LA POLÍTICA COLOMBIANA DE DROGAS. EN LA NAVE DE
LOS LOCOS
Un análisis desde la construcción social del problema de las drogas
Beatriz Acevedo Holguin
INTRODUCCIÓN
“Say whatever
you want about drugs,
as long it
is negative”.
Stanton
Peele
A. La noción de droga
Durante
el siglo XX se desarrolló un concepto de droga que como fenómeno social ha
derivado en la necesidad de ser reglamentado, al punto que hablar de política
de drogas equivale a entender que existe toda una red de discursos, acciones y
presupuestos dirigidos a la atención de este tema. La connotación de problema que tienen las
drogas, amparada en el argumento de “salud pública”, hasta llegar a ser un
problema de seguridad nacional, que conduce a la actual “guerra contra las
Drogas”.
Si
bien esta percepción de las drogas como un problema parece ser un lugar común
que no se cuestiona, es importante recordar que dicha calificación no corresponde
a un proceso antiguo o arraigado y es relativamente reciente pues es tan solo
en el siglo XX donde se propaga esta concepción, que acompaña procesos
sociales, políticos y económicos de orden mundial, confiriéndole su carácter
actual.
Las
drogas han estado presentes en distintos momentos del desarrollo de la
humanidad, desde tiempos antiguos. Los
pioneros de la medicina en Grecia se referían a las drogas como “sustancias que
provocan grandes cambios orgánicos o en el estado de ánimo”. La delgada línea que separa al “veneno” del
“remedio” en el significado del pharmakon en la antigüedad era dada por la dosis y no
existía en su designación una separación radical entre el bien o el mal.
Antonio
Escohotado (1998) encuentra la misma raíz en los
términos griegos pharmakon , que se refería
al veneno y al remedio y la palabra pharmakos, que designaba a la víctima del
sacrificio expiatorio. En las ceremonias destinadas a la relación con los
dioses podía emplearse “el chivo expiatorio” (pharmakos) como ofrenda, en
otras, la comunidad pactaba con ellos por medio de un banquete, donde se utilizaban distintos pharmakon.
Cambiando la consonante final y el
acento, la misma palabra designa cosas que –en principio al menos- carecen de
vínculo alguno. El pharmakos pertenece al
sacrificio-regalo y el pharmakon
al sacrificio comunión. (Escohotado, 1998: 44)
Paradójicamente
este doble significado rige hoy la mirada sobre las drogas, representadas en la
figura del chivo expiatorio, cuya
destrucción ha de satisfacer a nuestros dioses enojados. La demonización,
tanto desde la visión de los países líderes de la cruzada antidrogas, como
desde la de aquellos que las producen -y por tanto son los destinatarios de la
política de represión característica de la “extracción del mal”; no permite un
acercamiento objetivo a la situación.
El cambio hacia
la connotación actual de las drogas tienen que ver con
los términos asociados a ellas. La
referencia desde múltiples vocablos a las drogas, pasa por palabras inexactas
como es el caso del término “narcótico”,
literalmente referido a sustancias inductoras al sueño, que se usa
corrientemente para señalar la totalidad de las sustancias ilegales que
constituyen problemas para la sociedad y la seguridad. Otro ejemplo es la
obligatoria palabra “abuso” en la
terminología institucional americana para hablar sobre todo lo referente a
drogas[1].
Ahora
bien, estos cambios tendrán un efecto directo sobre su regulación a través de
la política, la legislación y sobre todo en la circulación social del concepto
“droga”. De esta manera se justifica el
castigo, la persecución y la marginalización de ciertos grupos, de manera
similar al papel que juega la locura en la época clásica, según Michel Foucault (1998).
A
partir del siglo XV y después de la Edad Media, la figura del loco cobra
importancia como referencia social y representa el sentido de exclusión. Existe una fascinación del hombre por la
locura, expresada en las pinturas del Bosco, siendo
la base de la Metáfora de la Nave de los Locos, aquí presentada. El tratamiento de estos “locos” varía de
ciudad a ciudad, y mientras en algunas comunidades se los “embarca” en naves de
locos, quizá en busca de la razón perdida, en otras, son alojados y mantenidos
por el presupuesto de la ciudad, y sin embargo no son tratados médicamente,
sino arrojados a las prisiones.
Esta
percepción se modificará en el siglo XVII con los cambios en la percepción
social frente al loco. La
institucionalidad actúa como un modo de delimitación o tratamiento de su problema. Sin embargo, la potestad de la definición de
la demencia no depende únicamente de los establecimientos médicos, se acude a
otras estructuras semijurídicas o administrativas que
“juzgan, deciden y ejecutan”. Sus pautas
están dadas en el orden burgués o monárquico y la calificación de “locos”, se
hace por medio de las acusaciones de familias, vecinos o religiosos que
demuestran la “peligrosidad” de la insensatez del acusado. (Foucault, 1998:
201)
De manera similar, hoy llamamos “loco” o “adicto” al usuario de
drogas. Lo que cambia aquí es la sensibilidad frente al consumo de ciertas
sustancias que “enloquecen” a las personas.
La manera en que se construye esta sensibilidad social es un punto
fundamental en este trabajo, al reforzar con ella el discurso normativo y el
control social.
Básicamente,
el concepto de adicción brinda el elemento problemático al uso de drogas. La
Convención Unica de Estupefacientes de 1961 ha
definido el término adicción de la siguiente manera:
Estado de intoxicación crónica y
periódica originada por el consumo repetido de una droga, natural o sintética
caracterizada por: a.
una compulsión a continuar consumiendo por cualquier medio, b. Una tendencia al
aumento de las dosis, c. Una dependencia psíquica y generalmente física de los
efectos y d. Consecuencias perjudiciales
para el individuo y la sociedad. JIFE, www.incb.org/s/ar/1996/menu.htm
La
definición de adicción conlleva acciones represivas que acusan a los usuarios,
u ocasionales (en esto no hay distinción propiamente dicha), o como enfermos o
criminales. Cualquiera de las dos
connotaciones exige el “internamiento”, ya sea en el hospital o en las
cárceles.
Como ejemplo, en la legislación colombiana el uso de
drogas está asociado a su “peligrosidad” social y a la posibilidad de perturbar
el orden público: Ley
118 de 1928, Ley 11 de 1920, Decreto 1136 de 1970, Ley 30 de 1986. Estas tratan las drogas como sustancias que
forman “hábito pernicioso”, provocadoras de alteraciones en la “tranquilidad
pública”.
En una perspectiva jurídica, el uso de drogas es dañino incluso para
quien las utiliza, siendo la víctima su
propio victimario, pudiendo derivar a conductas criminales. Sin embargo, solo ciertas sustancias se hallan
clasificadas como peligrosas. Si nos atenemos a la definición de drogas como
sustancias que alteran el ánimo, habría infinitas sustancias en esta
clasificación. De allí que por su
taxonomía y delimitación hacen parte de un complejo mecanismo de construcción
social y política que da origen a la prohibición excluyente de ciertas drogas.
En la
actualidad, están fiscalizados más de 116 estupefacientes a partir de la
Convención Única de Estupefacientes de 1961. Figuran principalmente los
productos naturales como el opio y sus derivados, la morfina, la codeína y la
heroína; estupefacientes sintéticos, como la metadona
y la petidina, así como el cannabis
y la cocaína. [2]
Como puede apreciarse, la atención está dirigida a tres sustancias de
origen natural: la marihuana (cannabis), la cocaína
(coca) y la heroína (amapola). Este
contexto de ilegalidad determina la dinámica de producción-consumo de dichas
sustancias, siendo la prohibición una estrategia que legitima (implícita o
explícitamente) otras acciones de intervención de lo público en lo
estrictamente privado, así como también en los ámbitos llamados de producción,
es decir, en otros países.
Las maneras de propagación del concepto de “drogas” conforman un
sistema cerrado, donde no se distingue claramente los discursos sociales de los
fiscalizadores. Es difícil determinar si
primero existe la construcción social o el discurso político legal, lo cierto
es que uno y otro se refuerzan mutuamente hasta
convertirse en verdad legítima y aceptada.
Para
algunos autores D. Musto, J. Inciardi,
R. Del Olmo, entre otros, la concepción de droga iniciada en los Estados Unidos
considera el consumo de drogas como un problema de criminalidad asociado a
grupos específicos de la población: negros consumidores de cocaína, como potenciales
violadores; chinos inmigrantes adictos al opio, en las chinatowns,
lugares de vicio y perdición, e inmigrantes chicanos consumidores de
marihuana. Esto corresponde a lo no
americano y requiere por tanto ser marginado.
En el ámbito científico las drogas corresponden a una
categoría más general. Se las denomina
“sustancias psicoactivas” –SPA- y se las distingue
por su origen, los efectos neurológicos y sus similitudes con sustancias en la
inmensa gama de las que regulan el ánimo y las emociones humanas: endorfinas.
Los científicos han jugado un papel determinante
tanto en el “descubrimiento” como en la “definición” de las SPA. En esto, el carácter objetivo de la ciencia y
la investigación le han dado un halo “neutral” a la designación de las “drogas”.
Los científicos y empresas farmacéuticas constituyen grupos de interés, que
construyen sus propios saberes para legitimarse, por
lo que es importante entender los propósitos que los inspiran y del mismo modo
deben revisarse algunas sus definiciones, aparentemente incuestionables.[3]
De acuerdo con la
mirada sobre las cosas, del sociólogo
Max Weber, en tanto objetos
inanimados o no humanos, las drogas entran
en el ámbito de las ciencias humanas como ocasión, resultado, estímulo u
obstáculo de la acción humana. De esta manera solo es posible entender su
significado por el sentido que a su producción y empleo le presta (o quisiera
prestar) la acción humana (con finalidades posiblemente muy diversas). Por
tanto, la definición central sobre la droga deberá ser entendida con referencia
a la acción humana, como medio o como fin, pero siempre ligado a una
subjetividad y un contexto determinado que valora o releva dichas cosas (Weber,
1997: 9).
Las drogas se emplean como un “satisfactor” de una
necesidad expresa de un grupo o de individuos particulares. Las razones por las cuales se “elige” un
satisfactor son diversas, y tienen en cuenta aspectos culturales y valorativos
de carácter eminentemente subjetivo además de las categorías de disponibilidad
y precio.
Para el investigador Iban de Rementería las
drogas solo pueden ser entendidas en una perspectiva de mercado, donde un producto, como portador de satisfacción,
únicamente se convierte en mercancía si es puesto en el mercado, pues solo allí
puede realizarse como bien o servicio: satisfacer una necesidad específica,
cumplir una función de utilidad y ser retribuido por su precio (De Rementería,
2001: 165).
En este orden de ideas, las drogas vendrían a satisfacer una
necesidad, y por tanto las acciones sociales que implica su uso corresponderían
a acciones sociales racionales que satisfacen un fin o un propósito.
El hecho de que ciertas sustancias estén prohibidas según ambiguos
criterios, hace que surja un mercado ilegal en el cual se producen y
comercializan estas sustancias.
Hoy ilegalizada, la droga es la
mercancía por excelencia, ya que tiene la mayor velocidad de reproducción
ampliada y la más alta tasa de acumulación de capital, no tiene competencia en
el mercado, ni está sometida a obligación tributaria
alguno.
(De Rementería,
2001: 165)
Se deriva de esta ilegalidad la necesidad de cubrir con otro tipo de
empresas la provisión de estas sustancias.
“Entendemos por provisión de drogas el
conjunto de actividades necesarias para su producción, distribución y expendio.
A partir de la ilegalización de las drogas, al conjunto de agentes organizados
para realizar esas actividades ilícitas lo llamamos genéricamente
narcotráfico”. (De Rementería, 2001: 167)
Esto conduce a la pregunta por la naturaleza de estas
organizaciones. Aunque la referencia
generalizada es la de narcotráfico como mafia, esta identificación no es del
todo exacta. Ciro Krauthausen, su trabajo de
sociología de la Universidad Naconal de 1991: Cocaina y Co., y en su último
libro de 1998, Padrinos y Mercaderes, caracteriza sociológicamente
estos grupos. Por medio del análisis
comparativo de la mafia italiana y el narcotráfico en Colombia, pueden
establecerse algunos rasgos sustanciales, organizativos y contextuales, y
comprenderse diferencias y similitudes.
Krauthausen explica que no
todas las mafias son narcotraficantes, ni todos las
organizaciones de narcotraficantes adoptan modelos de la mafia. Halla una serie
de coincidencias y transiciones en términos organizativos según la actividad
principal que les atañe:
Gran parte de estas diferencias puede
explicarse con el hecho de que los modelos organizativos seleccionados tienen
objetivos distintos. Los mafiosos se
organizan tal como lo exige el ejercicio ilegal del poder, es decir, el complejo
extorsión-protección y el concomitante control territorial. Para ello un modelo jerárquico y cerrado es
lo más apropiado. Los narcotraficantes
colombianos, en cambio, buscan encontrar la forma organizativa más eficiente
para la producción y comercialización de mercancías ilegales. (Krauthausen, 1998: 244)
En
síntesis, lo que puede observarse es que toda definición de “drogas” involucra
aspectos sociales, económicos, institucionales y políticos. Para los efectos de este trabajo, la
definición dada por el filósofo Jacques Derrida
resulta ser más apropiada en el análisis propuesto:
La “droga” es también una palabra y es un concepto, aun antes de que
se le pongan comillas, más para marcar
su mención que para servirse de ellas, pues las cosas mismas no son vendidas,
compradas o consumidas. ... en el caso
de la droga el régimen del concepto es diferente: no hay droga en la naturaleza. Pueden darse venenos naturales y también
venenos naturalmente mortales, pero no lo son en cuanto drogas... Como el de toxicomanía,
el concepto de droga supone una definición instituida, institucional, necesita
una historia, una cultura, unas convenciones, evaluaciones, normas, todo un
retículo de discursos entrecruzados, una retórica explícita o elíptica... Para
la droga no se da una definición objetiva, científica, física...
De aquí hay que concluir que el concepto de droga es un concepto no
científico, instituido a partir de evaluaciones morales o políticas, que lleva en sí mismo la norma de la
prohibición”.
(Derrida, 1995: 33)
B.
Presentación
de la situación
El objetivo de
este trabajo es comprender cómo se produce y se reproduce la política de drogas
en el caso colombiano, teniendo en cuenta su expresión en normas e instituciones creadas y considerando las construcciones
sociales que la respaldan.
Se
entiende la política como proceso de negociación de intereses de distintos
grupos de poder, expresada en legislación y asignación de responsabilidades a
agencias del Estado (burocracia).
Varias
presiones inciden en este proceso de negociación: las de los grupos de interés
(nacionales o extranjeros) que poseen una “fuerza relativa de juego” o poder
para incidir sobre determinada situación; y la presión de la opinión pública,que tiene una idea sobre el problema, es decir, una
construcción social.
La
construcción social del “problema de drogas” expresada en la opinión pública se
explica a través de diferentes definiciones:
Grandperre la define como “construccionismo social”, refiriéndose al conocimiento que
evoluciona dentro de un proceso social continuo a través de las interacciones
sociales, superpuestas al conocimiento que se deriva de la información de
primera mano en el mundo no social. (De Grandpre, 1996:
302)
Mauricio
García agrega que la opinión pública no se da en un proceso espontáneo sino que
surge de las instituciones, los medios de comunicación y la relación de las
normas con la construcción social del problema o situación reglamentada.
(García, 1993: 49)
Según el teorema sociológico
conocido por el nombre de sus autores, William y Dorothy
Swaine Thomas, si se afirma una determinada imagen de
la realidad, a partir de la construcción social, se producen efectos
reales. En el sistema de la droga, la
reacción social criminalizadora produce por sí misma
la realidad que la legitima. (Baratta, 1994: 50)
La
construcción social se conforma a partir de los grupos particulares que la
definen y dependiendo de ellos, crean normas e instituciones específicas. Por
ejemplo, en el caso francés son los psiquiatras quienes definen el consumo de
drogas como un acto de inconformidad del individuo en la sociedad, derivando su
uso en amenaza, delito o transgresión. En cambio, en la legislación holandesa,
influenciada por la definición de los sociólogos, el uso de drogas es una práctica
cultural que más que eliminada debe ser controlada. Su abuso se considera
adicción y es un problema de salud pública.
(Boekhut Van Solinge,
1999)
Para
investigadores como Peter Cohen, la construcción
social que da origen a la actual cruzada contra las drogas liderada por los
Estados Unidos, se remonta a los siglos XVIII y XIX y extrae del Movimiento por
la Abstinencia los valores clásicos de la moral victoriana y la percepción de
los misioneros ingleses sobre el consumo de opio en la China.[4]
En el
caso colombiano, la definición de la política emerge como respuesta a las
convenciones internacionales y a la propagación de las percepciones de la
sociedad norteamericana, interpretada a la luz de los valores intrínsecos de la
sociedad colombiana. El surgimiento de los grupos dedicados al narcotráfico,
que aparentemente se insertan dentro del esquema sociopolítico colombiano, van
a generar nuevos discursos acompañados por la égida ideológica norteamericana.
Así,
las diversas posiciones, tanto la de los “afectados” por la política como lo de
sus “ejecutores o inspiradores”, generan lo que Francisco Thoumi
denomina “la satanización del problema
de las drogas”, que no considera los elementos centrales para la solución del
problema.
Infortunadamente el moralismo estadounidense sataniza las drogas, mientras que la desconfianza
colombiana sataniza a Estados Unidos, lo cual hace
que entre ambas sociedades prevalezca un diálogo de sordos que lleva a que en
ambas se tienda a exportar la responsabilidad del ‘problema’ de las drogas. (Thoumi, 2002)
Adicionalmente,
es necesario incorporar otros elementos a este diálogo potencial, incluyendo
las preguntas por dónde surge y cómo circula la construcción social del tema de
las drogas a través de los discursos normativos y su interpretación por parte
de los diferentes actores. Esto entendido desde la sociología política y en
referencia a las características de los Estados que intervienen en su
conformación. Estos son los elementos clave de este trabajo, de los cuales se
derivan las siguientes hipótesis:
C. Hipótesis
1. Entendiendo la
política como un proceso de negociación en torno a intereses particulares y
presiones externas e internas, este proceso refleja la forma en que el Estado
se ha desarrollado históricamente.
La evolución
de la política ha estado marcada por las posiciones relativas de los actores
que la negocian y ha privilegiado a unos u otros en virtud del devenir
histórico del Estado colombiano. Habiendo en juego distintos intereses y
presiones, la política debe ser entendida en función de la construcción social
que beneficia a ciertos actores en un momento determinado y define
estrategias. Actualmente, la política de
drogas en Colombia ha privilegiado una concepción de las drogas que le otorga poder a determinadas
instituciones del Estado para enfrentar el problema con estrategias
principalmente de carácter represivo.
La
política actual, que concibe a las drogas como un asunto de “seguridad
nacional” ha concentrado las decisiones en el Ejecutivo y en el ámbito militar,
excluyendo a la sociedad civil de la discusión y obstruyendo la circulación de
alternativas teóricas y estratégicas sobre ellas.
2. Por
otra parte, considerando que la efectividad de una política está en función de
la capacidad del Estado de mantener el legítimo monopolio de su fuerza física,
y de su posibilidad de instaurar un orden social que genere valores y
comportamientos legales, en el caso colombiano, dado que estas condiciones no
se cumplen a cabalidad, esto ha facilitado la aparición y desarrollo de los grupos involucrados en el
negocio de drogas ilícitas.
Este
hecho ha sido considerado desde distintos puntos de vista:
En una
comparación entre el surgimiento de grupos de mafia y organizaciones de
narcotráfico, Ciro Krauthausen presenta como
característica común a estos fenómenos la existencia de un Estado débil con
escasa presencia territorial y poca legitimación social, que tiende lazos entre
lo ilegal y lo legal, en medio de intensos procesos de transformación.[5]
Para
Edgar Reveiz la característica del Estado Colombiano
como un escenario de negociación de privilegios y prebendas abrió la
posibilidad para que estos grupos entraran al proceso de negociación de la
política. Ellos no buscan necesariamente un nuevo orden, sino asegurarse un
lugar en el sistema estatuido.
Por
otra parte Francisco Thoumi afirma que el auge del
narcotráfico como grupo de poder fue posible en el contexto colombiano por factores asociados al capital social, y
en general a la actitud permisiva de la sociedad colombiana que de manera
sostenida ha irrespetado el derecho básico de la propiedad.
Para
Tatiana Matthiesen la valoración entre los costos
internos para Colombia de las acciones de presión de los narcotraficantes
frente a la cooperación con los Estados Unidos, generó un cambio en las
relaciones y por tanto en la política. De esta manera se pasó de una
cooperación plena con los Estados Unidos (Gobierno Barco) a una estrategia de
conciliación entre las presiones internas y externas en la política de sometimiento
de Gaviria.
3. Por último, la política de drogas estará
justificada por un mecanismo de construcción social que sustenta y renueva la
idea de las drogas en la opinión pública. Las leyes instituyen una percepción
social que transforma y refuerza las acciones políticas y a su vez ellas
construyen opinión pública. En este
proceso se negocian “verdades” y son estas las que definen las leyes y le dan
poder a las instituciones.
Los
narcotraficantes también pueden construir opinión pública. Así se han construido
leyendas en torno a la figura de los capos, el caso de Pablo Escobar,
mistificándolo. Para Ciro Krauthausen estas leyendas brindan identidad a los grupos
involucrados en actividades ilícitas o criminales y generan un cierto apoyo
social popular, como una forma de dominación de tipo autoritario o
patriarcal.
El
establecimiento crea “opinión pública” sobre las drogas, según intereses de
distinta índole. Así, surgen los de tipo
electoral; la mano dura frente al “flagelo”, y los de tipo económico, resaltando los altos costos del
consumo y su incidencia en la productividad; y por último, los referidos a la
salud pública y los costos en inversión social y seguridad. Los argumentos siempre dependerán de
coyunturas para los grupos que ostentan
el poder.
Los
discursos oficiales alrededor del problema de las drogas generan “pánico” y
legitiman acciones o excesos de poder político que en otras circunstancias
serían cuestionados. Así, en las
estrategias de intervención militar de los Estados Unidos en la lucha contra
las drogas se incluyen acciones antiterroristas que ignoran los tratados
internacionales. Estas estrategias deben
entenderse en el complejo entramado del escenario latinoamericano, donde las
acciones de la Base de Manta, la Triple Frontera, el ALCA y el ATPA, así como
la Iniciativa Regional Andina, hacen parte de la reconfiguración
geopolítica y económica del continente.
D. Modelo Propuesto
A
continuación se plantea el siguiente modelo analítico desde el cual se puede
interpretar la política en términos de sociología y de las consecuencias de los procesos
sociales de construcción de opinión pública.
