PSIQUIATRÍA Y “PROHIBICIÓN DE LAS DROGAS”
Baldomero Cáceres Santa María M.A
Psicólogo social.
La “ prohibición de las drogas”
La política
internacional prohibicionista de una serie de sustancias disímiles a las que se
les llama indiferenciadamente “drogas”, ahora compartida por la mayoría de los
estados, firmantes o no firmantes de las convenciones internacionales,
constituye un fenómeno característico de nuestro tiempo. No es un fenómeno
político espontáneo y coincidente, surgido de necesidades sentidas por las
diversas sociedades. Todo lo contrario, es un premeditado sistema de control
impuesto que tiene ya una larga historia. Iniciada hace casi un siglo, en la
Conferencia de Shangai de 1909, continuada luego por la llamada Convención del
Opio[1] (La Haya,1912)
estuvo en el primer momento dirigida contra el opio bajo instigación de la
diplomacia de los Estados Unidos que ya, por entonces, habían comenzado
internamente la restricción del uso autorizado de los opiáceos como también de
la cocaína (Pure Food and Drug Act, 1906).
Cabe destacar que el
intento de supresión recayó inicialmente sobre sustancias psicoactivas
naturales hasta entonces respaldadas por la medicina académica, como destacó Szasz (1975). En el caso de la coca nos lo recuerda la
monumental obra de Golden. W. Mortimer,
médico e historiador de Nueva York, Peru, History of
Coca, “The Divine Plant of the
Incas” publicada en 1901, libro del cual apareció una condensada versión
francesa destinada a los médicos en 1904. Cabe destacar que, pese a la reedición
de la versión original en 1975, y de la traducción francesa en 1992, no existe
aún versión en español[2].
De su lectura, en
primer lugar, se desprende el buen sentido clínico de los médicos
norteamericanos de aquella época, puesto de manifiesto al apreciar las virtudes
de la coca en su práctica profesional mientras estuvo en boga, tal como
registran los cuestionarios enviados por el doctor Mortimer
y cuyos resultados figuran en el Apéndice[3]. Al mismo tiempo, sin embargo, como
registró y comentó el autor, se gestaba la conspiración que llevaría a la
exclusión de la coca entre los cultivos más preciados de la tierra. La
Convención de La Haya de 1912, llamada indebidamente “del Opio“,
internacionalizó igualmente la fiscalización de la producción y
comercialización de la coca, al incluir en ella “la cocaína y sus sales”. Tal
Convención, suscrita por el Perú en 1913, fue ratificada en el Tratado de Versalles. Finalizada la II Guerra Mundial, las Naciones
Unidos asumieron el compromiso de llevar adelante la campaña prohibicionista,
aceptada por las más diversas formas de gobierno: democracias, dictaduras y
totalitarismos: fascismo, nazismo y comunismo por igual. La creación de la
Organización Mundial de la Salud prestó la tribuna “científica” que ejerció su
poder decisorio sobre las sustancias que debían ser controladas, a través del
Comité de Expertos en Drogas Susceptibles de Engendrar Toxicomanía (sic.)[4], el mismo que, en 1952 y 1953, dictaminó
que el coqueo andino “debe ser” considerado una forma de “cocainismo”,
sobre la información aportada por la Comisión de Estudio (o Encuesta) de las
Hojas de Coca de las Naciones Unidas (Informe,1950).
La Convención Única
de Estupefacientes (Nueva York,1961)
fijó definitivamente la naturaleza del control que incluyó, entre otros
objetivos, la erradicación en veinticinco años del milenario coqueo andino y
del arbusto de coca (Erythroxylum coca, E. novogranatense)[5]. En el caso del Perú, debido a la presión
de los Estados Unidos (Cáceres, 1977; 1989; Cotler,
1999)., se dictó en 1978 el DL. 22095, conocido como
“Ley de Drogas” aún vigente, dispositivo que considera al coqueo andino como
“un problema social”.
Las consecuencias de
la política establecida han sido múltiples: económicas, sociales y políticas.
