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Bibliografía temática Red de 'Cultivos de uso ilícito BÚSQUEDA |
La tensión dialéctica existente entre “prohibicionismo” y legalización Paolo Scalia
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En primer lugar, quiero agradecer la invitación. Estoy muy contento de estar
aquí con ustedes.
Quiero
agradecer también a Mauricio Sepúlveda, que en este momento se encuentra en
Barcelona, un luchador en esta materia.
En el marco de esta mesa, la propuesta que he
planteado se refiere a la tensión dialéctica existente entre
“prohibicionismo” y legalización. Es necesario contemplar los argumentos que
sustentan y los daños que se producen a partir de la difusión de una ética
prohibicionista y tratar de plantear lo que puede ser una ideología
legalizadora, a partir de la diferenciación de los modelos de control
social.
Hace tiempo que trabajo en el concepto de “espacio
retórico”. Es decir, estudiar el campo de las argumentaciones políticas,
jurídicas, científicas y sociológicas, a partir de las cuales se han
afirmado en el imaginario social la figura, por ejemplo, del drogadicto
delincuente y subversivo, es decir, la figura del drogadicto como enemigo
social.
En principio, quiero esclarecer qué se entiende por
“ideología”. Es importante cuidar las palabras con las que definimos la
realidad. A veces, se dice que la teoría se desvincula de la práctica. El
tema de cómo identificamos e interpretamos las prácticas evidentemente es
funcional. Cuando hablamos de “ideología”, en general, se piensa en el
concepto de la ideología negativa, es decir, la idea de una falsa conciencia
sistemática e intelectualizada por grupo de intereses. Sin embargo, al lado
de este perfil de ideología negativa tenemos que tener en cuenta el
significado de la ideología positiva.
¿A qué
me refiero? A la ideología positiva como un reflejo parcial de la estructura
social y, a la vez, como un componente activo, creativo de la práctica
social represiva. Entonces, al fin y al cabo, ¿qué significa denunciar la
ideología prohibicionista? Significa denunciar como se han dispuesto en el
imaginario colectivo esas imágenes, a partir de las cuales se reproduce la
realidad. Es decir, a partir de considerar al sujeto usuario de drogas como
delincuente, enfermo o subversivo, la frase cotidiana de las instituciones
políticas, médicas y científicas se mueve en un marco que justifica la
persecución.
Creo que
hay que trabajar en el sentido de cómo se puede transformar este imaginario
social, cómo se puede transformar ese campo de argumentaciones a partir de
ahora, cuando se justifican leyes punitivas.
Quisiera
comentarles que en Chile se aprobó en febrero de 2000 una ley por la cual se
penaliza el micro tráfico. Se trata de una de esas normas en las cuales las
fronteras entre el usuario de drogas y el narcotraficante no están para nada
trazadas y, por ende, se abre el espacio de arbitrariedad, de
discrecionalidad de las agencias punitivas institucionales anteriores a la
policía, a partir de las cuales se construye un proceso de estigmatización
hacia el sujeto involucrado.
Entonces, ¿cuál es la idea que refleja la ideología prohibicionista? Es
decir, cómo nos vemos como sociedad desde esa ideología. Al respecto, son
tres los puntos a partir de los cuales lo he tratado de definir.
La
ideología prohibicionista considera que la sociedad civil necesita de un
mayor control social formal, y por ende punitivo, por parte de las
instituciones penales. También considera que los ciudadanos son incapaces de
gobernarse a sí mismos.
Incluso,
la ideología prohibicionista considera que el cuerpo social requiere de una
autoridad exterior que dirija sus acciones. Entonces, a partir de esa
ideología, de esta visión de la sociedad se introduce la legislación
prohibicionista desde los inicios del siglo XX hasta ahora. Entonces, ¿qué
significa en términos de la violencia del sistema penal, la producción,
creación y difusión de la legislación prohibicionista?
