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Red de 'Cultivos de uso ilícito
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SE
FUMIGA, SE CRÍAN SAPOS Y SE EXPORTAN MERCENARIOS
…a la orden[1]
María
Mercedes Moreno
Quisiera
primero que todo presentarles el Colectivo que integro aunque aquí hablo de
mis inquietudes a título personal. Mama Coca es una organización de derechos
humanos que busca vincular análisis académicos sobre las políticas y medidas
antinarcóticos, activismo pro reforma de dichas medidas y la búsqueda de propuestas de las
comunidades locales frente
a la persecución de la que son objeto. Agradecemos a Silvia
Unchaurraga y a ARDA el esfuerzo por incluir el debate sobre los
cultivadores de coca en este simposio. Uno de los pasos para poder avanzar
en el movimiento pro
reforma de las
políticas de drogas es justamente la comprensión del otro, del que está
siendo perseguido con la misma excusa. Usuarios y cultivadores sirven de
disculpa y blanco en esta lucha feroz, esta tercera guerra mundial, que se
está dando por consolidar monopolios para el control de los recursos:
petróleo, aguas, biodiversidad y drogas. Creo que no nos engañamos,
la Guerra de
la Droga de moral no tiene nada; si no es a nivel de la incorporación
que ha hecho la sociedad civil de la idea de que ‘droga’ es sinónimo de degeneración.
Yo he
observado que en general los cultivadores de coca y, paradójicamente los
narcotraficantes (considerando que se trata de sus
clientes), manejan una imagen bastante negativa de los consumidores de
marihuana (otra planta) y de otras sustancias alteradoras de consciencia. En el
caso de los cultivadores tradicionales es comprensible que sientan que la
persecución de la que es objeto su sagrada coca se debe al mal uso de ella
ha hecho la cultura occidental. Sin embargo, también considero que la mayor
victoria del Prohibicionismo ha sido el haber logrado generar este tipo de
automatismos que permiten que se justifique la masacre de los unos (de los campesinos) por
las posibles dificultades personales y sociales de los
otros (los consumidores). El discurso ha calado a tal punto que los mismos
consumidores de marihuana, cocaína y demás sustancias parecen convencidos de
que no puede ser bueno. Muchos consumidores hablan de vicio y manejan la
convicción profunda de que el consumo de drogas es inmoral. ¿Qué podemos
decir de los que no consumen? Mi constatación en la vida es, y lo digo por
experiencias personales dolorosas, que como en todo consumo, hay usuarios
con dificultades pero también hay millones de usuarios recreativos y quienes
usan estas sustancias para fines curativos.
LOS
CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD SÍ
SON RECONCILIABLES PERO EL NEGOCIO DEL NARCOTRÁFICO ES IMPERDONABLE
Los
promotores de la
guerra de la droga afirman que el consumo existe porque
existe el narcotráfico. Una reacción generalizada en Colombia es que el
problema son los consumidores, notablemente los estadounidenses. Lo que sí
parece claro es que por mucho plomo, glifosato y cárcel que nos den, con el
lucro que genera un comercio con un mercado de 185 millones de consumidores,
que por demás está en plena expansión, los antinarcóticos difícilmente
pueden pretender lograr la famosa meta de cero drogas y mucho menos para el
2008. En Colombia pueden fumigar hasta
el Palacio Presidencial pero esto no garantiza que se acabe
ni el narcotráfico ni el consumo de cocaína. Es más, de pronto deberían
comenzar a fumigar por ahí si es que realmente desean acabar con el
narcotráfico colombiano.
Colombia
está actualmente en un proceso que llaman de desmovilización. No entro en
las complejidades de este proceso
en un país polarizado entre 4 grupos armados (Estado,
Paramilitares, Guerrilla FARC y Guerrilla ELN sin mencionar altos índices de
delincuencia común) y una sociedad civil sándwich cuyas voces son acalladas
a plomo, por intimidación
o a punto de difamación. Yo trataré
de limitarme a algunos de los factores que atañen a los
cultivadores y más someramente a los consumidores.
Dentro
de la veeduría internacional de este proceso de
desmovilización, recientemente vino a Colombia José Miguel
Insulza de la OEA. Al igual que el Departamento de Estado
gringo, Insulza nos previno que ojo que los narcotraficantes no se fueran a disfrazar de
paramilitares para beneficiarse del proceso de reconciliación.