Una vasta economía sumergida que lava o blanquea al menos el dinero mal habido
mediante mil y un recurso del sistema financiero[6]; sociedades escindidas entre los sectores
convencionales -en especial dependientes del aparato estatal, incluyendo a las
Universidades y a los tribunales de justicia- reforzados por la permanente
presencia de la campaña contra “las drogas” en los medios de comunicación de
masas que llevan adelante la propaganda oficial, frente a cientos de millones
de usuarios satisfechos obligados a guardar las formas, so pena de
estigmatización personal cuando no de la penalización de los usos prohibidos;
conformismo de los actores políticos que no encuentran la forma de revertir el
sistema y que por ello callan la importancia del negociado, a sabiendas de los
conflictos que genera, como sucede en la región andina. En el plano
internacional la “prohibición” se ha convertido en una “guerra”, apoyada por el
gobierno de los Estados Unidos que tiene con ella una manera de inmiscuirse en
los asuntos internos de los demás naciones, puesto que aparece legitimada su
preocupación aparentemente sanitaria.
Son los Estados Unidos, en efecto, con el permanente apoyo del Reino Unido, los que distribuyen y controlan a sus “agentes encubiertos” dentro de los países significativos en la producción o tránsito de las sustancias prohibidas, en especial cuando se presume que abastecen a su población. Este último es el caso de la región andina donde el cultivo del arbusto de la coca, limitado en sus usos tradicionales e industriales por la propia legislación, en cumplimiento de los acuerdos internacionales, ha estado al servicio del multimillonario negociado de la cocaína, droga de la cual fuimos el primer productor mundial durante más de una década (1980-1994), hasta que Colombia asumió la producción con sus extendidas y bien cuidadas plantaciones, reemplazando su menor cultivo en Bolivia y el Perú. Si bien la disminución se ha mantenido, el repunte reciente del precio de la hoja lleva a temer que la ofensiva en Colombia retrotraiga la situación y volvamos a ser un destacado “cocaine country” (narcoestado), aquejado nuevamente por la violencia que surge como estratégica cortina de humo detrás de la cual el negociado prospera.
La prohibición como
un “hecho social”
La “prohibición de
las drogas” ha sido caracterizada recientemente como “un sistema mundialmente
extendido de poder estatal. La prohibición global es un “hecho social” en
términos de Durkheim”
[7]. Un “hecho social” que describió en su
amplia variedad, desde la extrema criminalización en
los Estados Unidos que mantienen más de medio millón de presos por posesión o
pequeñas ventas de lo prohibido, a Holanda con su pragmática política de
despenalizar la venta de marihuana en determinados establecimientos (“coffee shops”), para evitar el
mayor daño de su criminalización y su vecindad con el
más reducido mundo de las drogas llamadas “duras”, como se considera a la
heroína y a la cocaína.
Un “hecho social”
tiene -sin embargo- su génesis, al que poca atención le prestó Levine, aunque no dejó de preguntar sobre la razón de la
generalización de la “prohibición de las drogas” como la política de estado más
ampliamente aceptada y legítimada ante las más
variadas audiencias. Al preguntarse sobre las razones de su acogida, si bien
acepta que en la práctica se ha debido a la presión diplomática de los Estados
Unidos, encuentra que la “prohibición de las drogas” se difundió porque era y
es útil, funcional, para todo gobierno, puesto que el Estado incrementa con
ella su poder policial y militar así como, mediante la satanización de las
propias sustancias-lograda por los medios de comunicación- convierten a la
prohibición en el objetivo de una cruzada social unificadora, presuntamente
humanitaria, que fuerza la solidaridad de políticos, hombres de iglesias,
educadores, comunicadores y de todos quienes comparten en términos de Levine “un romance con el Estado”, estimando a éste como
autoridad suprema al servicio del bien común. Finalmente, Levine
señala el carácter instrumental de las Naciones Unidas para la generalización
de la política estadounidense. Dentro de ella se habría abierto paso el
movimiento de “reducción del daño” que pretende moderar los efectos negativos
de la prohibición mediante la tolerancia y la regulación, tal como representa
el reparto de jeringas e incluso el suministro asistido de heroína inyectada,
como sucede en Holanda y Suiza. En nombre de tal política de “reducción del
daño”- por ejemplo- se lleva adelante la campaña bien pensante y compasiva de George Soros en los Estados
Unidos, abogando, mediante The Lindesmith
Center y posteriormente por la Drug Reform Alliance, por el uso
médico aprobado de la marihuana frente a diversas enfermedades. Por forzado
respeto al sistema (el establecimiento psiquiátrico), o por un enfoque
pragmático, se omite la defensa del uso habitual, “recreacional”
si se quiere, de la planta que tan exitosa acogida tuvo en California a finales
de los 60 y se propagó luego por los Estados Unidos hasta requerir, desde el
inicio de los 80, una producción doméstica que, al inicio del milenio, abastece
a decenas de millones de aficionados al cáñamo que, por el peso de las leyes
represivas, no pueden ser ciudadanos libres, si recordamos que, en palabras de
José Martí, “la libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a
pensar y a hablar sin hipocresía”.
