además de la utilización de un arma química, no distingue entre combatientes y
población civil, ni entre objetivos militares y bienes civiles.
En Colombia la crisis humanitaria, incluido el desplazamiento
forzado, se ve seriamente agravada por las fumigaciones. El
Estado colombiano vulnera los derechos de su pueblo: sus Derechos Humanos, el
derecho a un ambiente sano, a la alimentación, a la salud y a la vivienda;
derechos íntimamente relacionados con el derecho a la vida. La que más sufre es
la población infantil, el Estado viola los derechos de los niños y niñas que
son derechos prevalentes sobre los cuales está
obligado a brindar una protección especial. No son casos aislados, sino ataques
generalizados y sistemáticos contra sectores de la población civil, lo cual
constituye crimen de lesa humanidad.
Por otra parte, la Convención 169 de la OIT, Ley 21 de 1991 de Colombia, obliga a los gobiernos a “Consultar a los pueblos interesados, mediante procedimientos apropiados y en particular a través de sus instituciones representativas, cada vez que se prevean medidas legislativas o administrativas susceptibles de afectarles directamente”. Tales consultas “deberán efectuarse de buena fe y de una manera apropiada a las circunstancias, con la finalidad de llegar a un acuerdo o lograr el consentimiento acerca de las medidas propuestas”. La consulta previa se ha omitido, a pesar de ser inexcusable en virtud de la ley, mandato que ha sido confirmado por la Corte Constitucional, aunque su decisión de mayo de 2003 se queda a medio camino al no ordenar la suspensión de las fumigaciones[9]. Así, un Estado que viola los Derechos Humanos y su propia normatividad se hace ilegítimo y socava las bases del Estado de Derecho.
La movilización
En la definición de políticas públicas, la participación de la población campesina, afrodescendiente e indígena en nuestros países ha sido inexistente. El único camino que se les ha dejado es la protesta y la movilización social. La dignidad de las reivindicaciones y demandas de recientes movilizaciones de los cultivadores de coca de Perú y Bolivia merece toda nuestra solidaridad. En Colombia los campesinos del sur, a costa de sus vidas, se han movilizado contra las fumigaciones, la más importantes de ellas en 1996 cuando culminaron en una mesa de negociación con acuerdos que los gobiernos jamás cumplieron.
Algunas conclusiones
Hoy, en la región andina y
amazónica la llamada “guerra de las drogas’, con todas sus connotaciones de
control geopolítico y de incremento de la presencia militar estadounidense,
adquiere nuevos bríos bajo la denominación
de
“Iniciativa Antidroga Andina”. En los debates en el Congreso
de los EE.UU. se usa cada
vez menos su denominación como “Plan Colombia”, pues en realidad constituye una
especie de regionalización del mismo, inscrito en una particular concepción de
“seguridad nacional” que se encubre en parte con el discurso de la “lucha
antinarcóticos”. En este contexto, el gobierno colombiano de Álvaro Uribe
incrementa como nunca la guerra química contra el campesinado. Pero como lo
advierte inclusive John Walters,
Zar Antidrogas de EE.UU., “la producción de coca se
está trasladando a las fronteras con Colombia”. Por esto, según Walters, es que estos países, en especial Perú, Bolivia y
Venezuela, “deben ser más agresivos en su lucha contra los narcóticos”[10].
Traducido a otros términos, esto anuncia acciones más
agresivas en detrimento de los derechos humanos en la región, con el argumento
de liquidar las fuentes de financiación de grupos armados al margen de la ley.
La utilización de armas químicas y un eventual uso de armas biológicas, con sus
funestos efectos sobre la salud humana y el medio ambiente, como ya se dijo,
son apenas instrumentos de una política global.
De
ahí, entre otras razones como las expuestas al inicio de esta ponencia, la
iniciativa de una Comisión Mundial de alto nivel, independiente de
los gobiernos y organismos multilaterales para evaluar las políticas de
“drogas” y formular alternativas que sí respeten los derechos humanos de sus
pueblos dentro de su diversidad. Se propondría −como parte de sus
objetivos− encaminar un debate social, horizontal e incluyente, sobre la
incriminación de los campesinos cultivadores de coca, Cannabis
y amapola, y las condiciones y medidas que atañen a los usuarios. Buscaría
dialogar desde su conjunto de conocimientos y experiencias con instancias
oficiales nacionales y multilaterales con propuestas de responsabilidad social
y correspondencia política. Con estos fines un paso propuesto es la revisión,
abrogación o enmienda de las Convenciones de Naciones Unidas de 1961, 1971 y
1988[11].
En esta dirección, un camino esencial es entablar un dialogo social sobre el
lugar merecido del uso cultural, medicinal, industrial, recreativo y
alimenticio de las plantas de coca, Cannabis y
amapola, condenadas de manera injusta como “sustancias prohibidas” por las
Naciones Unidas en 1961. También es indispensable
analizar el problema desde una perspectiva agraria. Hacen falta reformas
agrarias democráticas y políticas macroeconómicas orientadas a la recomposición
y protección de las economías campesinas, indígenas y afro-descendientes. El
análisis y las alternativas desde las “políticas de drogas” es
insuficiente. Es necesario promover, defender y garantizar el derecho a la
tierra y el derecho humano fundamental al alimento.
[1] Intervención en Foro Social Mundial Temático, Eje “Cultivos de uso ilícito, iniciativas alternativas, política ‘antidrogas’ y narcotráfico”, Mesa: Impactos ambientales, sociales y económicos de las “políticas antidroga”.
[2] Co-Coordinador Mama Coca; Director Académico Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz INDEPAZ, Miembro Fundador Corporación Unidades Democráticas para el Desarrollo CEUDES. Ingeniero Agrónomo, Calificado en Industrias, Especialista en Gestión y Planificación del Desarrollo Regional.
[3] Cabieses Hugo, Sobre Coca, droga y desarrollo en los países andinos: Escritos urgentes 1989-199. Lima.
[4] Defensoría del Pueblo, Los cultivos ilícitos, política mundial y
realidad en Colombia, agosto de 2000.
[5] Según Gilles-Eric Séralini,
“OGM Le vrai débat”,
Flammarion, 2000: “en acuerdo con el gobierno,
científicos americanos han modificado hongos (Fusarium
oxysporum y Ploespora
papaveraceae) para devastar las plantaciones de
donde se extraen narcóticos”. (p. 66).
[6] Memorando de Justificación para Determinación Presidencial 2000-28
(USA). www.sunshine-project.org/indexesp.html
[7] Comunicado de prensa conjunto de Acción Andina (Bogotá), Sunshine Project (US/Alemania), Transnational
Institute (Amsterdam). www.sunshine-project.org/pr131100.html
[8] Sunshine Project, Comunicado prensa. Austin y Hamburgo, 17 diciembre 2002. www.sunshine-project.org
[9] Darío González Posso, “Fumigaciones Ilegales en territorios Indígenas: ¿Decisión de la Corte Constitucional a Medio camino? INDEPAZ
[10] EL TIEMPO, Bogotá 30 de julio de 2003.
[11] Apelo [Llamamiento] dirigido a los gobiernos y a las Naciones Unidas: “Abrogar, enmendar Convenciones de las Naciones Unidas”.
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