Será que soy de otro planeta pero me parece inconcebible que afirmen que los
crímenes de los armados (asesinatos selectivos de líderes comunitarios,
masacres, secuestro, desapariciones, tortura, desplazamiento,
expropiación….la lista es larga y abarca paramilitares autodefensas
campesinas, guerrilleros y fuerzas del Estado) que nos afirmen que estos
crímenes de lesa humanidad sí
son reconciliables pero que el negocio del narcotráfico es imperdonable.
¿Cómo no
condenar los execrables crímenes que giran alrededor del narcotráfico y de
las demás arremetidas armadas del capitalismo salvaje (sea Monsanto, Nestlé,
McDonald’s o Coca
Cola)? La pregunta que no encuentra eco (por temor al estigma y a la
incriminación) es si el crimen es el enriquecimiento (o precaria
supervivencia en el caso
de los campesinos cocaleros) con el cultivo de la coca, su procesamiento y
comercio. Si bien es cierto que la ilegalidad y lucro del comercio de las drogas es uno de los factores que
fomenta acciones armadas (de parte
de intereses de las multinacionales,
fuerzas del Estado, guerrilla, paramilitares y delincuencia común), también
es innegable que este negocio es una parte vital del engranaje de la economía nacional e
internacional. En el caso colombiano, las ganancias que representa el
narcotráfico (así sean mínimas comparadas con las ganancias de los paraísos
fiscales, vendedores de armas y otros negocios conexos) generan millones de
empleos.
Muchas
de las actividades del narcotráfico son a través de empresas
“legales” y en algunas de las regiones rurales de Colombia
los ingresos de los habitantes están casi exclusivamente ligados a la
economía del narcotráfico. El mismo Estado colombiano depende de la “droga”
(como en el caso del Plan Colombia) para financiarse. Es llamar al engaño
pretender que con los empréstitos
de Washington para la guerra y las magras inversiones
sociales propuestas por el gobierno se va a formalizar la economía colombiana y a proveer
fuentes de ingresos alternas para estos millones de
colombianos al borde de la miseria. Si bien el monocultivo de la coca no conviene al país, lo que está haciendo la
Administración Uribe
es cambiar coca por armas; y sea cual sea el contexto
internacional para poder (o no poder) entablar una discusión real sobre el
fenómeno del narcotráfico, el hecho es que existe y cualquier negociación y proceso de
reconciliación nacional que se cierre a esta
realidad está condenando al país a repetir sus errores. Sin alternativas
viables, sin justicia social, podrá haber desmovilización y hasta perdón
pero no habrá paz.
Ciertamente, algunos de los programas de inversión social
productiva del Gobierno son promisorios pero mientras los
fondos sólo alcancen
para desarmar a los unos y armar a los otros, es ilusorio pretender acabar
(por simple decreto presidencial) con el descontento social y la degradación
de una guerra civil en delincuencia común; menos en un país cada vez más
armado, con altísimos índices de desempleo en una economía en un 58%
informal. Las autoridades oficiales pueden ponerse a tono y hablar de “narcoterroristas”.
Pueden así intentar desconocer la injusticia social que ha caracterizado la
historia colombiana y la ventana de oportunidades que representó en su
momento este negocio para miles de marginalizados
en la pobreza absoluta, para ricos venidos a menos, para
sectores políticos, para grupos insurgentes como las FARC y para los buenos
capitalistas colombianos, negociantes mil. Podemos decir que la cultura
colombiana o falta de ella es terreno fértil para el narcotráfico. Lo que no
se puede es borrar la evidencia de la historia y rol (pasado y presente)
desempeñado por el narcotráfico en los procesos políticos y económicos del
país, aun a nivel del Estado.
Colombia
lleva más de 50 años sumida en una guerra fraticida. Nos estábamos matando
antes de que llegara el narcotráfico y, si las cosas siguen como van, nos
seguiremos matando pero habremos por lo menos (consecuentes con la
expropiación económica que caracteriza nuestra historia) erradicado la magra
repartición de las divisas del narcotráfico entre raspachines (quienes
cosechan las hojas),
campesinos en la miseria, cocineros y millones más que
viven del negocio. Este
proceso de “limpia nacional”, como va, será uno más de los
pactos horizontales entre y para las cúpulas de poder económico político. El
narcotráfico no se está desmantelando ni quedando por fuera del proceso. Lo
que se está dando es una negociación con los narcos más armados
de parte de aquellos que ya llegaron al poder político.
