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Conversaciones de Paz:
Cultivos ilícitos, narcotráfico
y agenda de paz
Ed. Indepaz – Mandato Ciudadano por
la paz, junio de 2000
LA GUERRA BIOLÓGICA A LA COCA
Tomás León Sicard*
Investigadores norteamericanos de la Universidad
de Princeton propusieron, desde el año pasado,
utilizar preparados específicos del hongo
Fusarium oxysporum, para eliminar los cultivos de coca en la
región amazónica colombiana. Claro, como
desconocen la realidad del país, han propuesto
una fase previa de investigación para "ajustar"
algunos parámetros que ellos consideran importantes
como por ejemplo las dosis de aplicación
, los momentos y los procedimientos para
las aspersiones y, porqué no, estudiar los
posibles efectos en el medio biofísico que
causaría esta nueva modalidad de guerra biológica
a la coca.
Para algunos colegas colombianos, en principio,
el proyecto estaría bien planteado. Para
otros, entre los cuales se encuentra quien
escribe estas líneas, NO. y se trata de un ¡NO! con mayúscula, en negrilla y con signo de
puntuación que acentúa el rechazo a esta
idea.
Varias son las razones para oponerse a un
proyecto de esta naturaleza. En primer lugar,
porque el problema está mal planteado. Y
está mal planteado porque sencillamente los
procedimientos tecnológicos para erradicar
la coca ya existen, y algunos son tan viejos
como la humanidad misma: basta arrancarla
manualmente a través de un azadonazo bien
dado (obviamente ese azadonazo bien dado
está lleno de factores políticos, económicos
sociales y militares que son precisamente
los que están en juego y que constituyen
el verdadero problema a solucionar). La erradicación
tecnológica de la coca es solo un apéndice
del meollo del consumo de drogas en la sociedad
contemporánea.
En segundo lugar, no es ético que la comunidad
académica que fue entrenada en la aulas universitarias
para trabajar a favor de la vida, le siga
el juego a una propuesta que se basa en la
muerte. Porque existe una enorme incertidumbre
sobre la mutación del hongo en campo y sobre
las posibilidades de ataque a otras plantas,
máxime cuando se trata del ecosistema amazónico,
cuya biodiversidad ni siquiera conocemos
ni de nombre. Ni que decir de las posibilidades
de que este hongo ataque a las poblaciones
humanas y se convierta en un nuevo elemento
de mortandad en este país martirizado ¿Sería
entonces ético comprometer el nombre de la
ciencia en una probable tragedia de esta
naturaleza?
En tercer lugar y en esta misma línea de
reflexión anterior, nadie es capaz de garantizar
que no existan efectos secundarios de la
aplicación masiva del hongo en los suelos,
el agua, la flora y la fauna de la región.
Tampoco nadie puede garantizar que no se
extienda el patógeno a otras zonas de Colombia
por efecto del traslado por el viento, el
agua o incluso a través de la ropa de los
operarios ¿Los investigadores de Priceton
habrán previsto ya qué sucedería en caso
de un accidente en sus propios laboratorios
o durante las etapas de fumigación?
En cuarto lugar, habría que esperar la reacción
de la gente, la cual no sería otra diferente
a la de comprar y aplicar masivamente las
decenas de fungicidas disponibles en el mercado.
Un ecosistema hasta hace poco limpio, se
convertirá en pocos años y por efecto de
estas aplicaciones indiscriminadas, en un
foco inmenso de contaminación generando efectos
no solo en plantas y animales sino también
en seres humanos ¿sabrán quienes impulsan
esta idea, qué significan los efectos transgénicos
o genéticos que conlleva la exposición directa
o indirecta a los agrotóxicos?
En quinto lugar, el aparato científico colombiano
es muy débil para seguirle la pista a los
efectos del hongo. Nuestra capacidad instalada
de laboratorios especializados es muy precaria.
La microbiología se suelos no ha sido desarrollada
suficientemente en el país, a despecho de
los esfuerzos quijotescos de algunos compatriotas
que le han servido al país calladamente en
esfuerzos casi heroicos. Pero la realidad
es que hasta el momento no existen estudios
relevantes de microbiología en la Amazonia,
como tampoco la comunidad científica tiene
respuestas para sostener alternativas viable
de producción en esas zonas.
¿Utilizar este hongo no es exacerbar la guerra?
¿No es abrir otras trincheras, de consecuencias
impensables? ¿Se detendrá el consumo y la
demanda de cocaína? ¿No estaremos desencadenando
fuerzas que pueden sobrepasarnos?
A quienes conocemos de cerca la hermosura
de la selva y de sus gentes nos duele pensar
que se puede convertir en un laboratorio
lejano en el que potencias extrañas le apuestan
a la muerte. El problema de la producción
tráfico y consumo de drogas no está en la
planta de la coca, puesta por el Señor como
otro ser nacido de su sabiduría, sino en
el corazón de los hombres que la utilizan
para fines diferentes de los que fue creada.
Una cosa es trabajar durante varios años
tratando de controlar el hongo Fusarium, que es un organismo que ataca virulentamente
muchos cultivo en el mundo y otra muy distinta
es plantear experimentos para utilizar este
microorganismo en una lucha masiva de control
biológico.
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