Al respecto, tenemos que pensar en tres niveles de
violencia por parte de una ley penal prohibicionista en el campo de la
droga. Ante todo, el significado de la violencia simbólica de la ley penal,
luego el momento de la tecnología crítica en que se ha definido la
criminalización primaria y por último, el instante en el cual a nivel
simbólico se crea una norma, se identifica un grupo a priori y se lo
estigmatiza, como es el caso del portador o tenedor
de pequeñas cantidades de drogas.
Sucesivamente, entra en juego la violencia burocrática administrativa, que
es la violencia ejercida por la policía y los jueces, no queriendo
generalizar, aunque nos estemos refiriendo al sistema.
Desde
luego que es la violencia física, la que se da en nuestra cárceles ya sean
argentinas, chilenas, italianas o españolas. No nos olvidemos de que, al fin
y al cabo, si estamos en un marco de ideología prohibicionista fortalecemos
esta idea de que la cárcel sirve para rehabilitar, sin darnos cuenta o sin
querer darnos cuenta de que la cárcel nunca ha rehabilitado. Y aquí
deberíamos pensar para qué sirve la cárcel. Incluso, deberíamos pensar para
qué sirve esta legislación prohibicionista.
En este sentido, y lo señalaba en el marco de mi
intervención, se habla de la eficacia simbólica de una ley. Pero, ¿cuál es
la eficacia simbólica? Por ejemplo, en Chile o en la Argentina hay leyes que
prohíben la droga con el discurso de prevenir el consumo, evitar el contagio
social de la droga y toda una retórica de funciones declaradas que nunca han
sido cumplidas. Pero, en el marco de la eficacia simbólica, nosotros debemos
tener en cuenta las funciones no declaradas. Es decir, cómo por medio de
este tipo de legislación penal se están
fortaleciendo herramientas del control social
punitivo que se utilizan para controlar y neutralizar grupos sociales
predefinidos como de riesgo. Por ejemplo, hoy en día los jóvenes son sujetos
de riesgo.
Entonces, por el sólo hecho de ser jóvenes deben ser cuidados y no
escuchados y, eventualmente, reprimidos. Por lo tanto, hay que tener cuidado
con este tipo de mecanismo que nosotros legitimamos, si no somos capaces de
constituir una plataforma de existencia que denuncie eso, partiendo de la
base de que no se hable de penalizar sino de legalizar.
Esta es
la cuestión que considero debería salir fortalecida de este tipo de
encuentros. Me refiero a la necesidad y al coraje para no tener miedo de
hablar de la legalización. Ahora bien, el que lo haga no es un loco
anárquico marxista, sino que se basa en un principio jurídico liberal que
parte desde el punto de vista de construir sociedades democráticas donde las
libertades estén recuperadas.
En
cuanto a la legalización se me ocurre pensar en un autor italiano, Luigi
Ferrajoli, al que los juristas conocerán bien, que es el maestro del
garantismo penal y que se refiere a la necesidad de legalizar, en el sentido
de que tengamos cuidado, porque el deber de la ley es reglamentar los
fenómenos sociales.
En el
caso específico de la droga, que es un fenómeno que siempre ha acompañado a
la existencia humana, se torna necesaria la reglamentación. Es necesario que
esta reglamentación sea afín a una sociedad responsable y madura y no a una
sociedad considerada como niña o incapaz de gobernarse a sí misma.
En este
sentido, digo que debemos tener el coraje de difundir la ideología
legalizadora, porque entre las funciones no declaradas que estamos viendo a
partir del prohibicionismo en Latinoamérica, hay una militarización de la
vida civil.
Sin el interés de contarlo como una anécdota personal,
les diré que viví seis meses en Colombia. Como siciliano conozco y padezco,
pese a vivir a 13 mil kilómetros de distancia, el peso de una cultura
mafiosa que se ha arraigado a partir de naturalizar un fenómeno anunciado
como de orden público.
Si la mafia en Sicilia se ha normalizado y
naturalizado, entonces tengamos cuidado de que no nos pase aquí lo mismo.
