LAS DROGAS Y EL NUEVO PERFIL DE
LAS MUJERES PRISIONERAS
EN EL ESTADO DE RÍO DE JANEIRO
Iara Ilgenfritz*
RESUMEN
Investigación
[1999 – 2000] con mujeres presas, con el propósito de llamar la atención de los
responsables de políticas públicas en este ámbito; describe las condiciones que
viven estas mujeres; identifica situaciones de violencia intra-familiar
e institucional que ellas han sufrido; sostiene que existe una relación de
reproducción y continuidad entre la participación en actividades criminosas e
trayectorias de violencias experimentadas en la infancia, adolescencia o fase
adulta; además, muestra el escenario de violencia ejercida en el interior de
las instituciones carcelarias que estimulan la permanencia en el crimen.
La
metodología privilegió el contacto directo con la población carcelaria, con
cuestionario privado con elementos de historias de vida, duración media de 50
minutos.
El
trabajo revela que en los últimos doce años aumentó el número de mujeres
encarceladas por tráfico de drogas, como usuarias o como traficantes. Pero
establece que no se trata de una mayor disposición de las mujeres para
infringir las leyes.
Los
valores de la sociedad patriarcal y el hecho de ocupar posiciones subsidiarias
en la “red” del tráfico hace a las mujeres más vulnerables a la violencia y a la
represión, con pocos recursos para negociar su libertad cuando son capturadas.
Los datos sobre torturas, agresiones y amenazan son aterradores.
Principales
motivos que las llevaron al tráfico: influencia de terceros, casi siempre
hombres con quienes tuvieron vínculos afectivos, en segundo término
dificultades financieras, acompañadas de falta de empleo y la atracción de los
altos “salarios” de la droga.
Es
alta la proporción de las mujeres que afirmaron haber abusado de las drogas en
algún momento de la vida. Como mínimo,
la droga en los presidios es tolerada, las autoridades son omisas o
conniventes. También puede funcionar como elemento intimidador pues es común la
“preparación de una flagrancia” por parte de algún agente penitenciario para
castigarlas o sobornarlas.
Un
aspecto interesante en los presidios femeninos es la no formación de comandos y
grupos organizados, como ocurre en los presidios masculinos.
La
población carcelaria femenina en el Estado de Río de Janeiro es muy joven
(76,1%) entre 18 e 39 años, las mujeres negras y mulatas, así como las más
jóvenes, constituyen más de la mitad
(56,5%). Su perfil educacional muy bajo: el 68,5% no estuvo en la escuela o
tiene apenas primer grado incompleto, el 12,6% son analfabetas.
Predominan las brasileras, provenientes en su
mayoría (74,8%) de Río
de Janeiro y de otros estados de la Región Sudeste. Antes de la prisión el
94,1% había trabajado en alguna actividad remunerada; cando fueron a la cárcel
casi 60% estaba trabajando como
domésticas (24,6%), en el comercio (23,0%) y como prestadoras de servicios
(11,6%); 9,% declaró estar comprometidas en
actividades criminosas. La mayoría (54%) comenzó a trabajar antes de los 16
años de edad, 24,6% antes de los 13 años. El trabajo en la prisión es casi
inexistente.
La
violencia fue y es un elemento constante en la vida de estas mujeres, tanto
desde el punto de vista de la experiencia individual, como en la relación con
los parientes más próximos.
Conclusión
del estudio: La mayor parte de estas mujeres presas llega a las prisiones con
una historia previa de maltratos y abuso de drogas (propio o de familiares
próximos). Esto no significa que tales experiencias puedan ser consideradas
inductoras de la criminalidad o directamente responsables de la entrada en el
sistema penal, pues la mayoría de las mujeres víctimas de agresión, así como de
las dependientes de alcohol y otras drogas, está fuera de cárceles y
penitenciarías. Lo que los datos muestran es que la prisión, tanto por la
privación de la libertad, como por los abusos que ocurren en su interior,
parece ser más un eslabón de una cadena de múltiples violencias que constituyen
la trayectoria de una parte de la población femenina. El ciclo de la violencia que se inicia en la familia y en las
instituciones para la infancia y la adolescencia, se perpetúa en el matrimonio,
se proyecta en la acción tradicional de la policía y se completa en las
penitenciarías, para recomenzar una vez salgan de prisión.
Así como no ha habido esfuerzos efectivos para comprender las motivaciones y las circunstancias en que ocurren las infracciones de la ley por mujeres, no existen iniciativas de prevención y, tampoco para ellas una política penitenciaria específica. Las mujeres solo son recordadas cuando los eventos en que se ven comprometidas llegan a los titulares de primera página de los diarios, con una carga de sensacionalismo en relación con una supuesta escalada de la participación de las mujeres en tales hechos, hasta que la violencia practicada por los hombres retorne a la escena y ellas vuelvan a ser nuevamente olvidadas.
* Abogada, profesora de Criminología, miembro del Consejo Carcelario de la Comarca de Río de Janeiro.
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