E. Contenido
y discusiones
En el Capítulo 1,
se presenta el marco teórico, y se exponen las distintas herramientas conceptuales y de enfoque para abordar el tema de la
política de drogas. Se sigue como autor básico a Max Weber con sus definiciones de Estado, acción económica,
acción racional y gestión económica, para comprender los componentes básicos de
la formulación actual del problema de las drogas como política de Estado. Hay
una especial referencia al análisis burocrático que se desprende de la
formulación legal y la manera como la administración del problema expresa la
concepción del mismo.
En el
Capítulo 2, se hace un recuento de la manera como surge la percepción actual
del problema de drogas y se convierte en una cruzada mundial liderada por los
Estados Unidos.
En el
Capítulo 3, se analiza la política colombiana frente a las drogas, expresada en
las leyes y las disposiciones que representan la interpretación local de un
problema definido en el ámbito internacional.
Se muestra cómo evoluciona la al respecto, pasando
de ser un asunto de higiene y salud pública a ser un problema de seguridad
nacional.
En el
Capítulo 4, se expone cómo surge el narcotráfico en Colombia y la manera en que
la combinación de factores sociales, políticos, económicos y culturales le
dieron como un poder que exige reconocimiento dentro del sistema social, a
través de la política, la legitimación social y la legislación. Asociado al
narcotráfico irán surgiendo los grandes “enemigos internos” de nuestro país: el
“narcoterrorismo” y la “narcoguerrilla”, términos que en su indefinición serán
el argumento principal para la inversión militar y la reorientación de los
procesos de desarrollo del país.
Por
último, en el Capítulo 5, aparece una aproximación a la situación actual (2002)
del funcionamiento de Guerra contra las Drogas en Colombia y sus posibles
transformaciones en el seguimiento de la metáfora de la Nave de los Locos y la
extracción de la piedra de la locura.
Este
trabajo se basa en conceptos sociológicos elaborados por Max
Weber para explicar las acciones reguladas por la
política de drogas. Según este autor
“explicar” en sociología es, la ciencia que se ocupa del sentido de la
acción, la captación de la conexión del sentido en que se incluye una acción,
ya comprendida de modo actual, a tenor de su sentido “subjetivamente mentado”.
(Weber, 1997: 6).
Tal
como se planteó en la introducción, la mención subjetiva de las acciones
sociales en la producción y consumo de drogas está determinada por las
valoraciones sociales y esto a su vez es el objeto mismo del que hacer
sociológico. Para entender cómo se ha transformado el concepto de droga a lo
largo de la historia e identificar las fuentes sociales que le dan sentido, se
recurre a las referencias históricas.
Con
base en los “tipos ideales”, se trabajará con la noción de Estado Moderno
propuesta por Weber, como instituto político,
considerada como un tipo ideal de dominación legal basada en la racionalidad de
las leyes y en la independencia del aparato burocrático, con división del
trabajo y asignación de responsabilidades y presupuestos.
También
se trabajarán las nociones de acción social, acción económica, gestión
económica, instituto político, autoridad, entre otros conceptos básicos, para
entender qué es lo que reglamenta la política, qué acciones comprende y cuáles
son sus efectos en términos de las instituciones, los intereses negociados y
los grupos afectados por las medidas.
1.1. Acción social
Partimos
de la definición de acción social, para saber, cuáles son las conexiones que
tienen las acciones de producción y consumo de drogas dentro de la formulación
política.
La
política se expresa en leyes, institutos, discursos, acciones y operaciones. Si
el consumo y la producción son "acciones sociales", motivadas con
arreglo a fines, espedíficos en el caso de las
acciones de producción económicamente racionales, tendría que buscarse,
siguiendo a Weber, su conexión de sentido, la mención
de este sentido y su motivación, o las expectativas que conducen a la acción.[6]
El
consumo y la producción de sustancias psicoactivas
son acciones que se encuentran a lo largo de la historia y han sido normales en
distintas épocas, pueblos y territorios, ligadas a contextos culturales y
sociales particulares. Desde los
trances chamánicos de las religiones asiáticas,
pasando por los rituales indígenas americanos, el uso de drogas ha estado
presente en la cultura del hombre.(Furst,
1994; Wasson, 1992; Schultes
y Hoffman, 1993)
La evidencia histórica ha sido estudiada en abundantes trabajos de investigadores, científicos y académicos, por lo que no se hará una extensa referencia a ellos, salvo en el caso estrictamente colombiano.
1.2. Racionalidad del consumo
¿Cómo
sabemos que el consumo y la producción de drogas son acciones sociales, y no
modos de conducta reactivos, sin ningún sentido?
Si el consumo de drogas respondiera a una necesidad
psicofísica a la cual se reacciona, no podría hablarse de acción social. Si bien el planteamiento de De Rementería sobre las drogas, como bien que se realiza en el
mercado apunta a esta denominación, tanto el consumo como la producción
implican aspectos sociales en virtud de las construcciones que se han hecho a
su alrededor.
Siguiendo
la definición planteada por Weber, los límites entre
una conducta íntima y una conducta social están dados por el sentido (Weber, 1997: 18). En
el caso de la acción del consumo, aunque no es una conducta generalizada, se
dice que es una conducta común a grupos de personas no homogéneos y que obedece
a factores psicosociales determinados según cada caso
particular. Si la acción involucra una reacción en la sociedad, que la percibe
como algo indeseable, entonces debe considerarse como una acción social.
En el
caso del consumo, la referencia al motivo ha sido objeto de estudio de las
ciencias de la salud, en particular la medicina y la psiquiatría. Las
valoraciones que tiene la acción darían sentido a su realización. Según la
clasificación de Weber, se interpreta el uso de
drogas de la siguiente manera:
1.
Racional, con arreglo a fines. Se consume
la sustancia con el fin de crear un efecto fisiológico deseado. Se conoce la
sustancia a través de la experiencia, la valoración de sus efectos y la consideración
sobre la acción del consumo, que puede convertirse en uso.
2.
Racional, con arreglo a valores, teniendo
en cuenta que muchas de las prácticas con sustancias enteógenas[7] han
estado ligadas a contextos culturales de experiencia mística, en algunos casos,
o a prácticas adivinatorias, curativas o cosmogónicas que corresponden a
tradiciones y valoraciones no siempre racionales, ligadas a la costumbre a la
autoridad y a las creencias mítico-religiosas de los grupos.
3.
Podría ser afectiva, es decir, ligada a
una situación emocional que busca en el consumo el alivio o la manera de
tramitar cierta emocionalidad. Teniendo en cuenta la diversidad de usos de
las drogas: calmantes, estimulantes, ansiolíticas, reflexivas, etc., no puede
centrarse en una sola mirada que motive su uso.
4.
Así mismo puede ser tradicional, en tanto
está sujeta a cuadros de valores culturales, como es el caso de experiencias chamánicas o experiencias de revelación de los dioses en
las culturas precolombinas.
De
todas maneras, cualquier elección está condicionada por valoraciones sociales y
contextos culturales. En este punto el
elemento de la construcción social por parte de las personas que usan drogas
también es relevante en el momento de elegir esta u otra droga en determinados
escenarios sujetos a la finalidad misma de su utilización.
1.3. Racionalidad económica en el proceso de
producción de drogas
Abundantes
trabajos de importantes investigadores colombianos señalan la delgada línea
entre las acciones criminales (uso de violencia e intimidación) y la
racionalidad de las acciones del negocio de drogas ilegales en su proceso de
producción.
Como
negocio, esta acción racionalmente económica persigue unos beneficios y opera
con arreglo a un plan, que se manifiesta en una compleja red empresarial,
inserta en la lógica capitalista de los circuitos de producción y consumo, en
un contexto ilegal.
La evolución misma del negocio del
narcotráfico ha permitido su inserción en actividades eminentemente
comerciales, muy ligadas al desarrollo mismo de las nuevas economías. La
evidencia de la utilización de complejos sistemas informáticos y redes
satelitales muestra cómo el narcotráfico se amolda a los retos impuestos por la
ilegalidad y aprovecha las oportunidades de la tecnología.
Al
mismo tiempo, el carácter ilegal de sus acciones, sin un Estado que regule y
garantice sus relaciones, y el propio riesgo del negocio hacen que estos
“empresarios” se conviertan en criminales. No solo porque su acción es ilegal,
sino porque hacen uso de la violencia y del poder coercitivo para lograr sus
metas.
En el
caso del narcotráfico, la implementación de una compleja estructura empresarial
hace que esta acción no sea la de una simple reacción de búsqueda racional de
un objetivo concreto. Evidentemente, el
funcionamiento del negocio ilegal de drogas requiere una estructura empresarial
de distribución del riesgo y de actividades complementarias a la simple
producción. De hecho, lo que más vale
dentro del negocio del narcotráfico no es la producción (siembra y procesamiento),
sino las “rutas de transporte” y las “redes de distribución” que acaparan la
mayoría de los costos.
Para
realizar estas actividades no existe una única organización o “cartel” que
cubra todo el proceso: se trata de un complejo sistema de organizaciones y
grupos que se participan organizaciones ilegales sino muchos y variados actores
legales que, intencionalmente o no, intervienen en el proceso del negocio.
A
primera vista, la producción de cocaína opera en un esquema de mercado que le
otorga sus principales características, y esto conduce a apreciar al
narcotráfico como un modo racional de acción que busca objetivos de
maximización de beneficios:
El mercado de la cocaína, como todo
mercado, presenta una demanda y una oferta.
Tiene además sistemas de transporte y de distribución. Cuenta con
distintas empresas que se ubican en sectores diferenciados que permiten mejorar
el control y el manejo del capital. Las
motivaciones que determinan la acción social de todos los actores son las
expectativas de obtener los mayores beneficios. Tanto esas expectativas como
las condiciones del medio conllevan una racionalización de la acción. Así, a
diferencia de lo que usualmente se cree, ni los individuos ni las empresas que
se mueven en el mercado ilegal son completamente irracionales, por el
contrario, continuamente deben racionalizar sus acciones. Los fines son los
mismos de cualquier capitalista: acaparar los máximos beneficios. Con base en
las condiciones existentes y en la disponibilidad de recursos se efectúa una
ordenación de los medios, estructurando estrategias y tácticas. (Krathausen & Sarmiento, 1994: 23)
Para Weber “una empresa se caracteriza como una acción
que busca la realización de determinados fines de un modo continuo”. Esta definición es válida para el caso de la
empresa narcotraficante orientada por “el
cálculo de capital, típico de la moderna empresa económica” .(Krauthausen &
Sarmiento, 1994: 35).
Aunque
la sofisticación de las operaciones en el narcotráfico lo identifican
como una “empresa racional”, lo cierto es que las formas de violencia que
adoptan le confieren rasgos y formas organizativas particulares de ejercicio
del poder y la violencia. Esto hace que la definición de Weber
deba ampliarse hasta incorporar como se ejerce el poder y como el abuso del
mismo lleva a ejercer actividades criminales de alta peligrosidad.
Krauthausen reconoce que la
imagen de empresarios ilegales hace parte del complejo proceso de identidad de
los narcotraficantes, así como de posturas ideológicas radicales en contra de
la acción de los Estados Unidos frente a las drogas.
Es
claro que toda definición varía según el contexto, así las condiciones de
ilegalidad y las mismas filtraciones dentro del Estado van a favorecer y, en
algunos casos, regular estas actividades. El término más apropiado es el de
“crimen organizado”, utilizado por distintos autores teniendo en cuenta la
ilegalidad de la prohibición de las drogas.
1.4. Gestión económica y acción económica
El
proceso de la producción de drogas ilegales, en el caso de la cocaína, se compone de distintas empresas y actores
que se distribuyen en las diversas fases: de un lado, actividades penalizadas,
como el cultivo de la hoja de coca y su rudimentario procesamiento, la
transformación química para obtener la cocaína, la distribución de la sustancia
en los mercados consumidores, y de otro lado, el proceso de reconversión de las
ganancias, que involucra múltiples oficios y actores legales en la gestión del
narcotráfico.
La
definición de Weber de uso del poder en la acción
económica brinda la clave para entender por qué la acción económica racional
del negocio de drogas ilícitas debe diferenciarse por el uso violento del poder que detenta. Para el sector que concentra el mayor riesgo
y por tanto obtiene las mayores ganancias, sector oligopólico
según Krauthausen, el uso de la fuerza y la
intimidación es la característica fundamental para operar en el negocio.
A diferencia de lo que sucede en el
mercado narcotraficante, para el sector oligopólico
legal la disponibilidad del recurso violencia no tiene la importancia central
que tiene en el mercado ilegal. (Krathausen &
Sarmiento, 1994: 62)
La
acción del narcotráfico en cuanto a producción y distribución no es una simple
gestión económica de ejercicio pacífico de poderes y de disposición de
recursos; si así lo fuera, no tendría ningún sentido el castigarla. El hecho de
estar en un contexto de prohibición incide directamente en la forma violenta e
ilegal en que opera el negocio.
Se llama gestión económica a un ejercicio
pacífico de poderes de disposición, orientado en primer término económicamente
y ella será racional cuando discurra con arreglo a un fin racional, o sea con
arreglo a un plan. (Weber, 1997; 46)
Esto
explica por qué no puede considerarse el negocio de las drogas como una acción
empresarial en la ilegalidad, pues ejercicio de la violencia implícito en sus
acciones, lo convierte efectivamente en un problema de seguridad nacional. La prohibición no es el único factor que
acelera la intervención estatal, sino los actos de poder que están implicados
en su acción.
1.5.
Estado Nación
El
análisis de la política tiene que ver también con la forma de Estado en el cual
opera. El Estado Moderno, en el cual está inspirado el modelo de Estado
colombiano, debe ejercer “...un monopolio
de la fuerza física y requiere de un aparato burocrático para la administración
de este poder...”. (Weber, 1997: 1047).
En esta definición, el elemento fundamental es el mantenimiento
exitoso del monopolio legítimo de la coacción física para garantizar el orden
vigente. Según esto el Estado debe hacer legítimo el monopolio de la violencia,
a través de la coherencia del sistema elegido (democracia, monarquía, etc.) y
por el ejercicio de la administración
efectiva de los asuntos públicos por medio de la burocracia: la maquinaria del Estado moderno. (Weber, 1997: 44)
Los elementos
definitorios de la nación, en su sentido moderno, implican el control
territorial, la administración de los asuntos públicos y el monopolio de la
violencia. La ausencia de algunos de
estos factores o la debilidad en la puesta en marcha de su totalidad conducen a
facilitar el surgimiento de actores criminales, llámense mafia o narcotráfico.
1.6. La administración de los asuntos: la
burocracia
La
importancia que le otorga Weber a la responsabilidad
del Estado en el manejo diario de la administración de los asuntos públicos, lo
lleva a la definición del tipo ideal de burocracia. En el sentido racional legal, la burocracia
implica organización, división del trabajo, reglas y procedimientos.
En el caso
colombiano, ante la ausencia del Estado en ciertos territorios, la tendencia ha
sido la de instaurar controles locales que “imitan” el ordenamiento
característico del “estado”. Puede
afirmarse, como algunos investigadores lo hicieron en los tempranos años
80s, que los grupos guerrilleros en
zonas de colonización realizan labores estatales de mantenimiento de orden y
una incipiente función administrativa (Cubides, 1984:
256)[8]
La
manera como se ejerce la actividad
política en un país de regiones geográficas diferenciadas, muchas veces
incomunicadas entre sí, ha facilitado a través del tiempo la aparición y consolidación de grupos que
han ocupado el rol del Estado. De otro
lado, la característica según la cual el Estado colombiano se comporta como un
ámbito donde se realizan gestiones y acciones económicas y se regula la
distribución de los privilegios, ha
promovido las redes clientelistas y los ejercicios
locales de poder:
Cuando un político o hace un favor a (un)
otro sin contraprestación inmediata, esto lo convierte en poseedor de una
opción que puede hacer efectiva sobre lo que otro maneja. Queda con un stock de opciones y favores. El
activo del político clientelista es un stock de
opciones de instrumentos con dineros públicos. El político clientelista,
poseedor de un stock de favores y opciones, puede vender algo que no tiene. Por
ejemplo, tiene una opción sobre un funcionario que tiene el manejo discrecional
de una concesión.
(Reveiz, 1997:
51)
El rasgo
clientelista del Estado y la política colombiana están asociados con factores históricos que han hecho de la
política un ejercicio de mera adscripción a partidos políticos. Así mismo, los políticos regionales han
actuado como cadenas de transmisión electorales que defienden los intereses de
sus zonas y de sus partidos. A la vez,
ellos actúan como “gamonales” o “padrinos” que acercan la gestión estatal
mediante un complejo sistema de favores.
Esta figura es heredera del modelo de la antigua Hacienda en la historia
colombiana, en cuanto a las formas de
relación social, movilidad e identidad como grupo. Infortunadamente, este mismo esquema
desdibuja un verdadero ejercicio político democrático, puesto que no deja
prosperar iniciativas de interés común sino que hace prevalecer los intereses
particulares administrados por estos políticos regionales.
Tal
como lo presenta Reveiz y lo corrobora Krauthausen, el sistema estatal posibilita que los grupos
de narcotráfico y la mafia surjan y se desarrollen en unos países mas que en
otros. Es así que la naturaleza del
Estado influye en el crecimiento de estos grupos de crimen organizado, y tanto
Colombia como Italia se caracterizan por la existencia de relaciones patronales
y clientelistas
en donde la ausencia de controles sociales y la valoración ambigua de lo
legal promueven la corrupción y llevan a
la negociación de favores particulares, sin importar el origen. de los
ofrecimientos. La sociedad colombiana
asistió y participó impasible de las fabulosas ganancias que el nuevo negocio
del narcotráfico representaba en sus inicios.
1.7. El Estado como Mercado: Gobernabilidad en
Colombia
La
forma en que opera un Estado determina la manera de realizar el proceso de
negociación de la política, y además define la capacidad de injerencia de los
distintos grupos de poder dentro de este proceso.
Basado
en el modelo del “principal-agente”, Reveiz releva
que los gobernantes colombianos han utilizado su poder para beneficiar a
ciertos grupos o regiones, haciendo de ello la principal estrategia para
perpetuarse en el poder. Las relaciones
de adscripción clientelar han estado presentes en el
desarrollo político colombiano, y han determinado las desigualdades en el
desarrollo de las distintas regiones.
Esto,
obviamente, contradice la necesaria “independencia” del funcionario público en
la burocracia.
La organización moderno
burocrática distingue entre la oficina y el despacho particular, pues separa la
actividad burocrática de la esfera de la vida privada y los medios y recursos
oficiales de los bienes privados del funcionario. (Weber,
1997: 717)
Durante
la primera mitad del siglo XX, Colombia desarrolla su gobernabilidad basada en
su heterogeneidad regional y la diversidad de sus bases productivas, que
negocian privilegios y favorecen algunas regiones en detrimento de otras. Colombia mantuvo un perfil medio en cuanto a
su manejo económico y a la cohesión política autoritaria que le imprimió el
Frente Nacional (1958-1968).
A
partir de los años 70, en el marco de una estabilidad económica provocada
principalmente por el crecimiento del sector exportador, paralelamente se
desencadena una situación de violencia asociada a los procesos y relaciones de
producción del café, el petróleo y lamarihuana. Estas contradicciones alteraron el modelo de
desarrollo, la forma de Estado y la gobernabilidad.
1.8. La política como proceso de negociación
El
concepto de mesocontratos que introduce Reveiz explica la manera en que se llevan a cabo las
negociaciones en el escenario estatal.
Los mesocontratos son pactos particulares que
pueden ser positivos o desfavorables a la gobernabilidad, donde las
filtraciones del Estado, la falta de control de sus acciones y las
características culturales permiten su realización en pro o en detrimento de la
legitimidad del mismo y del ejercicio de las funciones de gobierno.
En el
caso colombiano, este tipo de pactos sociales particulares configuran la noción
actual de Estado. A pesar del complejo y sofisticado orden jurídico colombiano,
prevalecen los pactos sociales ad hoc.
El sistema de contratación de una
sociedad se encuentra jerarquizada en la Constitución,
las leyes y decretos, en los contratos entre particulares y entre éstos y el
Estado. Sin embargo, en un sistema desinstitucionalizado
como el colombiano, un sutil y fino sistema de contratación formal y ad hoc fue surgiendo sin transparencia y se consolidó en el
orden intermedio (meso)
tomándose el espacio en donde debían aplicarse las leyes y constituyéndose en
la Colombia ad hoc que hoy vivimos. Ellos han asegurado una frágil y dudosa
gobernabilidad. La apariencia del caos
en el Estado engaña. Bajo el desorden
aparente el caos disimula un orden escondido, los mesocontratos.
(Reveiz, 1997: 24)
En el
aparente caos del Estado colombiano se esconden otras lógicas, en las cuales se
concretan los negocios de los grupos de interés.
La cultura política resultante de la
Conquista hizo que la estructura del poder nacional y regional se organizara
verticalmente, a diferencia del patrimonio cultural anglosajón, de tipo
horizontal. De allí surgieron las clientelas políticas en ambos órdenes
territoriales. La negociación del
presupuesto nacional y de los de las entidades territoriales ha sido de
predominio distributivo mas que integrativo,
de conflicto más que de proyecto. (Reveiz, 1997; 93)
Todo
esto consolidó unas formas de contratación y coalición entre los grupos de
interés, la clase política y las burocracias estatales, y dio origen a un capitalismo político, donde se da una
lucha por el control del Estado según las coaliciones entre grupos económicos y
dirigentes políticos con intereses particulares.
La política en el
caso colombiano ha negociado los intereses particulares de los que detentan el
poder, haciendo legítima la “corrupción” y el otorgamiento de favores clientelistas. Los grupos de narcotráfico al participar de
estas prácticas exacerbaron la impunidad, la corrupción y la violencia
estructural profundizando aun más la deslegitimación del Estado.
El discurso normativo sobre el
narcotráfico y las drogas, si bien interpreta algunos preceptos de la política
norteamericana, hace una adaptación local que satisface a los nacientes grupos
de presión del narcotráfico, y, pese a
la extensa normatividad jurídica en la realidad, las prácticas sociales se
rigen por los patrones culturales y sociales establecidos históricamente. Este
aspecto marca la diferencia entre los planteamientos políticos en Colombia y en
los Estados Unidos.
1.9. Condicionantes culturales en las acciones
sociales
Las
características de la cultura colombiana permiten entender por qué Colombia llegó a ocupar un lugar
significativo dentro del negocio de drogas ilegales, y por qué el modelo de los
grupos narcotraficantes consolidó un poder tan importante.
El contexto sociológico y cultural muestras las
razones por las cuales en Colombia se desarrolla este tipo de criminalidad (el
narcotráfico) infiltrada en los procesos estatales, sociales y políticos:
a.