¿ERRADICACIÓN O CONCENTRACIÓN DE LA COCA?
Entretanto, los rigores de la persecución antinarcóticos los sufre el
habitante del campo.
Al campesino se le criminaliza, aplica guerra química y, en el mejor de los casos, su
alternativa de empleo
es entrar a formar parte del programas estatales de asistencia a corto
plazo, de las filas del ejército privado que esta armando Uribe o de la
Red de Informantes.
Los campesinos cocaleros; raspachines; jibáros (expendedores minoristas); y cientos de pequeños
y medianos narcotraficantes sin ejércitos, con suerte sobreviven a la
represión, expropiación y cooptación por todos los grupos armados. En el
proceso del Estado por construir las estadísticas de bajas y detenciones de
narcoterroristas paras y guerrilleros que requiere
Washington, caen miles de campesinos inocentes, desarmados, no cocaleros y
otros cuyo único crimen fue estar vinculados, por lo general por fuerza
mayor, a la economía del narcotráfico.
Nos
dicen que la coca,
su procesamiento y comercio son lo que financia la guerra; y que acabando con la coca van a acabar la guerra.
En Colombia hay aproximadamente 15 millones de habitantes rurales de los cuales,
según el gobierno, 400,000 son pequeños cultivadores de coca. Colombia es un
país en el que el que la concentración de la tierra llega a niveles absolutamente inmorales y
en las últimas décadas los paramilitares no han sido ajenos a este proceso.
Los grandes propietarios, cinco mil personas, pasaron de tener el 32% de la tierra en 1984 a ser propietarios del
45% en 1997 y del 50% en el 2002.
[2]
Según informe de la Contraloría para el
2005, en los últimos veinte años los narcotraficantes consolidaron una
concentración de
tierras de 4.5 millones de hectáreas, cuyo valor llega a
los 2.500 millones de dólares. Desafortunadamente, todo parece indicar que
lo que se está negociando actualmente con los paramilitares de las AUC es el
traspaso de armas a cambio de
un mayor poder político y que sus propiedades no se vean afectadas.
LA
VIRTUD DE LA TRANSPARENCIA
La
captura de narcotraficantes y la expropiación de sus bienes posibilita la
repartición des estos bienes (predios urbanos, rurales, motonaves y
empresas) en aras de una mayor justicia social. Actualmente, los bienes
expropiados a los narcotraficantes pasan a manos, entre otras, de la
Dirección Nacional de Estupefacientes
(DNE) con administración por terceros o gestión directa de la DNE. La
reintegración social de
los
bienes acumulados por el narcotráfico, sin embargo, se enfrenta, al igual
que muchos otros procesos, a la corrupción de los empleados oficiales y la
infiltración del narcotráfico en sus entidades. El alcance de la política de
incautaciones depende de que los paramilitares declaren
realmente los bienes que poseen. Como en el proceso actual se trata de dejar las
armas y no necesariamente el negocio, en la mayoría de los casos, estos
bienes son traspasados a testaferros antes de entrar a negociar.
Abrir claramente el
diálogo a los narcotraficantes propiamente dicho y no sólo a los armados,
permitiría la alternativa de declarar un crimen económico y situaría el proceso
de negociación dentro de la realidad nacional de un campesinado sin tierra y un 62% de
colombianos viviendo en insurgentes niveles de pobreza. Por otra parte, la
posibilidad de reconocer sus actividades de acumulación y ofrecer sus bienes
a cambio indicaría un proceso real de desmantelamiento del narcotráfico
colombiano.
“USTED
CONSUME DROGA, USTED FINANCIA TERRORISMO”…
Los tres eslabones principales
de la cadena de las drogas son el narcotráfico, el cultivo
y el consumo. Es iluso pensar que cualquiera de estos tres está pronto a
desaparecer, así se ajuste el discurso en línea con la guerra terrorista que
actualmente impulsa la Administración Bush. Bajo esta óptica, las supuestas
víctimas en cuyo nombre se abogó a favor de
la Guerra de
la Droga, los
consumidores, pasan a engrosar las filas del espectro terrorista con el que
se nos arrodilla ahora. En el 2002, la ONDCP (Oficina
de Política Nacional de Control de
Drogas de USA)
lanzó una campaña vinculando el consumo de drogas a los actos terroristas. Colombia, al igual
que muchos otros países de América Latina asumió
la bandera. De ahí que el mensaje que prevalece actualmente frente al
consumo es
“usted
consume droga, usted financia terrorismo”….