En la apreciación de Levine, como posteriormente ha registrado, “la reducción
del daño” constituye un enfoque tolerante y pragmático. Asume, para ello, que
la prohibición no va a desaparecer pronto y que por ello es razonable y
responsable la propuesta[8].
La justificación de la prohibición
Si bien el penetrante
análisis de Levine señala factores decisivos en el
establecimiento y mantenimiento de la política adoptada, cabe destacar dos
vacíos íntimamente ligados. El primero al encontrar su inicio en los años 20
del siglo pasado, centrándose en los Estados Unidos[9],
ignorando la etapa decisiva del cambio producido al fin del siglo XIX y
comienzo del XX, período inicial considerado en los tratados del tema,
comenzando por Thomas Szasz en su Química Ceremonial
de 1975. El segundo, ligado con el primero, fue ignorar la base en la cual la
prohibición se fundamentó ante la opinión pública del siglo XX, aspecto
generalmente omitido por los analistas del tema. No bastaron, en efecto, las
campañas públicas que los medios de comunicación llevaron adelante en contra de
los “vicios”, ni el ajetreo de los grupos temperantes en los Estados Unidos,
como habitualmente se señala (Musto, 1987). El
sustento oficial necesario se dio cuando el descrédito del alcohol, del opio,
de la cocaína y de la marihuana fue asumido y comenzó a difundirse en los
tratados psiquiátricos de los precursores de la que pretendió ser una
especialidad médica (sobre todo Emil Kraepelin), quienes estigmatizaron su uso como “toxicomanía”,
al tiempo que surgían diversos psicologismos (Freud y seguidores, ortodoxos y heterodoxos) para explicar
el malestar de la cultura moderna y proporcionarle al racionalismo una fe
interpretativa de los avatares de la vida que tanta falta le hacía debido a la
secularización producida.
Desde entonces,
dentro de la clientela reclamada por la psiquiatría se contaron los usuarios de
las sustancias “toxicomanígenas”, “adictivas”,
juzgados como usuarios “compulsivos”, con absoluto menosprecio de su opinión
personal y de su imagen pública, evidente descuido de los derechos humanos. Se
impuso con ello una consecuencia práctica: quedaron justificadas las medidas
restrictivas de la comercialización de tales sustancias, así como la imposición
por la fuerza de tratamiento psiquiátrico, sin percatarse de las consecuencias
negativas del estigma que sostiene la prohibición y que llena las cárceles
norteamericanas.
Sólo los recientes
progresos en neurociencia cognitiva y de la tecnología moderna en la
exploración del funcionamiento cerebral, viene orientando finalmente a la psicofarmacología, reduciendo los daños producidos por la
atención psiquiátrica tradicional que durante gran parte del siglo pasado se
mantuvo por su inmerecido prestigio científico. Pero no sólo imperó sobre su
voluntaria e involuntaria clientela. En nombre de la “salud mental”, contra la
cual atentaba en la práctica y en la teoría, la psiquiatría se arrogó el poder
clasificatorio que estigmatizó a cientos de millones de seres humanos y los
mantiene estigmatizados todavía. Descalificar a las plantas medicinales del
sistema nervioso empleadas por la medicina durante todo el siglo XIX fue casi
un requisito profesional, por así decirlo, de la existencia de la propia psiquiatría
y de las psicoterapias creadas para “curar” los problemas asociados a la
ausencia de tales recursos naturales.