La ausencia de una cultura ética que
valore los comportamientos públicos frente a las normas. Se hace la regla, pero no se cumple, y en
general existe una cultura de la ilegalidad, donde se aprovechan los vacíos e
incongruencias de la ley para violarla.
b.
La generalización de una economía ilegal
fuertemente insertada en la legalidad y la valoración social contradictoria del
logro económico por encima de los métodos utilizados.
A esto
se agrega la intención de los grupos
narcotraficantes de lograr un lugar en el sistema legal, pese a la actividad
ilegal. De hecho, el narcotráfico utilizó
los mismos modelos de adscripción y patronazgo tradicionales para legitimar sus
acciones y convertirse en un actor de poder.
Para
el funcionamiento social se requiere de una valoración sobre la necesidad y
función de las normas, cuya obediencia esta determinada por el tipo de
dominación en el cual se promulgan. Weber define la
dominación como la probabilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo determinado
para mandatos específicos. (Weber, 1997: 107)
Los
grupos de narcotráfico usaron formas de dominación generalmente violenta para
asegurarse la lealtad de sus cuadros, el cumplimiento de los pactos (o el
rompimiento de los mismos) y el desarrollo de su papel dentro del negocio.
Otras
estrategias, no necesariamente violentas, se desarrollaron para ganar espacio
dentro de la sociedad regional y nacional.
Obras sociales, donaciones y favores que les daban una imagen de bondad
y generosidad los ubicaron como los nuevos señores en las regiones. Estos
factores contribuyeron a debilitar el ya frágil sistema estatal colombiano y
permitieron que los grupos de narcotráfico entraran a la mesa de negociación de
privilegios, mediante el soborno y la intimidación, apoyándose a la vez en
esquemas convencionalmente clientelistas para
reforzar su respaldo en las bases populares de donde normalmente provienen.
1.10. El modelo de las relaciones internacionales
El
modelo de relaciones internacionales planteado por Tatiana Matthiesen
en su trabajo doctoral sobre el tema de drogas en las relaciones entre Colombia
y Estados Unidos, señala que la efectividad de las políticas de presión sobre
países productores y exportadores de drogas es
limitada, y se vuelve contraproducente una vez los costos asociados a los
principales actores políticos en esos países exceden los beneficios de la
cooperación.
La
política de drogas está condicionada en gran medida por las relaciones
internacionales. A su vez la política
internacional puede concebirse como un juego de dos mesas de negociación o
niveles diferentes: por un lado el nivel nacional donde los grupos y actores
más importantes presionan al gobierno, y en el nivel internacional, donde el
gobierno que recibe la presión externa busca satisfacer dichas demandas sin
comprometer sus pactos con grupos internos. (Putnam,
1988: 434)
Según este
modelo los cambios que se producen en la política surgen o se generan a partir
de la integración de los tres niveles:
sociedad, sistema político y nivel internacional, en el proceso de negociación.
En el
caso de la política colombiana de drogas, se señala como año crítico 1991 y el
proceso de la Constituyente, que fue el escenario donde se concretaron las
negociaciones de los distintos grupos, y que actuó como contrato social o gran
pacto interno.
En
particular, el sentido del Artículo 35 de la Constitución de 1991 de la no
extradición fue la legitimación de la impunidad, por el amplio poder de los grupos de narcotraficantes que ejercieron
intimidación y cooptación de políticos.
Esto, a su vez, tuvo un gran respaldo social, derivado en parte del sentimiento
generalizado de la población, amedrentada por las acciones de terrorismo y “narcotizada” por los supuestos beneficios
económicos de los dineros del narcotráfico.
El apoyo logrado por los grupos narcotraficantes se alcanzó, entre otras
razones, por el control territorial de
las barriadas populares de Medellín en el caso de Pablo Escobar, y por la
compra de políticos y empresarios vallecaucanos en el caso de los hermanos
Rodríguez Orejuela.
Otros elementos
que entran en la negociación se refieren a los nuevos órdenes económicos
internacionales y en particular a la injerencia de los intereses comerciales
norteamericanos. En efecto, las
presiones de los Estados Unidos para abrir las economías y abolir las protecciones
fueron un tema adicional en las negociaciones que tuvo que enfrentar Colombia
que precipitaron la crisis agrícola y económica de los 90.
Por otro lado,
como respuesta a las demandas de los Estados Unidos frente a la extradición, el
gobierno Gaviria reanudó las labores de fumigación que habían sido suspendidas
por los cuestionamientos sobre la toxicidad de los herbicidas utilizados.
Aunque no hubo una presión explícita de Washington en este punto, se trató de
justificar con otras estrategias los costos de la política de sometimiento, que
al final fracasarían, al cabo de dos años de aplicación, con la fuga de Pablo
Escobar en 1993, siendo este hecho el que develaría las irregularidades de la
cárcel de máxima seguridad, sin que pudieran ser minimizados con la muerte de
Escobar un año después.
“Tras milenios de uso festivo, terapéutico y sacramental,
los vehículos de ebriedad se
convirtieron en
una destacada empresa científica,
que empezó encolerizando al
derecho,
mientras comprometía a la economía y
tentaba al arte.
Oportuna o incoherente,
la cruzada contra algunas de ellas
constituye una operación de tecnología
política
con funciones sociales complejas,
donde lo que se despliega
es una determinada física del
poder”
Antonio Escohotado
La percepción sobre las drogas se
construye socialmente, se refuerza a través de las instituciones y se expresa
en la política. Este proceso puede entenderse en términos de los flujos de
información de un sistema cerrado que produce y crea el discurso social, la
normatividad jurídica y las acciones institucionales, en un marco estatal
determinado.
La pregunta guía de este capítulo es
entender cuándo y de qué manera cambió la percepción sobre las drogas y cómo
Esta ha conducido a declarar la guerra a una acción tradicional e histórica
ligada a contextos culturales y sociales determinados. En qué momento una actividad privada se
convierte en objeto de reglamentación pública y bajo qué argumentos se legitima
una particular política estatal.
Tal como se mencionó en la Introducción,
los preceptos que hoy argumentan el pánico social frente a las drogas se
originan en el Siglo XVIII y XIX, acompañados de importantes cambios en la
configuración geopolítica y económica mundial. Se hace referencia al actual
modelo norteamericano líder de la cruzada antidrogas y
su principal instigador. La importancia de esta revisión consiste en entender
hasta qué punto los principios que originan la actitud social frente a las
drogas son válidos en el contexto colombiano.
2.1. Aspectos históricos
El
origen de la actual connotación negativa de las drogas tiene su base en las
percepciones sociales y en la injerencia de ciertos grupos de interés
(estatales o sociales) que respaldan estas percepciones hasta convertirlas en
leyes.
Las
primeras alarmas sobre el problema de la droga se originan en Inglaterra
durante los siglos XVIII y XIX frente al
abuso del alcohol de las barriadas de obreros y la interpretación que hacen los
misioneros ingleses en relación del uso del opio en la China y otros países de
oriente (Cohen, 1993). Estas alarmas
también son registradas por la sociedad estadounidense de los grupos de
orientación puritana con influencia en las esferas políticas y sociales de la
nación americana. Al tiempo con los
procesos de expansión económica de los
Estados Unidos y su participación creciente en el orden mundial, dichos grupos
con gran poder electoral, sentaron las bases del pensamiento americano sobre
las drogas.
La tradición puritana norteamericana de las
comunidades colonizadoras (quakers, católicos y otras
comunidades) perseguidas en sus países, llegaron al territorio americano a
consolidar con mayor ahínco sus valores e identidad. Durante el Siglo XIX estos valores tendrán una
expresión social y organizacional en los movimientos abstencionistas y
puritanos que defendían los “valores morales americanos”. Los primeros grupos conformados fueron el Prohibitionist Party, constituido en 1869, y la Liga Anti Bares creada 26 años después. Ellos se erigen como los defensores de la
virtud y afirman su misión de erradicar cualquier inmoralidad, vicio u
obscenidad, incluyendo, por supuesto “drogas que destruyen almas” (Escohotado, 1998-II:222).
La
sociedad y el sistema americano fue construyendo distintos discursos alrededor
de la droga, los cuales “nunca son
neutros, sino (que) son parte constitutiva de la realidad al condicionarla, y a
su vez, la realidad refuerza los contenidos del discurso”. (Del Olmo, 1998)
El uso
de ciertas drogas se empezó a asociar con determinadas comunidades de
inmigrantes, lo que reforzó la imagen del uso de drogas como algo “no
americano” y contrario a los valores de una sociedad “blanca, anglosajona y
protestante” –White, Anglosajon
& Protestant, WASP-.
2.2.
La alianza contra el mal
La
difusión de la peligrosidad de las drogas fue posible, además, por el apoyo que
a esta causa dieron los grupos de especialistas
médicos y farmacéuticos que buscaban legitimar su profesión y limitar el
ejercicio libre de la medicina y la prescripción de fármacos. En aquella época de generalizada
automedicación y abundante oferta de “curación” por personas no
calificadas, las panaceas de la farmacia
anunciaban la cura del dolor sin recurrir a especialistas. Los estamentos
médico y farmacéutico, necesitaban delimitar las bases del ejercicio
profesional de estas actividades y encontraron en los grupos puritanos un
aliado para hacer de las drogas un tema especial a ser tratado solo por los
expertos.
La
alianza entre puritanismo y terapéutica hizo posible la promulgación de
estrictas leyes y preceptos éticos y morales que tuvieron eco importante en el
gobierno americano. Esto configura y ordena las percepciones sociales sobre el
uso de drogas, y las hace indeseables para los propósitos morales del pueblo
norteamericano.
El
estilo de la política, como expresión de estas percepciones, coincide con el
sentido de chivo expiatorio, en la etimología original del pharmakon:
De aquí la pasión americana por cruzadas
morales, que gracias a la moderna medicalización de
la ética se presentan ahora como cruzadas contra la enfermedad... no debe
subestimarse el ascendiente demagógico que ha ejercido siempre, y continuará
ejerciendo, sobre las mentes de hombres y mujeres, la esperanza de fulminar el
mal con adecuados medios dramáticos. (Szasz, 1992: 73)
¿Bajo
qué circunstancias se produce esta alianza de intereses y procedencias
distintas?: El
argumento moral fue la bandera de la alianza, en tanto los diferentes grupos se
plantean la meta de "ilegalizar todo apetito natural" y la ebriedad
en todas sus formas.
Los
argumentos no podían ser más disímiles, y la única coincidencia es que ambos
grupos buscan legitimar su verdad. Por un lado, la verdad moral de los
puritanos, y por otro, la "verdad científica" de la comunidad
médica.
Las condiciones del pacto fueron simples: los doctores y
boticarios podrían seguir recetando bebidas alcohólicas como parte de sus
tratamientos profesionales en caso de establecerse una Ley Seca, y obtendrían
un sistema de rigurosa distribución exclusiva para cocaína, opiáceos y
cualquier otra droga merecedora de control.
A cambio de ello, la Asociación Médica y la Asociación Farmacéutica
apoyarían los postulados básicos del Prohibition
Party, planteando el consumo de psicofármacos como una epidemia súbita y
virulenta, extraña a las esencias americanas, y sanable rápidamente con las
adecuadas medidas de fuerza. (Escohotado, 1998, III-225).
Otro
factor que influyó poderosamente en la percepción social de las drogas fue la
tardía llegada de los Estados Unidos a la repartición colonialista del mundo en
el siglo XIX. Será con la presencia
norteamericana en Las Filipinas, cuando los misioneros americanos se acerquen
al consumo tradicional de opio de los pueblos de oriente. Desde la óptica de
las misiones cristianas, este consumo era la base del drama humano en las
nuevas colonias. Esta opinión prevalecerá, pese a los informes oficiales de la
Comisión Científica, que no atribuyen peligrosidad al uso del opio en la
cultura oriental. De esta manera, el
conocimiento científico en tanto no circule socialmente, no tendrá validez
frente a los prejuicios emanados de los movimientos religiosos y las opiniones
oficiales.
Las
acciones de estos misioneros y su capacidad de presión política fueron definitivos para inducir a los Estados Unidos a asumir la
jefatura mundial en el movimiento contra el tráfico de opio. Esto a su vez influyó poderosamente en la
percepción del tema del opio dentro de la sociedad norteamericana, y dado su
carácter internacional conlleva a la convocatoria que hacen los EE.UU. para reglamentar su producción y uso y para lanzarlo
a la arena geopolítica mundial.
En el
nivel internacional, la acción diplomática de la cruzada norteamericana contra
la droga llevó a la Primera Conferencia Internacional del Opio en Shangai,
donde se trató por primera vez de manera internacional el “problema del
opio”. Esta conferencia es el primer
escenario que enfrenta los intereses comerciales de los europeos frente al opio
y los intereses norteamericanos de orientación moral. Aunque la Conferencia no
tuvo los resultados esperados por los emisarios norteamericanos, fue el inicio
de la estrategia internacionalista para abordar un tema prematuramente
globalizado.
A medida que los Estados Unidos desarrollan su
poder y hegemonía, mayor se hace su
injerencia en estas Conferencias. En ellas se propagaron los distintos
discursos oficiales norteamericanos sobre el tema. Así desde los años 50, éstos
han variado desde lo “moralista represivo”, pasando en los 60 y 70 por lo
“médico sanitario”, para llegar con la era Reagan de
los 80 a una doctrina de aplicación del
conflicto de baja intensidad, donde las drogas y el narcotráfico pasan a
reemplazar al agonizante comunismo como “enemigo externo” de amenaza nacional
(Del Olmo, 1998).
Si
bien los costos sociales del consumo de drogas en los Estados Unidos son
enormes por el aumento del número de adictos, los argumentos para emprender la
cruzada más importante del siglo XX y XXI de la Guerra contra las Drogas no son
tan claros. La opinión pública ha sido
influida por los discursos oficiales frente a la droga como “enemigo
externo”. En tiempos de campaña, sube el
tono de las argumentaciones en contra de las drogas, señalándola como el
enemigo más terrible de la sociedad norteamericana y, por tanto, la prioridad a
combatir.
Las
construcciones sociales van a alimentar los discursos políticos y
viceversa. Lo paradójico del caso de las
drogas en la moral norteamericana es que contrasta con los principios
fundadores de su Derecho, al contradecir las claves de la individualidad y la
libertad, básicas en su postulación.
No parece suficientemente erradicada la pretensión de que
las operaciones de la mente, así como los actos del cuerpo, estén sujetos a la
coacción de las leyes. Nuestros
gobernantes no tienen autoridad sobre esos derechos naturales, salvo que se las hayamos cedido. Pero los derechos de conciencia nunca se los
cedimos, nunca podríamos, pues cada cual responde de ellos ante su Dios. Los poderes legítimos del gobierno solo se
extienden a los actos que lesionan a otros.
Thomas Jefferson, 1782.[9]
Esta pretensión del Estado de actuar en un tema perteneciente al
ámbito privado como es el uso de drogas, contradice su definición como Estado
democrático donde se expresa la calificación igualitaria de los ciudadanos para
decidir asuntos comunes y se limita la capacidad de mando. La importancia del mecanismo de las leyes y
las instituciones en este tipo de sistema es que ellas crean “realidades”,
aspecto que resalta Weber en el caso
norteamericano:
Cuando la convicción de la “legitimidad
específica” de ciertas máximas jurídicas, de ciertos principios jurídicos cuya
fuerza obligatoria inmediata no puede ser destruida por imposición ninguna del
derecho positivo, ejerce realmente su influjo en la vida práctica del
derecho. De hecho esto se ha repetido en
la historia, pero de manera especial al principiar la época moderna y en la de
la revolución y todavía parcialmente en Norteamérica. (Weber,
1997: 640)
El
crecimiento del Estado en Norteamérica y la ampliación de sus responsabilidades
originan el Estado de Bienestar característico de la edad contemporánea. Este modelo incorpora las presiones de grupos
sociales con poder electoral y un aparato de propaganda moralista poderoso para
legitimar los discursos de las leyes y la sociedad:
Siguiendo
el argumento de Weber, la valoración social influye
poderosamente en la “racionalidad del Estado moderno” y, por tanto, en sus leyes e instituciones.
Motivos puramente materiales y racionales
con arreglo a fines como vínculo entre el imperante y su cuadro
(administrativo) implican una relación relativamente frágil”. Por esta razón, se le añaden otros motivos: "motivos
afectivos o racionales con arreglo a valores. (Weber,
1994).
De
allí la importancia de vincular teóricamente el tema de las características del
Estado con los procesos de construcción de opinión, y su relación con valores
(preestablecidos) y la afectividad (emocionalidad)
generada cuando se habla de drogas.
La sociedad americana es caracterizada, simultáneamente,
por una fuerte urgencia de automejoramiento,
orientado por grupos sociales moralistas y por una creencia en la eficacia de
los tratamientos médicos. (Peele, 1994: 204)
Por último, se
menciona el aporte de Thomas Szasz, al definir el
tipo de Estado que interviene en el tema de las drogas, los alimentos y las
emociones. Szasz propone la caracterización de un estado terapéutico que considera a los
ciudadanos pacientes o enfermos, y donde algunas instituciones detentan el
poder del diagnóstico y el tratamiento de las conductas relacionadas con las
drogas. De esta manera, toda política es
un tratamiento:
Al igual que en todos los tiempos, el
Estado teológico era fuente inagotable de desinformación sobre todas las cosas,
desde cosmología a medicina, así hoy el Estado terapéutico es fuente abundante
de desinformación sobre sexo, drogas y SIDA. (Szasz,
1992: 135)
La
evidente intervención estatal y la necesidad de desinformar adecuadamente
explica el hermetismo frente a cifras de consumo y producción manejadas solo
por agencias estatales oficiales y la
atmósfera de amenaza que margina a las drogas de la discusión pública propia de
los sistemas democráticos.
2.4.
Los discursos de las normas y las
instituciones
Las primeras
leyes en Estados Unidos tienen como objetivo determinar la pureza de los
componentes de comidas, bebidas y drogas.
La primera ley que hace referencia a las drogas, es la Pure Drug and Food
Act, de 1906, con la cual se pretendía que el
"público conociera los componentes de las drogas y comidas que
consume". Estas leyes tienen un
marcado carácter tributario, al enfatizar la necesidad de cobrar el uso de las
drogas. Ejemplo de ello son la Ley Harrison de 1914 (Ley de importación y exportación de
drogas narcóticas), donde se establecía la penalización de la venta o trafico
de los derivados del opio o cocaína para propósitos no medicinales, y se los
manejaba como un problema de impuestos.
Con
los años 20 llega la proscripción legal del alcohol, por medio de la Ley Volstead de 1919, que formalizó la Prohibición hasta 1933.
El ambiente de ilegalidad, fortaleció a grupos criminales que se beneficiaron
de la demanda de alcohol. En un período
de aislamiento norteamericano frente a otros países, la percepción sobre las
drogas adquirió un carácter cerrado y autoreproducible.
Durante
la primera mitad del siglo se asignaron responsabilidades en términos
burocráticos para atender el tema y se diseñaron los mecanismos para “cobrar el
problema”. La Unidad de Narcóticos, del
Departamento del Tesoro, es la primera oficina en atender el problema de drogas
y su énfasis es principalmente económico.
Esta Unidad será reemplazada años después por la Oficina Federal de Narcóticos,
incrementando su radio de acción al tema de las aduanas.
[10]
Otras
instituciones que se benefician de estas asignaciones, son aquellas
oficialmente encargadas del tratamiento del hábito o vicio y que no siempre son
las más idóneas. Por ejemplo, con la Ley
Porter de 1929 se cerraron las narcotic farms,
clínicas que ofrecían facilidades para el tratamiento del hábito
considerado como un problema de salud pública, y fueron reemplazadas por
clínicas de desintoxicación autorizadas por el Estado. Estas clínicas se
parecían a las prisiones mentales debido a su enfoque represivo y penitenciario
(Musto, 1993:236).
En los
años 30 se crearon dos nuevas oficinas de seguridad: La Oficina Federal de
Investigación (FBI) y la Oficina Federal de Narcóticos (FBN). El FBI fue dirigido por Edgar Hoover y el FBN por Harry Anslinger, quienes estuvieron casi 30 años al mando de
estas agencias, desde 1930 hasta 1962. En estas circunstancias se consolida un
discurso institucional y una única línea de acciones dirigidas a apoyar la
estrategia represiva contra a las drogas.
En los
años 50 se promulgaron las leyes más severas en contra de las drogas. Ejemplo
de ellas son la Ley Boggs de 1955, en donde la
marihuana adquiere una connotación de peligrosidad similar a la cocaína y la
heroína, y la Ley para el Control de Narcóticos de 1956, que penaliza duramente
el contrabando y tráfico de drogas, llegando a establecerse la pena de muerte
por la venta de heroína a menores de edad.
Esta dureza en la posición lleva a retomar la estrategia de control
multilateral de las drogas en la década de los 60.
A
partir de esta década, las Convenciones Internacionales reprodujeron esta
posición, y buscaron comprometer a los distintos países, implicándolos en duros
procesos de negociación que culminaron con las resoluciones de obligatorio
cumplimiento internacional.
Durante
esta época, el FBN crea y difunde la teoría del stepping-ston": el
"uso de la marihuana es el primer paso del camino para el hábito de la
heroína" (Matthisen, 2000: 71). Actualmente, la creencia sobre la
peligrosidad de las drogas “recreativas” como posible entrada a drogas más
fuertes parece no cuestionarse y, sin embargo, proviene de una “verdad oficial”
del estamento policial.
En los años 70 la
estrategia norteamericana frente a las drogas
adquiere la connotación actual de Guerra contra las Drogas. El presidente Richard Nixon
estableció los parámetros más importantes de esta lucha como un propósito de
seguridad nacional. Bajo su gobierno se
promovió la “Ley compresiva de prevención y control del abuso de drogas” de
1970, redefiniendo y recodificando las leyes
existentes. La responsabilidad, hasta
entonces centrada en el Departamento del Tesoro, pasó al Departamento de
Justicia.
En
1973, se crea la DEA (Drug Enforcement Agency) y se crean dos oficinas de carácter presidencial en
la Casa Blanca para controlar la oferta y la demanda de drogas: La SAODAP, Oficina
Especial de Acción para Prevenir el Abuso de Drogas y la ODALE, Oficina
Especial para la Aplicación de la Ley de Abuso de Drogas.
Estas
oficinas detentaban un gran poder y crearon sucursales en todo el país. En
efecto, la SAODAP incrementó los programas federales de drogas en ciudades
norteamericanas, al pasar de 54 a 214 ciudades con programas de drogas en casi
dos años de operación. Además, se formaron dos nuevas instituciones para el
tratamiento y prevención de las drogas: el Instituto Nacional de Salud Mental
(NIHM) y el Instituto Nacional sobre Abuso de Drogas (NIDA) (Matthiessen, 2000:90).