Este mensaje es simplemente más de lo mismo; en este caso la culpa de las Guerra de la
Droga la tienen los consumidores. Además de la penalización del consumo,
ahora estamos a un paso
de incriminar a los consumidores por financiar actos
terroristas.
Según la ONDCP,
el número
total de usuarios de
drogas en el mundo se estima en 185 millones de personas,
el 3% de la
población mundial o el 4.7% de la población entere los 15 y
64 años. El cánnabis es la sustancia más utilizada (cerca de 150 millones de
personas), en segundo lugar están los estimulantes tipo anfetaminas (ATS, en
sus siglas en inglés) consumidas por aproximadamente 30 millones y 8
millones que consumen Éxtasis. Unas 13 millones personas consumen cocaína,
15 millones consumen opiáceos (heroína, morfina y opio sintético). Estas
cifras reflejan el consumo en el periodo entre 2001-2003.[3]
Según la DEA, las incautaciones de ATS han aumentado en un
656%
desde 1999. Entretanto, las toneladas incautaciones de cocaína han sido
relativamente estables. Estas cifras parecerían indicar que lo que se está
impulsando es un creciente consumo de drogas cada vez más químicas.
Aparentemente, el consumo en Colombia se ajusta a las
tendencias internacionales. Mientras la mentalidad de “Todos unidos contra la droga” en Colombia justifica
la guerra
química en contra del campesinado colombiano, su persecución y explotación
por todos los armados y el asesinato selectivo de jíbaros por parte, en
muchos casos, de los mismos comerciantes de cocaína que parecen haber
incorporado el automatismo puritano de que quienes consumen drogas son malos
elementos. En muchas localidades colombianas el problema de consumo lo
resuelven los escuadrones de limpieza, simplemente recogen y matan a los que los
colombianos llaman “desechables” o habitantes de la calle.
Oficialmente y en los pocos centros privados existentes prima el enfoque
de reducción de la
demanda y prevención del consumo. Son contados los colombianos que conocen
la noción de Reducción de Daños. El programa de prevención
más antiguo es DARE “Educar
para resistir el uso y
abuso de las
drogas y la violencia”
la
iniciativa
que lanzó la policía de Los Ángeles en 1983.
En el
año 1.997 la Dirección de Policía Antinarcóticos lanzó el programa
DARE Colombia.
Este
programa, al igual que en los otros 56 países que lo han adoptado, enfoca la
educación preventiva entre jóvenes entre los 8 y 14 años. Esta extensión social de antinarcóticos es encomendable siempre y
cuando no excluya otras alternativas. Tal vez el programa con mayor servicio social frente
al consumo es el de Bienestar
Social que lleva 14 años funcionando. Este Proyecto de Prevención
Integral del Uso Indebido de Drogas que enfoca a los usuarios en
dificultades poco a poco va incorporando una noción de Reducción de Daños.
Sin embargo, como en todo lo que se refiere a las drogas, los espacios para innovar y
buscar alternativas sociales, personalizadas y más acordes con la realidad
también se van cerrando poco a poco gracias a la centralización de todo lo
relacionado con las
drogas en manos
de la DNE y la
canalización de los fondos hacia la represión.