Cuando
la doctrina de la seguridad nacional hablaba de subversivos y marxistas, en
2001 si no me engaña la memoria, en Buenos Aires se llevó a cabo un
encuentro de los jefes de los ejércitos latinoamericanos junto al gran jefe
del ejército norteamericano. Allí aprobaron un texto que no es tan conocido
ni de tanta discusión llamado “La doctrina de la seguridad regional”.
El
periodista argentino Horacio Verbitsky contaba en este artículo este
encuentro que pasó al silencio. Allí señalaba que la doctrina de la
seguridad regional de marzo de 2001 tildaba de anárquico, subversivo o
marxista al drogadicto, narcotraficante o a los agitadores sociales.
También
se da el caso de que el jefe del ejército norteamericano tenía su ojo puesto
en Brasilia. Como el gobierno de Lula en ese momento llevaba muy poco tiempo
en el poder, la preocupación norteamericana era evidente y se lo consideraba
como un lugar de intervención. Sin ir muy lejos, no nos olvidemos de que en
la triple frontera hay tropas norteamericanas que lo están ejerciendo.
Entonces, debemos ser capaces de construir una plataforma de resistencia a
partir de la cual la legalización sea el eje de la intervención, el Norte
que nos guíe. Pero, no me refiero a considerar la legalización como una
panacea.
Aquí
nadie, y yo menos, les quiere dar la receta; y desconfíen de quienes quieran
hacerlo. En este sentido, comparto el análisis que hoy se hizo y que
planteaba que antes de cualquier tipo de disposición legal, tenemos que ver,
concretamente, un marco de investigación como es el de las dimensiones del
consumo. Creo que una vez que tengamos idea de esas dimensiones podremos
construir las herramientas para favorecer este proceso de legalización.
Ahora
bien, ¿por qué insisto en el proceso de legalización? Porque es una manera
de construir otras formas de control social.
No le
tengamos miedo a ese concepto de control social, que es algo necesario,
porque la cuestión es que, al fin y al cabo, estamos hablando de los
mecanismos de reglamentación de nuestra vida cotidiana. Por lo tanto, el
problema es de qué forma de control social hablamos.
Entonces, si el prohibicionismo no plantea un control social autoritario, un
control social heterónomo, la propuesta que se puede dar desde la ideología
legalizadora tiene que ver con otra forma de control social, con cuatro
puntos que voy a tratar de plantear, que son los siguientes, y a partir de
los cuales se puede sustentar una ideología de la legalización.
Ante
todo, me refiero desde una perspectiva de control social informal. Lo que
quiero decir con esto es un control social construido por medio de un
consenso fundamentado en la construcción de una sociedad comunitaria.
Luego,
en un control de la ideología legalizadora, que se funda en base a un
desarrollo de las relaciones interpersonales, en lugar de un control por
medio de la fuerza.
En tercer lugar, tiene que ser una ideología
legalizadora que se difunda a partir de la estimulación de la integración de
cada miembro social, mediante la activa participación en la vida cotidiana.
Y, por último, una ideología legalizadora que
sustente, que difunda, el desarrollo de la auto educación colectiva.
Sin querer tomarme más tiempo, quisiera
terminar con una cita de Antoine Artaud que era un francés que en 1925
escribía una carta al señor legislador de la ley de estupefacientes. Voy a
leerles sólo un párrafo, para que podamos reflexionar sobre cómo nuestra
ignorancia, consciente o inconscientemente, está fomentando la difusión de
la violencia institucional. Entonces, si no somos capaces de arruinarlo,
esto va para más. Decía Artaud: “La ley de estupefacientes deja en manos del inspector usurpador de la salud pública, el derecho de disponer del sufrimiento de los hombres. Es una arrogancia peculiar de la medicina moderna pretender imponer sus reglas a la conciencia de cada uno. Todos los mecanismos oficiales de la ley no tienen poder para actuar frente a este hecho de conciencia; a saber, que soy mucho más dueño de mi sufrimiento que de mi muerte. Todo hombre es juez y único juez del gran sufrimiento físico o también de la actividad mental que pueda verdaderamente tolerar.” Muchas gracias. |
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