La DEA, por su parte estaba conformada por varias
entidades: Las Unidades de Inteligencia Regional (RIU), el Centro de
Inteligencia de El Paso (EPIC), el Sistema de Información de Narcóticos y
Drogas Peligrosas (NADDIS) y el Sistema para Obtener Información de la Evidencia
de Droga (STRIDE). Además de las
oficinas mencionadas, el entramaje burocrático e institucional sobrepasó los
esquemas organizacionales para conjugar el poder de distintas autoridades de
agencias federales con el propósito de aplicar la Ley de Abuso de Drogas. Estas
agencias tenían presupuestos tan grandes que les permitían contratar agentes
encubiertos y proporcionarles dinero para comprar drogas e informantes.
La
Guerra contra las Drogas le da poder ilimitado a agencias e instituciones, que
paradójicamente perpetúan su existencia
por la imposibilidad de lograr el objetivo para el que fueron creadas (Cohen,
1993). La burocracia, deja de ser un organismo independiente y los funcionarios
permanecen ilimitadamente en sus cargos.
Para justificar tan altas inversiones en resultados ineficaces, se hace
uso del aparato moral y los discursos en contra de las drogas,
sobredimensionando su peligrosidad para
generar apoyo social y respaldo a sus acciones.
2.5. La necesidad de un (nuevo) chivo expiatorio
Los cambios en el orden mundial
relacionados con el fin de la Guerra Fría y el desplome
del bloque soviético despojaron a los Estados Unidos de la orientación
intelectual axiomática que el anticomunismo le había proporcionado durante
tanto tiempo.
Esto trajo como consecuencia la necesidad de
reorientar la política norteamericana hacia nuevos objetivos que justificaran
la inversión militar y ello, se hizo a
través de complejos mecanismos para reconstrucción del imaginario colectivo, en
la búsqueda de un nuevo ideal a defender y un nuevo enemigo a combatir.
Las drogas
representan al enemigo presente desde hace décadas en la mentalidad
norteamericana. La proliferación del
consumo y la presencia de grupos no americanos de narcotraficantes que proveían
las drogas fueron los motivos principales para este viraje. Al reconocer la magnitud del negocio de
drogas ilegales, el énfasis se hace en la lucha por fuera de los Estados
Unidos, esto es en las fuentes del problema.
Así se asegura la continuidad de
la inversión militar, fuertemente cuestionada por los electores
norteamericanos.
La
tendencia hacia una nueva derecha en los Estados Unidos, con gobiernos
republicanos de línea dura y tendencia neoliberal, precipitó el cambio de
objetivo de la política norteamericana. En 1988, el presidente Reagan firmó la
Directiva No. 221, declarando las drogas como una “amenaza letal contra la
seguridad norteamericana y ampliando el papel de los militares en la lucha
antinarcóticos”. Con ello se militariza el problema, se asignan presupuestos y
se elabora la política exterior norteamericana de presión a países
involucrados.
Como
consecuencia de esto, se producen cambios en la relación de Colombia con los
Estados Unidos, relación que había sido históricamente discontinua y más bien
relegada a segundo plano. El creciente
protagonismo de grupos andinos (colombianos, peruanos, bolivianos) en el
negocio de drogas, sumada a la imagen que la opinión pública norteamericana
tiene de los pueblos latinos como “corruptos y bárbaros”, justificaron la
imagen de este enemigo externo a combatir.
2.6. Las razones narcóticas de la intervención
La
ideología antinarcóticos en EE.UU. es organizativamente difusa, pero excepcionalmente poderosa en
el terreno político. Los puntos de vista
alternativos sobre drogas ilícitas son raramente promovidos en Washington por cabildeantes y abogados calificados. En general, las preocupaciones de la política
son reflejo de la fluctuante e influenciable opinión pública estadounidense (Mitchell, 1998: 4).
Aunque
la comunidad científica norteamericana ha elaborado conceptos donde se hace
claridad sobre la naturaleza de ciertas sustanciasy
en distintas comisiones se ha intentado acoger un tratamiento mas realista
sobre el tema de las drogas, son las instituciones gubernamentales las que
brindan las respuestas a las preguntas de padres de familia, políticos y medios
de comunicación. [11]
En la
década de los 80 la estrategia nacional para la prevención del abuso de drogas
y el narcotráfico definen los objetivos de la asistencia extranjera, estos
eran:
1.
Fortalecer los
esfuerzos estadounidenses para colaborar con gobiernos extranjeros en el
combate a la producción y distribución de drogas ilícitas.
2.
Ayudar a los
países productores de droga a adoptar programas de control de cultivos.
3.
Desarrollar
asistencia legal innovadora y tratados de extradición con gobiernos
extranjeros.
4.
Motivar a otras
naciones para que apoyaran programas internacionales de control de narcóticos,
incluyendo asistencia al desarrollo, impulsar a las organizaciones
internacionales y bancos de desarrollo a vincular su ayuda a objetivos de
control de drogas.
5.
Reducir la
desviación de farmacéuticos y químicos del comercio internacional legal.
(Matthiesen,
2000: 113)
La creciente participación del Congreso norteamericano
en los asuntos sobre drogas promueve nuevos mecanismos de presión, en los
cuales se condiciona la ayuda norteamericana de cooperación según los
compromisos que suscriben los países productores y distribuidores en la lucha
contra las drogas. El mecanismo más
conocido será el de la “certificación” creado a través de las “Anti Drug Abuse Act” de 1986 y
1988.
Aunque en principio la certificación se basaba en la
reducción de la producción de drogas”en los países de origen, a partir de 1988 se incorporaron otros
criterios para presionar cambios legales en los países en contra del
narcotráfico, y la aplicación de medidas
anticorrupción, además de la obligada colaboración de los gobiernos con las
medidas de la DEA.
Lo
cierto es que nadie está dispuesto a escuchar otras opiniones sobre las drogas,
ni tampoco permitir la discusión sobre alternativas a la consideración
eminentemente negativa de ellas. Las
posiciones duras satisfacen a la opinión pública, traen electores e invalidan
discusiones científicas y democráticas sobre un tema cultural, económico,
social y político complejo.
El actual debate sobre la política de drogas está marcado
por la polarización entre dos posiciones estereotipadas como combatientes
antidrogas y legalizadores. Esto crea la falsa impresión que acabar con
la prohibición sea la única alternativa a una guerra anti-drogas
total, desmovilizando efectivamente a aquellos ciudadanos que encuentra
insatisfactorias ambas opciones. La
polarización y las fuertes emociones dan origen a falsas representaciones de
hechos y motivos y una simplificación excesiva de temas complejos, y a la
negación de la incertidumbre... En este
clima, cada idea, cada hallazgo investigativo o nueva propuesta es sometida a
escrutinio con el fin de determinar qué tipo de agenda impulsa, y los
partidarios de cada bando se muestran dispuestos a quemar vivo, como a un
agente del bando opuesto, a quien se desvíe de la línea del partido. En consecuencia, propuestas de dudosa validez
adquieren la categoría de juramentos de lealtad, e interrogantes que podrían
ser formulados sobre fundamentos técnicos y prácticos son debatidos más bien
como problemas de convicción ideológica.
(Mitchell, 1998)
Para los
intereses geopolíticos, contar con un enemigo tan claramente identificable como
el de las drogas, ligado al temor por el terrorismo, ha favorecido toda la
estrategia de intervención norteamericana en los países Latinoamericanos y en
el Mundo Árabe.
En un principio,
esta intervención se dio como “cooperación” y aunque durante los años 80
incluyó estrategias de desarrollo alternativo, estas tuvieron un rasgo asistencialista que no tuvo los efectos deseados. En general la política actual privilegia
estrategias represivas de interdicción, fumigación y tratados de extradición
con los países implicados. (Jelsma, 2001)
A partir del 11
de Septiembre de 2001[12] la
atención se ha centrado en la lucha
contra el terrorismo. El nexo entre drogas y terrorismo se reveló rápidamente,
y la evidencia de dineros provenientes del opio de Afganistán como financiadores de los grupos responsables del atentado,
derivaron en la vinculación de estos dos fenómenos. Esta visión ha sido ampliamente difundida a
través de los mediios, cuyo ejemplo más reciente es
la propaganda del Super Tazón del Football americano,[13] que
convoca a la sociedad norteamericana.
La gran industria
del entretenimiento refuerza estas opiniones a través del cine. La polémica cinta Daño Colateral donde el protagonista debe remontar las selvas
colombianas para vengar la muerte de su familia en un fatídico atentado
terrorista perpetrado por el narcotráfico.
Esto evidencia cómo la construcción social se ancla en el imaginario
patrocinado por la industria del espectáculo.
Todo esto nos
lleva a plantear estrategias alternativas y difusión de la información que
superen los estereotipos hollywoodenses que median el
imaginario colectivo del hemisferio occidental.
Deben considerarse las verdaderas magnitudes del problema sin la
satanización de la que habla Thoumi, ni de parte de los
americanos aterrorizados por las recientes tragedias, ni desde los
latinoamericanos que sufrimos la guerra contra las drogas en nuestro propio
territorio.
AÑO
|
CONVENCION |
OBJETIVO |
PERCEPCION
SOCIAL |
1912 |
Convención
de la Haya |
Limita para usos médicos a la cocaína, morfina y
opio. |
Moral
victoriana Asociado
a clases sociales bajas e inmigrantes Enemigo
interno. |
1925 1931 1936 |
Convenciones
de Ginebra |
Se
reafirman puntos anteriores. En 1936 los principios de los EU se convierten
en directrices políticas. |
Alcohol
enemigo interno Cooperación
internacional |
1953 |
Nueva
York, 1953 |
Reglamentar
el cultivo de amapola y el comercio del opio |
Salud
publica Moralista
represivo Enemigo
externo |
1961 |
Convención
Única sobre Estupefacientes, 1961 |
Regular
las drogas provenientes de las plantas de amapola, cannabis
y coca. |
Salud
mental Medico
sanitario jurídico Enemigo
interno |
1971 |
Convenio
de sustancias Psicotropicas Viena 1971 |
Inclusión
de nuevas drogas en las listas de sustancias prohibidas. |
Salud
mental Juridico-Politico Enemigo
interno-externo |
1988 |
Convención
de Viena, 1988 contra el tráfico |
Acciones
contra el narcotráfico como crimen organizado del negocio de drogas ilícitas.
|
Crack=amenaza Genética. Jurídico
transnacional Enemigo
externo (Colombia) |
1990 |
Sesión
Especial de las Naciones Unidas |
Procesos
de certificación, Rol de Colombia y paises andinos |
Sociedad
libre de drogas Penal
Extradición-certificación Enemigo
externo |
1998 |
Convención
de Naciones Unidas, 1998 |
Colombia
tiene participación y habla de la corresponsabilidad Plan
Colombia |
Corresponsabilidad Estrategia
Militarista Desarrollo
Alternativo |
2001 |
11
de Septiembre |
Conexión
drogas terrorismo |
Inclusión
de tres grupos armados ilegales en la lista de terroristas. |
Fuente: Del Olmo, 1998, Escohotado, 1998, Matthiesen,
2000.
3. LA INTERPRETACIÓN DE COLOMBIA COLOMBIA Y LA POLÍTICA FRENTE A LAS DROGAS
En el
caso de la política de drogas
“…no solo se llega a la conclusión de la existencia
de
hipertrofia del poder en la función ejecutiva,
sino se evidencia la represión
exclusiva
como único medio de política
criminal,
en este caso, como reflejo de la
política penal,
con absoluto olvido de lo social”
J.
Valencia y A. Ibañez
3.1. El “buen vecino”
La interpretación
que Colombia hace de la cruzada contra las drogas tiene que ver con el
desarrollo de sus relaciones con los Estados Unidos y el ámbito internacional,
así como con sus propias percepciones sociales y políticas sobre el tema.
Durante
la época de consolidación de su independencia, el reconocimiento legal por
parte de otros Estados fue la preocupación primordial de los fundadores de la
nación, justificada por la hostilidad que rodeaba a todos los países del
hemisferio en la época que comenzaban su existencia como naciones soberanas.
[14]
En la
conformación de la República se dieron procesos de colaboración con Inglaterra,
y posteriormente con los Estados Unidos, convirtiéndose este país en el socio principal para Latinoamérica. De allí surge la relación de dependencia dada
por las influencias del modelo americano
sobre la constitución de la República y por la configuración hemisférica de
poder.[15]
El respeto por
las normas jurídicas internacionales y la cooperación con la “estrella del
norte”[16], han
sido una constante de la diplomacia colombiana, salvo en el tema del Canal de Panamá, en 1903, donde
se observa por primera vez un proceso de negociación entre los políticos
colombianos e inversionistas norteamericanos respaldados por las acciones
diplomáticas de los gobiernos. (Lemaitre, 1972)
Históricamente,
la legislación sobre drogas en Colombia es paralela a la reglamentación mundial
sobre el particular. En consecuencia, se importan e interpretan localmente los
argumentos desde los cuales surge lo problemático con la droga. Siguiendo los
preceptos de las resoluciones internacionales, en Colombia se promulgaron leyes
y decretos a lo largo del siglo XX.
La construcción
local de la noción de drogas incorporó aspectos internos de su relación con lo
“marginal”. Sin embargo, esto no
representaba un problema tan relevante como en la línea planteada por los EE.UU. Sólo hasta
los años 50 y 60 se consolidó este estereotipo de lo marginal, al relacionar el
consumo de marihuana principalmente con grupos culturales -músicos y bohemios-
(Pérez, 1994: 58).
En la década de
los 60 las leyes asignaron al Ministerio de Salud la responsabilidad de regular
las leyes prescritas; así se definieron campos de saber como la “medicina
higienista” y se consolidó la idea del
uso de drogas asociado a problemas mentales.
Con la evolución
de la percepción del tratamiento de las drogas hacia una estrategia represiva y
en respuesta a los cambios en la política norteamericana, se crea en 1974 el
Estatuto Nacional de Estupefacientes. A partir de este Estatuto se le asigna al
tema un carácter de seguridad, involucrando al Ministerio de Justicia y a la
Sección de Aduana. Se conforma así la idea de la droga asociada a la
criminalidad y al problema del tráfico o distribución.
Las leyes
derivadas del Estatuto, que se perfeccionaron con la Ley 30 de 1986, reflejan
un periodo burocrático institucional en el cual, el tema de la droga se podía ver desde
distintos ángulos: la salud pública y el entorno social.
La pregunta sobre
cómo operaron estos “saltos” en la percepción del tema de las drogas es la
materia del siguiente numeral.
3.2. Origen y desarrollo de la percepción social y
normativa del problema de las drogas.
3.2.1. Coca pa’
pagar, Coca pa’ trabajar
El uso de
sustancias psicoactivantes ha estado ligado a
culturas precolombinas en rituales o
estados extáticos dirigidos por los mamas o chamanes de los grupos
indígenas. Particularmente, la coca era
utilizada dentro de la vida cotidiana de estos grupos, siendo además moneda en
el trueque e intercambio.
Existían normas
muy precisas para su uso y en muchos casos era destinada solo a los miembros
más importantes de la comunidad. También
se conocían otras sustancias rituales para ceremonias y momentos de comunicación
con los dioses (yagé, ayahuasca, yopo,
entre otras). Pese a la gran riqueza de entéogenos americanos y su uso corriente dentro de los
ritos indígenas, muy poco quedó de este conocimiento después de la colonización
española. Este saber quedó confinado
dentro de los grupos supervivientes que fueron incorporando los valores de la
colonización y la moral católica.
En el caso de la coca, su carácter
“normal” cambiaría con la moral de algunos grupos cristianos de españoles, que
vieron en ella la “obra del diablo”. Al mismo tiempo los conquistadores
constataron que la coca tenía un valor como medio
de cambio[17] y se sirvieron de ella
para el pago de mano de obra indígena.
Sobre el hayo cuenta Piedrahita
que "es la yerba que en el Perú llaman coca y
son ciertas hojas como las del zumaque y de la misma suerte las labranzas en
que las crían, y cuando la cosecha está en sazón van cortándolas -los indios-
con la uña del dedo pulgar de una en una, a raíz del palillo en que nacen y
tendiéndolas en mantas que previenen para este efecto, después las ponen en una
vasija de barro sobre el fuego, y tostadas, las guardan, o para el consumo, en
que fundan su mayor riqueza, o para el gasto de casa y familia. El palillo es de muy suave color y la hoja no
es de mal gusto antes de ponerla al fuego, pero después es amenaza y entorpece
la lengua. El jugo del hayo es de tanto vigor y
sustento para los indios, que con él no sienten ni sed, ni hambre, antes los
alimenta para el trabajo, que viene a ser
el tiempo en que más lo usan, y así mismo debe ser muy provechoso
para conservar la dentadura, por lo que se experimenta aun en los indios más
ancianos. De antes usaban mascar esta yerba simple pero ya la mezclan con cal de caracoles que
han introducido algunos españoles y llaman poporo y
con anua que es otro genero de masa que embriaga los sentidos. A fines del siglo XVII, cuando escribía
Piedrahita su crónica, aún usaban los indios moscas y sus afines el hayo, que era cultivado en la provincia de los Sutagaos (Tunjuelito y Usme hacia Fusagasugá y Rio Magdalena).
Los españoles también la usaron, y sobre esto escribe
Simón, que de las costumbres introducidas por el demonio entre ellos "ha
sido una el mascar hayo en especial entre mujeres
flacas, cosa abominable y escandalosa y que no deja de estorbar para la
conversión de los indios, para que esta práctica había ya desaparecido en
nuestro país a fines del siglo XVIII" (Otero D´
Costa, 1972).
La coca fue un
descubrimiento importante para la farmacia mundial. Las primeras anotaciones de
los historiadores reseñan la sustancia de manera positiva, por lo que como
muestra el texto es probable que los españoles también usaran la coca. Debido
al exterminio de las comunidades originales, lo que queda en la población
colombiana del componente indígena es bajo, por lo que en la actualidad su uso
tradicional está confinado a un pequeño porcentaje de la población
colombiana.
La chicha embrutece
Posteriores a la
coca y mucho más populares eran las bebidas embriagantes derivadas del maíz y
otros cereales, caso de la chicha y el guarapo.
La producción y venta de estas bebidas fue un lucrativo negocio tanto
para los españoles como para negociantes criollos que manejaron las chicherías
y pulperías.
En la Colonia
surgen las primeras disposiciones que consideran esta costumbre como algo
indeseable o inmoral. La cédula real de
1748 es la primera alianza entre Estado e Iglesia para dictar esta norma en la
que se exigía el cierre de las chicherías en los días de fiestas eclesiásticas
(Perez et.al., 1994: 28).
Las leyes
siguientes sobre la chicha no prohiben su producción
o venta específicamente, pero tratan de evitar el desorden público generado por
su consumo. Otras disposiciones buscan mejorar las deplorables condiciones de
higiene en la producción de la misma.
La
deslegitimación y estigmatización del uso de la chicha y el guarapo fue un
proceso de construcción social, con una fuerte propaganda moral y ética, que
tuvo efectos en la proscripción de ciertos grupos sociales. Otro aspecto a
considerar es la tendencia de la sociedad colombiana a “urbanizarse”, como una
manera de “distinguirse” de lo rural y de las clases bajas. La chicha se
proscribió a favor de la consolidación de nuevas bebidas embriagantes como la
cerveza y los licores importados. [18]
En general, la
connotación negativa de la chicha y, posteriormente, del alcohol era
argumentada por su relación con el “desorden público” y la criminalidad. De hecho, las normas estipuladas desde la
Colonia hasta las primeras leyes en el siglo XX no intervienen en el negocio en
sí mismo, sino se refieren a los efectos del consumo en los términos asociados
de “hábito pernicioso”, “desorden social”,
“estados de peligrosidad habitual”, “conducta atentatoria contra el
orden social”, entre otros.
Estos términos se
asemejan a las calificaciones usadas en la edad clásica para designar a los
“locos”. Solo para comparar:
…he aquí algunos internados por “desorden
del espíritu” de los que puede encontrarse mención en los registros: “alegador
empedernido”, “el hombre más pleitista”, “hombre muy malvado y tramposo”,
“hombre que pasa noches y días aturdiendo a otras personas con sus canciones y
profiriendo las blasfemias más horribles, “calumniador”, “gran mentiroso”,
“espíritu inquieto, depresivo y turbio”…! (Foucault,
1998: 302).
3.3. La eficacia del Derecho y sus fuentes
sociales
La necesidad de
reglamentar una acción social conduce a la promulgación de leyes y resoluciones
que realizan dos funciones básicas: en primer lugar, definen los problemas
asociados a la acción y en segundo lugar, crean instrumentos para su
regulación. El Derecho es portador de
los mensajes sociales de ordenación de las conductas y las relaciones. Al mismo tiempo, expresa la política y
designa instituciones responsables. Weber agrega que el “ordenamiento
formal de la conducta puede en determinadas circunstancias influir
profundamente de un modo material” (Weber, 1997:
56).
El derecho incide
en la sociedad cuando regula las relaciones y clasifica los delitos, pero también se surte de las construcciones
sociales.[19]
La incorporación
de las leyes sobre drogas en Colombia se ha basado en las siguientes
características:
El seguimiento a las decisiones del
Derecho Internacional y las disposiciones internacionales (Ej. Las convenciones sobre las drogas).
La cooperación con los Estados
Unidos y la nueva hegemonía hemisférica.
El proceso de conformación del Estado colombiano
se dio desde un principio como un esquema de negociación de los intereses de
los grupos de poder económico y político regional. Este esquema también recogió
las herencias de adscripción de la Colonia y el Modelo Hacendario,
y esto constituyó el campo para el actual modelo clientelista
de los partidos políticos tradicionales.
Teniendo en
cuenta este contexto, a continuación se presentan las leyes y disposiciones que
reglamentan el tema de las drogas. Nótese que tales leyes en sus inicios fueron
reflejos de las leyes dictadas en los Estados Unidos, aunque algunas se
originan antes de las mismas leyes norteamericanas. Lo importante es que
considerando el “estilo” estatal colombiano, dichas leyes se dieron por
procesos de negociación de los intereses en juego de los grupos
involucrados. Esto será una constante
durante la primera mitad del siglo XX, y cambiará de acuerdo a las condiciones
que generaron el surgimiento de grupos de narcotraficantes, algunos de ellos
colombianos.
3.3.1. 1916-1946: La orientación
internacional y la definición del problema de drogas
En el siglo XX,
la primera ley que contiene una referencia a lo que hoy conocemos como drogas,
tiene que ver con la reglamentación del alcohol en la Ley 12 de 1916, por el cual se “declaran
libres la producción y comercio del alcohol desnaturalizado y de los vinos de
producción nacional”.