PROYECTOS ASISTENCIALISTAS PARA UN PUEBLO BAJO TUTELA ARMADA
Es
posible que los antinarcóticos ya no promuevan un discurso que nos divide
entre países consumidores y países cultivadores, pero en los hechos, para la Comunidad
Internacional, existen países parías. En esos países, la Guerra de la Droga ha generado tragedias
humanitarias de la cuales difícilmente nos recuperaremos. En Colombia se
está aplicando impunemente una guerra química en contra del campesinado
desde hace ya casi 30 años. Millones de litros de mezclas químicas bombardeadas desde el
aire seguramente han convertido a los colombianos en uno de los pueblos más
propensos a enfermedades genéticas y cánceres. Bajo esta lluvia de venenos,
sus ricas aguas y biodiversidad están pasando a ser otra leyenda del El
Dorado. Paranoia o perversa estrategia de mercado, es posible que nunca lo
sepamos pero en Colombia, la política antinarcóticos sólo beneficia a la
Monsanto. La Compañía Monsanto, después de estar prácticamente quebrada en
el 2002, apuntala el Plan Colombia. Esta compañía que produce el glifosato
con el que nos fumigan como cucarachas también produce las únicas semillas
que dan fruto en suelos tan intensamente fumigados. Los argentinos han
sufrido la amarga experiencia con la soya transgénica. Colombia está en
la mira y si continúan las fumigaciones, el campesino colombiano
no tendrá más alternativa que comprar cada dos años las semillas de la Monsanto
con el glifosato ya incorporado. Las multinacionales vienen por todo. El TLC se agiliza para sacar
las biopatentes de lo que consideran comercializable, compran las riberas
para controlar las aguas y, en contraprestación, dan vía libre al proyecto
mesiánico, autoritario y militarista de Uribe Vélez.
Este
político, siendo gobernador departamento de Antioquia
(cuna del Cartel de Medellín,
Pablo Escobar, los Ochoa y otros grandes capos del
narcotráfico) sentó las bases de su proyecto político. Durante su
gobernación, Uribe impulsó el paramilitarismo por medio del Decreto Ley 356
de 1994 (Estatuto de Vigilancia y Seguridad Privada) que le permitió la
creación de 71 cooperativas de seguridad compuestas por civiles armados, las
llamadas CONVIVIR. Los terratenientes colombianos históricamente han
recurrido a la contratación de mercenarios/ejércitos privados. La diferencia
es que Uribe ha convertido esta estrategia en una política
de Estado. Ahora bien, lo grave no es que Uribe tenga raíces en el narcotráfico. Lo
atemorizante es que Washington así lo decida en su momento y las
repercusiones para el país cuando, a semejanza del trato dado a su aliado
Noriega, el Departamento de Estado
decida sacar del poder a un personaje con un ejército privado de las
dimensiones como las que proyecta Uribe. Un
flash de futuro del mercenariato colombiano nos lo proyecta la empresa
ecuatoriana que recluta mercenarios
colombianos para que maten en Irak.
Una
mirada rápida a los programas de Uribe basta para comprender
su proyecto asistencialista
para un pueblo bajo tutela armada. Bajo la Administración
Uribe perversamente pareciera que la Dirección Nacional de Estupefacientes
gobernara por decreto. La medida estrella es fumigar y, como dice su
Vicepresidente
Francisco Santos, “Tiene más reversa un orgasmo que la
medida de fumigaciones”. Desde las primeras fumigaciones (con el hoy
mundialmente prohibido Paraquat) bajo la Administración de Julio César Turbay
(1978-1982) hasta la intensidad de Uribe, la autodestrucción de la salud,
reservas de aguas y biodiversidad colombianas pasará a la historia como
muestra
de la falta
de proyección de una clase política absorta consigo misma.
La
medida de fumigaciones nos perjudica a todos pero —mientras los sectores
económicos más poderosos miden las repercusiones en la productividad a nivel
nacional y reaccionan— inicialmente afecta a los pequeños cultivadores.
Enferma a sus hijos con aguas envenenadas y los obliga a abandonar tierras
tan empobrecidas que ni siquiera dan con que alimentar a sus familias. Los
terratenientes, muchos de los cuales se dedican a la ganadería extensiva, apenas comienzan
a percibir los daños por muerte y daños genéticos en el ganado y otras como
los rezagos ambientales que, al desvalorizar sus tierras, posiblemente
logren frenar el modelo de especulación con la tierra que viene impulsando
el paramilitarismo. Esta medida antinarcóticos que la actual administración
reivindica como Política de Estado, es inmoral, irresponsable, ilegal e
ilegítima. Los hechos —enfermedades y devastación en las zonas fumigadas,
dineros desperdiciados en químicos a detrimento de inversión
social— así lo demuestran y el discurso triunfalista y
cifras que se
cantan de hectáreas erradicadas en nada compensarán la
pérdida del legado sanitario
y ambiental de los colombianos. Nuestros gobernantes están
destruyendo impunemente los recursos naturales
de Colombia para las necesidades ambientales futuras de la
Humanidad.