La prohibición
-debemos insistir- fue y es el resultado de la prédica psiquiátrica, puesta al
servicio del control social por el Estado policía y de la ideología
correspondiente al siglo XX (Szasz, 1975), del “ogro
filantrópico” (Paz, 1979). Omitir tal consideración, como generalmente sucede,
impide realmente replantear desde su base teórica, “el problema de las drogas”,
recurriendo al auténtico conocimiento científico, esto es de acuerdo a la razón
y a la experiencia[10]. Si tal fuera cabría replantear la
prohibición y el cambio sería súbito.
La coca y su condena
A diferencia de Levine, quien como sociólogo se ha limitado al “hecho
social” de la “prohibición de las drogas” sin desagregar ésta en forma alguna,
el análisis personal en el cual me apoyo, pasando del hecho de la prohibición a
su historia, tomó como hilo conductor la estigmatización oficial del coqueo andino,
a partir del fallo del Comité de Expertos en Drogas Susceptibles de Engendrar
Toxicomanía de la Organización Mundial de la Salud que, en 1952-53, juzgó debía
considerarse al hábito tradicional como una forma de “toxicomanía” o “adicción”,
categoría de la fantasmagórica psicopatología
psiquiátrica, según denuncié en una primera revisión del tema[11].
Tal condena -en
efecto- tiene una historia documental perfectamente reconstruible
a partir del Informe de la Comisión de Estudio de las Hojas de Coca (Lake Success, 1950), designada
por el Consejo Social y Económico de las Naciones Unidas. Con tal Informe, la
Organización Mundial de la Salud, mediante su Comité de Expertos pretende haber
acabado con la revisión de la información pertinente. En la
28º sesión del Comité de Expertos en Farmacodependencia
de la Organización Mundial de la Salud (1992) se rechazó recomendar una
revisión crítica del caso de la coca, pese a la revalorización obtenida en
Bolivia y el Perú, aduciendo que se apoyaba y no desistía de hacerlo en la
información entonces recogida y en el juicio emitido[12].
Medicina y Psiquiatría
Una primera revisión
del Informe presentado por la Comisión puede mostrar la exclusión, dentro de la
bibliografía recogida y anotada por el doctor P.O.
Wolf, de los testimonios médicos del siglo XIX que hablaban de los beneficios
derivados del uso de la coca y que recogió Mortimer
(1901). Entre ellos fue ignorada la Disertación sobre el aspecto, cultivo,
comercio y virtudes de la famosa planta del Perú nombrada Coca que publicara el
doctor Hipólito Unanue en el Mercurio Peruano[13], informe que fue debidamente
considerado tanto en los Estados Unidos como en Europa, prestándole a la coca
el apoyo académico para su divulgación y aprovechamiento industrial por firmas
farmacéuticas (Parke, Davis
and Co.; Merck) y otras (Vin Mariani elaborado por Angelo Mariani en Paris; la Coca Cola en Atlanta). De la desacreditación del excelente resumen del reconocimiento
médico debido a Mortimer (1901) se encargó el doctor
Wolf al anotar “puede sencillamente pasarse por alto”[14].
La omisión del
informe de Unanue tuvo que ser justificada
posteriormente por el doctor Wolf, en un artículo presentado en el Boletín de
Narcóticos al cual remito[15], aduciendo que, en el decir de Hermilio Valdizán[16], padre fundador de la psiquiatría peruana , se habría tratado de un “estudio agronómico” con
el título “El cultivo de la Coca”, aunque transcribía el nombre completo de la Disertación
de Unanue.