Siguiendo los
preceptos de las resoluciones internacionales derivadas de las Conferencias del
Opio, se promulga la Ley 11 de 1920,
donde se define a las drogas como “preparaciones
que pudieran formar hábito pernicioso”.
Esta ley asigna los médicos a la autoridad para recetar drogas como la
cocaína, el opio y la cannabis
indica, en propósitos curativos. A
partir de esta ley se crea la Comisión de Especialidades Farmacéuticas, con la
participación del Director Nacional y profesionales de las Facultades de
Química, Medicina y del Laboratorio de la Universidad Nacional.
En las leyes
siguientes, se aprecia cómo el consumo de alcohol es una práctica común, y se
busca el beneficio económico y la reglamentación. En efecto, la Ley 12 de 1923 le asigna a las
asambleas departamentales el 50% del producto de las ventas de bebidas
alcohólicas. Tiempo después se
generaliza el monopolio de la producción de los aguardientes y licores locales
como parte de las rentas de los departamentos.
Tal
como argumenta Weber, en este caso se manifiesta el
efecto material de la ordenación de la conducta al obtener beneficio económico
e institucional de la embriaguez. El texto de la ley es contradictorio, pues al
definir el alcoholismo lo vincula con
problemas de “salubridad, seguridad y moralidad pública”, que serían amenazados
por la ingestión de alcohol, pero al mismo tiempo busca percibir ganancias de
esta práctica social. nsumo de drogas no era considerado
entonces como un problema grave, y se recomendaba un “tratamiento conveniente”
sin sanción penal, cuya ley incluía la
obligación de una “enseñanza antialcohólica” obligatoria en todos los
establecimientos oficiales.
En
respuesta a la Prohibición en Estados Unidos, la ley 88 de 1928 define la
“lucha antialcohólica” y, al igual que en la disposición colonial, se prohibe el expendio de licores o bebidas fermentadas los
“domingos y demás días de fiesta civil y eclesiástica, los de las elecciones
populares, y los jueves y viernes santos”.
En
este mismo año, mediante la ley 118 se crea la Dirección Nacional de Higiene y
se amplia lo estipulado en la Ley 11 de 1920. A las casas de salud y hospitales
se les responsabiliza del tratamiento de quienes “usan indebidamente drogas”
generando una concepción del usuario de drogas como “enfermo mental”. El costo de este tratamiento deberá ser
asumido por el usuario o su familia, en el caso de personas pudientes; los que
no pueden costear el tratamiento serán llevados a las casas oficiales de salud
mental. Por último, promueve la creación
de la carrera de “médico higienista”.[20]
En la
década de los 30, en adhesión a la II Conferencia de Opio, se limita la
manufactura y distribución de narcóticos. En 1936 el Código Penal tipifica la
elaboración, distribución y tráfico de narcóticos o estupefacientes como
delitos contra la salud pública. Es de
notar que en esta clasificación se excluye la marihuana y la cocaína.
En
1939, se restringe la venta en farmacias de hojas de coca que era una medicina
tradicionalmente usada, respondiendo con esta resolución a las disposiciones de
la Conferencia de Ginebra (1936).
3.3.2. 1946-1973: Penalización del
consumo y la producción
A
partir de la década de los 40 el problema de droga se incorpora dentro del
Código y Procedimiento Penal. Se penaliza la elaboración y la venta o
suministro de las llamadas drogas, y su cultivo o siembra (Ley 45 de 1946). En este mismo año, se incluyen a la marihuana
y la cocaína como drogas, para lo cual se dicta el Decreto 896 en su contra. En esta decisión interviene el Ministerio de
Trabajo y el de Higiene.
Al
finalizar la década, se ha penalizado toda acción relacionada con el
tradicional pago en hoja de coca, así como también el cultivo, distribución y
venta de marihuana; además se sanciona a los usuarios de morfina y heroína.
Para
la década de los 50 se ha conformado la opinión generalizada de la droga como
un enemigo peligroso. En el Decreto 1858 de 1951 se especifica la peligrosidad
de los traficantes y los usuarios de la marihuana. Esto conducirá al inicio de la paranoia
social y estatal sobre las drogas, y en 1955 el gobierno nacional, en uso de
las atribuciones del Estado de Sitio,[21]
expide el Decreto 0014 definiendo como “estados de especial peligrosidad” las
siguientes conductas:
La ebriedad y toxicomanía
habituales.
El Comerciar o facilitar drogas estupefacientes.
El cultivo, elaboración, uso,
negocio o suministro de marihuana.
Al
igual que en los Estados Unidos, en Colombia emerge la percepción social sobre
la marihuana, la cocaína y el opio como inductoras a estados peligrosos
socialmente. Esta noción puede dar lugar a cualquier interpretación,
argumentada en la moralidad: territorio ambiguo.
Mediante
el Decreto 1699 de 1964 se introduce el término toxicomanía asociado “al
(abuso) de alcohol o de cualquier otra sustancia”. Paralelamente, se definen los límites entre
los practicantes farmacéuticos, las boticas, las farmacias y las droguerías,
todas ellas bajo la supervisión del Ministerio de Salud.
Los
años 60 tienen gran influencia en la percepción del uso de drogas, pues se
cuestiona el nexo entre drogas y crimen. Esto debido a que particularmente la
marihuana fue utilizada en sectores sociales tradicionalmente no problemáticos:
músicos, intelectuales o artistas. Las
leyes reflejarán esta distinción y buscarán darle un tratamiento de menor represión
al consumo de drogas, tratando además de inducir a discusiones científicas
sobre el particular (Decreto 1118 de 1970).
Sin
embargo, el argumento de la “peligrosidad social” vuelve a retomarse en el
Decreto 1136 de 1970, Estatuto de Protección Social:
Al que perturbe la tranquilidad pública
como consecuencia de estado de intoxicación crónica producida por el alcohol, o
por enfermedad mental o por consumo de estupefacientes o de alucinógenos se le
someterá a tratamiento médico con o sin internación en clínica, casa de reposo
u hospital hasta obtener su curación o rehabilitación. (Artículo 4º del Decreto 1136 de 1970)
La
definición del usuario de drogas oscila entre la criminalidad y la enfermedad
mental. De allí que la cárcel no se
proponga como un lugar para estas personas, aunque no descarta la necesidad del
encierro. Para 1971 se estipula el uso
de drogas como delito de “perturbación de la tranquilidad pública” (Decreto 522 de 1971) y se designan
instituciones como “frenocomios,
casas de reposo, hospital o clínica” como los lugares donde es posible la
“curación o rehabilitación”.
Es un fenómeno importante la invención de
un lugar de constreñimiento forzoso, donde la moral puede castigar cruelmente,
merced a una atribución administrativa.
Por primera vez, se instauran establecimientos de moralidad, donde se
logra una asombrosa síntesis de obligación moral y ley civil. El orden de los Estados no tolera ya el
desorden de los corazones. (Foucault, 111-119; 1998)
3.3.3. 1973-1980:
El Consejo Nacional de Estupefacientes y el inicio de la burocracia antidrogas
Por la
Ley 17 de 1973, el Congreso Nacional revistió al Presidente de facultades
extraordinarias “para elaborar un
estatuto que regule íntegramente el fenómeno de aquellas drogas o sustancias,
cree el organismo administrativo que cumpla las funciones que le atribuye el
estatuto y haga las apropiaciones en el presupuesto nacional”.
Esta
ley da origen al Estatuto Nacional de Estupefacientes (Decreto 1188 de 1974):
El ENE fue el primer cuerpo orgánico que
en el ámbito legal, de manera coherente y armónica, reguló el fenómeno en
diversos capítulos:
campañas educativas y publicitarias, control de fabricación y
distribución de sustancias estupefacientes, los delitos y las contravenciones,
la destrucción de sustancias incautadas, el tratamiento y rehabilitación de los
farmacodependientes, y acciones del Consejo Nacional
de Estupefacientes (CNE) que había sido creado por el Decreto 1206 de junio de
1973. (Velásquez, 1989: 19)
A partir de la década de los 70, el papel de Colombia en el negocio de
drogas ilegales cambió radicalmente. Las características particulares de la
sociedad y la economía colombiana, dieron origen a la formación de grupos
involucrados en el negocio ilegal de drogas. Muchos investigadores afirman que
hubo un desplazamiento de actividad ilegal, que antes habían estado
relacionadas con el contrabando, la explotación ilegal de esmeraldas y las
actividades de extracción del caucho hacia el narcotráfico. Este desplazamiento se facilitó por la
fragilidad del sistema de autoridad y en general, por la aceptación
complaciente de la sociedad colombiana.
3.4.
La Ley 30 de 1986: La droga definida e institucionalizada
Mediante
la Ley 30 de 1986 se crea el Consejo Nacional de Estupefacientes, que organiza
de manera integral el fenómeno de drogas desde el tema del consumo hasta el
tema de la producción. Es notable la forma en que esta ley define y categoriza términos y componentes del discurso sobre las
drogas. También le otorga al Ejecutivo la administración de
estas instituciones designadas (Consejo Nacional de Estupefacientes y la
Dirección Nacional de Estupefacientes).
La concentración de responsabilidades en el ejecutivo facilitará la
filtración del narcotráfico en los
arreglos entre la política y la economía.
Según la norma, el CNE, con la colaboración de la
Secretaría Técnica del DNE, es responsable de formular la política de lucha
contra las drogas. Este Consejo cuenta
con la participación de distintos sectores y autoridades de la siguiente manera:
1. El Ministerio de Justicia, quien lo
presidirá.
2. El
Ministerio de Defensa Nacional.
3. El
Ministerio de Educación Nacional.
4. El
Ministerio de Salud Pública.
5. El
Ministerio de Relaciones Exteriores.
6. El
Director nacional de estupefacientes, quien tendrá voz pero no voto.
7. El
Procurador General de la Nación o su delegado.
8. El
Director del Departamento Administrativo de Seguridad o su delegado.
9. El
Director general de la Policía Nacional o su delegado.
10. El
Fiscal General de la Nación o su delegado.
Las Funciones del Consejo Nacional de Estupefacientes, establecidas
por el Artículo 91, le brindan la facultad de desarrollo de la política:
a)
Formular, para su adopción por el Gobierno Nacional, las políticas y los planes
y programas que las entidades públicas y privadas deben adelantar para la lucha
contra la producción, comercio y uso de drogas que producen dependencia. Igualmente el consejo propondrá medidas para
el control del uso ilícito de tales drogas;
b)
Conforme al ordinal anterior, señalar a los distintos organismos oficiales las
campañas y acciones específicas que cada uno de ellos debe adelantar;
c)
Dictar las normas necesarias para el debido cumplimiento de sus funciones y
proponer al gobierno la expedición de las que fueren de competencia de éste;
d)
Supervisar la actividad de las entidades estatales y privadas que se ocupan de
la prevención e investigación científica y de policía judicial, control y
rehabilitación en materia de drogas que producen dependencia;
e)
Mantener contactos con gobiernos extranjeros y entidades internacionales en
asuntos de su competencia y adelantar gestiones ante los mismos con el fin de
coordinar la acción del gobierno colombiano con la de otros Estados, y de
obtener la asistencia que fuera del caso;
f)
Disponer, de acuerdo con los indicios graves, que posea, proveniente de los
organismos de inteligencia, sobre actividades de personas, aeronaves,
embarcaciones, vehículos terrestres y uso de aeródromos o pistas, puertos,
muelles o terminales marítimos, fluviales o terrestres, vinculados al tráfico
de estupefacientes, la suspensión de las licencias para personal aeronáutico,
marítimo, fluvial y terrestre, certificados y permisos de operación. Para tal
efecto, impartirá a las autoridades correspondientes las instrucciones a que
haya lugar, y
g)
Disponer la destrucción de los cultivos de marihuana, coca y demás plantaciones
de las cuales se puedan extraer sustancias que produzcan dependencia,
utilizando los medios más adecuados, previo concepto favorable de los
organismos encargados de velar por la salud de la población y por la
preservación y equilibrio del ecosistema del país.
Según
lo anterior, el CNE es el organismo más
importante en la definición de la política de drogas. Desde entonces no ha
habido otro intento por definir el problema de las drogas en su
complejidad. Se ha privilegiado la
mirada militar sobre el tema por el argumento de la “seguridad nacional”. Los
cambios que se dieron en la participación de grupos de narcotraficantes
colombianos harán que el tema se “encierre” para ser tratado por los
especialistas, es decir, por la policía, la DEA y las fuerzas militares, como
se verá en el siguiente capítulo.
3.5.
Una excepción, el reconocimiento de la
autonomía: La Dosis Personal[22]
La
Constitución Política de 1991 constituyó un acuerdo social que expresa los
nuevos principios del Estado colombiano y reforma así
los conceptos sociales y políticos que organizan la forma del Estado. Además brindó un nuevo marco para
diferenciar los derechos entre lo público y lo privado. Según ella, el principio de la libre
determinación y la dignidad de la persona (autónoma para elegir su propio
destino) y la consigna según la cual “una
persona no puede ser castigada por lo que posiblemente hará, sino por lo que efectivamente
hace”, serán los principios inspiradores de una sentencia que representa un
hito fundamental en la consideración legal del problema de drogas.
Mediante
la Sentencia NO. C-221 de 1994, la Corte Constitucional señala que la
drogadicción es básicamente un “comportamiento personal” y con base en esto,
despenaliza la acción del consumo, limitado a lo que se conocería como la dosis
personal.
De
esta sentencia se desprenden varios puntos fundamentales que brindan un
argumento jurídico liberal y democrático para entender mejor el tema del
consumo:
·
Derecho a la salud: Cada cual es libre de decidir si es o
no el caso recuperar su salud.
Si yo soy dueño de mi vida, a fortiori soy libre de cuidar o no mi salud cuyo
deterioro lleva a la muerte que, lícitamente yo puedo infligirme.
·
Derecho al libre desarrollo de la
personalidad: La
primera consecuencia que se deriva de la autonomía, consiste en que es la
propia persona y no nadie por ella quien debe darle sentido a su
existencia.
Que las
personas sean libres y autónomas para elegir su forma de vida mientras ésta no
interfiera con la autonomía de las otras, es parte vital del interés común en
una sociedad personalista, como la que ha pretendido configurar la carta
Política que hoy nos rige. Si el derecho
al libre desarrollo de la personalidad tiene algún sentido dentro de nuestro
sistema, es preciso concluir que, por las razones anotadas, las normas que
hacen del consumo de droga un delito, son claramente inconstitucionales.
·
Drogadicción: Educación como obligación estatal y
tratamiento médico
“Que una
persona que no ha cometido ninguna infracción penal –como lo establece el mismo
artículo- sea obligada a recibir tratamiento médico contra una “enfermedad” de
la que no quiere curarse, es abiertamente atentatorio de la libertad y de la
autonomía consagradas en el artículo 16”
Estas consideraciones llevaron a cuestionar las
disposiciones de la Ley 30 de 1986 con respecto al Artículo 2º. Sobre la dosis
personal y el Artículo 51 sobre la penalización del porte de drogas. La Sentencia señala que estas disposiciones
violan directamente los siguientes preceptos de la Carta:
El artículo 1º
que alude al respeto de la dignidad humana como fundamento del Estado; el 2º
que obliga al mismo Estado a garantizar “la efectividad de los principios,
derechos y deberes consagrados en la Constitución”; el 5º que reconoce la
primacía de los derechos inalienables de la persona, dentro de los cuales ocupa
un lugar de privilegio dado el de la autonomía, como expresión inmediata de la
libertad, el 16 que consagra expresamente el derecho anterior referido y el 13
consagratorio del derecho a la igualdad pues no se compadece con él, el
tratamiento de personas que deben ser análogamente tratadas (el caso del
cigarrillo y el alcohol).
Además
abrió la discusión sobre la definición del Estado y los ámbitos de su
intervención:
El Estado colombiano se asume (en tanto
que sujeto pretensor) dueño y señor de la vida de cada una de las personas cuya
conducta rige y, por eso, arrogándose el papel de Dios en la concepción
teológica, prescriba, más allá de la órbita del derecho, comportamientos que
solo al individuo atañen y sobre los cuales cada persona es dueña de decidir.
La
importancia de esta sentencia está en la apertura hacia un debate de la legalización
de ciertas drogas. La tendencia de algunos países europeos bajo la perspectiva
de reducción del daño apunta a la reclasificación de las drogas ilegales, y
conduce a debates sobre la legalización, particularmente de la marihuana. El fenómeno de drogas entendido en el ámbito
privado es un tema fundamental de derechos individuales.
Pese a
la contundencia de los argumentos y la expedición misma de la despenalización
de la dosis personal, la construcción social frente a las drogas es mucho más
fuerte que los cambios que esta ley pueda generar en la configuración general
de la política y la opinión sobre las drogas.
Cuadro 3.1. Leyes en Colombia frente a las drogas – Análisis histórico.
Ley, Decreto o Artículo |
Tema |
Sentido de la Norma |
Burocracia involucrada |
Interés |
Comentario |
|
Ley 84 de 1916 |
Por el cual se declaran libres la producción y comercio
del alcohol desnaturalizado y de los vinos de producción nacional. |
Libre comercio de sustancias que contienen alcohol. |
Asambleas departamentales. |
Libre comercio. |
Se nota un interés por la importación de alcohol sin
que exista una denominación negativa de él. |
|
Ley 11 de 1920 |
Sobre importación y
venta de drogas que formen hábito pernicioso. |
Designación de sustancias como la cocaína o sus sales eucaína, alfa o beta, opio o preparaciones como láudano, opio
concentrado, bálsamo anodino, codeína y morfina, heroína, belladona,
atropina, cannabis índica y demás sustancias. |
Se crea la Comisión de Especialidades Farmacéuticas: Dirección
Nacional de Higiene, Director Químico Laboratorio Nacional, Profesor de
Farmacia de la Facultad de Medicina., todos bajo control del Ejecutivo. |
Control y designación de conductas y gestiones
económicas. |
Hasta ahora no se habla de penalización del consumo.
De hecho, este es posible siempre y cuando se posea una orden médica. Se otorga poder a ciertos grupos llamados
especialistas, desde el paradigma de la higiene. |
|
Ley 12 de 1923 |
En desarrollo de la Ley sobre alcohol. |
Las asambleas departamentales dictarán disposiciones contra
el alcoholismo, restringiendo la producción, venta y consumo de licores
destilados y bebidas fermentadas (chicha y guarapo). |
Asambleas departamentales que rigen los precios según
sus "intereses fiscales". |
Otorgar el 50% del producto de la venta a las rentas
departamentales. |
Es un comportamiento esquizofrénico, en tanto se
señala la peligrosidad del alcohol; se exige enseñanza antialcohólica pero a
la vez se reconoce como renta. |
|
Ley 88 de 1925 |
En desarrollo de disposiciones civiles sobre el
alcohol. |
Se prohibe el expendio de
licores embriagantes en despoblados inmediatos a las construcciones del
ferrocarril. Así mismo se prohibe las cantinas a
menos de una cuadra de escuelas o colegios. |
El poder ejecutivo. |
Proteger ciertas zonas de la influencia del alcohol. |
Denota un interés económico productivo en tanto los
ferrocarriles impulsaron de la economía y generaron de empleo. |
|
Ley 118 de 1928 |
Por el cual se adiciona a la ley 11 de 1920, sobre
importación y venta de drogas que formen hábito pernicioso y se dictan otras
disposiciones servicio higiene. |
Se precisa el comercio de dichas sustancias. Se hace
referencia al hábito pernicioso y la necesidad ubicar a los que usan
indebidamente tales drogas en casas de salud. |
Casas de salud.
Alcaldes, instructores municipales que estén involucrados serán
sancionados. Se crea la carrera de
médico higienista. |
Precisar la Ley 11 de 1920. |
Se comienza a hablar del costo social de la reclusión,
llegando en algunos casos a que el recluido deba pagar sus servicios. También
se refiere al sueldo de médicos en lazaretos. |
|
Ley 36 de 1939 |
Por el cual se reglamenta el comercio de las drogas que
forman habito pernicioso. |
Esta norma confiere al Gobierno Nacional el derecho de
importar drogas que formen habito pernicioso. |
Ministerio de Trabajo e Higiene. |
Monopolio de las drogas ilícitas. Comercio. |
El Estado comienza a asumir una posición de control
sobre este tipo de sustancias. |
|
Ley 45 de 1946 |
Por el cual se subrogan algunas disposiciones de los
códigos y procedimiento penal. |
Penalización de la actividad de "distribución, venta
y suministro" de drogas estupefacientes lo mismo que el destino de casas
o establecimientos para tales fines. |
Autoridades nacionales de Higiene. |
Actúa sobre la penalización de estas actividades. |
Es curioso ver cómo la legislación parece parar de 1939
a 1946. Se cambia el nombre de drogas que forman hábito pernicioso al de
drogas estupefacientes. |
|
Ley 23 de 1962 |
Por el cual se reglamenta el ejercicio de la profesión
de químico farmacéutico. |
"El ejercicio de la química farmacéutica o de la
farmacia implica una función social responsabilidad de los
profesionales”. Se diferencia entre
farmacia droguería, botica y botica asistencial. |
Ministerio de Salud, Subdivisión de Drogas, Alimentos
y Cosméticos. |
Reglamentar la profesión y la manera en que se
administran las drogas. |
Es claro cómo el Estado se va haciendo cargo del tema
de las drogas, como un asunto de salud en que el saber del profesional es
"dosificado" a su vez por la ley. |
|
Ley 47 de 1967 |
Por medio del cual se modifica el Articulo 1 de la Ley
23/62 |
Se redefinen los términos de la ley. |
Reorganiza la sección de supervigilancia de la oficina
de control de drogas y productos biológicos. |
Organización burocrática. Definiciones de términos y
establecimientos. |
Continúa el poder del Estados sobre el tema de las
drogas. |
|
Decreto 1136 de 1970 |
Perturbación de la tranquilidad. Definición de la
locura. |
Al que perturbe la tranquilidad pública como consecuencia
de estado de intoxicación crónica producida por el alcohol, o por enfermedad
mental o consumo de estupefacientes o de alucinógenos se le someterá a
tratamiento médico con o sin internación en clínica, casa de reposo u
hospital, hasta obtener su curación o rehabilitación. |
Hospitales, clínicas y frenocomios
públicos deberán tener pabellones especiales.
