PAZ
Y ORDENAMIENTO TERRITORIAL
Orlando Fals Borda*
Una concentración de dirigentes
del Magdalena Medio en Aguachica (cesar) en el mes de
abril del 200 -para discutir implicaciones del ordenamiento territorial- nos
dejó una serie de interesantes lecciones. La principal de todas: que el tema de
los espacios o ‘contenedores’ como departamentos o municipios trasciende los
conflictos locales y puede sentar bases para una paz generalizada. Contrario a
lo se ha argumentado, este tema no parece ser un casus
belli o excusa para pelear, como pudiera ser
entre naciones enemigas. Va más allá de lo particular e invita a pensar en
grande, en lo que vincula a las regiones y al país. Creo que esta experiencia unificante de Aguachica merece la
atención de los negociadores de la paz en el Caguán y
el sur de Bolívar.
En efecto, allí estaban
representantes autorizados de todos los matices políticos, desde la extrema
izquierda hasta la extrema derecha, alcaldes y concejales, los movimientos Empesar y Asocippaz y otras
entidades, incluyendo un delegado del Ministerio del Interior, el doctor Elkin Velásquez. El clima que se creó fue de mutuo respeto
y cordialidad, en lo que ayudaron los estudiantes con sus conjuntos de tambora
y cumbia que aparecieron tácticamente en momentos de tensión. La discusión fue
llevando a determinar algunos pasos para hacer frente a problemas locales y
regionales, con el fin de reorganizar el manejo de la cosa pública. Los pasos
acordados, que pueden ser de interés general, son los que siguen.
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El primer paso es partir de cero en cuanto a la
delimitación de los ‘contenedores’. Los límites departamentales y municipales
no son reales y no funcionan ni se respetan (solo para elecciones). Los pueblos
en su dinámica existencia los han roto y rehecho para configurarlos según las
nuevas necesidades colectivas. Por lo tanto, hay que hacer un nuevo mapa basado
en la realidad.
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Segundo, se necesita agrupar las unidades
territoriales por afinidades culturales, económicas, históricas y geográficas.
Resultan agrupaciones mayores reconocidas por los pueblos con las que estas
aspiran a seguir identificándose, como medida de relación y defensa ante
procesos de globalización. No hay que preocuparse por diversidades culturales o
de otros tipo, sino buscar y estimular elementos vinculantes
que ya están o que el pueblo va formando en su mitología.
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Tercero, reconozcamos que en muchas partes ha
habido secesiones de hecho, sea por descuido o desprecio de autoridades
centrales de diverso nivel, lo que lleva al desconocimiento del poder representado
por autoridades y asambleas y al decaimiento de la identidad departamental.
Esto ha sido dramático en los sures de Bolívar,
Sucre, Magdalena y Cesar, donde hay vacío de poder, que han llenado las gentes
con su propia labor y sus culturas ancestrales, así como por guerrillas y
paramilitares.
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Cuatro, hay que recuperar las historias regionales
y locales. Un estudio de los antecedentes en estas secciones separatistas puede
suministrar los títulos sociológicos y políticos necesarias
para las secesiones que se justifican. En el caso de los sures
costeños, existe una larga tradición separatista de Cartagena y Santa Marta
desde finales del siglo XVIII.
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Quinto, organicemos consultas populares por
autonomía territorial. El abandono de las secciones periféricas es tal que los
ciudadanos deben apelar al principio constitucional de la soberanía de los
pueblos y aplicar la ley 134 de Participación Popular (la del referendo) para
establecer gobiernos locales que funcionen. Estas decisiones de la sociedad
civil deben ser respetadas por los partidos y todos los grupos activos,
incluyendo los armados, porque serán el origen cierto de la nueva legitimidad
territorial a que aspiramos para alcanzar la gobernabilidad perdida.
Utilización
regional
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Sexto, se puede avanzar por etapas en la
reorganización territorial. La primera etapa sería unificar municipios en subregiones o provincias para las que existen las razones
de afinidad ya mencionadas, con lo que se amplia el poder y la voz de los
actuales alcaldes. La segunda etapa sería asociar a su vez las provincias y
formar unidades mayores hasta culminar en la Región Territorial Plena,
con autoridades regionales y consejos propios.
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Séptimo, podemos apelar a la Corte Constitucional y
al Gobierno para aplicar inmediatamente los artículos 285 y 290 de la Carta que
permiten reorganizar territorios y revisar límites. Además, pedir que se
acelere la presentación de la ley orgánica y que esta incluya elementos
dinámicos de desarrollo territorial.
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Octavo, condicionemos nuestras lealtades políticas
a estas grandes metas unificantes, con miras a
sucesivas elecciones. Que los candidatos se comprometan con estas tesis, ojalá
formando movimientos locales y regionales independientes o alternativos como
los que a buena hora están apareciendo.
La reunión de Aguachica mostró un sendereo práctico para la reorganización territorial que puede conducir a una paz regional arraigada en condiciones locales reales, como paso hacia la pacificación nacional. El interés colectivo puede prevalecer y actuar como bálsamo para las heridas que deja el conflicto, si la atención se dirige a asuntos fundamentales para la supervivencia y progreso de todos, sin distingos ideológicos, como es la utilización racional y ordenada de los espacios que estamos ocupando, y sus recursos naturales. Por supuesto, el denominador común debe seguir siendo la lucha popular por la justicia expresada en el manejo del territorio respectivo.
Ý Sociólogo, fundador de la Facultad
de Sociología de la Universidad Nacional. Profesor. Constituyente de 1991,
Secretario General de la Comisión Constitucional de Ordenamiento Territorial.
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