La “Bibliografía” del
Informe recogía en cambio, ampliamente y sin crítica, toda la producción
psiquiátrica sobre el tema, destacando desde el inicio, con el vocabulario
adoptado, la orientación psicopatologizante que le
animaba. Al hábito andino que describía erróneamente como “mascar coca”, pues
la coca no se masca sino que se exprime su jugo en la parte lateral de la boca,
le llamó P.O Wolf “cocaísmo”, forma moderada de
repetir la sentencia de Valdizán sobre el “cocainismo indígena” que dio pié al absurdo proceso. No
está demás señalar que las presuntas investigaciones científicas que
respaldaron el negativo Informe de la Comisión de Estudio eran trabajos
presididos por el prejuicio escolástico kraepeliano
contra la cocaína que sus miembros no pusieron siquiera en duda. Planteamientos
erróneos y métodos de investigación cuestionables, cuando no risibles hoy día,
sirvieron de base al Informe que llevó al Comité de Expertos de la OMS a
imponer la sentencia que se empeñó en mantener en 1992
[17].
La cocaína
Detrás del juicio a
la coca seguido al final de los 40, ejercía su presencia la anterior condena de
la cocaína, la que a su vez es cuestionable en su origen. Esta tarea ha sido
posible por la publicación, en 1975, de los Cocaine Papers de Sigmund Freud, gracias al interés del profesor Robert
Byck y a la autorización de Anna
Freud, hija del creador del psicoanálisis. La
historia de los sucesos producidos en Viena entre 1884 y 1887 nos muestra que
la estigmatización de la cocaína fue resultado de la extrapolación en la que
incurrió un neuropsiquiatra alarmado por el triste resultado que había tenido
en un distinguido colega y amigo de Freud, a quien
éste le prescribió inyecciones de cocaína para librarse de la habituación a la
morfina (Erlenmeyer, 1885). De Erlenmeyer
y su reacción, viene ese lugar común hoy día que es llamarle al alcaloide “ flagelo”,
apreciación en la que se apoyó poco después Kraepelin
(1891) para referirse al “cocainismo ” como el ansia
o deseo de consumirla, dada su naturaleza “tóxica”.
Tal como la
psicología experimental ha venido demostrando, desde Külpe
(1904) hasta Bruner (1949, 1955) nuestra actitud
determina el acto fundamental de la percepción, identificación, reconocimiento
o categorización. En función de tal identificación se analiza el objeto,
precisándose sus características. De ahí el poder seductor de los prejuicios,
que condicionan nuestra perspectiva. El prejuicio psiquiátrico, desde entonces,
se convirtió en la mirada pública.
La hoja de coca,
percibida hasta el surgimiento del discurso psiquiátrico como planta nutritiva
y medicinal (Mortimer, 1901), fue recategorizada
como droga peligrosa por la “adicción” que provocaba la “cocaína” contenida en
sus hojas (cocainismo). Ella sería la “sustancia
activa” precisada por la farmacología en el siglo XIX para dar razón de sus más
notables efectos: anestésico local y, a la vez, estimulante del sistema
nervioso. Recordemos que Freud en su primer ensayo Úber Coca (1884), había asumido el mismo punto de partida,
al atribuir las virtudes reconocidas en las hojas al alcaloide extraído de
ellas:“la cocaína y sus sales son preparados que
tienen todos los efectos, o al menos los más esenciales, de las hojas de coca”
[18]
Tal reduccionismo inicial y compartido permitió igualmente el
traslado arbitrario de su condena a la propia hoja, omitiendo considerar que
esta era un compuesto orgánico. Para ello, por congruencia (Osgood
&Tannenbaum,1955) o consonancia
(Festinger, 1957), se debió soterrar la información
anterior que hablaba de sus beneficios. El Informe de la Comisión de las
Naciones Unidas puede legítimamente ser cuestionado, en otras palabras, por
haberse escondido pruebas. Poner al día la información científica implicaría
recuperar tal información y recoger investigaciones básicas recientes que no
han sido incorporadas al archivo de la coca en las Naciones Unidas y menos
tenidas en cuenta por la Organización Mundial de la Salud.
La
hoja de coca como complemento nutricional
Sigmund
Freud creyó encontrar en la cocaína al estupendo
estimulante que se requería: ”Muchos médicos han
pensado que la cocaína puede llegar a ocupar un puesto importante entre la
serie de fármacos que administran los psiquiatras. Es bien sabido que éstos
tienen una amplia gama de productos que les permiten ayudar a sus pacientes a
reducir la excitación de los centros nerviosos, pero que no tienen ninguno para
aumentar un funcionamiento menguado de esos centros”. Era, en el lenguaje
médico de la época, el remedio ideal para la “neurastenia” (Beard,1868).