El médico debe dictaminar la "perturbación". |
Define claramente la locura: la condena y la encierra. |
Corresponde al comentario de Foucault
en la historia de la locura: Pp. 210-211. Se define la alteración y se le quitan
facultades a la persona alterada. |
|
Decreto 522 de 1971 |
De las contravenciones especiales que afectan el orden
social. |
Se regula la actividad
de establecimientos públicos y el ausipicio
del consumo de marihuana, cocaína, morfina o cualquiera otra droga o
sustancia estupefaciente o alucinógena. |
Establecimientos públicos. |
Regulación de establecimientos. |
Sugiere el título sobre el orden social, aspectos
relacionados con el decreto anterior y la amenaza al orden o control social
por parte de los que no controlan sus emociones e impulsos. |
|
Ley 17 de 1973 |
Se dictan normas que reprimen conductas relacionadas con
drogas o sustancias que producen dependencia física o psíquica, y se reviste
al presidente de facultades extraordinarias para que regule integralmente el
fenómeno de aquellas drogas o sustancias. |
Delega en el presidente el sentido de la norma. Introduce el tema de cultivos ilícitos
dentro de su formulación. También se habla del castigo a la difusión o el
estímulo (por cualquier medio). |
Presidencia de la República. Jueces Penales. Min. Justicia. Empieza a otorgar presupuesto para el
cumplimiento de estas leyes. |
Concentración de regulación en el Ejecutivo. |
Llama la atención la característica de
"facultades extraordinarias" sobre las cuales se dan las
disposiciones. |
|
Decreto 1188 de 1974 |
Estatuto Nacional de Estupefacientes. |
Por primera vez organiza un cuadro burocrático
institucional para regular todos los aspectos de tan complejo fenómeno. |
Consejo Nacional de Estupefacientes. |
Política y acciones integrales de carácter ejecutivo. |
Es un momento clave en tanto genera una burocracia
establecida, forma organizacional y visión integral del tema. |
|
Decreto 2346 de 1978 |
Por el cual se asignan funciones relacionadas con la
lucha contra el tráfico de estupefacientes a la Presidencia. |
Crear en el nivel Ejecutivo un organismo encargado de
la "lucha contra el tráfico de estupefacientes" como misión de la
Presidencia y su administración. |
Departamento Administrativo de la Presidencia, DAPRE. |
Lucha contra el tráfico de estupefacientes en el nivel
ejecutivo. |
El ejecutivo concentra la responsabilidad de la lucha
contra el tráfico de estupefacientes, se cambia la connotación del uso hacia
la producción en tanto tráfico. |
|
Ley 9 de 1979 |
Por el cual se dictan medidas sanitarias. |
Extensa sobre disposiciones de alimentos, bebidas y
drogas, así como del señalamiento de la salud como bien público |
Se concentra la responsabilidad en el Ministerio de
Salud. |
Medidas sanitarias. |
Se empieza a escindir la política el argumento de la
salud pública en la legislación y el tema de la lucha como asunto de la
Presidencia. |
|
Ley 30 de 1986 |
Por la cual se adopta el Estatuto Nacional de
Estupefacientes y otras. |
Define droga, estupefaciente, medicamento,
psicotrópico, abuso, dependencia psicológica, adicción o drogadicción,
toxicomanía, dosis terapéutica, dosis personal. |
Consejo Nacional de Estupefacientes. |
Reglamentación total de todo el fenómeno de producción
y consumo. |
Esta ley define términos, adopta un sentido, e,
integra la producción, el consumo, el trafico en la
consideración del problema de drogas. |
Tabla
3.1. Paralelo histórico entre la
legislación colombiana y la estadounidense en el tema de drogas.
4. EL ENEMIGO INTERNO
Definición de los grupos involucrados en el negocio de drogas
ilegales
“Este país es mío”
El “Narco” de los Monos de Caballero
Durante las
últimas décadas del siglo XX el papel de Colombia en el escenario mundial de
las drogas cambió drásticamente y, en consecuencia, su aparato político,
económico y social. Como se aprecia en el siguiente cuadro, la participación
colombiana en la producción de cocaína se incrementó sustancialmente y dio
origen a grupos dedicados a esta actividad.
En este capítulo
se presenta el surgimiento y evolución del narcotráfico hacia grupos de crimen
organizado que realizan acciones económicas de uso de poder y ejercen
actividades criminales en las que la violencia es un factor desestabilizante
de la sociedad. Se describe la manera como estos grupos entraron al escenario
de negociaciones políticas, sociales y económicas en el contexto colombiano.
El capítulo está dividido así: En la primera parte, se
hacen algunas definiciones sociológicas de los grupos dedicados a la producción
y el tráfico de drogas. En la segunda
parte, se analiza la evolución, en términos de ejercicio del poder de estos
grupos. En particular se mirará cómo en un momento particular, los grupos de
narcotraficantes, por medio de la intimidación, el soborno o la cooptación de
la sociedad, se establecen en una posición frontal en el escenario de
negociaciones del Estado, particularmente frente a la extradición.
PARTE I: DEFINICIONES
SOCIOLÓGICAS
4.1. Clanes, carteles y mafias:
Descripción sociológica de los grupos o individuos involucrados en el
negocio de drogas ilegales
La referencia más frecuente, cuando
se habla de grupos o individuos involucrados en el negocio de drogas ilegales,
tiene que ver con términos como mafias, carteles y terroristas. También se los asocia con minorías étnicas y
criminalidad.
Desde una perspectiva meramente
económica, puede decirse que dichos grupos se conforman para llevar a cabo una
acción económica y maximizar sus beneficios, asumiendo formas normalmente
violentas para llevar a cabo sus actividades. Las formas organizacionales y las estrategias
que adoptan varían de acuerdo con múltiples factores y no puede darse una sola
definición.
El concepto de mafia define la
organización por los factores que la cohesionan, como son los lazos
estrictamente familiares, la existencia de códigos de honor y la ejecución de
acciones violentas. Organizados de forma piramidal, las familias (mafiosas)
están regidas por un orden semejante al patriarcal. Para Weber la dominación
que impera en la forma del patriarca está determinada por lazos de lealtad y
adscripción incondicional. La
composición de esta forma patriarcal se caracteriza por la "ausencia de un cuadro administrativo formal",
aunque son muchos los miembros de segundo nivel que se ocupan de las tareas de
administración.
La autoridad del "don" se
asemejaría a la autoridad del patriarca, pater
familia, y en ese sentido concentra un "amplio ámbito del arbitrio material y de los actos discrecionales
puramente personales del soberano" (Weber;
1997: 192).
Esta misma figura del “don” se
encuentra en la de “el Patrón” (Pablo Escobar), que ejerce protección e
influencia sobre determinados grupos de la población normalmente en los bajos
fondos de sus áreas de influencia.
Sin embargo, la definición de mafia
usada normalmente para designar a los grupos involucrados en negocios ilegales,
no es generalizable y no constituye un tipo ideal en la consideración del
narcotráfico. Tal como lo expone magistralmente C. Krauthausen
en su análisis comparativo entre la Cosa Nostra
italiana y el narcotráfico colombiano, son muchas las diferencias entre estos
grupos, aunque también presentan similitudes en sus formas de acción. Para este autor las circunstancias determinan
comportamientos mafiosos por parte de los narcotraficantes; en algunos casos
los mafiosos practican actividades de narcotráfico, sin que ello represente una
delimitación rígida de las definiciones de los dos grupos:
Las diferencias organizacionales entre la Cosa Nostra y el narcotráfico son considerables. De un lado,
herméticas asociaciones secretas con una restrictiva política de reclutamiento,
del otro, cambiantes redes, relaciones comerciales y
empresas en las que, en principio, cualquiera puede participar, siempre y
cuando disponga del capital de contactos requeridos. Jerarquías y acatamiento
de órdenes aquí, asociaciones y repartición de ganancias allá. Formalización en rituales y normas en Italia,
e informalidad en el trato y la conducta en Colombia. Organizativamente
rígida la Cosa Nostra, flexible y muchas veces
difusa, la estructura del narcotráfico.
(Krauthausen, 1998: 243)
Existen similitudes en los contextos italiano y colombiano, que propician el
surgimiento de organizaciones que ejercen una acción ilegal de tipo criminal en
un escenario estatal y cultural determinado por las siguientes
características:
·
La tradición de
formas de adscripción de tipo gamonal, clientelista y
caciquil, de alguna manera ligados al campo y heredados desde el siglo pasado.
·
La corrupción como
práctica social y política legitimada.
·
El contrabando y
otras prácticas de ilegalidad que preparan el terreno para el narcotráfico o la
extorsión.
·
La crisis económica
y social de las élites regionales, que además de
facilitar el ascenso social y económico contribuye a agudizar las contradicciones
sociales que solo podían ser resueltas por la fuerza (lugartenientes, sicarios,
paramilitarismo).
Krauthausen
explica estas coincidencias por medio del concepto de “escenarios de acción”,
en función de los objetivos particulares de estos grupos:
Los partícipes en los mercados internacionales de drogas
ilegales tienden a preferir organizaciones y redes abiertas, flexibles y con
frecuencia pequeñas (racionalidad empresarial)…Cuando los narcotraficantes se
orientan hacia el ejercicio del poder, prefieren los modelos organizativo
más jerarquizados y formalizados (Krauthausen, 1998:
246).
Trátese entonces de los grupos criminales en el norte del
Valle, de los esmeralderos del centro del país o de algunos guajiros: también
en Colombia ha habido escenarios de tipo mafioso, en los que determinados
grupos establecieron un control territorial, emplearon la violencia en
beneficio de sus intereses económicos y al menos particularmente se sirvieron
de este poder para incursionar en los mercados ilegales (Krauthausen,
1998: 144).
Las tradiciones
culturales y sociales mencionadas (caciquismo, clientelismo, gamonalismo), como
formas patriarcales o de dominación patrimonial permiten el desarrollo de estas
formas de organización inscritas en un ámbito capitalista y de
prohibición. Para Weber,
en este tipo de dominación patrimonial o patriarcal "florecen y arraigan con frecuencia: el capitalismo comercial, el
capitalismo de arriendo de tributos y de arriendo y venta de cargos, el
capitalismo de suministros al estado y financiamientos de guerras..."
(Weber; 1997: 192).
Otra denominación recurrente ha sido
la de “cartel”, como una unidad organizativa que controla precios y establece
alianzas estratégicas con fines específicos.
Definida por Damian Zaitch
de la siguiente manera:
La idea de cartel, aún metafóricamente invocada, sugiere
que los productores y exportadores de drogas están organizados en estructuras
burocráticas que de manera secreta conspiran por el control de precios y
resultados en un modelo de monopolio. El
modelo de cartel enfatiza aún más una
coordinación altamente estructurada, estricta división del trabajo y
habilidades organizacionales sofisticadas (Zaitch,
2000: 30).[23]
Sin embargo, como este mismo autor
demuestra, las organizaciones de narcotráfico no poseen el control de la
coordinación o de la división del trabajo.
El término de crimen organizado se acopla mejor a las características
ilegales de la actividad relacionada con drogas, como una continuación de otras
actividades ilegales como la prostitución, el juego, el contrabando de alcohol,
entre otras.
En el caso colombiano, los grupos de
crimen organizado se conforman siguiendo distintos patrones y motivos. La
asociación por medio del clan de los grupos guajiros, difiere de aquellos de
tipo familiar o regional que caracterizaron algunos grupos ligados a los
carteles de Cali o de Medellín. Estas definiciones no pueden ser rígidas, pues
dejan por fuera las múltiples maneras en que se entretejen relaciones,
alianzas, asociaciones dentro del complejo esquema del negocio de drogas
ilegales.
4.2. Empresarios innovadores o criminales
aterradores
La participación colombiana de grupos
en el negocio de drogas ilegales
En un principio, solo es posible
hablar del momento en que aparece el negocio de las drogas en Colombia, y de
cómo distintos grupos, preexistentes, se
ocuparon del negocio y a partir de ese momento se formaron nuevas
organizaciones para esta actividad. Para
1959, y debido a las presiones sobre los países entonces productores, se
desplazan las actividades relacionadas con drogas hacia Colombia. En el país, ya se habían dado algunas actividades de procesamiento de
cocaína, heroína y morfina, para su posterior comercialización en México y
Estados Unidos. [24]
Durante este período también se
establecieron los primeros cultivos de marihuana en territorio colombiano.
Coaliciones de intereses se dieron entre grupos de extranjeros y campesinos de
la Sierra Nevada de Santa Marta y del Cauca, en el sur del país, para implantar
la producción de marihuana en estos lugares. Si bien la siembra se localizó en
estos territorios, la actividad del
tráfico era llevada a cabo por medio de estrategias y rutas de contrabando
heredadas de las prácticas coloniales.
En el ejercicio del contrabando sobresalían los clanes guajiros, que,
ubicados en un territorio fronterizo y con salida al mar Caribe, venían
desarrollando esta actividad.
La definición de clan está asociada
a estructuras étnicas familiares. La relación por parentesco y familiaridad dio
origen a enfrentamientos que conformaron el
prototipo de mafia que identificaría parcialmente a los grupos dedicados al narcotráfico.
El clan es el sustentáculo primordial de toda fidelidad.
Es por consiguiente, lugar del desarrollo de la "herencia" fuera de
la casa. Crea, por medio de la obligación de la venganza de sangre, una
solidaridad personal de sus miembros frente a terceros y funciona así una
relación de piedad que en circunstancias, puede ser más fuerte que la de la
casa (Weber,
1997: 298).
Como consecuencia de los cambios
internacionales en la demanda, se diversificaron las actividades y se integraron nuevos grupos a esta
actividad. Además de los clanes y los
contrabandistas, otros grupos con arrojo suficiente asumieron el riesgo y se
involucraron en el negocio.
Teniendo en cuenta los riesgos
implicados en esta actividad, se fueron
dando asociaciones que cumplieran con requisitos básicos de confianza, en las
cuales el parentesco era la solución a la necesaria discreción de las
operaciones. Sin embargo, esto no es una camisa de fuerza y son muchas las
formas que se pueden adoptar siempre y cuando garanticen el éxito de la gestión
económica, la distribución del riesgo y la integración de distintas fases en el
proceso de narcotráfico. Tal como lo
señalan Krathausen y Sarmiento:
A diferencia de lo que sucede en clanes como los
guajiros, el espíritu colectivo en la empresa ilegal no proviene de las
semejanzas entre los mismos individuos sino de la identidad de aspiraciones
entre ellos. Los parientes y los amigos
en la empresa ilegal comparten metas colectivas claves: el éxito en el negocio
y la impunidad (Krauthausen & Sarmiento, 1994:
40).
Los
grupos se transforman y evolucionan muy rápidamente. De los estilos de tipo mafioso que
protagonizaron los grupos de Medellín y Cali, se ha pasado a un escenario
“empresarial” de los nuevos grupos de narcotráfico. Ellos portan un perfil más bajo, donde la
autoridad del capo se reemplaza por intrincadas redes de asociación, insertándose
aparentemente dentro de las normas
vigentes.
Las personas dedicadas al negocio de drogas
ilegales hoy en día son mucho más preparadas profesionalmente que sus
predecesores, la mayoría tienen estudios universitarios, algunos fuera del
país, y se han encargado de mantener una imagen menos ostentosa y agresiva.
4.3. Formas organizativas del negocio de drogas
ilícitas
Las nociones de cartel, mafia o clan, si bien corresponden a ciertas formas
particulares que asume la empresa
ilegal, no son del todo exactas. Se
sugiere adoptar en principio la idea de empresa ilegal para llegar a la noción
de crimen organizado.
Weber define a la empresa como una acción que busca la
realización de determinados fines de forma permanente. También define la
“asociación de empresa” a una sociedad con un cuadro administrativo
continuamente activo en la prosecución de determinados fines (Weber, 1997: 42).
Esta definición se aplica a la
empresa del negocio de drogas ilegales y de manera obvia se observa que
prevalece la orientación del cálculo de capital, típico de la moderna empresa
económica. De hecho, es el contexto
capitalista el escenario en el cual florecerá el negocio ilegal.
Sin embargo, justamente la
característica de ilegalidad de la acción del tráfico y producción de drogas
hace que la asociación se base en:
a. Un interés particular dentro
de la acción económica
b. La necesidad de seguridad en
términos de la fidelidad o el secreto y en la protección.
c. El aseguramiento de poder coactivo, que puede
darse a través de la contratación o servicios internos de violencia.
Esto exige enfatizar que pese a los
cálculos racionales de la empresa del narcotráfico, el uso y abuso de la
violencia los convierte en criminales de alta peligrosidad. Dicho ejercicio de la violencia sólo es
posible en un escenario que lo permita.
Las características estructurales del Estado en Colombia (así como en el
caso de Italia) proveen las condiciones para que el crimen organizado florezca,
se legitime y actúe con métodos intimidatorios o cooptativos
y se desarrolle sin control alguno.
Las
definiciones de Weber de acción económicamente
orientada y gestión económica, ofrecen una respuesta analítica para explicar
las diferencias en cuanto a las formas de vinculación a las actividades de la
empresa ilegal. En la acción económica
se ejecuta una acción racional con uso del poder. En el caso del narcotráfico el uso del poder
se obtiene por métodos normalmente violentos, o mediante la capacidad de atraer
el favor de políticos, legisladores y jueces (por intimidación o soborno) hacia
los intereses particulares de los grupos de narcotráfico. La violencia es el factor que diferencia la
acción económica del crimen en el narcotráfico.
Pero no todos los actores involucrados en el negocio del
narcotráfico usan la violencia. Campesinos, colonos o indígenas que participan
en la primera fase de producción, la siembra y el procesamiento inicial de la
pasta suelen ser víctimas de distintas presiones: la crisis agrícola, la
marginación social y la ausencia de oportunidades legales para su desarrollo.
Ellos son los eslabones más débiles de la cadena y los que reciben el menor
porcentaje de ganancia sobre el negocio. Tal como se ha mencionado
anteriormente la mayor porción de los beneficios se queda en los grupos que
pueden ejercer control sobre rutas, redes de poder y ejercicio de la
violencia.
Cuadro 5.1.
Distribución de costos en la empresa de la cocaína
Costo US$ |
Porcentaje |
|
Pequeño
Cultivador |
60 |
0,7% |
Cultivador
de Coca Comercial |
600 |
7,4% |
Transporte
Nacional |
100 |
1,2% |
Insumos
Químicos |
200 |
2,5% |
Procesamiento |
300 |
3,7% |
Rutas y
Carteles Internacionales |
3.200 |
39,5% |
Vigilancia,
Seguridad, Corrupción |
500 |
6,2% |
Lavado de
Dinero |
1.700 |
21,0% |
Otros |
1.500 |
18,5% |
Total |
8.100 |
|
Fuente: Zaitch, 2000.
Aunque la política ha identificado esta diferencia, en
cuanto a la participación de los campesinos, colonos o indígenas, con
estrategias de desarrollo alternativo para estos "pequeños cultivadores”,
la represión no establece esta distinción.
Las soluciones políticas operan con el lema del garrote y la zanahoria,
donde prima el enfoque represivo, para llegar después con opciones de inversión
social. (Blickman,
1997)
La ineficiencia de este enfoque se demuestra en el
incremento de estos pequeños cultivadores en las actividades primarias del
proceso de producción, pasando de ser apenas un 10% del total de la producción
de ilícitos en 1990, a hacerlo con un
60% en el año 2000. De hecho la política de lucha contra las drogas se
ha concentrado en el eslabón más débil del proceso; la estrategia se dirige a
destruir los cultivos ilícitos en la fuente a través de acciones de fumigación
e interdicción.
PARTE II: DEL
PATRÓN AL MONO JOJOY
El surgimiento del narcotráfico en
Colombia se explica por factores sociales y culturales que influencian tanto la
manera de relación y adscripción a los grupos, como su relación con una
determinada forma de Estado. Algunos de
estos aspectos son: la valoración social
frente a considerar válidas conductas ilegales como el soborno, el contrabando
o la evasión de las leyes, la rapacidad
establecida por los mecanismos económicos y la forma de Estado, en el cual se
permite que los ciudadanos busquen
influir en las decisiones públicas por la violencia o el soborno. Dichas acciones no solo pertenecen al ámbito
del crimen organizado, sino que hacen parte de la cultura colombiana de
interacción con el Estado. Ante los
vericuetos de la burocracia, se tiende a la corrupción, hecho agravado por la falta de control por parte de la sociedad civil, sobre las
acciones estatales.
Tokatlian señala los siguientes elementos fundamentales para
entender el surgimiento de organizaciones criminales en el contexto capitalista
de esta manera:
a.
En forma independiente del grado y nivel de desarrollo económico
histórico o vigente de un país, el crimen organizado florece, se amplía y hunde
sus raíces con más fuerza en el capitalismo.
b.
El crimen organizado es un fenómeno dinámico que se circunscribe cada
vez menos a la idea de un único espacio físico, de un grupo nacional y de un
número reducido y limitado de productos ilícitos bajo control de una
organización dada. De hecho, se subraya la forma empresarial delictiva del
crimen organizado, que durante su evolución histórica se ha adaptado y se ha
expandido de manera creativa e innovativa. Esto hace que en virtud de su asociación con
el carácter empresarial pueda llegar adquirir, como de hecho lo hace,
dimensiones globales, transnacionales, multiformes en los acuerdos que forja
con sectores políticos y sociales, y pluriproductivas.
c.
El crimen organizado es mucho más que un acto o una conducta grupal
aislada o unilateral, anómica o desviada. Incluso
puede decirse que está inserta en una dinámica social que le es funcional a sus
propósitos. El contexto colombiano facilitó de hecho este auge, tal como se ha
venido afirmando.
d.
Aunque la acción del crimen organizado se ha reservado al ámbito de los
agentes no gubernamentales, como en el caso del narcotráfico, esto no significa
que no existan articulaciones con el espacio estatal.
e.
Una constante observable tanto en los estudios teóricos como en las
experiencias empíricas es la búsqueda de poder político y económico por parte
del crimen organizado, de forma que puedan asegurar y proyectar su dominación
social.
f.
En cuanto al uso de mecanismos de coerción como la violencia y el
soborno, la fortaleza represiva no es el único instrumento característico. La criminalidad organizada tiene la capacidad
de emplear distintos métodos donde combina la coerción y el consenso, como se
verá en el caso colombiano, cuya generación de redes locales de apoyo y de
legitimación social, estuvo acompañada
de las estrategias de coacción violenta
durante los 80s.
g.
El crimen organizado no parece responder a un patrón estático, sino que
se apoya en coaliciones, asociaciones, y conexiones, pero generalmente no
constituye un tipo de burocracia, corporación, cartel o conglomerado homogéneo,
consistente y monolítico. Lazos familiares, regionales, étnicos, nacionales y
hasta religiosos se yuxtaponen según los intereses. Carecen de ideología y más
bien su orientación es tremendamente pragmática.
h.