Se
propone canje de naturaleza por deuda mientras se desmantelan las entidades
ambientales que visibilizan la imposibilidad de entrar a negociar
con ríos de glifosato
y tierras quemadas. Peor aún, se negocia con propuestas de suicidio
ambiental: larvas de mariposa y hongos locos. Se implantan programas como el de Familia
Guardabosques mientras se legisla la privatización de los recursos naturales
con iniciativas como la Ley Forestal y otras como la Ley del Agua que, por
favorables que puedan ser en otras latitudes, en Colombia terminan
tergiversadas para servir al enriquecimiento ilícito de unos pocos a costa
del pueblo colombiano.
Se habla de paz y justicia y desmovilización mientras se
priorizan las inversiones militares sobre las urgentes necesidades sociales
y se impulsan programas como
el de soldados campesinos (muchachos del campo que, sin ser
soldados regulares, reciben un veloz entrenamiento militar y armas para el
patrullaje y
vigilancia de sus gentes) a instar de las
CONVIVIR. Se cambia radicalmente el modelo de justicia por un sistema
acusatorio cuyo equivalente a nivel social es la promoción (como en
cualquier dictadura) de una
sociedad de delatores pagos en un país en el que la pobreza
es la norma. También se propone el sapeo (delación) de la coca como un medio para
ganarse unos pesos. Entretanto
la DNE decreta el Observatorio de Drogas
con el objetivo de ser la (única) entidad que ofrezca información colombiana
a la Comunidad Internacional
sobre la temática de drogas y los delitos relacionados. Estamos a un paso de
que se nos niegue el derecho de tratar el tema de las drogas sin pasar por la DNE, a detrimento de un
diálogo que refleje las diversas facetas del dilema colombiano. Esta
centralización niega a aquellas autoridades bien intencionadas la
posibilidad de actuar con base en la variedad de respuestas y propuestas que
hay con miras a potencializar
las posibilidades del Estado de velar por su futuro.
PAZ CON LAS “DROGAS”
Estoy
aquí abogando ante ustedes por que en sus labores y escritos tengan presenta
la inmensa tragedia del pueblo colombiano,
desposeído y víctima
de las más atroces masacres y persecución. Los colombianos
anhelamos la paz y
la paz en Colombia,
retomando las palabras de
Anthony Henman, depende de la paz con la coca. Más allá de la guerra contra la coca, a medida que la Guerra Terrorista se funde
con la Guerra de
la Droga, la paz del mundo
también depende de que legisladores y jueces hagan las paces con las
‘drogas’. Quisiera aprovechar este espacio para proponer que entre todos
—legisladores, jueces, activistas por la
reforma de las políticas de drogas y académicos— pensemos
en promover cambios que enfoquen la región de manera articulada e integral.
Entiendo nuestras diferencias y las dificultades pero quisiera dejar aquí la
inquietud de formar alianzas para que las propuestas y mociones sociales y
legislativas que se impulsen tengan presente la comprensión del otro y la
necesidad de visualizar la región latinoamericana como latinos diversos y no
los puritanos en los que algunos de nuestros dirigentes políticos nos
quieren convertir.
Propongo
concretamente que con miras Viena 2008 pensemos en la elaboración de un
informe para la UNGASS. Que busquemos la manera de recopilar la información necesaria para vincular de manera
documentada una propuesta de programas sociales de reducción
o rechazo de
daños para usuarios y cultivadores. Se necesitan leyes que se ajusten a la realidad
y que consideren la posición y situación de todas las caras de este fenómeno que
existe desde que la humanidad es humanidad pero que la cultura occidental ha
logrado convertir en tragedias humanitarias y combustible para la
guerra. Simposios como este son un primer paso para conocernos y dar a conocer
propuestas articuladas de usuarios y cultivadores y vislumbrar la
regionalización de nuestras propuestas sociales y legislativas. Me gustaría
pensar que desde aquí vamos a poder afirmar nuestra diferencia y
enriquecedora diversidad para contrarrestar la homogeneización que nos
buscan imponer con la Guerra Terrorista. Gracias.
Buenos
Aires, Septiembre de 2005
[1]
Conferencia dictada en el marco del I Simposio Regional de Jueces y Legisladores
organizado por REFORMA
(Red Latinoamericana
para la Reforma de las Políticas de Drogas) en el
Senado de la Republica de Argentia.
[2]
Hector Mondragón:
La economía rural y la guerra, 2002
[3]
ONDCP, World Drug Report 2004
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