No es extraño que el reduccionismo farmacológico adoptado por Freud al querer ver en la cocaína “el auténtico agente de
los efectos de la hoja de coca” fue facilitado por el nivel de análisis al que
había llegado la química, de acuerdo a lo que el mismo Freud
precisaba en su monografía Über Coca: “según las
informaciones de los químicos, las hojas de coca contienen algunas otras
sustancias que todavía no han sido descubiertas”.
Poco a poco, sin
embargo, el compuesto orgánico fue analizado, llegando a que la propia Comisión
de Estudio nombrada por el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas
reconociera en el Informe (1950) que, como otro vegetal más, compartía la coca
diversos nutrientes, vitaminas y minerales, en especial el calcio, sin reparar
en el menosprecio del dato debido al dominio ejercido por el discurso
farmacológico-psiquiátrico que reducía la coca a la cocaína.
En 1965, Carlos
Collazos Chiriboga, Director por entonces del Instituto de Nutrición del
Ministerio de Salud del Perú, publicó un informe sobre “Coqueo y Nutrición” que
no mereció el debido reconocimiento, pues se había iniciado entonces ya el
silenciamiento del tema, dado que la coca estaba destinada a la extinción. Tal
medida había sido aceptada por nuestro gobierno en la Convención Única de
Estupefacientes realizada en Nueva York en 1961, en ausencia
de una representación diplomática crítica que cuestionara los supuestos de los
acuerdos prohibicionistas logrados.
El aporte decisivo
del doctor Collazos a la consideración de la hoja de coca como alimento fue
demostrar experimentalmente la extracción “no desdeñable, por cierto, de varios
nutrientes importantes”, y en especial el aprovechamiento del caroteno,
apreciado en el plasma sanguíneo luego del coqueo tradicional. Su primera
conclusión fue señalar que “contiene varias sustancias nutritivas, algunas de
ellas en proporción llamativa”, pero que “su asociación con la cocaína
significa impedimento capital para su consumo”.
El análisis de la
hoja de coca cumplido por Duke, Aulik
y Plowman (1975) demostró la gran riqueza de
nutrientes de la hoja de coca, comparada con el de las 50 mejores plantas
alimenticias de Latinoamérica, encontrándose valores específicos que les llevó
a resaltar su importancia: 100 gramos de hoja de coca satisfacerían
los requerimientos recomendados para hombres y mujeres en calcio, fósforo,
vitamina A y riboflavina.
Ni los hallazgos
científicos señalados, ni las críticas formuladas desde los mismos Estados
Unidos (Martín R., 1970; Weil A., 1972, 1975; Grinspoon L.y Bakalar
J, 1976) cambiaron la apreciación psiquiátrica y oficial del alimento andino,
razón que explica en el Perú la dación del DL. 22095 (1978), aún vigente, cuyo
considerando inicial califica al coqueo andino como “problema social”. La
respuesta académica no tardó y se hizo presente, meses después, en América
Indígena 4 (1978), la prestigiosa revista del Instituto Indigenista
Interamericano[19]. La investigación llevada adelante en
Bolivia por William Carter y Mauricio Mamani[20], recogiendo información básica en el universo
de los usuarios tradicionales, no logró alterar tampoco la política sustitucionista regida por la legislación internacional que
excluye la realidad de la coca como alimento del mundo andino y , de acuerdo a
la versión psiquiátrica, sigue siendo considerada “droga tóxica”.
Marihuana y amapola del opio
Si bien la historia
del desprestigio de la marihuana (Cannabis indica, sativa) y de la amapola del opio (Papaver
somniferum) no consta en un expediente oficial de las
Naciones Unidas, como consta el caso de la hoja de coca, sería fácil corroborar
el origen puramente psiquiátrico de su descrédito mediante estudios históricos
similares al seguido en el caso de la planta andina. Bastaría pasar de la
ciencia actual a su historia, como recomendó Thomas Khun
en su iluminador libro Las revoluciones científicas (1964). Se apreciará
entonces cómo el prejuicio psicopatologizante,
asumido oficialmente y difundido por la propaganda oficial gracias al prestigio
otorgado a la psiquiatría, se impuso al saber médico que siempre las consideró
útiles medicinas tradicionales del sistema nervioso.