La criminalidad organizada no busca per se el cambio del establecimiento, ya que de hecho se beneficia del
sistema como tal. Pese a sus estrategias
desestabilizadoras, no están buscando una transformación
estructural, sino que más bien tiende a preservar un esquema sociopolítico
dado.
(Tokatlian, 2000: 63-65).
El hecho de que Colombia se haya
convertido en el centro mundial del narcotráfico obedece no solo a las
condiciones geográficas o biofísicas para el cultivo de ilícitos, sino también
a las condiciones sociales y políticas que permitieron el surgimiento y
consolidación de grupos dedicados al negocio de las drogas ilegales.
4.5. Estrategias de inserción del narcotráfico en
el sistema estatal colombiano.
Actividades ilegales han existido
siempre, pero la aparición de grupos relacionados con producción y tráfico de
drogas en un sentido moderno, sólo surgieron a partir de los cambios en la oferta
y demanda internacional de drogas. A lo
largo del siglo XX, se desarrolló la criminalidad alrededor del negocio de
drogas ilícitas, y fueron surgiendo los protagonistas de las actividades
criminales de producción, tráfico y consumo.
Sin embargo, los países, actores y grupos cambiaron
permanentemente.
Ante las condiciones de negociación
de privilegios del Estado colombiano, los narcotraficantes desarrollaron
prácticas particulares para asegurarse un lugar dentro del sistema.
Las actividades
políticas de los narcotraficantes se ejercieron de distintas maneras y para
diversos propósitos. Desde los intentos
caudillistas de Carlos Lehder y su Movimiento Latino
o la suplencia de Pablo Escobar en la Cámara de Representantes, pasando por
estrategias de apoyo popular como las establecidas por el mismo Escobar del
“Medellín sin Tugurios”, representan las
vías con que el Cartel de Cali, jugó la política de un modo más estratégico y
en ámbitos colaborativos que desembocarían en la
política de sometimiento. No en vano uno de sus líderes es apodado “El
Ajedrecista”.
A partir de finales
de los años 70, la intervención en política se dirigió principalmente al apoyo
de uno u otro candidato, para asegurarse favores legislativos y judiciales en
el ámbito estatal. Sin embargo, no puede hablarse de narco-política
puesto que el objetivo de estas estrategias no pasaban
por la búsqueda de cambios en el establecimiento, sino más bien por el
aseguramiento de un lugar dentro del sistema.
Las actividades políticas
desplegadas buscaron legitimar sus acciones, y así se manifiesta en el “Memorándum al
Presidente Betancur”:
Señor Presidente:
Nos hemos atrevido a dirigirle esta carta para precisar
en ella una posición que hemos venido estudiando desde tiempo atrás y la cual
se precipitó, lamentablemente con el asesinato del doctor Rodrigo Lara
Bonilla. Decidimos lamentablemente,
porque cuanto mejor hubiese sido haberla asumido desde antes, para el bien de
la patria y de nosotros mismos.
(…) el resultado
es la declaración unilateral que se anexa en forma de memorando, la cual
consigna nuestra posición franca, honesta y decidida frente al tema del
narcotráfico y frente a nuestra íntima
decisión de solicitar sencilla y abiertamente a usted, señor presidente el que
considere la posibilidad de nuestra reincorporación en un futuro cercano a la
sociedad colombiana para disfrutar plenamente de ella, como personas de bien,
como ciudadanos. Es Colombia la patria
que queremos para nuestros hijos y la patria que amamos entrañablemente”
Firman
“Los Extraditables”
Alrededor de la extradición se dará una unión temporal
de los diversos grupos, determinada por los intereses respecto a esta norma,
que amenazaba por igual a los involucrados en el negocio ilegal de drogas. Las formas en que se negoció con el Estado
conducirían a dos destinos diferentes: El cadáver acribillado de Pablo Escobar
y el cómodo sometimiento de los Rodríguez Orejuela en
la Cárcel de Cali.
4.6. La pregunta del millón ¿por qué en Colombia?
Francisco Thoumi
argumenta que las razones comunes que vinculan la pobreza, la posición
geográfica, la corrupción o las crisis económicas no son suficientes para
explicar el desmedido crecimiento y desarrollo de estos grupos. Él
señala que la respuesta a esta pregunta debe buscarse en las
características sociales que conforman los modelos del país.
En este
sentido, deben relevarse las características particulares del Estado
colombiano, que propiciaron el poder de infiltración de estos grupos. En un escenario de recursos escasos y una
cultura de la “apropiación” arbitraria de los mismos, los gobernantes
colombianos convirtieron el Estado en un
mercado para la negociación de privilegios.
Los beneficios del tráfico de drogas serán algunos de
los recursos a repartir. En una primera
etapa, ya desde finales de los años 70, las grandes ganancias de la actividad
ilegal se incorporaron al país a través del sistema de divisas.
Al principio de ese
período las drogas fueron implícitamente bienvenidas, o al menos toleradas, por
la mayoría de la ciudadanía. En un país que desde mediados de los años 50 había
padecido una escasez de divisas crónica, la bonanza ilegal se vio como algo
bastante positivo. Además, en un país acostumbrado a que las leyes no se hacen
para cumplirlas y en el que el contrabando ha sido tolerado y socialmente
legitimado, la ilegalidad del negocio no se veía como un obstáculo al mismo. La
gran desconfianza prevaleciente en Colombia también contribuyó a la aceptación
del fenómeno: si los gringos habían declarado las drogas ilegales, pero a la
vez las consumían, era porque alguien allá se beneficiaba. Entonces, ¿por qué
no aprovechar esa oportunidad? (Thoumi, 2002).
En la década de
los 80 se consolidó la capacidad de acumulación del narcotráfico, superando al
sector privado. La mayoría de estas
inversiones se dieron en el sector rural donde se dio un proceso de
reapropiación de la tierra.
Estas actividades se incorporaron al
funcionamiento de las economías regionales, aunque su participación ha sido sobrevalorada
en las cifras oficiales y los discursos. De hecho, estos dineros no entraron al
funcionamiento económico como tal, ya que sus inversiones no fueron en sectores
productivos, sino en bienes de consumo y en sectores especiales como los clubes
de fútbol, los concursos de belleza, el automovilismo y otras actividades no
productivas de carácter suntuario.[25]
Tal como lo muestra la siguiente
tabla, la participación en el PIB de
ingresos generados por el narcotráfico en los países andinos no es tan alta
como normalmente se supone.
Tabla 5.2. Actividades del
narcotráfico como porcentaje del PIB en la región andina
% PIB |
PERÚ |
BOLIVIA |
COLOMBIA |
MEXICO |
TOTAL |
1990 |
0,7 |
9,2 |
5,8 |
0,5 |
1,4 |
1991 |
0,7 |
10,2 |
5,4 |
0,5 |
1,3 |
1992 |
0,5 |
7,1 |
5,3 |
0,3 |
1,0 |
1993 |
0,5 |
10,2 |
3,7 |
0,2 |
0,8 |
1994 |
0,5 |
11,6 |
3,0 |
0,4 |
0,9 |
1995 |
0,4 |
10,8 |
2,4 |
0,4 |
0,0 |
1996 |
0,4 |
9,6 |
2,4 |
0,3 |
0,8 |
1997 |
0,3 |
7,7 |
2,2 |
0,2 |
0,7 |
Fuente: FMI, IFS, WEFA Group, Latinamerican
Monitor. |
|
|
|
La abundancia de dinero proveniente
del negocio de las drogas hizo que los narcotraficantes creyeran que todo era
comprable. Desde propiedades, acciones
en clubes hasta personas, políticos, mujeres o policías, todo parecía tener un
precio. En la sociedad colombiana el
tener es visto como algo deseable, y así se empieza a relacionar narcotráfico
con riqueza, permitiéndole a los narcotraficantes
incursionar en ciertos círculos sociales. Adicionalmente, la repartición de los
beneficios les asegurará los apoyos locales a través de la distribución de
dinero o favores, con la intención de ganar legitimidad social para su
protección y por tanto prestigio político.
En algunos casos, las inversiones en
construcción de barrios y otros proyectos de infraestructura básica para
sectores marginados reemplazan al Estado ausente. Sin embargo, no es una
actitud caritativa o de distribución de la riqueza, sino una compleja
estrategia de control social y territorial:
Los narcotraficantes invierten a conciencia en el
bienestar de la población… El Papa Noel es un hito: los narcotraficantes
distribuyen limosnas y se rodean de un aura de generosidad que a los ojos de
muchos de sus conciudadanos los convierten en hombres buenos. Su benevolencia, sin embargo, tiene que ser
contrastada con sus inmensas ganancias (Krauthausen, 1998: 353).
Para los años 90 las medidas
neoliberales facilitaron la incorporación de divisas que antes eran fuertemente
controladas y favorecieron a los narcotraficantes en la repatriación de sus
ganancias:
El efecto perverso de una mayor globalización comercial
y financiera, en el contexto de un país cruzado por una alta conflictividad
social y con un negocio ilícito floreciente, fue el fortalecimiento del crimen organizado (Tokatlian,
2000: 38).
4.7.
La
identificación del enemigo
En el período comprendido entre 1984
(antes del asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla) y 1989
(después del asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán) se
expidieron un total de 139 decretos de estado de sitio. Las normas en sí mismas contenían aspectos
institucionales, procedimientos, establecimiento de gratificaciones, etc., en
especial contribuyeron a asignarle al narcotráfico el papel de desestabilizador
y fuente de los males del país.
En efecto, los hechos que suscitaron la expedición de
decretos fueron aquellos que el gobierno consideró como perturbadores del orden
público. Esta consideración tiene un
carácter político y está ligada a la representación dominante en la opinión
pública y en especial en los medios de comunicación, sobre el sentido y alcance
del hecho perturbador. De esta manera,
el presidente, al expedir normas, está respondiendo a las demandas provenientes
de la sociedad (García, 1993; 169).
Estas disposiciones tienen efectos
directos sobre la conformación institucional.
Rubio afirma que la mayoría de los decretos muestra una regulación de
tipo procedimental. Así, de los 134 decretos, 82
tienen un efecto de tipo organizativo, incluyendo allí lo procedimental,
las reformas a otros proyectos y la creación de nuevas instituciones.
El Gobierno Barco heredó una
situación de violencia en continuación de la guerra contra las drogas iniciada
a partir del asesinato del ministro Lara Bonilla. La definición del
narcoterrorismo y los altos costos asociados al período en el cual se declara
frontalmente la guerra contra el narcotráfico hacen que el presidente Barco se
decida por una política de cooperación plena con los Estados Unidos (Matthiesen, 2000).
4.8. Y la narcoguerrilla se hizo realidad…
Inicialmente, la participación de la guerrilla en las
actividades del negocio de drogas ilegales se relacionaba con la presencia del
mismo en territorios bajo su influencia. Las
contradicciones entre la guerrilla y los narcotraficantes eran bastantes y se
profundizaron por cuanto ambos buscaban el control del territorio.
Aunque las posiciones de los dirigentes
guerrilleros eran ambiguas frente a las drogas, llegándose incluso a extremas
penas para los que consumieran estas sustancias, lo cierto fue que el
narcotráfico representó una fuente inusitada de recursos para sus propios
objetivos políticos. La práctica más generalizada fue el “gramaje” o impuesto a
distintas etapas de la producción:
El movimiento armado encontró en la coca otras ventajas
además de ser fuente de financiación para la guerra a través de impuestos a las
diferentes fases de la cadena ilegal: una relegitimación social y política como
resultado de las aciones de fuerza contra los
productores y por las fumigaciones mediante aspersión cuyos efectos
sociopolíticos se ven agravados por la baja capacidad de gobernabilidad donde
la presencia estatal ha sido inexistente (Vargas, 1999: 167).
El poder expansivo de la guerrilla y
los grupos armados encontró en el narcotráfico el combustible para seguir
funcionando, ante los quiebres de su orientación ideológica o estrategia
política. Además, la participación en la
producción y tráfico de droga les ha permitido gestionar otros negocios como el de las armas y el lavado de
dinero. Según Reveiz,
la guerrilla, al cambiar las aspiraciones políticas por los intereses
económicos logró amoldarse eficientemente
al modelo neoliberal.
La guerrilla deja las áreas
marginales y se proyecta a las zonas más ricas en recursos naturales (cultivos
ilícitos, petróleo, esmeraldas, banano, etc.),aumenta
considerablemente su capacidad de reclutamiento y poder de fuego por vía de
grandes ingresos, va perdiendo su ethos
revolucionario al entrar en contacto con el narcotráfico, preserva un
desdibujado proyecto político y continúa su avance hacia el poder nacional (Reveiz, 1997).
Hasta
entonces la narcoguerrilla no existía como tal, sino en el argumento para
vincular más recursos de la cuantiosa guerra contra las drogas a la lucha
contra la insurgencia. Hoy en día, si
bien el término sigue siendo inexacto, la comprobada participación de la
guerrilla en actividades de narcotráfico ha llevado a la generalización del
término y a la vinculación de los frentes de la guerra.
Cuadro 5.3. Ingresos de la Guerrilla 1991-1996
ACTIVIDAD |
INGRESOS
(millones de Col$) |
Porcentaje |
Narcotráfico |
1.600.000 |
44,45% |
Robo y Extorsión |
985.000 |
27,36% |
Secuestro |
788.000 |
21,89% |
Inversión y desvio de
recursos |
227.000 |
6,30% |
TOTAL |
3.600.000 |
100 |
Fuente: Portafolio, marzo 10/98.
(Citado por Vargas, R. 1999: 48)
Por otro lado, los paramilitares
pasaron de ser una empresa ilegal de seguridad (privada) y empezaron a
controlar territorios y devengar ganancias del narcotráfico. Apoyados por algunos sectores de las Fuerzas
Armadas y otros sectores estatales, su poder aumenta, sus vínculos con otros
sectores reaccionarios se fortalecen y, en general, cambian su naturaleza de
empresa ilegal de seguridad, hacia un proyecto mucho más ambicioso de control
territorial y económico de ciertas zonas del país:
La derecha
armada deja de ser una manifestación regional y tiende a expresar su proyecto
nacional de tipo reaccionario. El paramilitarismo,
nacido de las entrañas del mismo Estado, con el beneplácito de militares,
terratenientes, empresarios y políticos y cuyo objetivo ha dejado de ser la
contención de la guerrilla para transformarse en el de la reversión de la influencia
insurgente, se ha convertido en gran aparato contra la población civil
inerme. Los dineros de los
narcotraficantes le dieron aliento a su creación y hoy siguen dotándolo de
grandes recursos. Su aspiración es mayor
presencia territorial y más influencia propia. (Reveiz,
1997)
En la
construcción del nuevo enemigo, la conexión narcotráfico-terrorismo ha
encontrado en Colombia a los personajes perfectos para interpretar al temido
villano. La inclusión de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional
(ELN) y las Autodefensas Unidas de Colombia AUC en la lista de las
organizaciones terroristas del mundo, pone en el mismo nivel a Osama Bin Laden con el Mono Jojoy, Tirofijo o Castaño.
El enemigo ha
despertado!
5. UNA MIRADA AL 2002
Conflicto en la era de la Globalización
“Ellos no saben.
No les importa.
No quieren entender:
-No entienden sino a plomo"
Revista Diners, entrevista de Antonio Caballero
a Manuel Marulanda, marzo de 2002.
5.1.
Las bondades del neoliberalismo
En el año de 1991 la apertura se promueve como la
bienvenida al futuro y a la globalización. La
presión implícita de los Estados Unidos por la adopción de medidas de corte
neoliberal y la apertura de fronteras a productos de importación, fueron un
elemento central en las negociaciones de la década de los 90. En el escenario interno, la sociedad
colombiana efectuaba un nuevo pacto social en el marco de la Constitución Nacional de 1991.
El esquema neoliberal, promovido por
las agencias estatales estadounidenses en coalición con los intereses de las
transnacionales generó altos costos en la economía colombiana. Por otra parte, la política de sometimiento,
legitimada por el Artículo 35 de la nueva Constitución Nacional, evidenció la negociación
con los grupos de poder del narcotráfico y trajo como consecuencia la
deslegitimación de las instituciones y
la falta de credibilidad en el gobierno.
Este proceso, representado por lo
que Tokatlian define como un caso de “globalización
deficiente”, muestra cómo el contexto globalizante
permitió la rápida incorporación de la empresa ilegal en los vacíos de una
política que se implementó bajo presiones internacionales, sin la debida
preparación tanto de las fuerzas productivas internas como de mecanismos de
control. Esto favoreció implícitamente al negocio del narcotráfico.
En efecto, según un informe de la DEA la apertura
económica colombiana en el marco de una ausente legislación para controlar el
lavado de dólares, contribuyó a que el narcotráfico incrementara sus recursos
económicos legitimados en el país.
En el modelo
de negociación propuesto por Matthiesen, distintos
intereses hicieron convergencia presionando interna y externamente en el
proceso de negociación. Por un lado, las presiones crecientes de los Estados
Unidos hacia la activación del Tratado de Extradición, y por otro, las
presiones internas de los grupos de narcotraficantes en contra de esta medida.
La gestión
del gobierno Gaviria condujo a satisfacer por un lado la demanda interna
alrededor de la “No Extradición”, que había generado altos costos por cuenta
del terrorismo, y por otro lado, las
demandas externas para implementar otras estrategias de lucha contra las
drogas. Es por ello que, aunque no hubo una presión inusual desde Washington,
se retornó a la tan cuestionada fumigación y a otras estrategias de destrucción
de cultivos.
Cuando los
grupos armados, particularmente las guerrillas, entraron al negocio de las
drogas ilegales, se construyó un argumento en torno a la narcoguerrilla, y con
ello se justificó que los recursos para la lucha contra el narcotráfico se
dirigieran en parte a la lucha antisubversiva.
5.2.
Proceso 8.000: Garrote y zanahoria
En el gobierno Samper se implementan dos estrategias supuestamente
complementarias. De lado, se formalizan
los programas de desarrollo alternativo y, de otro, se incrementan las acciones
militares y la cooperación militar estadounidense. Se intensifica la fumigación para demostrar
“compromiso en la lucha antidrogas”, luego del escándalo producido por las
acusaciones de recepción de dineros del narcotráfico en la campaña
presidencial.
La fumigación es
un ejemplo claro de la manera en que la fuerza relativa de juego o el poder de
negociación de los actores determina los beneficios de
la política. La fumigación venía aplicándose con interrupciones desde el
Gobierno de Turbay Ayala y ha sido el comodín para
exhibir medidas severas a los Estados Unidos, sin considerar sus impactos
sociales y ambientales. La fumigación castiga a los pequeños productores y
pobladores de las zonas, puesto que destruye también cultivos de subsistencia,
con serias consecuencias en la salud de las personas.
Este sector de la
población tiene una menor fuerza relativa en la mesa de negociación. Es claro que al Gobierno colombiano le
conviene mostrar mano dura con la fumigación, en respuesta a la demanda de la
Embajada de los Estados Unidos, en lugar de aplicar medidas más severas hacia
los narcotraficantes que pudieron “someterse” a la justicia colombiana en cómodas
cárceles construidas especialmente para ellos. Tampoco se castigan acciones
relacionadas con el tráfico de insumos o el lavado de dinero, actividades que
comprometen a nacionales y extranjeros.
Mientras tanto
aquellos que tan solo reciben el 0,7% del beneficio del negocio deben soportar
las estrategias militares que representan el 70% de la inversión de la lucha
contra el narcotráfico. El Movimiento denominado “cocalero” de 1996 fue la
primera manifestación organizada de las personas afectadas por estas medidas.
Aunque se dijo que hubo instigación de la guerrilla para esta manifestación, lo
significativo es que se generó una acción colectiva frente a un tema que había
permanecido invisible o ligado a la idea estigmatizada general del narcotráfico
(Ramírez, 2002: 21).
Las peticiones de
los cocaleros se referían a inversiones sociales e infraestructura, para poder
incorporarse al orden económico del país, también exigían la suspensión de las
fumigaciones. Ante esa presión se negociaron pactos para la erradicación de los
cultivos ilícitos a cambio de inversión en desarrollo. El Estado nunca cumplió
estos pactos lo que contribuyó a romper la confianza y credibilidad del Estado
y a agudizar el conflicto.
5.3. “Castaño: Marulanda
Os Ama!”
El negocio de drogas ilegales ha
llegado a significar el combustible de la cruenta guerra en Colombia, ha
llevado a que actualmente la Guerra contra el Terrorismo enfoque como un
objetivo concreto a los personajes que encarnan al enemigo, al villano o al
malvado. Los nombres son familiares, aparecen en partidos de fútbol, en las
películas taquilleras o en los discursos políticos. ¿Cómo se convierten
entonces en esa encarnación maléfica?
Sin desconocer los méritos para
desempeñar este papel, lo cierto es que la representación social del nuevo
enemigo del terrorismo justifica otro tipo de intereses que tienen que ver con reconfiguración política, expansión económica o presiones
de opinión. Estos intereses no son precisamente los que dicen defender las
operaciones militares de intervención, que bajo sugerentes nombres prometen
acabar con el mal.[26]
Al igual que la “extracción de la piedra de la
locura”, las intervenciones militares que buscan “acabar con el flagelo del
terrorismo” llevan a la desactivación de
todo el ser social y político de los países que sufren “la locura”.
Comparar el movimiento Al Quaeda con las FARC o las AUC, en el terreno del
terrorismo, es un síntoma del desconocimiento de los contextos históricos en
los que han surgido estas organizaciones. Tratar de equiparar a Osama con Marulanda o Castaño es
un artilugio de la desinformación, que conduce a pensar inocentemente que el
problema puede solucionarse con la captura “vivos o muertos” de estos
personajes.
La presión del gobierno colombiano
solicitando mayores recursos a los Estados Unidos y a los países europeos en
pos de la lucha contra la narcoguerrilla, se ha servido de la conexión
drogas-terrorismo y el enfrentamiento entre grupos armados en el país.
Con este argumento, los últimos presidentes: Pastrana y Uribe,
así como sus ministros y los miembros de las Fuerzas Militares, han hecho
cabildeo en distintos escenarios internacionales. Las imágenes de la guerra han
servido para reforzar las asociaciones del conflicto con el reciente suceso del
11 de septiembre del 2001, sin focalizar las causas sociales, económicas,
culturales y ligados al narcotráfico.
5.4. Los invisibles….
Mientras los grupos violentos se
fortalecen, quedan miles de familias abandonadas a la suerte de los señores de
la guerra, a la crisis económica y al abandono estatal. La crueldad de las acciones de la guerra ha
desplazado a más de dos millones de personas en los últimos dos años. Esto
conlleva un reordenamiento de propiedades en las tierras abandonadas por estas
personas, proceso de redistribución de la riqueza y territorios y a
reconfigurar los actores en el escenario del narcotráfico. La apertura
económica precipitó la crisis agrícola y con ella la expansión del área
cultivada y de los pequeños cultivadores de ilícitos.