Es suficiente, para
confirmar lo dicho, revisar la preciosa información proporcionada por Szasz en su Ceremonial Chemistry,
the ritual persecution of drugs, addicts
and pushers, publicado en
1973, libro mencionado sólo marginalmente en las revistas más serias, dadas las
consecuencias que tendría la adopción de su denuncia de la “adicción” como un
seudo diagnóstico médico. Según registra Szasz, en
1885 el Informe de la Royal Commission on Opium comparó al opio con el
licor y en 1894, el Informe de la Indian Hemp Drug Comission, por encargo
del gobierno británico, concluyó que ”el uso regular,
moderado de ganja o bhang
produce el mismo efecto que dosis regulares y moderadas de whiski”.
El cáñamo de la India y los opiáceos tenían de hecho ya por entonces un lugar
asegurado en la farmacopea aprobada. Como Thomas Szasz
destacó, “la mitología de la psiquiatría ha corrompido no sólo nuestro sentido
común y la ley, sino también nuestro lenguaje y nuestra farmacología”. Ella
desorienta a la política y a la desinformada opinión pública, la que
ciertamente apoyaría la modificación de las leyes si se reconociera a las
plantas prohibidas como plantas psicoactivas
medicinales de uso tradicional.
Conclusión
La revisión de la
información oficial sobre la hoja de coca que consta en las Naciones Unidas,
desde el Informe de la Comisión de Estudio (o Encuesta) de las Hojas de Coca
(1950), muestra la evidente distorsión del punto de la “mirada” psiquiátrica
que descartó o ignoró la validez de la anterior información médica, de lo cual
la “Bibliografía anotada” del referido Informe constituye una prueba
documental. El “paradigma” de las “intoxicaciones crónicas” o “addictions” consagrado como “enfermedades mentales”,
merecedoras al menos de tratamiento, proporcionó y mantiene el apoyo
doctrinario al prohibicionismo estatal en los Estados Unidos, convertido luego
en patrón exportable de su política internacional (Nadelmann,
1988).
Independientemente
por ello de las nefastas consecuencias económicas, sociales y políticas de la
cruzada mundial, de las cuales especialmente los países productores pagamos las
consecuencias, como es el caso de los países andinos, se impone el
cuestionamiento del actual “desorden establecido” por razones estrictas de
salud. La reapropiación por la Humanidad de las plantas medicinales del sistema
nervioso estigmatizadas por la escolástica psiquiátrica permitiría el
reordenamiento pacífico de los países productores y, a la vez, una verdadera
educación para su debido aprovechamiento fundado en información médica
confiable. Sería la mjor manera de responder al reto
del uso desordenado y ocasionalmente clandestino de drogas legales e ilegales,
puesto que se atendería, en forma natural, al apetito selectivo del sistema
nervioso por los nutrientes particulares que aprovecha de las plantas[21].
Saliendo de las
sombras que la descalificadora doctrina psiquiátrica
mantiene, los usuarios de las plantas prohibidas podríamos reclamar nuestro
derecho derecho a contar con el abastecimiento
regular de las plantas preferidas, en el orden y magnitud del cacao, el café o
el té. Los países productores tradicionales, cara a cara con los paises desarrollados, tendrían así respaldo a su potencial
agroindustria para colocar en el mercado global grandes y preciosos recursos
naturales cuyo uso habitual respaldan sendas y respetables tradiciones.
Cartagena de Indias, 20
de junio del 2003.
Baldo.caceres@stanfordalumni.org
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Instrucción
Se pide unir los 9 punto mediante cuatro rectas trazadas sin levantar el lapiz y sin volver sobre ellas. Es una buena ilustración de lo que es un “marco de referencia”.
* Agradezco al doctor Ernesto Pollitt B. su previa lectura y comentarios.
[1] Las doce potencias reunidas acordaron llevar adelante la campaña humanitaria iniciada en Shangai de la supresión progresiva “del uso del opio, de la morfina, de la cocaína, así como de aquellas drogas preparadas o derivadas de ellas”.
[2] Mortimer, Golden
History of Coca, “The Divine Plant” of the
Incas”, Fitz Huhg
De la Coca a la Cocaïne, Utz, Paris, 1992
[3] Versaban sobre la acción fisiológica y aplicaciones terapéuticas de la coca. Enviada a cinco mil médicos fue respondida por 1206, de los cuales 369 registraban las observaciones directas de su empleo, incluso como alimento.
[4] Hoy llamado Comité de Expertos en Farmacodependencia
[5] Cabe resaltar que se exceptuaba la producción destinada a la obtención de un agente saporífero sin alcaloides, salvando así la destinada a la empresa Coca Cola que ha seguido usando a la hoja de coca como parte de su fórmula secreta (Pendergrast,1993).
[6] Economía marginada habitualmente por los economistas formales, con la reconocida excepción de Milton Friedman, quien debido a ello ha abogado desde décadas atrás por la legalización como una de las soluciones a problemas mundiales. Por su carácter clandestino no existe información que permita el tratamiento debido del tema.
[7]
Levine, Harry G. The Secret of Worldwide Drug Prohibition:
The Varieties and Uses of Drug Prohibition, THE INDEPENDENT REVIEW,
Fall 2002.
[8]
Levine, Harry G Global drug prohibition: its
uses and crises. International Journal of
Drug Policy
Vol 14, Issue. 2, April 2003, Pages 145-153:
“Harm reduction offers a radically tolerant and pragmatic approach to both
drug use and drug prohibition. It assumes that neither are going away anytime
soon and suggests therefore that reasonable and responsible people try to
persuade those who use drugs, and those who use drug prohibition, to minimise the harms that their activities produce”.
[9] En el anterior análisis
de Levine, arriba citado: “
[10] Un problema sin solución es un problema mal planteado por limitaciones propias del pensamiento.
Es ilustrativo al respecto el “irresoluble” problema de Maier que registramos luego de la bibliografía
[11] Cáceres Santa María, Baldomero La Coca, el Mundo Andino y los extirpadores de idolatrías del siglo XX, América Indígena 4, Instituto Indigenista Interamericano, México, 1978
[12] Comité de Expertos de la 28º informe , Serie de Informes Técnicos 836, Ginebra ,1993
OMS en Farmacodependencia
[13] Figura egregia de medicina peruana, ministro de José de San Martín al crearse la República. El mismo año salió publicada en The American Journal of Science and Arts, vol III , New-Haven (1821) un resumen de su comunicación a Samuel L. Mitchill sobre las virtudes de la coca.
[14] Un análisis pormenorizado de la bibliografía en Cáceres (1990) y Díaz (1998)
[15] Wolf, Pablo O. General Considerations on the
Problem of Coca-Leaf Chewing, Bulletin on Narcotics 1952, Issue 2
[16] Valdizán, Hermilio El cocainismo y la raza indígena, La Crónica Médica, Lima, 15 de agosto de 1913. El doctor Valdizán, creador de la cátedra de Psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Marcos de Lima, dio el aporte inicial y decisivo a la satanización del coqueo andino con su alarmante artículo
[17] Ver las diversas críticas en: Diaz (1998).
[18] Freud, Sigmund Escritos sobre cocaína, Robert Byck ed., Editorial Anagrama, Barcelona, 1980. p.110
[19] En 1978 apareció en Londres Mama Coca por Antonil (seudónimo de Anthony R. Henmann), libro traducido al español y publicado con el nombre del autor en 1981 por La Oveja Negra, Bogota. También en hisbol-VBD, La Paz, 1992.
[20] Carter, W.; Mamani, M. Coca en Bolivia, Edit. Juventud, La Paz, 1986
[21] Habituación que alcanza al reino animal, como nos lo recuerda Giorgio Samorini, en Animales que se drogan, Ed. Cáñamo, Barcelona, .2003.
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