Si en Colombia se le ha dado predominio al instrumento represivo para
luchar contra el narcotráfico, es porque las otras alternativas exigen un mayor
compromiso con los intereses populares y desmedro a las minorías que ostentan
el monopolio de la riqueza, una equitativa distribución de la tierra
garantizaría la vinculación de la misma a la producción, para colmar las
necesidades reales de la familia campesina, de la población urbana y la
industria nacional. Reduciría el desempleo en el campo y ampliaría el mercado
interno, favoreciendo el desarrollo industrial.
En la actualidad, la gran propiedad, consecuente con la ley capitalista
de que los medios de producción son para generar riqueza particular, está
expuesta permanentemente a la atracción de las grandes ganancias que
representan los cultivos de coca, adormidera y marihuana” (Londoño, 1986: 155).
El deterioro económico afectó todos
los sectores, incluso aquellos que gozaron de privilegios y prosperidad en
períodos anteriores, y precipitó la deslegitimidad
institucional en Colombia. La crisis agrícola y el empobrecimiento del contexto
rural, ha empujado a miles familias campesinas a la actividad ilegal de
producción de drogas ilícitas, en sus estados de siembra y transformación. El
problema no es la vinculación de estas familias a estas sino el complejo
entramado de las economías de la violencia y la ilegalidad. Los programas de desarrollo alternativo que
llegan con soluciones “agrícolas”, no alcanzan a tocar los puntos nodales de la situación. Los problemas estructurales han
sido denunciados durante décadas: la tenencia
de la tierra y el abandono estatal de estas comunidades, sin
afrontarlos, el cultivo de ilícitos seguirá siendo la única alternativa para
estas personas.
5.5. El Plan Colombia y la IRA[27]
La
inversión de los Estados Unidos en Colombia
ha venido en un rápido ascen}o
por cuenta de la ayuda anti-narcóticos. En el período comprendido entre 1986 hasta
1996 se entregaron 404.3 millones de dólares para programas anti-narcóticos. Esta ayuda se ha triplicado por cuenta del
Plan Colombia de 1998 (1.300 millones), y la reciente decisión del Congreso de
Estados Unidos (Agosto de 2002), de
apoyar la lucha antisubversiva con cerca de 28.400
millones de dólares de la Guerra contra las Drogas.
A
cambio de estos dineros y de donaciones de
recursos (entrenamiento, equipo, suministros, armas) los Estados Unidos
exigen ser protegidos excepcionalmente de los tribunales de justicia
internacional. Además poseen todo tipo
de permisos para la acción directa estadounidense (por ejemplo interceptación
de embarcaciones sospechosas de trafico en aguas territoriales); todo ello en
un clima de enérgica presión a Colombia para que se apruebe ciertas leyes o
establezcan nuevas políticas.
Andrés
Pastrana inicia su gobierno en 1998 con la promesa de pacificación firmada en
las selvas colombianas antes de su
elección, donde negoció con la guerrilla un pedazo de país, manteniendo un
diálogo de ausentes que le permitiría mientras tanto buscar en Europa una
nominación al Premio Nobel de Paz.
Los
señores de la guerra, de la guerrilla y el paramilitarismo
se apropian del caos reinante en la ausencia de gobernabilidad. La inversión social se recorta y los fallidos
diálogos de paz dan lugar al enfrentamiento local entre ejército y guerrilla, y
de manera dramáticamente frecuente entre paramilitares y guerrilla. Estos
grupos, y especialmente la guerrilla en las mesas de negociación del gobierno
Pastrana, se consolidan como grupos de
poder, en busca de prebendas y privilegios. El dinero del negocio de las drogas asociado a
los mercados de violencia definen un conflicto
complicado donde el combustible del narcotráfico alimenta la crueldad y el
poderío de los señores de la guerra.
El
Plan Colombia se constituyó como la estrategia más importante en este proceso
de paz, prometiendo inversión social que alcanzaría la pacificación del
país. Sin embargo la mayoría de los
recursos se destinó al fortalecimiento de las Fuerzas Militares, en detrimento
de sectores sociales históricamente marginados. Los recientes escándalos por el
desvío de fondos que debían ir a la lucha contra el narcotráfico, evidenciaron
la falta de control sobre los flujos de recursos y la desorientación general de
la política.[28]
Los
dineros entregados por los Estados Unidos para el Plan Colombia, fueron
repartidos en otros países en el marco de la lucha contra las drogas: la Base de Manta en
Ecuador, las bases de Aruba y Curazao y ayuda al
Perú, conformando la Iniciativa Regional Andina del gobierno norteamericano, y
que no es más que la formalización de la intervención en su “patio trasero”.
El gran salto que acaba de darse en este
campo es la llamada “narcotización del Ejército, con la creación del batallón anti-drogas que operará en el sur del país y gracias al cual
los militares y no solo la Policía comenzarán a recibir masiva ayuda antidrogas
de Washington... Si este batallón, fruto de la más estrecha cooperación armada
entre Estados Unidos y Colombia de que se tenga memoria, termina enfrentando
militarmente a los guerrilleros de las FARC, dígase lo que se diga, la
intervención habrá comenzado.[29]
5.5.
La extracción de la piedra de la
locura
Con la
elección de Álvaro Uribe (2002) se manifiesta la opinión pública colombiana
frente al problema de la guerra y su relación con el terrorismo. Ante el
fracaso de los diálogos de paz del gobierno Pastrana, la construcción social de
la solución del conflicto señala una salida contundente y definitiva para
enfrentar a la guerrilla (como actor básico de la confrontación, aunque no único).
El discurso de una solución de “mano dura” se asimila al intento de “extraer la
locura” a través de medios enérgicos y aboga por un mayor intervencionismo
extranjero, sin considerar la discusión democrática de las causas del conflicto
y los altos costos que significa esta opción.
Mientras tanto, Latinoamérica estalla en distintos
conflictos y crisis económicas y políticas.
Desde el desplome argentino, pasando por el paro cocalero y el conflicto
en Bolivia, hasta la crisis del Perú, la inestabilidad venezolana y la quiebra
del Ecuador, todo parece estar conectado por la
economía de la droga y la militarización de los territorios.
La
Iniciativa Regional Andina y la mayor participación de recursos norteamericanos
en la guerra contra la narcoguerrilla responden a la paranoia social en torno
al terrorismo. Las lecciones de la guerra contra las Drogas parecen no querer
ser aprendidas por esta nueva cruzada.
SÍNTESIS Y CONCLUSIONES
Se entiende la política
de drogas como un proceso de negociación que se expresa en leyes e
instituciones. Estas a su vez encuentran argumentos en las percepciones
sociales de la opinión pública. La construcción social de tales percepciones
está reforzada tanto por los mensajes oficiales como por ideas preconcebidas
sobre la peligrosidad de las drogas, muchas de ellas anacrónicas y
aparentemente incuestionables.
Las
características del Estado que implementan tales políticas son factores que
inciden notablemente en cómo se lleva a cabo el proceso de negociación de la
política. Así, en el caso colombiano, el
devenir histórico del sistema estatal como un escenario para la negociación de
prebendas y privilegios ha permitido el surgimiento y consolidación de una
cultura clientelista que legitima un sistema de
corrupción normalizado. Este sistema de corrupción, a la vez, permite que los
actores que detentan cierto poder puedan participar de los beneficios de unas
negociaciones que favorecen los intereses particulares por encima del bien
común.
La política de
drogas se comporta como un sistema cerrado donde la opacidad de la toma de
decisiones no da cabida a discusiones alternativas y democráticas sobre el tema
y permite que el sistema se autoreproduzca y justifique socialmente las leyes y la
permanencia de instituciones que, paradójicamente, no cumplen con sus objetivos
y sin embargo se perpetúan y reciben cuantiosos recursos.
La construcción
social con respecto al tema de drogas incluye tanto los discursos oficiales y
las leyes derivadas de los mismos, pero también considera las percepciones de
la sociedad colombiana, que legitima ciertos comportamientos ilegales y es
cómplice de los procesos de surgimiento de los grupos involucrados en el
negocio de las drogas ilegales. Así mismo, y en sentido inverso, estos grupos
inciden en la construcción social por medios intimidatorios (uso de violencia)
y propagandísticos (obras sociales y autoimagen) para
insertarse en la dinámica social y política.
A
partir del análisis de la legislación se puede identificar el sentido de la
norma en el ámbito jurídico, reflejo de las percepciones sociales alrededor del
tema de las drogas. Esto tiene efectos en la conformación institucional de las
agencias responsables del tema.
La
política colombiana de drogas interpreta los preceptos de las Convenciones
Internacionales y reacciona de manera particular a las disposiciones y leyes
generadas en los Estados Unidos, líderes de la cruzada antidrogas. La como
funciona el Estado colombiano determina el proceso de negociación que define
finalmente estas leyes. Mientras en EE.UU. la alianza entre
terapeutas y puritanos logra incidir en la reglamentación del uso de drogas, en
Colombia es la asociación de intereses económicos e institucionales lo que
determina la atención del problema.
Según
la metáfora de la “nave de los locos”,
el problema de las drogas oscila entre la criminalidad y la enfermedad. En la
denominación que se hace de las drogas, se pasa de definirlas como un tema de
salud pública en manos del Ministerio de Salud e Higiene, a ser un tema de
responsabilidad del Ejecutivo, hecho que concentra la política en un sector
restringido del Estado y las Fuerzas Armadas.
En un
principio, las drogas fueron consideradas problema si perturbaban la
tranquilidad social. Con el avance del siglo XX y la consolidación de las ideas
y discursos sobre las drogas, se llegará a la tipificación como delito de su
uso y producción. Esto, a su vez,
reforzará las construcciones sociales de la opinión pública.
En los
últimos treinta años, debido a la participación de grupos de colombianos en el
negocio de drogas ilícitas, la política cambió drásticamente, hasta convertirse
en un asunto central. El narcotráfico ha
sido el combustible de la evolución del conflicto colombiano, aunque no su
único componente. Sin embargo, la política de tipo represivo promete “extirpar el flagelo” como quien
“extrae la piedra de la locura” , sin medir ni las
consecuencias de esta lobotomía ni las causas que llevan a que Colombia ocupe
un lugar significativo en un problema de orden mundial.
Con
respecto a los grupos de narcotráfico
Debido a la naturaleza mutante de los grupos de narcotráfico es muy difícil
otorgarles una definición de tipo ideal. Analistas e investigadores han
coincidido en que el narcotráfico adopta distintas formas de asociación, en
donde el fin principal es maximizar ganancias, reducir riesgos y asegurar la
participación en el negocio.
Esta característica hace que muchas veces se considere al narcotráfico como
una empresa ilegal que se rige por el cálculo racional del capitalista, donde
el contexto de ilegalidad le confiere
rasgos particulares. La diferencia que plantea Weber
entre gestión económica y acción económica introduce el tema del poder en la
acción, a diferencia de la gestión. Por el modo normalmente violento en que se
ejerce este poder, el narcotráfico no estaría haciendo una gestión económica,
sino ejerciendo una actividad de “crimen organizado”.
Otra referencia sobre el narcotráfico lo relaciona con la mafia. Lo que existe son escenarios de acción, en
términos de Krauthausen, que dependiendo de los
objetivos particulares derivan en comportamientos mafiosos por parte del
narcotráfico, y que, de manera similar,
la mafia utiliza para dedicarse a actividades con drogas ilícitas. Existen condiciones de contexto en donde el
Estado permite el surgimiento y empoderamiento de
este tipo de grupos:
sistemas clientelistas, prácticas de
corrupción y deslegitimidad del ejercicio del
monopolio de la violencia física por parte del Estado.
Desde sus orígenes en la década de los 60 los grupos
dedicados al negocio de drogas han evolucionado notoriamente y con ellos, las definiciones sociológicas que se les han
dado: Desde los
clanes guajiros, pasando por los lazos familiares y algunas connotaciones
respecto a la idea de cartel, hasta llegar hoy en día a un nuevo esquema, donde
estos grupos se hacen menos notorios para la sociedad y crean nuevas
estrategias de acción.
Factores sociales y económicos precipitaron el
surgimiento de estos grupos. Su incidencia en la sociedad se facilitó porque
ellos mismos construyeron una imagen favorable y consiguieron apoyo local por
medio del control territorial, el ejercicio de la violencia y la distribución
calculada de favores, optando por un estilo clientelista.
Así mismo, se conformaron con arreglo a tradiciones de adscripción familiar o
regional, lo que les granjeó el apoyo de las localidades a través de
actividades proselitistas, construcción de obras sociales y, en general, el
prestigio derivado del dinero y el modelo de consumo importado del sueño
americano, tan apreciado por la sociedad colombiana.
A través de sus particulares acciones políticas, se
permitieron tener un lugar en el escenario de las negociaciones. El gobierno colombiano tradicional
distribuidor de privilegios se vio enfrentado a las presiones de los Estados
Unidos por mayores acciones contra la producción y tráfico de drogas y las
deudas con estos grupos (financiación de campañas, favores, etc.).
Los narcotraficantes también participan en la negociación de la
política, cuando el Estado les permite hacerlo. En el caso colombiano, la
cómplice actitud de la sociedad y de la clase política, tradicional distribuidora
de privilegios entre los grupos de poder, facilitó la incursión de estos grupos
en la negociación de leyes. La acción
política de los narcotraficantes no busca cambiar el orden establecido, sino
asegurarse un lugar en él.
El caso de la negociación de la Asamblea Constituyente de 1991 mostró
el gran poder (intimidatorio y cooptativo) de estos
grupos, al punto de llegar a aprobarse la “no extradición”, pese a las
presiones de los Estados Unidos para adoptar medidas para controlar el
expansivo poder del narcotráfico.
En el contexto de la Constitución de 1991, se dio la
posibilidad de una solución de paso, que trató de conciliar los dos intereses,
pero que, definitivamente, condujo a un debilitamiento del Estado colombiano.
Por un lado, la crisis de gobernabilidad política, la deslegitimación de las
instituciones y el avance de la corrupción.
Por el otro, la crisis económica, que ha empujado a miles de familias
campesinas a vincularse a la siembra de cultivos ilícitos. Todos estos factores
conforman un círculo vicioso, donde la
estrategia represiva de interdicción y fumigación atiza el fuego del conflicto,
y del que benefician los señores de la
guerra y el mismo negocio del narcotráfico como tal.
ANEXO:
MODELO
DE ANALISIS DE LA POLITICA DE DROGAS
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WASSON,
Gordon; KRAMISCH, Stella; OTT, Jonathan y PUCK, Carl.
La búsqueda de Perséfone.
Los enteógenos y los orígenes de la religión. Fondo de Cultura Económica. México. 1992.
WEBER, Max.
Economía y sociedad. Fondo de
Cultura Económica. Bogotá. 1997.
ZAITCH, Damian.
Traquetos: Colombianos en
Holanda. Tesis Doctoral para Erasmus Rotterdam University. 2001.
Copia facilitada por el autor.
[1]
En efecto, la expresión “use of drugs” no es permitida en los textos oficiales
de las instituciones norteamericanas.
Autores europeos utilizan la palabra “use” para diferenciar las maneras
en que se concibe el tema de las drogas.
[2]
El Convenio de 1971, que ratifica la Convención Única de 1961, fiscaliza 105
sustancias psicotrópicas, la mayoría de las cuales forma parte de productos
farmacéuticos que actúan sobre el sistema nervioso central. Por lo general, se
trata de alucinógenos, estimulantes y depresores, y de algunos analgésicos.
JIFE: Junta Internacional Fiscalizadora de Estupefacientes. www.incb.org/s/ar/1996/menu.htm.
[3]
No debe olvidarse que han sido las grandes empresas farmacéuticas las que han
redescubierto sustancias ya utilizadas por otros grupos culturales. Además,
empresas como Bayer y Sandoz, a lo largo del siglo XX, han contribuido al
conocimiento y producción de varias drogas, hoy calificadas como ilícitas; es
el caso de la morfia y el LSD.
[4] Peter Cohen,
director del Centro de Investigación sobre Drogas de la Universidad de Amsterdam.
[5]
Para Krauthausen son las características de Estado y Sociedad las que proveen
un contexto favorable al crimen organizado y sus diferentes modalidades. El
Estado, al no disponer del monopolio legítimo de la fuerza y ser invadido por
grupos clientelistas, no puede imponer la normatividad que “él mismo con
frecuencia transfiere”. La Sociedad fragmentada emprende una rápida
transformacion social que debilita las insntancias de control social y
multiplica las posibilidades de la acción ilegal.
[6] Es importante aclarar que, en el caso del consumo, la
evidencia se encuentra en los registros históricos, ya que aunque la mención de
su sentido puede encontrarse en estudios psicológicos, este trabajo no busca
profundizar en este campo, que por sí mismo daría para una tesis.
[7]
El uso del termino enteógeno corresponde a la definición planteada por Gordon
Wasson al hablar de ciertas sustancias que conducen a la expansión de la
conciencia del hombre. En: dentro, teos:
dios, genes: generación, nacimiento.
[8]
Teniendo en cuenta el momento particular (inicio de la década de los 80) los
investigadores constatan que de alguna manera la guerrilla extiende su poder
militar hacia actividades de orden político, en las que la figura del Estado no
está del todo ausente. Obviamente, la situación ha cambiado desde entonces,
pero lo importante de esta apreciación es la posibilidad de entender que la
búsqueda de una forma estatal se hace presente en estas zonas marginales.
[9]
Citado por Antonio Escohotado, 1998: 17-II.
[10]
Cabe recordar que Al Capone, el mayor criminal de la
prohibición del alcohol, fue juzgado por evasión de impuestos.
[11]
Las Asociaciones de Padres de Familia jugaron un papel fundamental en la
definición de las drogas como peligro para la juventud. El activismo de estos líderes lo llevó a representar
una fuerza política importante, que incluso podía determinar victorias o
derrotas electorales.
[12]
Este día un acto terrorista derribó las Torres Gemelas de Nueva York, siendo
este el más grave atentado en tierra norteamiericana hasta entonces.
[13]
Este año (2002), durante los espectáculos del Super Bowl en Estados Unidos, se
difundieron propagandas vinculando drogas y terrorismo. Así por ejemplo, un
drogadicto se pregunta de dónde provienen las sustancias que consume, y
aparecen imágenes de bombas, minas quiebrapatas y otros dramas humanos
provocados por el narcoterrorismo.
[14]
“Tal legalismo deriva de la tradición española del Derecho Internacional,
ceñida a la teoría cristiana de la ley natural, que defiende la relación
pacífica entre Estados, en contraposición a la ley de la guerra y la paz,
sostenida en otros lugares” (Lozano & Marulanda, 1982: 42).
[15]
Durante las dos Guerras Mundiales, Colombia apoyó la posición norteamericana,
lo cual se expresó en acuerdos militares, financieros y de cooperación técnica,
que aún persisten. Posteriormente, durante el Frente Nacional, estas relaciones
se profundizan. El gobierno de coalición asume con relativo éxito la tarea de
convertir a Colombia en la vitrina de la Alianza para el Progreso (1961-1969),
la cual se presenta oportunamente como medio eficaz de hacer frente al problema
de la violencia. Sin embargo, la importancia comercial de Colombia en los
Estados Unidos no había sido relevante respecto a las relaciones que estos
tienen con otros países latinoamericanos. Pese a su lugar secundario, Colombia
acogerá todas las disposiciones sobre las drogas, en seguimiento de las
convenciones internacionales. La situación cambió por factores que involucraron
a grupos de colombianos en el negocio de drogas ilegales y otros desarrollos
sociales sobre el problema.
[16]
Término dado por el presidente Marco Fidel Suárez para definir la relación con
los EE.UU.
[17]
“Llámase medio de cambio a un objeto materia de cambio, en la medida en que su
aceptación esté orientada de modo típico primariamente por la expectativa del
aceptante, consistente en la probabilidad duradera de poderlo dar en cambio por
otros bienes, en una proporción que corresponde a sus intereses, ya sea toda
clase de bienes (medio de cambio general), ya sean bienes determinados (medio
de cambio específico” (Weber, 1997: 56).
[18]
Mensajes como “la chicha embrutece”, entre otros, señalaron al consumidor
proletario como anormal, indeseable, marginal.
Los mismos que en el caso de la droga aparecen como correlato de la adicción.
[19]
“La incidencia social del Derecho depende, en alguna medida, de la capacidad
para determinar las conductas por medio de la creación de ideas y no solo por
intermedio de la imposición de sanciones o del otorgamiento de facultades”
(García, 1993).
[20]
Foucault señala que estas casas de salud, no solo son establecimientos médicos
organizados en pro de la salud, sino que actúan con “ssoberanía casi absoluta, jurisdicción sin apelación, derecho
de ejecución contra el cual nada puede hacerse valer; el Hospital General es un
extraño poder que el rey establece entre la policía, la justicia, en los
límites de la ley: es el tercer orden de la represión” (Foucault,
1998: 82).
[21]
El Estado de Sitio será el contexto para la toma de decisiones más importantes
frente al tema del narcotráfico con las consiguientes implicaciones, en tanto
que es potestad del Ejecutivo la definición del problema como de seguridad
nacional, y la asignación de poderes extraordinarios. Antes como ahora, la
Conmoción Interior conduce a acciones extraordinarias en la lucha contra el
terrorismo.
[22]
Se hace una breve referencia a esta Ley por los principios que aduce para su
formulación, que contrastan con el sentido de las leyes de drogas en el marco
de la Guerra contra el Narcotráfico de los 90.
[23]
El original en inglés. Traducción hecha por B. Acevedo.
[24]
México era el principal productor de marihuana en los 40. Después de las leyes
de prohibición en los EE.UU., la producción de cannabis se desplazó a países
del sur. De otro lado, el negocio del opio y la heroína se concentraba en los
países del sur de Asia (Tailandia y Myanmar), y Asia central (Turquía) como
procesador. Finalmente, existía producción de coca en algunas de las colonias
holandesas, así como plantaciones de opio en las inglesas, pero el consumo de
cocaína estaba restringido a algunos grupos e individuos.
[25]
Tal como lo demuestra Ricardo Rocha, el sistema financiero colombiano era
insuficiente para poder incorporar los dineros del narcotráfico.
[26]
Nombres tales como “Operación Apocalipsis”, en Colombia, o la “Tormenta del
Desierto” en Oriente, evidencian la manera como se entiende la acción militar .
[27]
Iniciativa Regional Andina.
[28]
Al final del Gobierno Pastrana se reveló la desviación de fondos del Plan
Colombia a través de los sistemas de contratación de la Policía.
[29]
Cambio 16. No. 320, agosto 2-9 de 1999.
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